Moxoleua: el destape de los disfrazados de Tecolotitla, Hidalgo
Entre Calnali y Atlapexco, Hidalgo, se localiza un sinnúmero de pequeños pueblos con características propias, pero que comulgan en costumbres y folclor. De estos pueblos destaca Tecolotitla, que conserva una celebración muy de esta comunidad que se lleva a cabo en diciembre: el “destape de los disfrazados” o Moxoleua.
El mes de diciembre, en Tecolotitla, se celebra el “destape de los disfrazados” o Moxoleua, tal vez la festividad más importante del año y, por tal motivo, los lugareños la esperan con emoción. La fiesta es organizada por los participantes de la danza de los disfrazados, parientes, amigos y todos los interesados en conservar esta tradición.La celebración da inicio el 26 por la noche, cuando en casa del primer capitán se presentan los organizadores y participantes para cooperar con uno o dos kilos de maíz o café que serán utilizados en la preparación del nixtamal y de una sabrosa bebida caliente.Al día siguiente, el más importante, se da muerte por la mañana a varios animales: cerdos, gallinas y guajolotes son preparados en exquisitos y variados guisos para todos los gustos de los comensales quienes podrán degustar desde el tradicional mole, adobo, chicharrón y “cueritos” estilo ranchero, tamales de gallina y guajolote en hojas de plátano, e incluso chilauilli (guisado parecido al mole de olla pero con carne de cerdo). Durante todo el día hay comida, ya que un grupo de mujeres se dedican a cocinar, hacer tortillas a mano, preparar café y a atender a los asistentes al convivio.
La celebración que da pauta al “destape” tiene su inicio el 1 y el 2 de noviembre, en la festividad del día de los muertos o Xantolo (véase México desconocido, núm. 297, “Todos los Santos, en Atlajco”); cada cuadrilla de danzantes cuenta con uno o dos diablos o chotos.La fiesta de Xantolo dura siete días o más, en la cual el choto hace su aparición por el sexto o séptimo día; este personaje grotesco se encarga de hacer una serie de jugarretas y bromas a los disfrazados, lo que da origen a que los disfrazados se “ensucien del mal”, debido a que el choto representa el espíritu maligno de Luzbel.Es por ello que los disfrazados requerirán deshacerse del perjuicio, por un lado por haberse codeado con el choto y, por otro, porque ellos mismos en la danza realizaron una serie de gracejadas y vulgaridades que hacen que durante la fiesta domine el espíritu maligno, el cual les ocasiona enfermedades o simplemente incomodidad en el cuerpo y el alma si no le ponen fin.De ahí que necesiten realizar un ritual para limpiar el cuerpo y el alma por medio de la danza, siendo el día 27 cuando se reúnen de nuevo para bailar sones huastecos y se quitan las máscaras, dando paso al “destape de los disfrazados”.
En sus orígenes esta festividad se componía sólo de las danzas de la cuadrilla y de las evoluciones que después el choto efectuaba solo. Ahora se ha asociado a la celebración un ritual llamado pejpenke, además de la quema del “torito”, lo cual le da mayor atractivo. El pejpenke es una ceremonia de curación que ayuda a liberar a las personas de todo mal, así como de enfermedades tales como la pérdida de la sombra, el susto y el daño, entre otras.Por la noche se trae de Tierra Playa, comunidad vecina a Tecolotitla, la Virgen del Rosario del poblado de Yahualica, la cual es acompañada por otras imágenes muy veneradas y que durante su recorrido la procesión va levantando antes de llegar a la casa del primer capitán; una vez ahí las imágenes y sus padrinos se colocan al frente de un arco donde los anfitriones les dan la bienvenida a través del “enflorado”, colocándoles collares y coronas de flores e invitándoles posteriormente a pasar a una habitación de la casa donde se les brinda hospedaje. Para entonces el día está por culminar y el “destape” por iniciarse: la muchedumbre de la procesión hace acto de presencia en la galera y comienzan a aparecer los personajes de la danza, entre ellos el choto. De un momento a otro irrumpen los acordes de un son y la cuadrilla de disfrazados danza al compás de la música. Un son tras otro son interpretados por un trío cuando al unísono los disfrazados, junto con el choto, se despojan de su máscara simbolizando haberse liberado del espíritu maligno que reinó en ellos desde la fiesta de muertos.Para cuando el reloj marca las dos de la mañana, otro “torito” es lanzado a la explanada.
En esta ocasión un adulto se coloca el armazón sobre sus hombros; el protagonista se encuentra un poco mareado y, sin embargo, corre con él diestramente y sin ningún contratiempo asustando a los espectadores cuando los cohetones empiezan a estallar.La celebración ha llegado a su clímax y los espectadores se encuentran a la expectativa de que dé inicio la “lumbre del choto” o chotoitlitli, la cual es una antorcha o “bolillo” formada por un palo con pedazos de trapo enrollados en uno de sus extremos y sujetos con alambre e impregnados con un líquido flamable.El “bolillo” lo porta el choto representado por un joven fuerte, ágil y con pericia para evadir a los niños y jóvenes que tratan, a como dé lugar, de apagar el fuego de la antorcha que trae consigo; es una lucha sin tregua que durará hasta que se apague sola o que alguien, con mucho mayor maña y destreza que él, la sofoque. Por lo regular, para estas alturas de la celebración tanto el joven que representa al choto como los espectadores que corren tras de él se encuentran en un estado no muy conveniente dando lugar a escaramuzas que los organizadores tienen que disolver para restablecer el orden. El número de “bolillos” que se queman pueden ser de dos a tres, dando oportunidad a que se calienten los ánimos conforme se extinguen.Como a las diez de la mañana del día de los Santos Inocentes la gente comienza a acudir a la casa del primer capitán para la ceremonia de pejpenke; entre los asistentes se encuentran principalmente los disfrazados acompañados de sus padrinos, quienes presentan a sus ahijados ante la Virgen para que ésta los “pepene” o adopte.
El ahijado debe arrodillarse frente al pequeño nicho acompañado por sus padrinos, los cuales le entregan al oficiante dos ceras; posteriormente sujetan a su ahijado mientras éste inclina la cabeza y por encima le colocan un pequeño lienzo tejido con flores multicolores, en tanto que el oficiante le hace una limpia con las velas haciendo repicar una “campanita” con la finalidad de capturar la enfermedad y el mal que pueda haber. Por último, el ahijado recibe de manos de sus padrinos un sencillo collar a manera de amuleto para completar el ritual.No hay duda, como bien señala Laurette Séjourné en su libro Supervivencias de un mundo mágico, que: “Entre los principales componentes del irresistible sortilegio de México, hay uno –el más poderoso– que proviene de la prolongación milagrosamente viva del pasado precolombino en la realidad presente”.
Fuente: México desconocido No. 310 / diciembre 2002
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