Recorriendo la Sierra del Abra-Tanchipa
Cuando buscamos en un mapa la región del Abra-Tanchipa, encontramos un punto entre las ciudades de Valles y Tamuín, al este del estado de San Luis Potosí.
Entonces, planeamos conocer una de las reservas más jóvenes del país. Antaño fue asiento de pobladores huastecos y hoy permanece libre de asentamientos humanos, aunque en su área de influencia se encuentran quince ejidos cuyos habitantes se dedican a la ganadería y a la agricultura de temporal, con cultivos de maíz, frijol, cártamo, sorgo, soya y caña de azúcar.
Se trata de una de las reservas de la biosfera menos extensa, con una superficie de 21 464 has de tierras ejidales, nacionales y privadas. Casi el 80 por ciento del terreno constituye la zona núcleo, destinada para actividades de investigación científica. Ocupa la región conocida como Sierra Tanchipa, con ecosistemas únicos y elementos bióticos y abióticos que forman uno de los reductos de flora y fauna, con características neotropicales, más al norte del país.
Además de formar parte de la Sierra Madre Oriental, constituye un importante factor para las condiciones climáticas regionales, porque actúa como barrera meteorológica entre la llanura costera del Golfo y el altiplano. Aquí, los vientos húmedos marinos que suben se enfrían al tocar la tierra, y la humedad se condensa y produce abundantes lluvias.
El clima es caluroso gran parte del año. La temperatura varía poco, y tiene promedios de 24.5°C por mes. Las lluvias son frecuentes en verano, y las precipitaciones medias anuales de 1 070 mm representan una importante fuente de recarga del manto freático para el área de influencia y los manantiales de la región. Existen seis cuerpos de agua permanentes, como las presas La Lajilla, Los Venados, Del Mante, y la laguna Los Pato; varios cuerpos de agua temporales, dos ríos y un arroyo, que mantienen el ciclo hídrico de la zona, estabilizan la vegetación y favorecen a los dos sistemas hidrológicos: la cuenca del río Pánuco, Valles y Tamuín (Choy), y la cuenca del río Guayalejo, constituyente del río Tantoán.
BIODIVERSIDAD TROPICAL Y VESTIGIOS ARQUEOLÓGICOS
El inventario florístico preliminar registra 300 especies entre plantas vasculares y algas de agua dulce; con especies amenazadas, como la palma Brahea dulcis, la palmilla Chamaedorea radicalis, la orquídea Encyclia cochleata, el chamal Dioon eduley el soyate Beaucarnea inermis que es abundante. Los árboles alcanzan alturas de 20 m y forman la selva mediana semiperenne, poco abundante, y presente sólo como parches en tierras elevadas, donde se mezcla con la selva baja subcaducifolia, más perturbada por desmontes y potreros, porque ocupa terrenos planos inundables al este de la reserva.
Otro tipo de vegetación es la selva baja que pierde parcialmente su follaje en alguna época del año; ocupa suelos calcáreos pobres y se mezcla con la selva mediana, que es la mejor representada entre los 300 y 700 m snm. En las grandes planicies del noroeste, la flora original ha sido sustituida por la vegetación secundaria y palmares deSabal mexicana, derivados de la selva baja e inducidos por incendios frecuentes.
En las planicies del oeste dominan estratos arbustivos espinosos, y herbáceas poco diversas. Un reducto vegetal único es el encinar tropical Quercus oleoides que corresponde a una flora aislada en pequeñas porciones bajas de la sierra. Se distribuye en la planicie costera del Golfo de México, desde la selva tropical de la Huasteca potosina hasta Chiapas. Se trata de bosques fósiles que constituyen remanentes de vegetación, antaño dominante asociada a climas templados y fríos de los tiempos de la última glaciación (entre 80 000 y 18 000 a.C.).
La disminución de la temperatura durante la glaciación propició la presencia de estos encinales en extensas planicies de la costa del Golfo, los cuales son muestra de ecosistemas frágiles ahora bastante perturbados y sobrevivientes de tiempos más fríos.
Sobre la fauna local, los registros incluyen más de 50 especies de mamíferos, entre ellos felinos amenazados de extinción, como el jaguar Panthera onca, tigrillo Felis wiedii, ocelote Felis pardalisy puma Felis concolor. Hay fauna de interés cinegético, como jabalí Tayassu tajacu, venado cola blanca Odocoileus virginianus y conejo Sylvilagus floridanus, entre otros. La avifauna suma más de un centenar de especies residentes y migratorias, de las que destacan aves protegidas como la cotorra «frente roja» Amazona autumnalis, las calandrias Icterus gulariseI. cucullatus, y el chincho Mimus polyglottos. Entre reptiles y anfibios se han identificado alrededor de 30 especies: la serpienteBoa constrictor, considerada en peligro de extinción, representa el reptil de mayor tamaño. En cuanto a los invertebrados, suman más de 100 familias con centenas de especies casi desconocidas.
La reserva posee relevancia en los aspectos cultural y antropológico, por haber sido una amplia zona de asentamientos humanos de la cultura huasteca. Han sido identificados 17 sitios arqueológicos, como Cerro Alto, Vista Hermosa, Tampacuala, El Peñón Tanchipa y, el más destacado, La Hondurada, importante centro ceremonial. La reserva cuenta con media docena de cuevas poco exploradas, entre las que destaca Corinto, por su tamaño, y Tanchipa, restantes son El Ciruelo y la del Los Monos, así como incontables oquedades con petroglifos o piedras labradas.
LA CUEVA TANCHIPA, INTERESANTE SITIO CON OCULTOS SECRETOS
El plan para recorrer la reserva incluía varios trayectos, pero el más interesante, sin duda, fue llegar hasta la cueva Tanchipa. El grupo se formó con Pedro Medellín, Gilberto Torres, Germán Zamora, el guía y yo. Nos equipamos con brújula, comida, machete, y al menos dos litros de agua cada uno, porque en esta zona escasea.
Salimos muy temprano de Ciudad Valles, para seguir por la carretera a Ciudad Mante, Tamaulipas. A la derecha, atrás de amplias planicies de la sierrita que constituyen la reserva y, a la altura de la ranchería Laguna del Mante, en el kilómetro 37, una señal indica: «Puente del Tigre». Redujimos la velocidad porque 300 m más adelante, por la derecha, inicia la desviación de seis kilómetros de terracería que lleva al predio «Las Yeguas» donde dejamos el vehículo de doble tracción. A partir de este punto, encontramos una brecha cubierta de herbáceas, por el desuso y, ambos lados, arbustos y acacias espinosasGavia spque al florecer embellecen el camino, llamado «Paso de las Gavias». Durante largo trecho nos acompañó la vegetación secundaria, derivada de antiguos potreros y salpicada de palma realSabal mexicana, hasta donde la pendiente pedía más esfuerzo para subir. Ahí sentimos que el entorno cambiaba; la vegetación se hace más densa y los altos árboles de chacaBursera simarubay cedro rojoCedrela adorata, alcanza 20 m de altura.
Ascendimos por una vereda rodeados por plantas que hemos visto como adorno en muchos lugres del país, como mocoquePseudobombax ellipticum, cacalosúchilPlumeria rubra, palmillaChamaedorea radicalis, pitaYucca treculeana, chamalDioon edule, y soyateBeaucarnea inermis. Son especies que abundan aquí en su ambiente original, donde echan raíces entre grietas y enormes rocas carbonatosas para aprovechar el escaso suelo. A cada paso evitamos lianas, espinas y grandes royates que, con sus anchas bases, semejan patas de elefante y dominan casi toda la sierra. En medio de la vegetación, de unos ocho metros de altura, llaman la atención otras especies, como el duro árbol «rajador», el «palo de leche» (usado para encielar peces), la chaca, el tepeguaje y el higuerón, con troncos cubiertos de orquídeas, bromelias y helechos. Bajo el follaje, las plantas menores como guapilla, nopal, jacube, chamal y palmilla llenan los espacios. Entre la flora observada están 50 especies empleadas en medicina tradicional, construcción, ornato y alimentación.
La caminata nos fatigó porque durante tres horas recorrimos el trayecto de casi 10 km para llegar a la cúspide de la sierra, desde donde apreciamos gran parte de l reserva. Ya no seguimos más adelante, pero a pocos kilómetros, por la misma brecha, se llega a la vegetación vestigial de encino tropical y sitios poco conocidos.
Entramos a la cueva Tanchipa, cuya oscuridad absoluta y el fresco clima contrastan con el ambiente exterior. En la entrada sólo una tenue luz baña y delínea su contorno, formado por paredes de cristales de calcita y cubiertas por capas verdosas de musgo. La oquedad tiene unos 50 m de ancho y más de 30 m de altura en la curveada bóveda, donde cientos de murciélagos cuelgan acomodados en huecos entre las estalactitas y, en el polvoso fondo, un túnel se interna más de un centenar de metros entre oscuras grietas.
La cueva no es sólo oscuridad. Lo más interesante se encontró en el piso del fondo, donde descansan los restos de un hombre adulto, según se ve por los huesos amontonados en un rincón. Muy cerca, destaca un hueco rectangular, producto de una tumba saqueada que conserva solamente las alargadas piedras de río traídas desde lejanas tierras para cubrir los restos del extraño personaje. Algunos residentes locales nos cuentan que, de esta cueva, fueron extraídos esqueletos con siete cráneos gigantes, de entre 30 y 40 cm, con una perforación en el centro de su porción superior.
La cueva, ubicada en la cima de la sierra, es parte de una depresión de mas de 50 m de altura, con el fondo cubierto de nutrida vegetación de platanillo, aguacate, higuerón; herbáceas y lianas diferentes a las del entorno exterior. Al sur de este sitio la cueva Corinto es mucho mayor y de aspecto más impactante y guarda secretos ocultos en su vasto interior. A la hora de comer aprovechamos una de las oquedades a nivel del suelo, donde también es posible pernoctar o guarecerse de la lluvia.
El regreso es más rápido, y aunque es un recorrido bastante cansado, ahora sabemos que esta sierra decretada Reserva de la Biosfera el 6 de junio de 1994, posee gran importancia iótica, diversos vestigios arqueológicos casi desconocidos, comunidades vegetales bien conservadas, y constituye un estratégico refugio natural para la fauna regional.
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