Pinacoteca de la Catedral de Cuernavaca (Morelos)
EI acopio y conservación de objetos de arte que constituyen desde Ia época prehispánica el patrimonio cultural deI estado de Morelos.
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Ha sido realizado por varias personalidades, entre quienes destaca monseñor Francisco Plancarte y Navarrete, segundo obispo de Cuernavaca, que a principios deI siglo XX Iogró formar una importante colección arqueológica catalogada, que venía a satisfacer sus propensiones a esta rama de Ia ciencia, al igual que una rara colección de piezas de arte sacro. Su Museo Histórico se instaló en dos salones deI anexo deI Palacio Episcopal, con el nombre de Colección Plancarte. Uno de ellos alojaba Ios objetos deI estado de Morelos y el otro contenía piezas de varios estados de Ia República.
A éstos se sumaban en sección aparte, objetos religiosos, alfombras y cuadros. Así mismo, y más hacia nuestros días, Juan Dubernard Chauveau, vecino por muchos años de Ia ciudad de Cuernavaca, empresario textil, estudioso de Ia historia y patrimonio cultural de su estado adoptivo, fundó en 1987 la Sociedad Defensora del Tesoro Artístico de México, Capítulo Morelos. Años atrás, había salvado de Ia destrucción capillas pueblerinas de nuestro pasado virreinal, rescatado piezas arqueológicas y estudiado el origen prehispánico de algunas desconocidas o abandonadas al deterioro y expuestas a perderse. Su atención se dirigió esta vez al tesoro sacro de Ia Catedral de Cuernavaca, que incluye además de vasos sagrados, ornamentos y otros objetos de uso litúrgico, así como una pinacoteca constituida por 58 obras de los siglos XVI al XIX.
Estos cuadros fueron embodegados temporalmente –con serio riesgo de su integridad- por el obispo Sergio Méndez Arceo, después de retirarlos de Ia nave deI templo y deI convento franciscano anexo. Este acto no es sorprendente tomando en cuenta que forma parte de los lineamientos fijados por eI Concilio Vaticano Il (1962-1965) para restablecer Ias normas de austeridad deI cristianismo primitivo. Con gran satisfacción Ia Sociedad Defensora del Tesoro Artístico de México, Capítulo Morelos, fue invitada a incorporarse al Programa «Adopte una Obra de Arte», y el grupo Morelos de este Programa, que había venido trabajando sin ningún apoyo económico externo ni franquicia fiscal, toma un nuevo impulso con Ia generosa ayuda de los patrocinadores.
A partir de mayo de 1992, los trabajos de restauración realizados por este grupo cuentan con el apoyo del taller de restauración del INAH, y un año después, en mayo de 1993, entrega debidamente restaurados y dentro del plazo es tablecido Ia totalidad de los cuadros que integran Ia pinacoteca de Ia Catedral. De esta serie, especial importancia tiene el Apostolado, Ilamado así el conjunto de doce cuadros que representan a otros tantos apóstoles, todos ellos de Ia misma mano, cuyos nombres consigna el pintor en alguna parte del lienzo. Este Apostolado es uno de los tres que actualmente subsisten en el país; los otros son el deI convento de los padres dominicos de EI Altillo, en Coyoacán, D.F., atribuido al pintor José Luis Rodríguez Alconedo (siglo XIX), y el de Ia Catedral de Puebla, que se adjudica a Miguel Cabrera (siglo XVIII).
Las 58 obras restauradas constituyen un legado muy importante a nuestro patrimonio histórico-artístico, por lo cual vale Ia pena ubicar algunas de ellas, describirlas y presentarIas al lector. DeI siglo XVI tenemos Ia «Estigmatización de San Francisco de Asís», un alto relieve -probablemente retablo deI altar mayor original deI templo, como el que se encuentra en Ia iglesia de Ia Tercera Orden- en donde San Francisco, de hinojos, recibe los estigmas o impresión de Ias Ilagas deI Señor. EI hábito deI santo está decorado primorosamente con ángeles diminutos. A su lado se encuentra Ia figura empequeñecida deI Hermano León, su compañero y confidente. EI conjunto es grandioso: el oro parece emanar de Ias figuras, encendiendo Ia aureola y sus destellos; el burdo hábito está esmaltado con Ia magnificencia deI barroco estofado. Dubernard señala en su catálogo-inventario que Andrés de Ia Concha y Simón Pereyns participaron en Ia fabricación del altar, y se inclina a pensar que el retablo es deI primero.
DeI mismo siglo es «San Juan Bautista «, una de Ias figuras más populares de Ia iconografía cristiana, quien luce magníficamente en este rudo tablero pintado por un artista anónimo. Un manto carmesí envuelve Ia pieI raída deI santo, mientras el Libro Sagrado en su mano sostiene al Divino Cordero. La cruz que reemplaza aI bordón completa Ia estampa que le es característica. EI pintor Francisco Campos Ribera, quien tuvo a su cargo Ia larga y laboriosa restauración, considera que esta obra es renacentista y pertenece a Ia escuela de Tiziano, tomando en cuenta Ia anatomía, el manejo deI drapeado y Ia decoración de paisaje y rocas que le dan un extraordinario relieve. EI autor de «La crucifixión «, cuadro de alta escuela, es Simón Pereyns, afamado por obras como su «Virgen deI Perdón» de Ia Catedral Metropolitana. Manuel Toussaint lo Ilama «primer gran pintor de México». La escena muestra con realismo y exquisita sensibilidad el cruento episodio de Ia fijación de los clavos a Ias manos deI Señor. Creemos que el rescate de esta pieza, también deI siglo XVI, es uno de los mejores logros deI grupo de restauradores, teniendo en cuenta el estado de parcial destrucción en que se encontraba.
AI siglo XVII pertenece «La natividad de Ia Virgen María», de Ia cual los críticos de arte Elisa Vargas Lugo y José Guadalupe Victoria afirman que: formaba parte de una serie sobre lga vida de la Virgen, de la cual sólo quedan tres lienzos. Correa (a quien se atribuye) usó la misma estampa o grabado, como modelo para las cuatro representaciones de este tema que han llegado hasta nosotros. La composición general es casi idéntica a la obra del Museo de Antequera, España. Los diseños textíles con que se viste Ia cama ofrecen ligeras diferencias respecto de Ias otras obras. Resulta interesante el aíre zurbaranesco de Ias imágenes del primer plano. Igualmente de este siglo es «San Francisco Javier». Descendiente de Ia noble familia de Navarra, eI apóstoI de Ias Indias fue uno de Ios más distinguidos seguidores de Ignacio de Loyola. Lleva Ia sotana y faja negras de Ia orden de Ios jesuitas y eI sobrepelliz ritual que usaban en sus correrías misioneras, el cual parece agitado por el viento. La estola roja completa el atuendo propio deI que administra el sacramento, en este caso el bautismo, que impartió a multitud de conversos.
San Francisco Javier ha sido tema predilecto de innumerables pintores por su figura Iegendaria y, particularmente, por el gesto consagrado que Io caracteriza: Ias manos sobre el pecho en actitud de abrir Ia vestidura para dar escape a Ia Ilama de fuego apostólico que Io devoraba. La firma de Gusmán no identifica al artista, pero hace honor a su autor. Gemelo deI anterior es el cuadro de «San Felipe Benizzi», fraile florentino de los Siervos de María, orden mendicante fundada en Florencia el año de 1233. Hombre docto, fue nombrado general de los servitas en 1267. AI saber que en Roma se le consideraba como probable sucesor del Papa Clemente IV, recientemente fallecido, se refugió en un monasterio y allí permaneció hasta después de Ia elección del nuevo pontífice. En 1274 participó en el Concilio de Lyon. De su actividad como mediador en Ias negociaciones entre güelfos y gibelinos se le recuerda como el artífice de Ia paz. EI cuadro Ileva Ia firma de Gusmán, y viene a confirmar Ia buena factura y delicadeza de tonos deI artista.
DeI siglo XVIII es «La última cena”, imagen ommpresente en Ia pintura de Ia cristiandad, lograda con brillantez y originalidad. A diferencia de Ia «Cena» tradicional, cuya composición incluye una mesa rectangular, el artista anónimo adopta Ia modalidad de una mesa redonda, con lo que se crea el problema de trabajar por lo menos dos figuras de espaldas. Mediante estudiados ángulos y actitudes significativas, el pintor salva airosamente el escollo. La belleza de los rostros de Jesús y de Ios apóstoles más cercanos, Ia caracterización apropiada de Ios otros y Ia luz deI fuego de Ia Iámpara reflejada en sus rostros, otorgan dramatismo a Ia escena.
Finalmente, tenemos deI siglo XIX «Jesús calma Ia tormenta», magnífica obra deI pintor Rafael Flores (1832-1886), alumno de Pelegrín y condiscípulo de Santiago Rebull, Salomé Piña, Juan Urruchi y Joaquín Ramírez. El siglo XIX en su edición deI 17 de febrero de 1862 publica una reseña de este cuadro, Ia cual procede citar, así sea sólo parcialmente: La composición de este asunto nos gusta mucho, así como los efectos de que están animados todos los personajes que revelan el espanto de que están poseídos en presencia de un peligro tan inminente y las esperanzas en las que con una palabra enciende o apaga el furor del rayo. Sólo una cosa deploramos que desluzca este precioso cuadro, y es que la entonación de los paños no está en consonancia con la idea, pues debía reinar en toda la escena el mismo tono triste y melancólico del fondo para que el conjunto estuviese en toda su fuerza de carácter y severidad.
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