Oxtoticpac, un convento sobre cuevas (Estado de México)
Los rayos del sol irrumpen en la estrecha celda del convento, y por la pequeña ventana podemos atisbar la hermosura del entorno.
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Estamos en el umbral de un paisaje denominado por el Patlachique, volcán con 2 750 msnm que se eleva en desafío hacia las nubes de la fría mañana.
La ventana se nos antoja, entonces, la frontera entre un mundo de penumbras, lleno de misticismo y recogimiento, y otro donde la luz, las montañas y el viento conforman el denominador común. Pero, volviendo de nuevo nuestra mirada al convento de Oxtoticpac nos damos cuenta de que es quizá la obra más representativa del espíritu franciscano en el siglo XVI.
El edificio aparece lleno de humildad, rehuye lo material y se sujeta a lo indispensable. Sin embargo, es digno, elegante y armónico. Cuando lo visitamos, hoy en día, nos llaman la atención sus bajos techos, sus pequeños aposentos, los estrechos pasillos y un patio central que apenas puede dar cabida a un par de árboles afanados en busca del Sol.
La iglesia de Oxtoticpac, anexa al convento, fue objeto de importantes modificaciones en los siglos XVII y XVIII. Las obras originales fueron iniciadas en el siglo XVI por los franciscanos, la orden religiosa más importante en el México virreinal no sólo por sus estudios acerca de la cultura autóctona, sino por haber sido la primera en llegar a la Nueva España en el año de 1522, asentándose definitivamente en la región de Texcoco en 1523.
Oxtoticpac se funda en los límites septentrionales del Valle de Teotihuacan, al pie de las serranías del Patlachique y el Xoconoch, cadena de montañas de origen volcánico.
En la época prehispánica, periodo Posclásico, este lugar perteneció al señorío acolhua de Texcoco y tributó a la Triple Alianza; su nombre es náhuatl y proviene de las palabrasoxtoc: cueva, eicpac; quiere decir, por tanto, encima de la cueva. A pesar de ello, el idioma que se hablaba en este sitio era probablemente el otomí, al igual que en su vecina Otumba, región de otomíes.
Hoy la conservación de los edificios del virreinato está a cargo del INAH, institución que ha llevado a cabo importantes obras de restauración desde el año de 1963.
La iglesia, el convento y las demás construcciones de Oxtoticpac, como dice la toponimia náhuatl, se encuentran sobre cuevas. Las oquedades parten tanto en dirección horizontal como hacia abajo, y se extienden cientos de metros bajo la tierra. Algunas, según afirman los actuales habitantes del sitio, se usaron como calles y, para tal efecto, se construyeron escaleras hacia su interior. Otras se emplearon como viviendas hasta fechas muy recientes, y hoy día, con una total inconciencia, se usan como corrales y basureros. La ocupación prehispánica de las grutas ha sido comprobada y hay quien afirma que bajo la iglesia existe una cámara donde se llevaban a cabo rituales en honor a dioses ignotos.
El origen de las cuevas se debe a la conformación del terreno, donde se acumuló el material denominado toba, acarreado por los aluviones de los cerros cercanos. Nuevas erupciones en los alrededores y los derrames lávicos la cubrieron. La toba está constituida por piedras como el tezontle, excelente material de construcción debido a su poco peso. Esta roca de origen volcánico sirvió y sirve para erigir muchos de los edificios de la actual ciudad de México.
Las grutas de Oxtoticpac han sido hechas en gran medida por el hombre, quien desde antes de la llegada de los europeos ya había cavado túneles de gran longitud, usados como minas.
En el siglo XVI los franciscanos, junto con los europeos recién llegados, trataron de juntar a los indígenas en poblaciones donde pudieran ser controlados, lo cual implicaba tanto aspectos materiales como espirituales, que iban desde la sustracción de una parte de los productos generados con el trabajo, hasta la evangelización de éstos y el estudio y conocimiento de las antiguas civilizaciones nativas. Para estos propósitos, los franciscanos de la zona aprendieron el otomí y el náhuatl. Algunos de ellos, como fray Bernardino de Sahagún, fray Andrés de Olmos y fray Alonso de Molina, nos legaron información invaluable en el conocimiento del pasado indígena de México.
La iglesia de Oxtoticpac tiene al frente una enorme cruz atrial, donde podemos admirar el magnífico trabajo de cantería, producto de la tradición lapidaria de los indígenas de la zona. Los motivos que la adornan, como la escalera y las tenazas, son típicamente europeos del siglo XVI. En las esquinas del atrio podemos observar las cuatro capillas posas en forma de sencillos altares; el atrio fue usado como panteón hasta los inicios de este siglo, y aún quedan algunas lápidas de fines del siglo XIX y principios del XX.
La iglesia, que como dijimos ha sido modificada, cuenta con dos pequeños pero excelentes retablos barrocos; uno de fines del siglo XVII y otro de fines del XVIII. A la derecha de la entrada al templo se halla la triple arcada que da acceso al convento y al baptisterio. Este último está en un aposento hacia el sur de la puerta principal y tiene una pila bautismal del siglo XVI, de 1.5 m de diámetro, hecha de una sola pieza de piedra. Al convento se entra por un pasillo, cuya estrechez y bajo techo forman parte de la acogedora característica de este claustro de dos pisos. Las celdas están dispuestas alrededor del patio, sus puertas dan a pasillos de techos sostenidos por columnas que se apoyan en zapatas de madera, y están coronadas con capiteles muy sencillos.
En la segunda planta se puede ver un mural que representa a San Cristóbal, realizado posiblemente en el siglo XIX. En algunas crujían también hay murales con motivos de ángeles y santos de la cristiandad que, al parecer, fueron hechos en el siglo XVIII. Subiendo las escaleras nos encontramos con una amplia terraza, en cuyo muro posterior se colocó recientemente una escultura prehispánica hallada en los patios del convento. Ésta, según dice la ficha que la acompaña, corresponde a la diosa madre; por su estilo podemos inferir que fue labrada en la época Posclásica: tiene una horadación en el vientre, por lo que puede considerarse una deidad relacionada con las cuevas del sitio. Hacia el frente, siguiendo este segundo nivel, llegamos a la capilla abierta, y desde la triple arcada, repetida en el pórtico, podemos apreciar una amplia vista del atrio.
Quizá lo más representativo del claustro es su patio central. Allí se percibe toda la intimidad y el misticismo de un recinto sacro. La fuente, labrada en piedra volcánica, descansa sobre una columna ornamentada con cinco flores de ocho pétalos, y rodeada con un motivo que recuerda el cordón usado por los franciscanos para ceñirse el hábito. La luz que llega a este sitio se filtra por la abundante vegetación de los jardines y tiñe de tonos verdosos la piedra. La humedad cautiva permite el crecimiento de plantas que no sobrevivirán en las áridas tierras que rodean al convento.
En la época de secas, cuando el tono ocre invade el paisaje del Valle de Teotihuacan, el verdor y la frescura permanecen en este espacio, que aún parece esperar a los cansados frailes con sus pies descalzos, cubiertos por polvo de los caminos. Disfrutar este recinto era, sin duda, uno de los pocos privilegios que se permitían los antiguos franciscanos y hoy en día es una ventana al pasado a la que podemos asomarnos con la certeza de que nuestra curiosidad nos llevará por caminos insospechados.
SI USTED VA A OXTOTICPAC
Este poblado está a menos de 60 km de la ciudad de México. Diríjase por la carretera que conduce a las pirámides de Teotihuacan, antes de llegar a la zona arqueológica tome la desviación a Ciudad Sahagún y a dos kilómetros doble hacia la derecha, donde está un letrero que indica la dirección en que se encuentran los poblados de Tepetitlán y Belén. Luego de 2.5 km de pavimento encontrará un camino que parte hacia la izquierda y sobre el cual a 2.5 km se encuentra Oxtoticpac.
Fuente: México desconocido No. 264 / febrero 1999
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