Pueblos y culturas en el Totonacapan III
El llamado entrelace Totonaco debió ser uno de los símbolos básicos del lenguaje de las formas que permitía a los habitantes de aquella región reconocerse étnica y culturalmente. Su presencia nos permite identificar la influencia de la gente costeña en otras partes de Mesoamérica.
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Los arqueólogos han llamado El Tajín Chico al sector elevado de la ciudad prehispánica. Ahí se edificaron conjuntos palaciegos que presentan elementos decorativos y arquitectónicos espectaculares. Están presentes, en una combinación delicada y armoniosa, los nichos, las cornisas y las grecas. Nos damos cuenta también de que los constructores de esta ciudad llevaron su ingenio y capacidad a límites insospechados para otros pueblos de Mesoamérica. Descubrieron los beneficios del colado utilizando la cal que obtenían moliendo y quemando las conchas marinas, y con este procedimiento techaron algunas de sus habitaciones, dando lugar a edificaciones de hasta dos niveles.
Uno de sus edificios se distingue porque se integraba con varias columnas de grandes dimensiones, conforma das por rocas labradas que se iban recortando y adecuando según los requerimientos del elemento arquitectónico, las cuales dan al edificio su nombre. En la pared externa de dichas columnas los escultores tallaron con relieves de gran calidad estética escenas de la vida cortesana y ritual de El Tajín; ahí tenemos presente a uno de los gobernantes de esta ciudad, cuyo nombre calendárico, «13 Conejo», nos indica la existencia de una dinastía que dejó la impronta de su vida y su obra en el México antiguo.
Si en otras regiones de Mesoamérica el mundo clásico termina hacia el siglo X de nuestra era, en la Costa del Golfo también se aprecian cambios en el territorio, no obstante que El Tajin seguía existiendo. Hacia el año 800 d.C. se hacen presentes los totonacos, quienes se identificaban étnicamente por la lengua que hablaban. Ellos también decían venir de aquel mítico Chicomoztoc y también se enorgullecían de haber fundado Teotihuacán; a su paso por el territorio veracruzano fundaron lugares como Xiuhtetelco, Macuilquila y Tlacuiloloztoc, y así fueron, en parte, contemporáneos de El Tajin.
Sus habitantes debieron controlar un territorio que comprendió porciones del actual estado de Puebla, donde erigieron Yohualinchan, complejo arquitectónico de taludes, nichos y cornisas. Para el Posclásico su final estaba próximo y con él se avecinaba el apogeo de los totonacos que tomaron posesión de toda la región central.
Sitios excavados por los arqueólogos muestran evidencia de estos nuevos tiempos como la alfarería descubierta en la Isla de Sacrificios en cuyos diseños de ganchos, volutas, animales estilizados y figuras humanas, contrastan el color crema de la arcilla con una delicada pintura blanca que le da a la cerámica una textura etérea.
Estos totonacos continuaron la tradición mesoamericana de tallar el alabastro logrando recipientes rituales de belleza singular con formas de conejos, monos, armadillos y lagartos, cuyos cuerpos traslucen el paso de la luz.
Para la época en que los europeos llegan a nuestro continente, los siglos XV y XVI d.C., la gran capital de los totonacos debió de ser Cempoala, importante ciudad cuyo nombre deriva de la abundancia de ríos y arroyos que le permitía generosas cosechas e indudable riqueza. Las ruinas de esta capital indígena se encuentran en las cercanías del puerto de Veracruz y, de hecho, su patrón constructivo combina la tradición local de levantar las estructuras utilizando la abundante piedra bola del lugar con las influencias venidas del valle de México; siguiendo esta tradición, se amurallaban los recintos ceremoniales y sagrados y se construían pirámides dobles a semejanza del Templo Mayor de Tenochtitlán, en donde se daba culto a Tláloc y Huitzilopochtli. También veneraban a Xipetotec, dios de los orfebres y a Ehecatl-Quetzalcóatl.
Primero Grijalva y luego Cortés, los capitanes que desembarcaron en las cercanías de San Juan de Ulúa tuvieron tratos con los totonacos de Quiahuiztlan y Cempoala. Sabemos también que don Hernando fue recibido con beneplácito por el cacique gordo de Cempoala, quien lo alojó en el templo mayor de su ciudad. El jerarca indígena buscaba la alianza con el español, con el objetivo de librarse de la pesada dominación mexica que exigía tributos en especie y jóvenes guerreros para los rituales de sacrificio en Tenochtitlán.
Pero la alianza entre los totonacos y los españoles fue efímera. Los europeos aprovecharon la fuerza del contingente militar indígena en la toma de México-Tenochtitlán aquel 13 de agosto de 1521; después de su victoria, Cortés y los posteriores capitanes que llegaron a la Nueva España olvidaron sus promesas con los nativos de la costa, quienes pronto fueron integrados por la fuerza al dominio del rey de España en este territorio del Nuevo Mundo.
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