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Los españoles llegan a Tzintzuntzan (Michoacán)

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Tras la caída de México-Tenochtitlán en 1521 los españoles llegaron a Tzintzuntzan, poniendo en riesgo al reino de Michoacán. Aquí los detalles de esa historia.

Las dramáticas noticias de la destrucción de México-Tenochtitlan aquel fatídico 13 de agosto de 1521, a manos de extraños hombres considerados hasta entonces como dioses, llegaron a oídos de Zuanga, cazonci de Tzintzuntzan. El gobernante, sorprendido por las palabras de sus informantes, comprendió que la derrota militar de los mexicas, sus acérrimos enemigos, así como la repentina aparición de un cometa en el cielo, eran señales inequívocas que presagiaban la inminente destrucción del reino de Michoacán.

Los malos presentimientos que lo abrumaron luego de negarse a enviar refuerzos militares a Moctezuma –como lo habían solicitado los embajadores tenochcas, a quienes mató sin compasión–, le atormentaban, reiterándole incesantemente cómo esa decisión había contribuido al triunfo de Hernán Cortés y sus aliados indígenas sobre la orgullosa capital de los aztecas; con esa culpa aún en su conciencia, Zuanga murió pocos días después.

El 25 de junio de 1522 la tropa española encabezada por Cristóbal de Olid entró a la ciudad de Tzintzuntzan sin encontrar resistencia alguna por parte de Tzinzicha Tangaxoan, segundo cazonci de este nombre, cuya reciente elección daba continuidad a su dinastía. Este encuentro entre los michoacanos y los hombres venidos del otro lado del gran océano se caracterizó por curiosos episodios que muestran la titubeante actitud del señor indígena para enfrentar su destino.

En un principio, cuando los jefes militares que custodiaban sus fronteras avisaron de la presencia de De Olid, Tangaxoan reunió a los miembros de su consejo, quienes acaloradamente propusieron diversas acciones, algunas de ellas contradictorias: un grupo, pronosticando el trágico fin de sus días, exhortaron al gobernante a quitarse la vida por su propia mano, evitando así la vergüenza de su familia en caso de ser apresado. Otros pretendían convencerle de la conveniencia de un enfrentamiento militar, y saboreaban ya la victoria sobre los hombres blancos.

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Sus hermanos, Huitzitziltzi y Cuinierángari –quien posteriormente sería bautizado como don Pedro–, en tono más mesurado, le sugirieron enviar un grupo de emisarios para que se entrevistara con los españoles, tratando con ello de averiguar cuáles eran sus intenciones. El cazonci sólo podía confiar en Cuinierángari, a quien encomendó la misión. Así, el hermano del cazonci se encontró con Cristóbal de Olid, quien siguiendo la táctica empleada por Cortés en Cholula –asesinando inocentes a sangre fría–, atemorizó al embajador purépecha advirtiendo de todos los horrores que esperaban a los habitantes de Michoacán si no se rendían en paz.

Aunque los cronistas no se ponen de acuerdo, parece ser que estos argumentos fueron definitivos. Los ejércitos purépechas dejarían pasar a los europeos, quienes llegarían hasta el corazón mismo del reino. Esto atemorizó tanto al cazonci, que huyó a Pátzcuaro a ocultarse, negándose en principio a recibir al enviado de Hernán Cortés, pero luego, ante las insistentes amenazas de De Olid, tuvo que entrevistarse con éste; para entonces era imposible negarse a las abusivas demandas de los hombres blancos, y los purépechas tuvieron que entregar, sobre todo, fuertes cantidades de oro, para que el señor indígena pudiera conservar su investidura de gobernante.

Junto con esta primera incursión española hizo su aparición la religión cristiana, oficiándose la primera misa en territorio michoacano en 1522, y tres años más tarde arribaron los franciscanos con la misión de evangelizar a los nativos, y a ellos se debe la dirección y el diseño del hermoso convento que ocupó uno de los mejores terrenos de la capital indígena.

El destino de Tzintzicha Tangaxoan fue el sufrimiento y el martirio a manos de uno de los más despiadados conquistadores españoles en tierras americanas: Nuño de Guzmán, siniestro personaje que en 1530 irrumpió salvajemente en el occidente de México. El invasor dio muerte al cazonci, quemándolo vivo, ante la sospecha de que ocultaba taimadamente la otra parte del tesoro real; con el asesinato del cazonci concluyó la gloriosa época de Tzintzuntzan y sus dominios. Posteriormente, el escudo colonial de la ciudad recuperaría la imagen idealizada de los cazonci.

Fuente: Pasajes de la Historia No. 8 Tariácuri y el reino de los purépechas / enero 2003

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