Leyenda dorada: la conquista de Querétaro
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Leyenda dorada: la conquista de Querétaro

Querétaro
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El territorio del estado de Querétaro fue ocupado en la antigüedad por diversas corrientes migratorias. Aquí la historia de la conquista de este territorio.

El territorio del estado de Querétaro fue ocupado en la antigüedad por diversas corrientes migratorias. Entre las primeras registradas por la historia están los grupos otomianos que, en los inicios de nuestra era, poblaron la amplia zona que rodea la cuenca de México y comprende los actuales estados de Hidalgo, México y Querétaro. En otro momento, la arqueología detectó la presencia de teotihuacanos y toltecas. Más tarde llegaron los chichimecas y hubo incursiones purépechas y aztecas que dejaron huellas de su paso por estas tierras. Por su condición de frontera entre Mesoamérica y Áridamerica, la región se prestó a fluctuaciones culturales y poblacionales que impiden fijar elementos propios de una cultura local originaria.

Con la caída de Tenochtitlan se acentuó la migración de otomíes al Bajío, conforme avanzaron las huestes conquistadoras. Dichos indígenas se establecieron en las cercanías de la actual ciudad de Querétaro, en una cañada conocida como Andamaxei, “lugar en donde se juega a la pelota”, y que en náhuatl, con igual significado, identificaban como Tlachco, quizá por la configuración topográfica similar a una cancha de doble cabecera.

Al arribo de los conquistadores, se le llamó a dicha cañada con la voz purépecha Crétaro o Queréndaro, que derivó en Querétaro, cuyo significado es “pueblo o lugar de peñas” y también se traduce como “juego de pelota”.

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El encomendero Hernán Pérez de Bocanegra convenció al indígena Conin de que aceptara ser su vasallo, previo juramento de conversión a la nueva religión y fidelidad a la Corona Española. Conin fue bautizado con el nombre de Fernando de Tapia. Los militares españoles habían logrado dominar la región del señorío otomí de Xilotepec, lugar donde se planeó la conquista y pacificación del territorio queretano, y que a la manera culterana fue ponderado por Carlos de Sigüenza y Góngora al afirmar que ahí ejercía “particular influjo el signo de Sagitario, casa y gozo del benévolo Júpiter, causa suficiente de su admirable abundancia y de su deliciosa frescura, porque aunque su temperamento esencial es moderadamente caliente y seco, esta última cualidad accidentalmente se desvanece con la mucha copia de agua, que humedece y refresca el asiento y contornos de la ciudad. De los doce signos, por caer esta en la merindad boreal de la tórrida zona, pasan cada día por su zenit de los Peces al Septentrional, la cabeza y lomos de Aries, como también de Tauro, los muslos de Géminis, todo Cáncer y Leo, y la mano diestra de Virgo. De las otras constelaciones:  los muslos de Bootes, la cabeza de la Serpiente de Ofluco, y el cuello de este, la Saeta, el Pegaso y el brazo siniestro de Andrómeda”.

Estudiar el episodio de la conquista de Querétaro es algo complejo por la escasez de fuentes documentales. Éstas han sido analizadas y contrastadas con la versión divulgada por los franciscanos. La historiografía frailesca, única fuente de información consultada hasta principios del presente siglo, refiere un combate -entre 60,000 hombres– sin armas, a mano limpia, proseguido de un eclipse, de las apariciones de una cruz refulgente y de la figura galopante de Santiago Apóstol. Al alborear el 25 de julio de 1531, las huestes de Fernando de Tapia y Nicolás de San Luis Montañez, y las de don Lobo y don Coyote, jefes indígenas, iniciaron la contienda, ”se enfrentaron cristianos y gentiles, en la loma conocida con el nombre de Sangremal que es esta misma en que hoy está la iglesia y colegio de la Santísima Cruz; y puestos en fila, en número igual de combatientes, se trabó de una y otra parte la lucha tan reñida, que llegaron a herirse a puños cerrados. Las voces, las cajas y los clarines resonaban entre tanto. Los que estaban a la vista disparaban hacia lo alto a carga cerrada, los fusiles y las flechas.

Con la polvareda que levantaban los pies, con el humo de la pólvora y con un eclipse que parece hubo a es tiempo, se oscureció el día con una opacidad tan pavorosa, que acongojaba los ánimos de todos. En medio de esta oscuridad observaron de repente, tanto cristianos como gentiles, una claridad tan viva que les llamó fuertemente la atención aún a los mismos combatientes: y vieron en lo alto del cielo, suspensa en el aire, una cruz refulgente, de color entre blanco y rojo, como de cuatro varas de largo, y a su lado, el batallador patrono de España, el Apóstol Santiago, en su blanco corcel, como ya en muchas otras ocasiones se había aparecido en las batallas de los españoles contra los gentiles, decidiendo todas ellas a favor de los cristianos, y cuyo día era. Con este prodigio, terminó la enconada lucha entre cristianos y gentiles, los cuadillos del ejército conquistador tomaron posesión del lugar en nombre del Rey de España. Los gentiles sometidos se pacificaron y admitieron desde luego la luz del Evangelio que les proporcionaron los misioneros y pidieron en señal de paz, que se colocara una cruz en la cumbre de la toma del Sangremal, que fue el lugar donde se dio la batalla y donde se apareció la Santa Cruz y el Apóstol Santiago”.

El “suceso” fue consignado únicamente por cronistas franciscanos, desde la primera mitad del siglo XVII. El texto más acabado de la efeméride, lo escribió fray Isidro Félix de Espinosa, con el cual inició su Crónica Apostólica y Seráfica de todos los Colegios de Propaganda Fide de esta Nueva España, publicada en México por la viuda de Hogal en 1746.

Es innegable que se dio una batalla, pero esta fue cruenta, con gran mortandad, no pudo ser de otra manera. Era imposible que se pactara una lucha amistosa con infieles. La verdadera historia fue revestida de alegorías.

Lo cierto es que Querétaro nació como pueblo de indios y así se mantuvo por más de 50 años. Fue hasta el año de 1655 cuando le fue conferido el título de ciudad. Su ubicación, entre la ciudad de México y las minas de Zacatecas, la favoreció. Fue paso obligado al Bajío, al norte y noroeste de la Nueva España, lo que le valió ser denominada la garganta de tierra adentro.

A partir de 1550 se empezaron a avecindar en la población familias de españoles que contribuyeron al mestizaje. Al fundirse las etnias, el castellano empezó a sustituir a las lenguas nativas.

Los caciques en general, desempeñaron funciones gubernamentales, judiciales y fiscales; su fuerza y poderío se dejó sentir hasta el segundo tercio del siglo XVII, después fue decayendo cuando se introdujo el régimen municipal con autoridades españolas. Entonces los caciques ladinos quedaron relegados como intermediarios para llevar litigios ante las nuevas instancias burocráticas. Fernando fue el elemento clave para la “conquista modelo”, a él se debieron innumerables fundaciones y la colonización de grandes extensiones de terreno, por lo que le fueron concedidas generosas mercedes de tierra y vasallos para su servicio. Organizó los primeros repartos agrarios entre los indios, construyó canales de riego, participó en las incipientes labores agrícolas en el valle, fomentó el cultivo del trigo y chile, abrió el ojo de agua de La Cañada y desecó la ciénega de Carretas, con lo que se beneficiaron los lugareños. Gobernó sabiamente entre los naturales, de cuya república fue nombrado gobernador vitalicio; levantó las primeras casas consistoriales, en sus juzgados se tenían intérpretes que dominaban el otomí, el purépecha, el náhuatl y el castellano para ventilar las querellas posibles.

Fernando de Tapia contrajo matrimonio con Magdalena Ramírez, de origen otomí y sobrina de Nicolás de San Luis Montañez. Procrearon cinco hijos: Diego, Magdalena, María, Catalina y Beatriz. El Viejo cacique falleció en febrero de 1571.

Las hijas de Fernando de Tapia casaron con indios principales, caciques de comarcas circunvecinas, matrimonios con los que se establecieron alianzas para un mayor control de las zonas conquistadas. Catalina contrajo nupcias con Gaspar de Salazar, principal de Tajimaroa; Magdalena con Pedro Huitziméngari, de la estirpe michoacana; María con Miguel Ávalos, principal de Xilotepec y gobernador de Querétaro y Beatriz con Francisco de León, principal de Acámbaro y también gobernador de Querétaro. Todas enviudaron y de ninguno de estos enlaces se registró descendencia. Por lo menos tres de ellas no sabían leer y escribir el castellano, detalle. que no debe verse como incapacidad o resistencia.

Por su parte, Diego de Tapia casó con María García, de Xilotepec, y procrearon a Luisa, que años más tarde tomó los hábitos religiosos con el nombre de María Luisa del Espíritu Santo, y fue fundadora y patrona del convento de Santa Clara de esta Ciudad. Diego administró los cuantiosos bienes heredados de su padre y hermanas e igualmente participó con la Corona Española en la conquista de nuevas posesiones. Se dedicó con bastante provecho a la ganadería y a la agricultura. Falleció en noviembre de 1614. En 1633 sus restos mortales fueron trasladados al presbiterio del nuevo templo de las clarisas, del lado del Evangelio, en cuyo muro fue pintado su retrato orante y su escudo de armas.

En el segundo tercio del siglo XVII, con la muerte de la religiosa María Luisa del Espíritu Santo, se cerró el ciclo de las tres generaciones de esta familia de caciques. Los Tapia habían desechado su condición cultural de indígenas, vivieron, vistieron, pensaron, oraron y murieron como españoles.

Para algunos historiadores, la fundación de Querétaro, en 1531, fue una bien lograda adaptación teatral, cuyos antecedentes se remontan a la tradición religiosa y a los años de la liberación de España de la influencia mora. Se puede afirmar que los franciscanos, únicos pastores de almas y mentes de la región hasta la secularización de la parroquia en 1759, armaron desde el mismo siglo XVI, la “historia didáctica” del Auto de la Conquista de Querétaro, en donde mezclaron dos asuntos, el primero relacionado con la cruz de Constantino (IN HOC SIGNO VINCES: Con esta señal vencerás), y el segundo, emparentado con la tradición española de las apariciones santiaguinas.

No estaban haciendo nada nuevo, solo ponían en práctica tácticas probadas en otras épocas y lugares. De este modo, el argumento bien estructurado se incorporó a las crónicas, y a fuerza de repetirlo tomó solidez, al grado que en 1655, los principales elementos iconográficos de la leyenda dorada, fueron entresacados para plasmarlos en el escudo de la Muy Noble y Leal ciudad de Santiago de Querétaro. El escudo consta de tres cuarteles, uno superior y dos inferiores; el superior en campo azul, presenta al sol que sirve de pedestal a una cruz, con una estrella abajo de cada brazo. El cuartel inferior derecho en campo de oro, lo ocupa la figura de Santiago apóstol, a caballo, espada en mano. Y en el cuartel inferior izquierdo en campo de plata, con un fuerte significado eucarístico, se colocó una vid o una cepa con su fruto y unas espigas de trigo.

Se trataba de darle una atmósfera celestial a esta prometedora población, sacramentada por los seguidores del santo de Asís. Un argumento maniqueo y aleccionador cumpliría con el objetivo: un bando cristiano, otro de infieles. Una lucha singular, cuerpo a cuerpo. Los buenos casi pierden, los malos casi ganan. Los primeros clamaron la intervención divina y esta llegó a través de un eclipse, las sombras envolvieron al sol, se llegaron a ver las estrellas, encima del astro una gran cruz refulgente y en el cielo, el apóstol Santiago a caballo, blandiendo su espada. Los infieles se rindieron, ya que un símbolo más poderoso que el sol se posó sobre él; anhelaban abrazar la nueva religión y que se les administrara el bautismo. Esto se les leyó y se les representó vivamente en teatro, pinturas murales y sargas. Fue así como el episodio entró en lo profundo de las mentes de los neófitos. La conquista de Querétaro fue una puliendo en la biblioteca conventual, y sazonando con diversas plumas de cronistas quienes vieron en esta mentira piadosa, un acontecimiento ejemplificante y evangelizador.

Las fiestas de la Santa Cruz que se celebran a mediados de septiembre en Querétaro, son fragmentos que se rescataron, en el siglo XIX, del Auto de la Conquista de Querétaro. Dicha obra se componía de tres partes. La primera, constaba de diálogos ingenuos, entre los representantes de los bandos, mediante los cuales exponían sus razones y los porqués de sus actitudes de ataque y resistencia. En la segunda, se representaba un simulacro de lucha a brazo partido digno de pulsadores, gimnastas o danzantes; se veían personajes que representaban a Nicolás de San Luis Montañez y Fernando de Tapia, el legendario Conin, con todo y las apariciones de Santiago, la cruz y el eclipse, logradas con la ayuda de tramoyas, crespones y telones. Ese acto concluía en el momento de la rendición. La tercera parte, comprendía la evangelización de los vencidos, quienes festivos se manifestaban con cantos y danzas, frente a la cruz y al santo tutelar que en adelante los protegerían.

Ya para finalizar, los queretanos sabemos que las buenas intenciones y la tradición empedraron con solidez de monumento estos pasajes. La labor del investigador es ardua. Poco a poco, los documentos notariales de diversos archivos nos están aproximando al campo histórico. Mientras tanto, la leyenda dorada de la conquista de Querétaro, ya es Patrimonio Cultural de la Humanidad.

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autor Conoce México, sus tradiciones y costumbres, pueblos mágicos, zonas arqueológicas, playas y hasta la comida mexicana.
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