La leyenda de los Muerteros que surgió en un tenebroso callejón de la CDMX
Se dice que en el Callejón de Muerteros vivía un hombre que regresó de la muerte y que, después de eso, adivinaba quién moriría pronto, así que les preparaba un ataúd a la medida.
La leyenda de los Muerteros
Muchas son las leyendas inquietantes que resguarda el Centro Histórico de la Ciudad de México, y entre ellas existe una que podría perturbar a aquellos que frecuentan el lugar de los hechos. Se trata de la leyenda de los Muerteros, una historia en la que un hombre que regresó de la muerte es el protagonista.
Según la leyenda de los Muerteros, había un callejón por el cual la gente llevaba a sus muertos envueltos en sábanas (dicho sitio también recibió el nombre del Callejón de la Muertería y actualmente se le conoce como Tabaqueros). La razón era que, durante la época de la Colonia, ahí vivían varios fabricantes de ataúdes, es decir, muerteros.
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Espiridón Sepúlveda, uno de los muerteros más misteriosos
Uno de los «muerteros» más famosos era Espiridón Sepúlveda, el cual tenía un aspecto que inquietaba a todos debido a su parecido con la Muerte y a su voz cavernosa. Además, para prestar sus servicios, era necesario que la gente le llevara al difunto en cuestión. Posteriormente, Espiridón hacía el cajón a la medida y él mismo lo entregaba en la puerta de la familia correspondiente.
Así, durante el trayecto, la gente podía escuchar el sonido del cuerpo rebotando dentro de la caja mientras parecía ser paseado por Espiridón. Y aunque esta peculiar costumbre ya de por sí era extraña, había toda una serie de habladurías y suposiciones sobre el origen del muertero.
Según se decía, desde que las primeras casas del callejón comenzaron a levantarse en 1560, Espiridón ya vivía ahí. Además, la gente recordaba que desde siempre su apariencia había sido la de un anciano, por lo que no sabían cuántos años tenía ni porqué aún se encontraba con vida.
Asimismo, Espiridón vivía solamente acompañado de un perro que siempre tenía el pelaje mojado y tenía numerosas costumbres fuera de lo común. Una de ellas, por ejemplo, sostenía que de ninguna forma podía salir de su negocio una caja vacía. Debido a esto, cuando un hombre le ofreció una gran cantidad de oro para que le llevara un ataúd a un familiar muerto, Espiridón le dijo que lo haría con la condición de que mandara a un criado para que el cajón no saliera vacío.
Un ataúd a la medida
Después de completar aquel trabajo, Espiridón Sepúlveda se dedicó a hacer un nuevo ataúd. Sin embargo, esta vez no se trataba del encargo de algún cliente, sino que el cajón estaba diseñado especialmente para él mismo. Fue así como los vecinos se enteraron de que el muertero había logrado predecir su propia muerte.
Al no tener familiares ni amigos, quienes descubrieron el cadáver fueron don Luis de Salamanca y su hermana Rústica. Ambos habían acudido a Espiridón con el fin de que les hiciera una caja para su madre recién fallecida. Empero, al hallar el ataúd con el cuerpo y rodeado de cirios, los hermanos llamaron a los colegas del muertero y entre todos lo llevaron al cementerio de San Andrés.
El regreso de la muerte
Esa noche, el silencio era interrumpido por los tenebrosos golpeteos del cadáver al ser trasladado al cementerio y por las oraciones que algunas gentes piadosas emitían. La noticia del deceso corrió rápidamente y aunque hubo quienes por cortesía se persignaron, en el fondo agradecían que aquel misterioso personaje por fin desapareciera.
Empero, ese no fue el final de la leyenda sino tan sólo el inicio. Y es que, en ese entonces, la gente no era enterrada a gran profundidad. Por ello, los veladores del cementerio pronto escucharon un crujido fuerte que provenía de la tumba de Espiridón. Al acercarse, vieron cómo emergía primero la mano y después el cuerpo entero del difunto.
El velador de inmediato cayó muerto del susto. Mientras tanto, Espiridón se alejó dando grandes pasos junto a su fiel perro, quien lo esperaba junto al sepulcro. De esta forma, Espiridón volvió a su casa como si nada hubiera pasado. La gente quedaba muda de terror al verlo; y el miedo se volvió aún mayor cuando a Espiridón le dio por medir a algunas personas.
Al principio, nadie entendía porqué realizaba tan siniestra acción. Empero, el motivo pronto apareció. Resulta que, poco tiempo después de que Espiridón Sepúlveda medía a alguien, el desafortunado caía muerto. Por ello, toda la gente huía despavorida cuando Espiridón se acercaba, temiendo ser ellos los siguientes en perder la vida.
Sin embargo, los presentimientos del muertero eran inevitables, por lo que, aunque las personas trataran de huir, el final las alcanzaba de manera inevitable. Así transcurrieron los años hasta que el muertero y su extraño perro desaparecieron sin previo aviso y sin dejar rastro alguno.
Posteriormente, el Callejón de los Muerteros fue ocupado por tabaqueros, luego por árabes y judíos que se dedicaban a fabricar babuchas. Actualmente, el Callejón es conocido con el nombre de Tabaqueros y se le recuerda porque ahí vivió doña Guadalupe, la nieta de Miguel Hidalgo. ¿Y tú, conocías esta misteriosa leyenda?