Las haciendas de Zempoala, Hidalgo
Con una docena de formidables cascos, Zempoala, Hidalgo, podría ostentar con merecido orgullo el título de “municipio de las haciendas pulqueras”. pocos lugares de México se pueden ufanar de contar con tantas haciendas hermosas en tan reducida extensión.
Los recuentos históricos hablan de más de 20 haciendas en lo que actualmente es Zempoala. Hoy queda una docena que, a pesar de todo, es un considerable número para un municipio de apenas 31 mil ha. Con sólo el dos por ciento del total de la superficie hidalguense, Zempoala conserva el seis por ciento de las 200 haciendas que se contabilizan en Hidalgo. Tales cifras significan, además, que cuando se recorren aquellos caminos nos topamos con un antiguo casco cada siete u ocho kilómetros, a veces menos. Zempoala es, en suma, el municipio que hay que visitar si nos queremos empapar de haciendas mexicanas.
Lo mejor es que las cifras no lo son todo. El esplendor de las viejas haciendas de Zempoala, aunque puede gozarse al mayoreo, toma un brillo peculiar en cada una de ellas. Se pueden encontrar rasgos comunes y compararlos, pero siempre hay grandes diferencias.
Las fincas de un presidente
Si hay un personaje simbólico de las haciendas de Zempoala, ése es don Manuel González, el famoso general liberal y compadre de Porfirio Díaz, que fuera presidente de México entre 1880 y 1884. Adquirió dos haciendas contiguas al oriente del municipio. La de Santa Rita, que a finales del siglo XVIII perteneció a la marquesa de Selva Nevada, que aún conserva su aire virreinal. En una de sus esquinas tiene un aljibe descomunal que bien podría ser el mayor del país. Entre esta hacienda y la de Zontecamate, municipio de Singuilucan, se yergue, escondida, la bella hacienda de Tecajete que fue, con toda razón, la favorita de González.
Según los relatos, cuando González llegó a la presidencia le encargó la reconstrucción de la hacienda al joven arquitecto Antonio Rivas Mercado, recién vuelto de sus estudios en Francia (véase México desconocido núms. 196 y 197). Rivas Mercado, recordado sobre todo por la columna de la Independencia en el Paseo de la Reforma, dejó ahí una especie de castillo, majestuoso en su exterior y provisto de apacibles patios en su interior. En uno de ellos se extiende el ancho espejo de un jagüey y, un poco más allá, en una huerta, se observan 46 arcos del tramo inicial del famoso acueducto del padre Tembleque. Al recorrer todo eso, no sorprende que el presidente la haya tomado como su rincón predilecto de descanso.
Juegos de cartas
En el otro extremo del municipo están las haciendas que pertenecieron a la familia Enciso. A mediados del siglo XIX –cuentan sus descendientes–, Cesario Enciso perdió en un juego de cartas la hacienda de Venta de Cruz, en el Estado de México (a unos metros del límite con Hidalgo). Don Cesario rehizo su fortuna y levantó en el pueblo la que se conoce como la Casa Grande, una de las pocas haciendas de la región que no produjo pulque. Fue más bien residencia familiar y hacienda mercantil. Los lugareños aún la llaman la “Tienda Grande”. Conserva salones señoriales de antología y en los bajos, tras un largo portal, el mobiliario original de una enorme tienda porfiriana, además de una panadería con hornos centenarios.
En tiempos del auge pulquero, a finales del siglo XIX, los Enciso concentraron la producción de esa bebida en Los Olivos, cerca del poblado. Le llamaban eufemísticamente “rancho” a lo que tenía las dimensiones de una verdadera hacienda; ahí residía un administrador, cuya casa seguramente fue la envidia de más de un hacendado. Ahí también están los portales originales que tuvo la Casa Grande hasta los años sesenta del siglo XIX, cuando fue reedificada.
No lejos de ésta hay otras dos haciendas espectaculares. Tepa El Chico tiene su edificio mayor sobre un eje longitudinal en el que se suceden torreones, tinacal, casa grande, capilla y otro torreón. Enfrente de esta línea aún se aprecia la vieja vía angosta sobre la que corrían las “plataformas” con los barriles de pulque rumbo a la estación del ferrocarril. El conjunto resulta nostálgico.
San José Tetecuinta es más pequeña, pero mucho más aristocrática. El camino de entrada desemboca en una pista que rodea una fuente frente a un magnífico porche de altas columnas. Paisajes campiranos –posiblemente frescos de finales del siglo XIX– decoran varios de los muros interiores y exteriores de la casa.
San Antonio y Montecillos
Hacia el sureste del municipio están dos haciendas que al parecer son las más viejas. Se estima que San Antonio Tochatlaco fue erigida en la primera mitad del siglo XIX. Montecillos tiene un aspecto más virreinal. Las dos ofrecen un gran contraste arquitectónico. Mientras que la primera está construida formando un solo gran rectángulo, la otra es una colección disgregada de edificios: la casa, el tinacal, los establos, la calpanería, etcétera.
Hay otras haciendas que lamentablemente no se pueden visitar, pero que pueden disfrutarse desde el exterior. Una es Arcos, visible desde la autopista a Tulancingo. Lleva ese nombre probablemente porque está a la vera de otro de los tramos arqueados del acueducto de Otumba, no lejos de Tecajete. La otra es Pueblilla, entre Santa Rita y el pueblo de Zempoala. Esta hacienda, con una de las mejores fachadas de haciendas que puede haber en Hidalgo, repite en forma singular el drama –y la riqueza– del municipio: en medio del olvido y el abandono aún reluce el viejo esplendor porfiriano.
Cómo llegar a Zempoala
Saliendo de la ciudad de México por la autopista Pirámides-Tulancingo (federal núm. 132). En la primera desviación a Ciudad Sahagún-Pachuca dar vuelta hacia el norte, rumbo a Pachuca; Zempoala se ubica a cinco kilómetros de ahí (y a 25 km al sur de Pachuca).
Las haciendas visitables del municipio (mencionadas en el texto) son de propietarios agrupados en la Asociación de Hacendados de Zempoala. Este organismo autoriza y gestiona las visitas de grupos, de preferencia grandes (de varias decenas de personas).
¿Quieres escaparte a Hidalgo? Descubre y planea aquí una experiencia inolvidable