Oaxaca, Puebla y Chiapas, destinos que aún nos necesitan
En tiempos difíciles, lo que parece solo una escapada puede convertirse en una acción que trasciende el sentido del viaje. Visitar los estados afectados es contribuir, de manera insospechada, a su reconstrucción.
Escápate un fin de semana:
Las lluvias y los sismos recientes nos han mostrado que no hay gesto pequeño cuando se trata de ayudar, así que te proponemos un viaje a tres destinos que tras ser afectados reciben al viajero con los brazos abiertos. Además, no hay que olvidar que cuando uno viaja, además de ayudar recibe muchísimo.
Oaxaca, más que nunca
Mi mejor amiga y yo decimos que una vez al año hay que ir al dentista, al ginecólogo y a Oaxaca, porque sus colores y sabores, sus paisajes y la risa de su gente siempre son un bálsamo que nos alegra la vida. Este año, debido a los temblores de septiembre, dudamos en ir, pero hablamos con nuestros amigos oaxaqueños y nos convencieron. Bajamos del autobús somnolientas y con hambre. Dejamos las mochilas en el hotel y fuimos a desayunar a Itanoní, donde la cocina se ha vuelto una forma de difundir y proteger los maíces criollos de las comunidades locales. Su atole blanco fue como un apapacho interior, y luego vino el delicioso taco con hoja santa, quesillo y pasta de frijol que nos devolvió el alma al cuerpo.
Como cada año, fuimos a Monte Albán para contemplar desde la cima la hermosura del valle y su cielo adornado con nubes pachonas. La visita nos dio suficiente hambre como para destramparnos comiendo. Esta vez nos tomamos el tiempo de conversar con locatarios y vendedores del mercado 20 de Noviembre y Benito Juárez, que durante años nos han regalado bocados de alegría. Escuchar esa y otras historias nos removió los escombros del alma.
“Aquí recibimos ayuda pronto, dijo una vendedora de tejate, pero tenemos familia en Juchitán. Ahora nos toca ayudarlos desde aquí”.
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A pesar de todo, ahí estaban despachando “medidas” de chapulines, sacando del horno el pan de yema, tejiendo cestas a la entrada, ofreciendo pruebas de mezcal y chocolate de metate, preparando tacos de tasajo desde temprano, incansables y sin escatimar en sonrisas, tan valiosas en esos momentos. En el transcurso de los siguientes días seguimos platicando con toda la gente que pudimos. La reconstrucción estaba empezando. Antes de irnos, donamos buena parte de nuestra ropa para la gente del istmo y rellenamos la maleta con artesanías, mole y mezcal, comprados directamente a los productores, y probamos las deliciosas pizzas de Boulenc, que trabaja con la organización Una mano para Oaxaca en la reconstrucción de Ixtlaltepec y Juchitán. Esta vez, Oaxaca nos había enseñado una nueva forma de alegría.
Un desierto lleno de vida
Al llegar a Puebla, alguien nos recomendó ir a la Reserva de la Biósfera Tehuacán-Cuicatlán. Aunque era poco conocida, estaba entre las tentativas de la Unesco para ser declarado Patrimonio de la Humanidad. Veníamos cansadas del viaje a Oaxaca, pero nos había quedado claro que viajar podía generar un impacto positivo real, así que tomamos el autobús hasta Tehuacán. En un restaurante del centro nos pusieron en contacto con Manuel, un guía y vecino de Zapotitlán Las Salinas. Nos advirtió mientras nos internábamos en la carretera:
“Vamos a ir de atrás para adelante, de lo más antiguo a lo más nuevo”.
Fue mágico. Salimos de una curva y ahí estaba el paisaje imponente, los cerros cubiertos de arriba abajo por cactáceas columnares, tan altas y derechitas que parecían guardianes. «Les dicen ‘viejitos’», dijo Manuel, por los mechones blancos que tienen en la cabeza. “Allá se ve un izote, allá hay unos candelabros.” Veníamos tan embobadas que ni cuenta nos dimos de cuándo llegamos al Parque Ecoturístico Turritelas, en San Juan Raya. El sol caía a plomo. Sombrero, agua, botas y cámara en mano comenzamos nuestro recorrido a la prehistoria, cuando la zona era un brazo de mar. Nos emocionamos al ver los fósiles de moluscos, caracoles, turritelas, almejas y crustáceos, literalmente, al pie del camino. Sin embargo, cuando vimos las huellas de dinosaurio, nos pusimos eufóricas. “¡Como en Jurassic Park!”, dijo mi amiga. “Pero estos sí son de verdad”, le respondió Manuel. Las sorpresas siguieron en el Museo Paleontológico, llevado por la misma comunidad. Su modesta pero muy ilustrativa exposición nos llevó a recordar que la tierra está viva, que su fuerza desplazó a ese antiguo mar y lo transformó en un desierto, cuyos habitantes, sea cual sea su naturaleza, dependen unos de otros para vivir.
El tour continuó en el Jardín Botánico Helia Bravo Hollis y las salinas, que se explotan artesanalmente desde la época prehispánica. Nuestro guía nos hizo un regalo inesperado: subir Cuthá, la montaña sagrada de la cultura popoloca, para contemplar el atardecer. Con el sol anaranjado pintándonos la piel, contemplamos el paisaje en un silencio cercano a la veneración. Antes de bajar, Manuel nos extendió un vasito con mezcal mixteco, apenas un sorbo para mojarnos los labios y llevarnos la esencia del desierto en la memoria.
El arte de los Altos de Chiapas
Decidimos que este año prepararíamos nuestros regalos de Navidad con tiempo y que serían 100% producidos por comunidades indígenas. Ya había quedado atrás la temporada de lluvias y los Altos de Chiapas estarían más verdes que nunca, así que trazamos una ruta sencilla y nos subimos al autobús.
Nuestra primera parada fue en Chiapa de Corzo, donde encontramos un taller de artesanías de madera. Dos guajes pintados con motivos vegetales, una cruz tallada y dos máscaras de la danza de Parachicos inauguraron nuestro viaje. Seguimos el camino hacia San Cristóbal de las Casas y pasamos una mañana localizando las tiendas de las cooperativas de artesanas. Nos hicimos de unos rebozos tejidos en telar de cintura, un camino de mesa y un juego de cojines, todos hechos por mujeres de la cooperativa Jolom Mayaetik, que reúne textiles de once comunidades. En la cooperativa K’ux Lejal nos encontramos vestiditos de algodón para las niñas y blusas delicadamente bordadas con punto de cruz. Lo que más nos gustó de ahí fue que la etiqueta de cada producto lleva el nombre de la artesana que lo realizó y cuánto tardó en hacerlo.
En Zinacantán nos encontramos con los tejidos mulitcolores de las mujeres tzotziles. Las técnicas más importantes se llaman cuadros de canasta, hilos flotantes e hilos jalados. Fue difícil elegir entre tanta belleza, pero al final llevamos un chal muy elegante y una blusa profusamente decorada con flores azules. Dos auténticas obras de arte que, juntas, implicaron seis meses de trabajo.
Pasamos nuestra última tarde en San Cristóbal buscando los regalos que nos faltaban: una botella de posh, el aguardiente tradicional hecho de maíz, un morral y un cinto de cuero, polvo de pepita, embutidos, un juego de mancuernillas de ámbar y, por supuesto, café orgánico de comercio justo.
Volvimos cargadas de humildad y respeto, sintiéndonos extranjeras en ese país llamado Chiapas, tan desconocido y tan complejo que ningún relato de viaje podría hacerle justicia.
Imprescindibles
- La zona arqueológica de La Mesa, a diez minutos del centro de Tehuacán, es una joya por descubrir.
- Conéctate con la naturaleza en El Chorreadero, a una hora rumbo a Tuxtla. Su caída de agua forma pozas naturales, algunas aptas para nadar.
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