Peñoles, burbujas de granito para escalar
Escalar respresenta un reto personal y una actividad grupal al mismo tiempo, es por eso que este paraíso nacional del búlder atrae a quienes buscan en la inmensidad escuchar sus propios latidos.
El aire frío y un suéter húmedo me despiertan de lleno mientras salgo de la tienda. Soy el primero en levantarse, así que me toca empezar a hacer el desayuno. Hot cakes y café, con un plato de cereal de postre. El aroma del café y las pausas cada vez más largas del sonido de las gotas de agua animan lentamente a los demás a salir de sus refugios de lona.
Primero Rodrigo, con todo y sleeping, seguido de Matías y Martha, cuyo entusiasmo solo alcanza para abrir la puerta de la tienda. Uno a uno, los ocho fanáticos de la escalada en roca, que viajamos 12 horas de la Ciudad de México a Peñoles, enfrentaba su calado destino: no se va a escalar hoy.
Ayer no estaba así, tampoco antier. ¿Desde cuándo llueve en el desierto? El ubicuo sol del norte había dorado las primeras semanas del viaje, mientras el viento seco abarcaba todo. Para escalar era ideal: el frío aumenta la fricción que tienen las manos con los agarres, formaciones en la superficie de la piedra como pequeños bordes, hoyos y hojuelas, por los cuales se traza y sigue una ruta de subida, mientras que el aplomo del sol nos permitía estar cómodos al descansar.
Plan de acción
Durante un rudimentario lavado de platos y sartenes con agua y papel, se iba elaborando un plan de acción. Tratábamos de visitar los proyectos de cada quien, rutas delimitadas de agarres en piedras específicas, donde el objetivo principal no solo es ascender, sino hacerlo de la manera más difícil posible, por lo que extendíamos, hasta muy entrada la noche, las horas útiles del día con lámparas portátiles. De regreso en el campamento, la frustración de unos y la inconmensurable alegría de otros, según quienes hayan logrado escalar su proyecto sin caerse, acompañaba una fogata adornada por un millar de estrellas en el cielo.
En Peñoles se practica búlder, una modalidad que consiste en escalar piedras o bloques de entre dos y quince metros sin cuerda, así que siempre se llevan colchones portátiles (crash pads): amortiguan las caídas y hacen las veces de camas y sillones.
Días de lluvia
El cielo gris ensombrece las enormes burbujas de granito que hoy no podremos escalar, apiladas en montones gigantes a nuestro alrededor. Hay piedras ubicadas tan lejos como alcanza la vista, montadas unas en otras como formando un laberinto interminable de túneles y cavernas.
El agua y la falta de luz engañan a la percepción, y lo que la distancia disfraza como diminutos cantos rodados, la exploración de los días previos delata colosales catedrales prehistóricas, amontonadas irregularmente como un juego de canicas titánico.
Instrucciones para volar
Toma los agarres de inicio y pon el pie derecho alto, en el pequeño cuadrado negro que sale de la pared. Tensa el abdomen y jala la piedra hacia ti, cargándote sobre el dedo gordo del pie para levantarte del piso.
Suelta la mano derecha y estira el brazo hacia el primer agarre, girando la cadera hacia el piso para montarte bien sobre el pie. Asegúrate de poner el dedo índice en el cristal de cuarzo que tiene ese agarre. Sube el pie izquierdo junto a tu mano izquierda en un movimiento rápido para no cansarte. Respira… Tengo la secuencia de movimientos necesaria para escalar este pedrusco completamente grabada en mi cerebro. De manera obsesiva, recreo en mi mente esta sucesión de instrucciones cientos de veces al día, llegando incluso a soñar con ella. Me detengo en cada detalle, por más mínimo que sea, como elaborando una receta de cocina para alguien que nunca ha visto un sartén, o usado fuego para guisar.
Pienso…¿Estará seco mi proyecto? Desde hace tres días que lo he estado intentando, o más bien, desde hace tres días que me he estado cayendo de él, siempre en el mismo lugar, siempre en el último movimiento.
Otra oportunidad
“Dale ya, antes de que se te vaya el aire frío”. La voz de Matías me saca del trance de ensayar los movimientos mentalmente. Veo mi proyecto, al que llegamos hace una hora. Por suerte no se mojó, aunque quien sabe si aguante otro día de lluvia. Sentado en el crash pad, miro de cerca otra vez cada saliente de la piedra, palpando dónde tengo que poner cada dedo y en qué posición. Me siento cansado. Me pesan los brazos de tres días de repetir los mismos pasos, una y otra vez, esperando que se faciliten. Hoy se sienten más difíciles.
El grueso edredón gris que revestía la bóveda celeste en la mañana se había disuelto mientras caminábamos, aunque aún quedaba una gran sábana de nubes blancas. Miro hacia arriba, tratando de ver el último agarre al que no he podido llegar sin caerme; ese último agujero, en la que apenas cabe una falange y media del dedo medio y el anular, que se me ha escapado por tres días.
Mis dedos protestan el tomar los agarres de inicio, y el dolor en las yemas me recuerda que no me quedan muchos intentos hoy. Tratando de no pensar en eso, pongo el pie derecho en ese diminuto cuadrado de granito al que voy a cargarle todo mi peso y visualizo una vez más el último movimiento, estirando el brazo izquierdo en mi cabeza y cachando ese elusivo pocillo con los dedos. Exhalo. De manera mecánica, ejecuto la secuencia que tanto he ensayado en mi mente: dedo índice en el cristalito, pie izquierdo arriba, respira, fuerte el abdomen y toma el pequeño borde.
Uno a uno, los movimientos que he repetido hasta el cansancio quedan atrás y los agarres donde ponía las manos pasan a ser pisaderas. Gira la rodilla, jala mucho con la mano derecha. El hoyo está ahí, esperando a no ser alcanzado, como ha hecho desde el primer día. Sigo dándome instrucciones: sube el talón derecho junto a tu mano y clávalo en el piquito. Toma la hojuela que suena hueca pero no se cae. Ve el último agarre. Avienta la mano izquierda hacia él, y engánchalo con los dedos.
“¡Venga!”. Un grito unísono me sorprende. Abro los ojos y veo mi dedo medio apenas agarrado de algo, usando todas sus fuerzas para no soltarse. ¿Es el último agarre? Sin pensarlo mucho aviento los pies hacia la izquierda, pisando lo que sea, y muevo la mano derecha a la orilla de arriba de la cara de la piedra. Tomo lo que se siente como un buzón y elevo mi cuerpo por encima de la burbuja de granito que me quitó el sueño varios días. ¡Por fin, quién sabe cómo, había logrado tomar ese último agarre!
Me quedo un momento encima de mi ahora antiguo proyecto, dejando que se me pierdan los ojos entre la infinidad de piedras alrededor. El viento se siente más frío aquí arriba, pero no me molesta: desde aquí arriba parece como si ayer no hubiera llovido.
- ¿Cómo llegar?
La población más cercana es Jiménez saliendo desde la capital de Chihuahua.
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