El fascinante mundo de las librerías de viejo en la Ciudad de México
Te presentamos una mirada a esos originales locales, ubicados en el corazón de CDMX, donde lo mismo podrás hallar títulos usados que verdaderas joyas literarias... ¡a precios de locura!
Para todos aquellos que sufrimos la desmesurada fiebre por la compra y el coleccionismo de libros, la vetusta Ciudad de México ha sido un verdadero paraíso por la abundancia y variedad de negocios dedicados a la venta de libros usados, los cuales tienen en ocasiones una procedencia oscura e inenarrable; en ellos se entretejen historias que esconden pleitos de herencia, robos, angustias económicas y otras mucha anécdotas, que dan por resultado el que nuestros viejos amigos, los libros de segunda mano, aparezcan en el mercado una y otra vez.
Ya con anterioridad, algunos estudiosos han hecho importantes publicaciones como la de Libros y libreros en la Ciudad de México que nos relata especialmente la aventura de editar y vender estos vehículos de cultura, particularmente en la época colonial; así también, hay quien nos describe a los libreros anticuarios, la categoría más alta y sofisticada de los comerciantes de libros de segunda mano, quienes por sus conocimientos y especialización se dedican al tráfico de ediciones raras y valiosas que alcanzan precios estratosféricos.
Pero en esta ocasión centraremos nuestra atención en los sencillos vendedores de libros usados, de viejo o de segunda mano, los que con orgullo y dedicación, diariamente o en las ventas semanales y dominicales, ofrecen toda su mercancía a los curiosos e interesados. Nuestra experiencia personal se remonta a mediados del siglo pasado, cuando existían en la CDMX numerosos vendedores de libros usados que tenían su ubicación especialmente en el Centro Histórico; algunos de ellos nos relatan cómo sus antecesores ejercían su oficio en el desaparecido Mercado del ex Volador, en el espacio que hoy ocupa el edificio de la Suprema Corte de Justicia, adonde los había trasladado el Gobierno de la ciudad, después de que desapareciera el terrible Parían que afeaba la Plaza Mayor de la urbe.
Fue don Fernando Rodríguez -presidente por años de la unión de libreros-, que tenía su negocio en una vivienda de la calle de Mesones No. 129, en una extraordinaria vecindad del siglo XVIII, quien nos introdujo en el fascinante mundo del libro de segunda mano. Él nos fue guiando sobre el significado de las «primeras ediciones», de las «ediciones numeradas», de los empastados en cuero con dorados y repujados; fue también quien nos mostró aquellas joyas que tenían la dedicatoria del autor o los que conservaban los exLibris de algunos de sus dueños anteriores. Los diálogos conformaron un emocionante curso que duró varios años; durante él aprendimos las cosas básicas y más importantes que debe saber todo buen coleccionista de libros que, al final de cuentas, termina por ser un apasionado buscador de ediciones de todos los tiempos.
Por aquellos años, los recorridos incluían, durante la semana, además del local de don Fernando, la visita a la antigua librería del ex Volador y junto a ésta la del señor Navarro, ambas ubicadas en la calle de Seminario; en sus vitrinas siempre se localizaban maravillosas ediciones de arte accesibles para el público en general. Con el señor Navarro, lo interesante consistía en transponer los escaparates de su negocio. En sus bodegas, con una enorme dedicación, este personaje tenía millares de publicaciones sabiamente ordenadas alfabéticamente o por tema; su conocimiento de las ediciones no tenía límite; como buen especialista, en cada una de las publicaciones anotaba a mano características e importancia de las mismas. Otro lugar que no podía faltar era el local del licenciado Francisco Álvarez Orihuela, quien ofrecía un rico fondo bibliográfico especializado en arqueología e historia de México, destacando las ediciones clásicas, como las de Covarrubias, Caso, Bernal y otros pilares de estas especialidades.
En la calle de República de Venezuela, don Modesto Caamaño tenía además publicaciones periódicas de todo género, ofrecía mapas y cartas geográficas de magnífica calidad como las de la Comisión Geográfica Exploradora de México. En su librería, los sábados en las tardes se organizaban tertulias en las que se hablaba de todo género de información, tanto deportiva como bibllográfica. De camino al establecimiento del señor Vélez, que por algún tiempo estuvo casi enfrente de la antigua Cámara de Diputados en la calle de Allende y que después se pasó a República de Cuba, era obligado visitar primero la librería de «la Historia», y cerca de ahí la que fuera de don Ángel Pola, que si bien no se dedicaba a los libros usados, como originalmente editaba a los autores liberales del siglo XIX, constituía un maravilloso establecimiento frente a la Plaza de Santo Domingo; todos sus libreros y anaqueles fueron construidos ex profeso en aquella centuria, con entalladuras magníficas; debe decirse que como de plano su mercancía ya no tenía demanda de actualidad y el vendedor era del tiempo de las ediciones, casi uno podría pensar que todo lo que ahí se vendía era de viejo.
Así, para culminar la aventura en búsqueda de nuevos trofeos para nuestra acariciada colección, era obligada la visita a la librería «Los Clásicos», negocio de don Amado Vélez, quien acompañado de sus hijos daba atención esmerada a su público cada vez más familiar, ya que a quien se convertía en cliente consuetudinario, además de encontrar siempre algo que adquirir por su rareza e importancia, le despertaba el deseo por descifrar el significado de las claves en letras y números marcados por ellos al final de los libros, y que contenían el precio mínimo al que podía llegar el comprador en el obligado regateo por la mercancía. Tanto don Amado como Toño, ofrecían gran variedad en ediciones y temas, de tal manera que médicos, abogados, botánicos, geógrafos, historiadores y toda la fauna de afanosos buscadores y curiosos encontraban en este local publicaclones que satisfacían hasta al más ampuloso de los demandantes. Con los Vélez, nuestra Biblioteca creció notablemente, ya que en los lejanos años sesenta, había libros en mesas que valían desde un peso -de aquellos que sí valían.
Cuando se trataba de joyas bibliográficas debía entablarse un sabroso regateo que concluía siempre con la obtención de una preciada pieza de colección. Naturalmente que quien no tuviera el tiempo y la dedicación necesaria para hacer el devoto recorrido por las librerías que hemos mencionado, así como por muchas otras que existían entonces -como la Otelo en Puente de Alvarado-, debía esperar al domingo para acudir festivamente al gran mercado de La Lagunilla, en donde existía, y por fortuna existe en nuestros días, una sección especial dedicada a la venta de libros. Hasta la década de los años ochenta, muy destacados libreros de viejo tenían su puesto en este mercado dominical, desde los ya mayores como don Fernando Rodríguez y don Ubaldo López hasta los jóvenes vendedores, quienes ofrecían lo más granado de su mercancía a conocedores y aficionados. Ahí vimos y conocimos afamados bibliómanos como el doctor Ignacio Bernal (primer director de Museo Nacional de Antropología, quien enfrentaba verdaderas batallas verbales hasta lograr que el vendedor dejara el libro anhelado en un precio sensato; conocimos por primera vez al vehemente coleccionista de libros y otras chucherías, Carlos Monsiváis; Guillermo Tovar era aún un chiquillo cuando ya compraba sus libros en La Lagunilla. Muchas eran las caras conocidas que recorrían afanosamente los diferentes puestos de este mercado dominguero, y quienes con satisfacción encontraban alguna de las joyas por años esperada y que al final de cuentas pasaría a formar parte de sus Bibliotecas.
Hay que decir con franqueza que en el pasado, practicar el delicioso arte de la compra de libros antiguos era una actividad que podían realizar hasta los estudiantes de escasos recursos, ya que los precios eran razonables, además de que, en efecto, tanto las librerías de usado como los puestos de La Lagunilla solían ser auténticos paraísos donde los bibliómanos, los aficionados, los recién contagiados del virus del coleccionismo, así como dos o tres despistados podían descubrir tesoros de la bibliografía mexicana e internacional, joyas de edición rara y curiosa o simplemente ediciones agotadas. Hoy día, por fortuna, la Ciudad de México sigue siendo un campo fértil para el negocio de los libros de segunda mano. Si bien muchas librerías han desaparecido y viejos amigos han emprendido el obligado camino de la oscuridad que marca el fin de nuestros días, es cierto también que los descendientes de estos libreros continúan con el negocio, y para comprobarlo simplemente hay que recorrer uno de los tramos de la calle de Donceles, donde los hermanos López Casillas poseen importantes negocios con mercancía de toda calidad, al igual que la calle de Cuba, en donde Toño Vélez se encarga ahora de «Los Clásicos».
Debe mencionarse, además, que con el tiempo, algunas librerías de segunda mano han rebasado los límites del Centro Histórico; así, en diversas colonias como Santa Maria La Ribera, la Roma y aun en la lejana Calzada de Tlalpan, existen locales que ofrecen la preciada mercancía; igualmente surgen nuevos libreros anticuarios, como don Enrique Fuentes Castilla de la Librería Madero, que eligen aquellas piezas de colección y saben procurarse una distinguida clientela que aprecia en lo que vale esta casta de conocedores de tan especializada actividad: la venta de las joyas bibliográficas.
¿Cómo llegar a la calle de Dónceles?
¿Quieres escaparte a Ciudad de México? Descubre y planea aquí una experiencia inolvidable