Poleana, de cárceles pesadas mexicanas a los barrios peligrosos

Muchas veces los juegos de poleana terminan en golpizas campales. Tal vez porque las reglas de este juego son duras, como las cárceles mexicanas de donde salió.
En la Ciudad de México un juego de mesa se ha abierto camino desde las sombras de los penales hasta convertirse en una afición compartida por jugadores de todas las edades. Se llama poleana, y su historia está marcada por la astucia, la estrategia y una libertad metafórica que muchos buscan alcanzar a través de los dados.

El nacimiento de la poleana se encuentra en las cárceles de la capital mexicana, particularmente, cuentan las versiones, en Lecumberri o Santa Martha Acatitla. En estos centros penitenciarios, el juego se convirtió en una vía de escape mental para los internos, quienes adaptaron sus reglas e hicieron del tablero un reflejo de su propia realidad. De hecho su forma se parece mucho a la de las prisiones de la época.
La poleana, aunque creada mexicana, tiene antepasados
Inspirado en el Pollyanna de Parker Brothers y el pachisi de la India, la poleana fue apropiada por los reos, quienes transformaron un pasatiempo infantil en una competición feroz donde cada movimiento puede significar avanzar hacia la «libertad» o ser devuelto al encierro. En este juego, el azar y la estrategia son determinantes, pero también lo es la resistencia de los jugadores, que deben sortear las dificultades como si de la vida misma se tratara.

La estructura del tablero de la poleana es una representación simbólica del sistema penitenciario. La «barda perimetral» delimita el espacio de juego, el centro representa el patio donde los internos conviven, y las casillas funcionan como celdas que deben recorrerse con precaución.
Poleana, de la cárcel a las calles
«La cárcel se vive como tú la quieres vivir; la poleana se juega como tú la quieras jugar… pero no te equivoques», dice Diego, un exconvicto que encontró en el juego una manera de sobrellevar su encierro. En la prisión, la poleana no era solo un entretenimiento: era una forma de evadir la cruda realidad y mantenerse mentalmente despierto.

Hacia la década de 1980, el juego comenzó a salir de los penales junto con los expresidiarios que lo llevaron a sus barrios. Tepito fue uno de los primeros lugares donde se popularizó, extendiéndose por parques y mesas de ajedrez que pronto se vieron ocupadas por tableros de poleana. Lo que alguna vez fue un secreto bien guardado tras las rejas se convirtió en un juego callejero, generando torneos espontáneos y atrayendo la curiosidad de transeúntes y vecinos.
La poleana va perdiendo su caracter de juego de presidiarios
Con los años, la poleana dejó atrás el estigma de juego carcelario y comenzó a ser aceptada como un entretenimiento para todos. Familias, niños y universitarios han descubierto en ella una manera divertida de ejercitar la mente, practicar matemáticas y compartir con amigos.
«Dos, tres horas contando y tirando, y todo eso se les hizo muy bonito», dice Diego González, quien tras salir de la cárcel convirtió la fabricación de tableros en su sustento. Hoy, vende poleanas personalizadas con luces, bocinas y diseños especiales para clientes que buscan una pieza única.

Torneos de poleana en CDMX
En los torneos actuales, los jugadores se enfrentan con intensidad. Cada lanzamiento de los dados puede despertar gritos de emoción o frustración, mientras la estrategia y la suerte se disputan la victoria. La frase «pares y no te pares» resuena entre los participantes, una expresión que simboliza la esperanza de seguir avanzando, tal como lo hicieron aquellos primeros jugadores en su encierro.
Hoy en día, la poleana sigue creciendo, adaptándose a nuevos entornos y despojándose de prejuicios. Desde las mesas del Frontón las Águilas hasta los parques de la colonia Roma, el juego ha trascendido sus orígenes y se ha convertido en un fenómeno cultural de la Ciudad de México.