Los museos mexicanos en el siglo XX
Los museos mexicanos de este siglo, según mi parecer, estuvieron marcados por la Revolución Mexicana tal vez más que por ningún otro hecho histórico.
Esto quiere decir que fueron museosbasados en ciertas convicciones e idearios, tanto o más que encolecciones nacionales o en objetos tangibles. Las pruebas son muchas, no sólo se multiplicaron de manera fecunda después del Porfiriato, sino que se apartaron del positivismo en aras de museos movidos por una gran pasión y frescura.
En 1921, bajo el programa vasconcelista, Roberto Montenegro, el Dr. Atl, Jorge Enciso y otros artistas e intelecuales, como parte de los festejos del centenario de la Independencia, no sólo “descubrieron” las artes populares mexicanas, sino que este esfuerzo dio un gran impulso a la presentación de exposiciones mexicanas en el extranjero con gran éxito. Ello revelaría un cambio en el epicentro de los acervos museales mexicanos, a la vez que anunció las ansias de una democratización del patrimonio cultural. Vasconcelos mismo gustaba de definirlo como la “redistribución de la riqueza cultural de México”. A lo anterior hay que agregar el carácter público, el valor educativo y la exaltación de la historia y la cultura nacionalista a través de los museos en nuestro país, como un reflejo de aspiraciones surgidas del movimiento revolucionario.
Sin embargo, a escasos meses de concluir ese mismo siglo, se impone la reflexión sobre los logros y las limitaciones de este credo heredado, porque si bien estos ideales les han dado un gran impulso a los “espacios de la memoria”, no necesariamente aseguran ahora su superviviencia. Analicemos, en primer lugar, las problemáticas actuales para después dar paso a las conquistas alcanzadas. Los museos del siglo XX han sufrido o sentido los beneficios de las diversas oleadas de centralismo y descentralización, o de contracciones y expansiones. Los escasos museos existentes en provincia hacia finales de la época porfiriana –en Jalisco, Michoacán, Yucatán y Oaxaca, por ejemplo– fueron creados por iniciativa de gobiernos y personalidades locales; no sería hasta las décadas de los 60 y 70 en que la creación de museos regionales y de sitio se convertiría en una política nacional a seguir. En algunos casos, estas acciones consiguieron rescatar y destacar los acervos, patrimonios y procesos históricos particulares, pero en muchos otros, el resultado fue la creación de museos que repitieron esquemas y discursos de los establecidos en la capital.
También es de señalarse que el estado mexicano continuó haciendo suyos los museos, pero nunca instauró un fondo permanente de adquisiciones. Es decir, el temario continuaba abocado sobre los objetos, y las adquisiciones eranmás bien la excepción que la norma. Salvo contadas ocasiones en que los acervos de los museos se han visto sensiblemente enriquecidos, como a principios de siglo con motivo de la reestructuración del antiguo Museo Nacional o en la década de los 60 con la creación de los museos nacionales de Antropología, del Virreinato y de las Culturas, la creación de museos se hizo siempre a costa de los depósito de los grandes museos ya establecidos. De tal suerte, la proliferación de museos en México no se ha acompañado de un incremento proporcional de sus bienes culturales en resguardo, excepción hecha de los bienes arqueológicos Por otra parte, el énfasis puesto en el pasado mítico y glorioso ha impedido fijar la mirada en nuestro propio tiempo, y no demasiadas iniciativas se han hecho para rescatar los patrimonios contemporáneos que lo atestiguan: industriales, ecológicos, marítimos e intangibles, por mencionar sólo algunos.
Cabe preguntarse, entonces, si en la centuria venidera seremos capaces de musealizar nuestro propio siglo. Asimismo, por encima de titubeos, políticas o planes nacionales, la centralización en materia de museos siempre fue dominante. Todavía hoy sufrimos la ausencia de instituciones, fundaciones y agrupaciones civiles que sustentan la creación y operación de museos privados. Sin embargo, cabe señalar que en los últimos años y ante la imposibilidad del estado mexicano de poder financiar todos los espacios museográficos, la participación de la iniciativa privada y de diversos sectores sociales en el mundo de los museos es cada vez más importante. Patronatos, sociedades de amigos, voluntariados y comunidades aportan su trabajo, tiempo y recursos para estos espacios; lo mismo para los modestos museos comunitarios que para los museos regionales y las grandes exposiciones nacionales, y en áreas como la restauración de bienes patrimoniales, intervenciones arquitectónicas, publicaciones y museografía. De tal forma, el esfuerzo conjunto de los organismos gubernamentales y la sociedad le han dado un aliento notable y renovador a estos espacios.
También ha sido notoria la ausencia de una cultura de mantenimiento hasta hace un par de lustros. La falta de programas y recursos para la conservación constante y la renovación paulatina de los museos, ha ocasionado que la mayoría de ellos deban atenderse cuando su reestructuración es urgente e impostergable, requiriéndose de grandes montos y esfuerzos. Pero no sólo en la museografía y en el inmueble se resiente este letargo; bodegas, colecciones y servicios al público también deben ser atendidos de manera más regular. Cabe mencionar, no obstante, que en los últimos años el estado mexicano ha incrementado notoriamente los recursos destinados a la operación y mantenimiento de los museos.
Otro rasgo es la poca literatura en materia de museos. Es triste constatar que una institución como el museo, que realiza tantas publicaciones –catálogos, folletos, libros–, no es capaz de hacer una revisión crítica de su historia y desarrollo. Tal vez el gran ausente de este siglo fue la profesionalización de las mujeres y hombres de los museos en México. A pesar del innegable prestigio que han logrado los museos en nuestro país, de los avances tremendos en materia de exposiciones internacionales, lo cierto es que pasó el siglo XX y los museógrafos no han podido obtener un título o reconocimiento oficial que respalde su labor. No hay facultades universitarias que se especialicen a fondo o que capaciten completamente a los museólogos y museógrafos. Existen cursos, diplomados y otros intentos, pero permanece la contradicción de un país con buenos museógrafos que han surgido a pesar de todo y han tenido que aprender en el terreno de la práctica. Por otra parte, los conceptos en materia museológica siguen siendo algo no prioritario en nuestro programa.
El INAH en particular está luchando, junto con sus trabajadores, por lograr una reforma laboral que reconozca y fortalezca sus diversas áreas de especialización, así como la creación de una nueva escuela de museografía; sin embargo, las posturas intransigentes han frenado no pocas veces este proceso. Pero el horizonte museístico de México no es árido. Muchos son los signos de fortaleza y acierto. Por ejemplo, nuestro país cuenta con una red de museos de arqueología que no sólo es de las más sólidas del mundo sino que está en constante crecimiento. Muestra de ello es que en los últimos años ha provocado algunas de las más bellas arquitecturas en nuestro paisaje –como es el caso de Paquimé, La Quemada y Toniná–, además de que también reflejan el desarrollo de la investigación arqueológica mexicana y las innovaciones en materia de exhibición museográfica.
Síntoma evidente de la importancia trascendental de los patrimoniosmás antiguosde México sobre el imaginario nacional, los museos arqueológicos constituyen una de las fórmulas más congruentes con su entorno cultural y ecológico, y prueba de su éxito es que la afluencia a las zonas arqueológicas se ha incrementado enormemente en donde se han abierto museos de sitio. De cualquier modo, debe señalarse que tampoco es posible o convenientehacer museos en cada zona de exploración, por los problemas de seguridad, entre otros.
Un factor positivo y prueba fehaciente de la vitalidad y vigencia de los museos lo constituyen sus públicos, cada vez más numerosos y exigentes. En este sentido, la labor de quienes dirigen y trabajan en estos espacios han fortalecido sus vínculos con los visitantes a través de dos vías principales: una abocada al conocimiento de sus características, necesidades, expectativas y opiniones a través de los estudios de público, que paulatinamente se vuelven más numerosos y constantes; y otra dirigida a la diversificación de las ofertas y servicios de los museos por medio de ubicaciones, medios interactivos, actividades culturales y estrategias pedagógicas y de comunicación cada vez más efectivas y novedosas. E
n ello, la participación de museógrafos, comunicadores, pedagogos e investigadores de distintas especialidades han contribuido a enriquecer y profesionalizar el trabajo en los museos. Otra muestra del dinamismo e importancia de los museos mexicanos lo constituyen las exposiciones temporales. Se ha traído a México lo mejor de otras culturas, y la nuestra propia está presente en los circuitos internacionales. La efectividad de las exposiciones es tal, que incluso algunos recintos han optado por ceder el espacio de las exhibiciones permanentes a las grandes muestras de carácter temporal.
Es un hecho que los museos en México han tenido un importante florecimiento en el presente siglo, pero el fervor que recibieron de la Revolución debe ahora renovarse. En este sentido, ante las puertas de un nuevo milenio, vale la pena preguntarse cuál podría ser el ideario para nuestros recintos museales. Esto no implica abandonar el auge anterior sino enriquecerlo en el plano de un nuevo horizonte. Así, probablemente debamos incluir la necesidad de resguardar los nuevos patrimonios ya mencionados o también la creación de museos de dimensiones más amables y sin pretensiones de dictar interminables discursos nacionales; igualmente se puede pensar en salas planeadas, no en función de las grandes estadísticas sino de públicos diversos, cuyas actividades, servicios y temáticas puedan aportar interés y esparcimiento a niños, jóvenes, personas de la tercera edad, familiares, discapacitados, etc.
Otro reto impostergable esla incorporación de nuevas tecnologías, tanto en materia de comunicación e interpretación, como en las áreas de seguridad y conservación de colecciones. Grave error sería considerar que los museos son espacios autónomos e independientes del ambiente académico del país.
Por ello, se debe estar atentos a las nuevas ideas y planteamientos que se generen en las universidades e instituciones afines; tal es el caso de los centros de investigación museológica existentes en otros países. En esta misma línea, cabría preguntarse si quienes trabajan en los museos mexicanos realmente se encuentran a la expectativa de lo que ocurre en otros recintos museales (tanto en nuestro propio país como en el resto del mundo). Para ello, el intercambio de experiencias, la asistencia a cursos y diplomados de especialización y actualización, y los viajes para el conocimiento de otros museos resultan acciones indispensables para evitar el ensimismamiento. Un caso ejemplar es el de los museos de Monterrey que se preocupan por la capacitación constante de su personal y que de manera cotidiana realizan este tipo de labores. Por otro lado, es necesario aceptar de una vez por todas que los museo son una empresa cultural.
Esto es, trabajar sobre el concepto de que estos espacios, en tanto organismos que ofrecen diversas actividades y servicios, requieren de una constante inversión de recursos. Por generosa que sea, la asignación de fondos que provee el estado mexicano a sus museos ya no es suficiente, no sólo porque la situación económica que vive el país le impide asignar cantidades elevadas, sino también porque las actividades de los museos y la calidad de sus servicios han aumentado notoriamente. De tal suerte, el arribo a nuevos esquemas de financiamiento que permitan a los museos conseguir, generar y administrar recursos de manera creciente y expedita, debe ser también una prioridad.
Todo esto apunta a fortalecer el papel de los museos en el ámbito de las nuevas relaciones sociales y las actuales transformaciones políticas y económicas del país. En muchos casos, instituciones museales siguen operando de manera desfasada, con esquemas de planeación y funcionamiento de hace 20 año o más. Por eso se requiereuna profunda reflexiónpor parte de todos los que se involucran y responsabilizan en el quehacer museístico, sobre el panorama en el que los museos se desenvuelven para no perder la vigencia y trascendencia de su papel.
En un recuento final, la institución museal puede estar tranquila. Por un lado, no se asoma ninguna otra estructura que pueda reemplazarla en materia de producción y difusión cultural; y por otro, continúa con una intensa prosperidad afianzándose entre los mexicanos. Sin embargo, lo peor que podría hacer como institución es deslumbrarse ante su propio éxito, que bien puede ser pasajero, y dejar de escuchar las voces y signos de los tiempos. Hay que tener presente, siempre, sus orígenes revolucionarios, tanto en la Revolución Francesa para el concierto de los museos, como de la Revolución Mexicana para los nuestros; momentos que han sido culminantes para la definición de su perfil. Sin embargo, contrariamente a lo que pudiera pensarse, la institución museal no depende tanto de su capacidad de asomarse al pasado como de su constante reinterpretación del presente.