Peregrinación huichola al sitio sagrado Tatei Haramara
Los wixárica no celebran el día de muertos, sin embargo conciben a la muerte como un suceso sagrado. Ellos realizan una peregrinación a Tatei Haramara para venerar a Nuestra Madre La Mar.
Los wixárica no celebran el día de muertos, sin embargo conciben a la muerte como un suceso sagrado. Cuando un huichol fallece, hay rituales de transición al inframundo, lugar al que deben llegar purificados.
En su cosmovisión, la tierra flota sobre el mar al que equiparan con la parte baja del mundo. La gran roca blanca Waxiewe es el punto exacto de partida del viaje iniciático de los dioses que lleva hasta el otro extremo del tiempo—espacio.
Este lugar de culto se considera también el hogar de Tatei Haramara; este monolito es considerado el primer objeto sólido del cosmos. El poniente (tat+ata), el mar y la costa de Nayarit se ubican abajo y en una zona oscura. Esto tiene una serie de implicaciones importantes. Por un lado, es ahí donde habitan los muertos, al menos, una gran parte de ellos.
En este territorio sagrado se realizan ofrendas rituales depositadas por estos y por peregrinos pasados que se han ido, tanto en la superficie y fondo marinos como en la playa y cuevas sagradas. Sus ofrendas son lanzadas al fondo marino intermedio, entre la también llamada “Piedra de La Virgen” y el Cerro del Vigía, faro marítimo del puerto de San Blas.
Dentro de las ofrendas realizadas se encuentra el tzicuri u “ojo de dios”, una cruz de carrizo forrada con estambre y constituye una réplica simbólica de la tierra primigenia; numerosas jícaras votivas –tuxa– y flechas – uxu– con peticiones expresas adosadas en forma de nierika, de piedra esculpida o grabada, tablas con estambre sobre madera o de pedazos de papel con las peticiones pintadas; monedas actuales, así como velas de cera, pedazos de chocolate y galletas de animalitos.
Como la Virgen María lo hizo en el Tepeyac, Nuestra Madre La Mar eligió este preciso “cerro marino” para asomar su cabeza y su mano izquierda. El cielo es su cabello adornado de nubes y pájaros; el Pacífico, su vestido azul, y la espuma de las olas es el encaje que lo adorna, con él recoge las ofrendas que le dejan en Playa del Rey.
Por eso las arenas, dársenas y rocas del vecino cerro y cueva Tatewarita “la casa de nuestro abuelo fuego” están repletas de ofrendas y de rezos, los cuales han sido depositados durante varios milenios en este paraíso terrenal.
Pasado, presente y futuro parecen unirse en este ritual que el pueblo huichol guarda celosamente desde tiempos inmemoriales.
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