Los orígenes de la gran Teotihuacan
En los años previos a nuestra era (600-200 a.C.) existían varios centros habitados en la cuenca del Valle de México.
Son los casos de Cuicuilco, Tlapacoya, Cerro del Tepalcate, Ticomán, Zacatenco, Copilco y Terremote-Tlaltenco, entre otros. Había desde pequeñas aldeas, como Terremote, en donde se han encontrado vestigios de una población dedicada a la fabricación de textiles y cestas, hasta sitios con grandes edificios, como Tlapacoya y Cuicuilco, en donde se nota ya una pronunciada estratificación social.
Fue precisamente en Cuicuilco, al sur de la ciudad de México, donde se encontraron restos arquitectónicos que apuntan ya hacia lo que veremos en Teotihuacan. También hay figurillas y deidades en barro que representan al dios del fuego, Huehuetéotl, sentado y con un gran brasero en la cabeza, cuyas características se verán más tarde en Teotihuacan. Todo esto ha hecho pensar a algunos investigadores en que al ser destruido Cuicuilco por la lava de un pequeño volcán, el Xitle, hacia el año 200 a.C., parte de su población pudo desplazarse en busca de mejores lugares un poco más al norte, asentándose en Teotihuacan.
En realidad, hay que pensar que el área de Teotihuacan presentaba por aquellos años un medio ambiente favorable. Su cercanía al lago de Texcoco, la presencia de varios ríos y arroyos como el San Juan y el Atlamajac, y la barranca de Oxtotípac que recibía las aguas de las vertientes de los cerros cercanos, como el Patlachique, el Cerro Gordo y el Malinalco, así como la presencia de una zona de manantiales hacia el suroeste con posibilidades agrícolas, eran, sin lugar a dudas, elementos potencialmente aprovechables. A esto se aunaba que los cerros circundantes, a su vez, se cubrían de coníferas que fueron ampliamente explotadas por los pobladores. El área era rica en un material profusamente utilizado para la fabricación de una gran variedad de objetos: la obsidiana, cuyos yacimientos se encuentran al noreste del valle, hacia la región de Otumba, y la Sierra de las Navajas, ubicada varios kilómetros más al norte. También eran fácilmente obtenibles diversos tipos de rocas, algunos de origen volcánico, utilizados en la manufactura de instrumentos y para la construcción, como tezontle, basaltos, pizarra, andesita, etcétera, además de pigmentos de origen mineral para las pinturas.
En cuanto a la fauna, los mismos teotihuacanos nos han proporcionado información a través de esculturas y pinturas. Aquí hay que aclarar que se representó tanto fauna del lugar como de regiones lejanas. De la primera tenemos puma, perro, coyote, venado, liebre, armadillo, tlacuache, guajolote, pato, paloma, garza, tortuga, víbora de cascabel e insectos como mariposas, libélulas, etcétera, que debieron ser aprovechados en la dieta alimenticia, además de poseer un carácter simbólico. La pesca era abundante en el lago y en los ríos. En cuanto a la fauna de otras regiones, tenemos figuras de monos, jaguares, cocodrilos, conchas y caracoles marinos muy importantes dentro de la sociedad teotihuacana.
De las plantas cultivadas podemos ver en distintos murales la representación de maíz, frijol, calabaza, jitomate, nopal, flores y maguey, que también debió proporcionar fibras textiles. Por todo lo anterior podemos afirmar que poco antes de nuestra era el valle de Teotihuacan presentaba condiciones favorables para sus moradores, lo que significó un atractivo importante para el asentamiento de grupos humanos y el desarrollo de los mismos, hasta llegar a convertirse en una de las ciudades más pobladas de la antigua Mesoamérica.
Fuente: Pasajes de la Historia No. 4 El milenio teotihuacano / noviembre 2000
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