Las orugas mexicanas
De apariencia grotesca por sus extrañas formas, colores llamativos y cuerpo adornado por prolongaciones que forman cuernos, colas y otros apéndices, son las orugas, sin relación en su configuración física pero vitales en el ciclo reproductivo de las mariposas.
Las cuatro etapas que constituyen la vida de una mariposa son una maravilla natural: huevo, oruga, crisálida y mariposa. De la fase de huevo nace una pequeña oruga que sólo vive para crecer y alimentarse. Después, la diminuta larva se libera de su piel hasta en quince ocasiones, para producir una más flexible y crecer y convertirse en crisálida; ya dentro de ésta, la oruga cambia de forma por completo y no crece más.
Las orugas, como todos los insectos, poseen cabeza, abdomen y tórax con seis patas, cada una terminada en pinza curva y aguda. Utilizan sus patas para caminar y sostener su alimento; en cambio, sus pares de “patas falsas”, más gruesas que las verdaderas, y una corona de ganchillos, son útiles para sostenerse de hojas y ramas. Su cuerpo, dividido en anillos, tiene segmentos en tres regiones; cefálica, con un solo anillo; torácica, con tres porciones, y el abdomen, compuesto de nueve partes. Los tres segmentos anteriores poseen patas, llamadas “verdaderas” por ser las que permanecerán en el adulto; estos apéndices prensores intervienen en el avance de la oruga y le ayudan a sostener su alimento; las demás son membranosas y desaparecen con la metamorfosis.
Casi todas son conocidas como gusanos y es fácil observarlas en frutas, en plantas y en el suelo. La mayoría son alargadas con o sin prolongaciones, unas parecen babosas, otras cochinillas y muchas más presentan abundantes pelos. El abdomen contiene los músculos, el corazón, el fluido vital y el estómago; es la parte más amplia del cuerpo y la que facilita el movimiento; sus ocho espiráculos u orificios en cada costado le sirven para respirar. La piel es lisa en unas especies, otras tienen un vello corto y fino, y pelos largos, a veces con agudas espinas que pueden ser urticantes y que conservan su toxicidad aún después de separarse del cuerpo. La oruga carece de ojos compuestos, aunque en su lugar ostenta seis ocelos a cada lado con los que no distingue colores, pero sí formas y movimientos. Cerca está la boca, en su porción inferior frontal, formada por dos fuertes mandíbulas adaptadas para la masticación.
El cuerpo de la oruga, constituido por numerosos anillos, le permite crecer y agrandarse al ingerir su comida. Su piel no es elástica, cuando ya le queda pequeña debe mudarla, hasta diecisiete veces a lo largo de su vida, según la especie, y sólo en este único periodo deja de comer. Cuando la oruga está regordeta cambia su actividad y vaga de un lado a otro, a veces bastante lejos de la planta hospedera, pues busca un lugar seguro para instalarse y transformarse en pupa o crisálida. Es en esta última muda cuando muchas se encierran en un capullo de seda tejido con un dispositivo bucal y sus glándulas sericígenas; el capullo que rodea a la pupa mantiene la humedad y la protege de los depredadores. Otras, desde jóvenes se abrigan con seda, como las gregarias que ocupan nidos para protegerse del ambiente; y otras más unen varias hojas con hilos de seda.
VIVIR SÓLO PARA COMER
En un principio la mariposa hembra es muy previsora y escoge siempre una planta nutritiva para poner en ella sus huevos, porque la mayoría de las orugas sólo pueden comer una o dos especies vegetales; así, las larvas al nacer tendrán alimento cerca y empezarán a comer rápidamente. La primera actividad de la recién nacida consiste en devorar la envoltura del huevo para agrandar el hueco y poder salir; de este modo adquiere fuerzas para buscar alimento, pues durante todos los meses de su vida la oruga sólo acumula reservas y come hojas, brotes tiernos, frutos, flores, madera, pieles, tejidos de lana, restos de sus huevos y hasta a sus congéneres. La mayoría de las orugas viven solitarias en la planta alimenticia exclusiva para cada especie, sólo algunas pueden comer varias plantas.
A diferencia de la mariposa, la oruga siempre es masticadora, está bien equipada y su boca hendida le permite devorar las hojas por el borde, con un par de fuertes mandíbulas y maxilas auxiliares en la masticación. Su enorme voracidad la puede convertir en plaga que devasta con rapidez hojas, cultivos y jardines, aunque son pocas las especies con este poder destructivo. Después de comer suelen ocultarse en el envés de las hojas, en la corteza de troncos, bajo las piedras, o se refugian en el suelo. Las que viven agrupadas son de talla pequeña y se independizan al llegar a la madurez, mientras que otras son sociales durante toda su vida. Los biólogos han observado que esta sociedad temporal se debe a que en su infancia están expuestas al ataque de aves y otros enemigos; el peligro disminuye al crecer, pues sus apéndices, ya más grandes, les dan aspecto terrible, adquieren toxicidad y sabor desagradable o se confunden con su medio.
El peligro es constante para las regordetas orugas, pues aves, lagartijas, ranas, arañas, avispas y muchos animales más, pueden ser enemigos mortales. Aunque las aves son las más citadas, no son las mayores exterminadoras, pues arácnidos y coleópteros les causan graves daños, y sobre todo los insectos endoparásitos y ciertas bacterias. Algunos insectos depositan sus huevos dentro de la oruga y la dejan vivir en libertad, otros la paralizan y la llevan a su escondite para conservar su cuerpo fresco como alimento de sus larvas, y muchas orugas más son infectadas por hongos epidérmicos.
SUTILES ESTRATEGIAS DE DEFENSA
Las orugas llegan a ser larvas apetecibles que no quieren ser comidas, y para ello emplean diferentes estrategias. Al salir del huevo deben defenderse: unas se alimentan al cobijo de la noche y se esconden durante el día, y otras lucen ojos falsos de gran tamaño en la parte superior del cuerpo para crear un aspecto horrible y asustar a posibles depredadores. Como no pueden correr para escapar de sus enemigos, han adoptado diferentes formas de defensa: despiden olores repelentes, lanzan ácido fórmico líquido o presentan cuernos bañados con sustancias pestilentes. Son comunes las orugas cubiertas de pelos urticantes, como los llamados “azotadores” del centro de México.
Practican todas las técnicas del camuflaje: las especies que viven en las hojas presentan tonos verdes, y las que frecuentan ramas o troncos son cafés; otras nacen con un color y cambian al crecer.
No obstante, su mayor adaptación para no ser descubiertas consiste en ser muy discretas y permanecer inmóviles para pasar inadvertidas. Dependen del mimetismo para sobrevivir, engañan a sus enemigos con disfraces que las hacen lucir diferentes, parecen hojas, semillas, tallos, espinas e incluso excremento de aves, como las orugas de las grandes mariposas Papilio. Las que están protegidas por caracteres miméticos no se ocultan, o lo hacen parcialmente: unas presentan dibujos que “rompen” la línea del cuerpo para camuflajearse mejor, y están las que se disfrazan para parecer corteza de árbol, basura o ramitas, en general poco deseables como alimento.
Además de recursos miméticos, las orugas tienen otros elementos defensivos, como órganos odoríferos y protuberancias externas que ahuyentan al enemigo, como hacen las orugas de las polillas, que están provistas de apéndices dorsales o laterales, plumosos y largos, que a veces son tantos y tan grandes que las convierten en verdaderos monstruos. Algunas, como la monarca, se alimentan de plantas con propiedades tóxicas que no las dañan, pero sí hacen que tengan mal sabor; así, las aves que las comen sufren molestos dolores y pronto aprenden a respetarlas. Muchas orugas con mal sabor no son discretas y ostentan tonos llamativos, denominados “colores de advertencia”, que mantienen lejos al enemigo; es una forma de mostrar que saben mal o que son tóxicas. Otras, ante el peligro, se dejan caer, quedando colgadas de un hilo, para después subir de nuevo hasta su refugio.
Las orugas viven en constante peligro: son comida de numerosos animales y por lo tanto deben hallar suficiente alimento para reunir energía, cuidarse de sus depredadores y sobrevivir a las inclemencias del tiempo; sin embargo, en los años recientes, en todas sus fases son víctimas de varios venenos artificiales, lo que ha afectado gravemente a sus poblaciones.
En el aspecto benéfico, huevos, orugas, pupas y mariposas representan una insustituible fuente de alimento para la fauna silvestre. Por otro lado, también cumplen la función ecológica de equilibrar su medio natural, porque a su vez devoran a otras orugas, afídidos, pulgones, grillos, hormigas e insectos pequeños, que llegan a ser nocivos o a constituirse en plagas.
TRANSFORMACIÓN MARAVILLOSA
La oruga vive varios meses, salvo excepciones en que la longevidad supera el año; para ello necesita mudar de piel cuantas veces requiera su desarrollo, y en la medida en que abunda el alimento más rápido puede convertirse en crisálida. Los primeros indicios de este inminente cambio son el ayuno absoluto, lo que le permite limpiar su estómago; al mismo tiempo, con gran inquietud vaga de un lado para otro, hasta encontrar un lugar adecuado donde adherirse y realizar la transformación. Después, en el interior del capullo, continúa el discreto cambio. Un día, finalmente, se asoma y sale, ahora convertida en una bella mariposa: un insecto importante en la trama de la vida durante más de 50 millones de años.
Pese a todo, hoy la vida silvestre está en peligro y sabemos que cuando un animal o una planta se extinguen es para siempre. El hábitat es perturbado por contaminantes, incendios, cultivos, productos tóxicos, construcciones y demografía humana. Debemos evitar que especies de orugas y mariposas desaparezcan, pues desde el inicio de los tiempos han sido admiradas por su frágil vuelo y su belleza, y han formado parte de la cultura, el arte y las ciencias de incontables pueblos, que las han esculpido, pintado e incluido en cuentos, poesías y danzas. La mariposa es una maravilla que agrega belleza visual y misterio a nuestro mundo, y su metamorfosis ha sido un símbolo de cambio de vida a lo largo de la historia del hombre.
Fuente: México desconocido No. 276 / febrero 2000