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El fantástico Museo del Tiempo donde viven los aparatos viejitos del mundo

Ciudad de México
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El Museo del Tiempo guarda dentro de sí 1,500 aparatos que hicieron la vida más fácil y placentera a la gente de tiempos remotos.

Una niña de siete años con desconfianza levanta la bocina del teléfono Ericsson, fabricado en 1932, y se la coloca en la oreja para escuchar algo que nunca había escuchado antes: un largo “tuuuuuuu…”, logra callar aquel sonido discando los 12 números de un celular; entonces ocurre un segundo milagro: aquel aparato viejo que nunca había visto antes le permite escuchar la voz de su abuelita que está a muchos kilómetros de distancia; abre mucho los ojos, está sorprendida.

Aunque está lejos de ser la primera que se asombra por alguno de los 1,500 artefactos antiguos y funcionales que en cada rincón guarda el Museo del Tiempo, en el centro de Tlalpan. Relojes, sinfonolas, gramófonos, fonógrafos de cilindros de cera, entre otros, tienen la capacidad de ser echados a andar para demostrar que pese a los años ni siquiera convalecen.

Cada uno de los aparatos cuentan con historias alegres e incluso oscuras detrás de sí, y cuando digo esto pienso en la rockola modelo Monarch que está casi a la entrada del lugar, inventada por la mafia estadounidense como un método para sacarle, en plena crisis, hasta el último centavo a la gente más pobre.

Me enteré de esto no porque leo muchos libros de historia sino porque, como a cualquier otro visitante que se detiene frente a ella, Markus Frehner, director del museo, se tomó el tiempo de explicarme la biografía de este pesado armatoste musical que tengo delante mío.
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Resulta que su inventor fue un sujeto llamado David Rockola que manipulaba máquinas tragamonedas para la compañía Mills Novelty, relacionada fuertemente con el jefe de la mafia italoestadounidense, Frank Costello; el resto de la historia consta de un entramado de asesinatos, traiciones, estafas y persecuciones policiacas, dignas de una secuela de la famosa saga de Mario Puzo.  

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Pero ahora pido a Markus que me muestre la pieza favorita de su colección. Él me lleva hacia un reloj en cuya parte superior se halla una especie de teatro estelarizado por pequeños muñecos de madera y tela que en ciertas horas actúan de manera automática, y que por tanto se les conoce como autómatas.

En el particular caso de esta pieza hecha de componentes franceses se sabe que fue creada para una familia de Guanajuato que con el paso de los años casi lo tiró a la basura sin saber que es una joya del pasado; hoy está en un proceso de rehabilitación en el Museo del Tiempo.

Camina un paso hacia atrás y ahora me enseña un reloj de pie alemán de 1875, fabricado en ébano, provisto de una caja de música suiza en la parte baja que se activa al gusto del propietario soltando una nostálgica melodía. Muy cerca de ahí está un anuncio gráfico, que probablemente apareció en los periódicos del siglo XIX, que determinaba que lo que más quieren las mujeres para ser felices es un reloj de pie para tenerlo en su hogar. “Antes no querían camionetas sino relojes”, bromea Markus.

En la misma sala existe un reloj inglés de 1705, hecho por el relojero real de Ana Estuardo, primera reina del Reino Unido, mientras me dan la explicación histórica noto que el Museo de Tiempo siempre tiene un exquisito silencio acompañado del constante tic-tac de las decenas de maquinarias que nunca dejan de funcionar, presiento que no hay atmósfera igual, y así de placentera, en ningún otro lugar de la Ciudad de México.    

Un grupo de visitantes llega. Markus se dedica a darles la explicación de la historia de la Victrola de 1923, la cual valía poco más que un Ford de la época. Saca unas agujas que yacen aún en su empaque original y de inmediato se las instala para luego poner un disco de 90 años de antigüedad, de inmediato sale del aparato de sonido una canción con notas porosas que remontan el cerebro al pasado, aunque quien escucha nunca haya estado en él.

Y como si todo lo que hay aquí no bastase para abstraerse de la modernidad y regresar en el tiempo, resulta que este museo está alojado en una casa construida por el afamado arquitecto Antonio Rivas Mercado. Salgo del museo, mi viaje a tiempos remotos en los que nunca viví llegó a su fin.

Museo del Tiempo
Plaza de la Constitución 7, Centro, Tlalpan
Ma-D: de 10 a 19 horas.
T. 55 55513 2175
Entrada general: $60
Niños y estudiantes: $40
INAPAM: $50

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