Los dechados, una tradición extinta
Una de las tareas que desarrolla el investigador en los museos es el estudio de las colecciones que Integran el acervo.
Cada objeto constituye una fuente de información que puede ser aprovechada para distintas finalidades, por ejemplo, en la elaboración del guión museológico de la exhibición permanente o de las exposiciones temporales, así como para otros trabajos de investigación histórica. En los dechados que conserva el Museo Nacional de Historia, encontramos información acerca del bordado, de la educación, del arte y de la historia de las colecciones. Estos dechados, poco más de 150 piezas, contienen muestras de labores de aguja realizadas en lienzos de tela de lino, algodón, canevá, yute, seda, manta, lustrina y tul, de menos de un metro de dimensión, de forma rectangular o cuadrada.
El bordado al pasado, el deshilado, el erudito o artístico, la fantasía, la filigrana, el hilván, el pepenado, el punto de cruz, las randas y las puntas de aguja, son algunas de las técnicas plasmadas en ellos. Historia, bordado y dechados. El bordado es el recurso decorativo usado desde tiempos remotos, ya que egipcios, griegos y romanos lo emplearon; estos últimos adornaron sus túnicas con círculos, palmetas y meandros bordados. Durante el imperio bizantino tuvo un desarrollo extraordinario gracias al contacto con Oriente, que influyó en el gusto por la ostentación en el vestir y a la introducción de la seda en Europa, con su consecuente empleo en esta labor.
En España, como en el resto de Europa, el bordado recibió la influencia del gusto bizantino; sin embargo, destacaron las técnicas conocidas como erudita o artística y la popular. Para formar el dibujo, la primera no tomaba en cuenta los hilos de la tela, mientras que en la segunda si se hacía. El bordado erudito fue preferido para decorar los ornamentos sagrados y se desarrolló en tres periodos: bizantino, gótico y barroco. En el bordado bizantino se rellenaba todo el espacio de la figura y se distinguió por el uso del hilo metálico; el bordado gótico se caracterizó por el empleo de las técnicas llamadas de cadeneta y de aplicación; el barroco –también conocido como metálico- utilizó el oro, la lentejuela de oro o de plata así como el canutillo. En la técnica del bordado popular, el modelo se dibujaba sobre una cuadrícula que servía de muestra y se le copiaba contando los hilos de la trama y la urdimbre que formaban la tela.
En el México precortesiano, el bordado también fue empleado para la ornamentación de las telas. Con agujas de cobre y espinas de cactus, sus pobladores pobladores desarrollaron una rica gama de puntadas y efectos. Su indumentaria era confeccionada con mantas de ixtle, fibras de palmas silvestres y algodón, y engalanada con bordados hechos con hilos, plumas, oro, pelo de conejo, piedras preciosas y conchas marinas. Así, hombres y mujeres mexicas los lucieron en su maxtlatl o taparrabo, tilmatli o lienzo rectangular de fibra de maguey o de algodón, cucitl o falda, quechquemetl y huipilli.
Después de la conquista española, la práctica del bordado se incrementó y perfeccionó, ya que los peninsulares trajeron a la Nueva España la lana, la seda, la rueca y el telar de pedales, hasta entonces desconocidos en estas tierras. En 1546, al ser dictadas las ordenanzas que reglamentaron la labor del gremio de bordadores, el bordado adquirió gran importancia, puesto que se le reconoció como trabajo especializado y al mismo tiempo muy productivo.
Un bordado nuevo, con características novohispanas fue el resultado de la enseñanza que frailes y monjas dieron a los indígenas, quienes por su habilidad en esta labor aprendieron rápidamente, tanto la ejecución de las nuevas puntadas, como la utilización del hilo de oro, la lentejuela y las piedras de colores, elementos novedosos para ellos. Debido al comercio que se estableció a raíz de la apertura marítima que comunicó al puerto de Acapulco con Filipinas, el bordado novohispano se vio influido por otras técnicas de bordado que arribaron procedentes de China, por ejemplo los motivos de mariposas y crisantemos, peonías- y gran variedad de aves exóticas. Bordado, educación y dechados
En nuestro país, la enseñanza del bordado se remonta a la época prehispánica. Los pueblos maya y mexica, por ejemplo, desarrollaron el tipo de educación doméstica en la cual algunas niñas aprendieron en el hogar el hilado y el tejido, mientras que otras, entregadas al templo, se ejercitaban en la confección de hermosas telas bordadas. Durante todo el periodo virreinal, el bordado fue materia de estudio en todos los centros de educación femenina: conventos de monjas, colegios de niñas, recogimientos de mujeres, escuelas públicas y amigas. Por sus bordados magníficamente realizados, destacaron el Convento-Colegio de Enseñanza Antigua y el Real Colegio de San Ignacio. Este último abrió en su Escuela Pública de San Luis Gonzaga una clase especial para enseñar a las niñas a elaborar dechados. Existen datos de que en las amigas o migas también se instruyó a las alumnas a confeccionar dechados. Por otro lado, consideramos que la práctica del bordado en los centros educativos de primeras letras fue un recurso de gran ayuda en el proceso de enseñanza-aprendizaje, tanto del bordado mismo como de la lectura y la escritura (en sus dos tipos: redondillo y bastardillo), ya que al bordar letras, palabras, frases y enunciados, se estimulaba a la alumna en el conocimiento de lo representado y, por otra parte, también ayudaba en la adquisición de la destreza necesaria para la escritura.
A raíz del movimiento de Independencia, las escuelas de niñas variaron en número, el método de enseñanza mutua de las escuelas lancasterianas influyó durante siete décadas y los cambios de los programas de enseñanza para las niñas incluyeron, en algunos casos, rudimentos, labores mujeriles y trabajos manuales, entre los que el bordado persistió como actividad educativa. En la época colonial el bordado no fue labor que el sexo femenino desempeñara con exclusividad, sino que también los varones la practicaron en talleres artesanales del gremio de bordadores. Esta agrupación estuvo organizada de igual forma que otros gremios, por lo cual tuvo una importante labor de enseñanza -aprendizaje.
El taller, propiedad del maestro, se convertía en una escuela donde aprendices y oficiales adquirían el adiestramiento necesario para dominar las técnicas. Entre los 9 y los 18 años de edad, los niños eran entregados por su padre al maestro, con el fin de iniciar la capacitación en calidad de aprendiz. Durante el tiempo que duraba el proceso de enseñanza-aprendizaje, el maestro se comprometía a dar casa, comida, instrucción religiosa y adiestramiento en el bordado, a cambio de que el muchacho sirviera en todos los trabajos domésticos, sin remuneración alguna y sin costo para él. Posteriormente, con la adquisición de cierto grado de aprendizaje, el joven adquiría la categoría de oficial y entonces iniciaba su vida de asalariado en el mismo taller. Pasado algún tiempo, si sus posibilidades económicas se lo permitían y si cubrían los requisitos establecidos en las ordenanzas del gremio, el oficial podía someterse a examen, con lo cual obtenía la licencia para abrir su taller propio. Así es como se reproducía el mismo patrón de aprendizaje industrial por el que el maestro había pasado. Historia, dechados y arte
Al profundizar en el estudio de los dechados, éstos se convirtieron en documentos históricos que comunican diversos aspectos de la sociedad que los creó, como mencionamos en las líneas anteriores. Por tanto, los dechados adquieren una cualidad histórica porque auxilian y complementan el conocimiento de una época pasada, que para este caso corresponde al pasado siglo XIX. Así mismo, a pesar de haberse creado para cumplir una función inmediata, los dechados son obras de arte si los analizamos bajo la óptica de que los objetos de uso cotidiano pueden ser artísticos cuando rebasan la mera utilidad y tienden a satisfacer una necesidad humana intelectual, de gusto por la combinación de formas, sonidos, texturas, colores y técnicas, cualidades, que sin ser indispensables para el ser humano, sí le son necesarias.
Como antes se mencionó, los dechados que forman la colección del Museo Nacional de Historia fueron elaborados en lienzos de dimensiones reducidas -menos de un metro- en una gran diversidad de telas. En su mayor número son trabajos anónimos que muestran la sensibilidad artística de sus creadores. Su decoración representa motivos florales, grecas, figuras geométricas, de animales, letras y números, figuras humanas, símbolos religiosos y muchas otras imágenes que reproducen el medio ambiente que rodeaba al autor.
Los decorados de estas piezas fueron realizados principalmente a base de hilos de seda, de estambre, de algodón y chaquira. Pocos ejemplares llevan hilo metálico o de lana, lentejuela, canutillo y encaje; no obstante, todos los materiales son de gran colorido. Conviene mencionar que una pieza contiene motivos bordados y pintura al óleo, .lo cual recuerda el modo en que los escudos de monjas eran decorados, así como las imágenes de santos de los siglos XVIII y XIX. La colección está integrada por piezas que fueron elaboradas en el siglo XIX. Aunque el mayor número de ellas es obra anónima, sus autoras o autores dejaron plasmada una gran sensibilidad artística que hace que cada ejemplar tenga un lugar especial en el museo. Los dechados en la historia de las colecciones
La historia de las colecciones de los museos es un aspecto que el investigador no puede eludir, sobre todo cuando trabaja con objetos históricos, artísticos y etnográficos. Los datos referentes a la colección que nos ocupa se hallan en los archivos históricos del Museo Nacional de Antropología y del Museo Nacional de Historia. Así, tenemos que el primer dechado llegó cuando el antiguo Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía se encontraba instalado en el edificio de la ex-Casa de Moneda, a un costado del Palacio Nacional. Otros ejemplares se le fueron agregando paulatinamente, por compra o donación, para enriquecer los Departamentos de Etnografía Aborigen, de Historia y el de Etnografía Colonial y de la República. De esas adquisiciones, la más notable por el número de dechados que aportó fue la ofrecida por el señor Martín Espino Barros, a quien el Museo compró 108 dechados, entre las 18,056 piezas que vendió al Museo en el año de 1907.
Diez años después, la adquisición de los 7,233 objetos comprados al señor Ramón Alcázar también incluyó 35 dechados. En síntesis, podemos decir que el mayor número de dechados fue adquirido por compra, aunque también ha habido casos de donación, el primero en el año de 1920, y el más reciente, el año pasado gracias a la señorita Luz Lara Valdez, quien con su generosidad contribuyó el enriquecimiento de esta colección.
Fuente: México en el Tiempo No. 15 octubre-noviembre 1996