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La leyenda del árbol del amor de Zacatecas

Árbol del amor en Zacatecas
© SECTURZ Árbol del amor en Zacatecas

Conoce la leyenda del árbol del amor, una historia que nos enseña que, a pesar de todas las dificultades, el amor es capaz de triunfar.

En la ciudad de Zacatecas existió un árbol único en todo el continente americano. Sus hojas destacaban por estar siempre verdes y llenas de vida aun en invierno. Además, se decía que las parejas que se abrazaran debajo de su sombra, sellarían su unión para siempre ya que se trataba del árbol del amor.

La leyenda del árbol del amor

En la plazuela de Miguel Auza en la ciudad de Zacatecas, ocurrió una historia de amor, que hoy forma parte de las leyendas de este destino colonial.

Era el año de 1860. México aún sufría los estragos de la invasión estadounidense. Sin embargo, dicha plazuela era un rincón apacible y agradable para todo aquel que lo visitara. Ahí solían acudir vendedores, feligreses y aguadores. Y, fue precisamente uno de estos últimos el protagonista de la leyenda del árbol del amor.

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El aguador se llamaba Juan. Se trataba de un muchacho que no contaba con más riqueza que su bondad, buen humor y un corazón gigante. Juan se había enamorado de Oralia, una joven acaudalada y hermosa, de ojos brillantes y sonrisa envolvente. Sin embargo, consciente de su precaria condición económica, Juan trabajaba noche y día, día y noche.

Desde muy temprano, nuestro protagonista se iba a la mina con la esperanza de encontrar una gran veta de plata para así impresionar a su amada. Aunque, durante mucho tiempo no tuvo suerte, Juan no se desanimó. El enamorado estaba decidido. Así que, después de la mina, se convertía en aguador y, junto con su fiel compañero –un burrito de ojos negros–, se encargaba de vender agua.

Juan y su burrito recorrían casa por casa hasta llegar a la plazuela de Miguel Auza. Ahí se detenía para regar el pequeño jardín de su amada, así como al pequeño árbol que Oralia había sembrado –algunos dicen que se trataba de un árbol llamado aralia paperifer mientras otros creen que se trataba de un simporicarpium de origen asiático–. Juan pasaba la mayor parte de la tarde en ese lugar. Poco a poco se ganó el aprecio de los lugareños y, mejor aun, el de Oralia. Esta joven se mostraba agradecida y amable con el muchacho. A ella no le importaban las diferencias sociales así que se hicieron grandes amigos.

Los días pasaban y Juan rebozaba dicha. Se sentía el hombre más afortunado de Zacatecas por tener la amistad de Oralia. Siempre, después de verla, regresaba a su casa y le recitaba a su burrito los poemas de amor más cursis pero sinceros que se hayan escuchado alguna vez. El burrito lo miraba con resignación pero contento de ver a su amo tan alegre.

Un visitante inesperado…

Pasó el tiempo. Juan y Oralia eran cada vez más íntimos. Sin embargo, su amor no se había concretado. Mientras tanto, en el interior de Oralia crecía un sentimiento tierno pero distinto al de la amistad. No obstante, un evento los puso a prueba. Había comenzado la invasión francesa y a la ciudad zacatecana llegó un hombre que hizo temblar el corazón de todas las muchachas. El responsable era un francés de porte galante. Su nombre era Philipe Rondé.

A pesar de ser parte del ejército enemigo, Philipe Rondé se había ganado el aprecio de los zacatecanos. Era un hombre sencillo y amable con todos. Su cercanía con el pueblo aumentó después de conocer a Oralia. El francés quedó maravillado con la belleza de la muchacha, tan distinta en modos y apariencia a las mujeres de su país. Así que, sin perder tiempo, Philipe le habló de su amor y de sus intenciones de quedarse junto a ella para siempre.

Oralia no solo se sintió conmovida sino que algo en su interior correspondía a aquel extranjero. Al mismo tiempo, Juan se dio cuenta de lo que pasaba. A partir de la llegada de Philipe, las tardes ya no eran tan maravillosas para él. Y es que, cuando arribaba a la plazuela, los veía hablar y mirarse como si ninguna otra cosa importara.

Oralia toma una decisión

La joven Oralia se sentía confundida. No tardó en conocer el motivo: se había enamorado de Juan y de Philipe. Sin embargo, debía tomar una decisión. Le parecía cruel aquel juego del destino y no sabía que hacer. Comparó los mundos de aquellos hombres. Ambos eran muy distintos el uno del otro. No obstante, los dos eran hombres de igual valor. Para pensar con claridad, se dirigió a la iglesia y rogó a todos los santos alguna señal o ayuda.

De pronto, Oralia rompió en llanto. Estaba desesperada y no quería tomar una decisión injusta o incorrecta. Después de un rato, salió de la iglesia y se dirigió a su jardín. Para entonces, el árbol que hacía muchos años había sembrado y que Juan había regado, ya era muy grande. Así que, Oralia se sentó debajo de su sombra sin dejar de pensar a quién debía elegir.

La frustración de Oralia era tal que volvió a llorar inconsolablemente. En ese momento, las ramas del árbol crujieron y sobre el regazo de Oralia cayeron diminutas gotas de agua. Eran las lágrimas del árbol. En un instante, aquellas lágrimas se convirtieron en un delicado y aromático ramo de flores. El hecho había sido una revelación. Oralia por fin sabía a quién elegir: su tierno corazón se decidió por Juan.

La elección correcta

Al día siguiente de que Oralia decidiera, Philipe se presentó en su casa. Sus ojos se veían tristes y distantes. Le comunicó a la familia y a su amada una triste noticia: debía partir. Los franceses lo requerían en su país y no sabía si después de eso podría volver así que tomó la mano de Oralia y se despidió para siempre. En sus hombros cargaba con la pesadez de alejarse de su amada. Sin embargo, Oralia se sentía triste pero al mismo tiempo aliviada pues había elegido correctamente.

Esa misma tarde, Juan se mostraba tan entusiasta y alegre como al principio. Por fin había encontrado una gran veta de plata y estaba dispuesto a pedir la mano de la joven. Debido a ello, pasó toda la noche anterior ensayando un largo discurso lleno de palabras amorosas para Oralia. Así que, Juan no perdió tiempo y llegó a la plazuela.

Ahí vio a Oralia. La muchacha deslumbraba con su semblante alegre y, antes de que Juan pudiera decir algo, Oralia lo abrazó y le plantó un enorme beso en los labios. El hecho tomó a Juan por sorpresa así que hasta del discurso y de la veta se olvidó. Poco tiempo después, los jóvenes se casaron y su amor se convirtió en ejemplo de los enamorados zacatecanos.

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A partir de entonces, se creó la leyenda del árbol del amor. Además, la gente aseguraba que todos los enamorados que quisieran sellar su afecto o compromiso, debían hacerlo debajo de la sombra de aquel árbol fruto y protector del amor de Juan y Oralia. Sin embargo, con el paso del tiempo, poco a poco la leyenda cayó en el olvido y aquel árbol fue cruelmente talado.

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autor Amante de la literatura, de la fotografía y de descubrir los tesoros de México.
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