Ruth Lechuga. Pionera de la valoración del arte popular mexicano
Maravillosa e inteligente mujer que llegó a México en 1939 y fue cautivada por la gente y las diferentes expresiones culturales del país, convirtiéndose en una de las coleccionistas más representativas del arte popular mexicano.
¿Quién no ha experimentado una sensación de reencuentro con el México bohemio e intelectual al pasear por las habitaciones de la Casa Azul en Coyoacán? Es irresistible, al recorrer los jardines, imaginar a Frida y a Diego conversar con Trotsky degustando anticipadamente los manjares mexicanos que allí se preparaban, para luego llegar a la sobremesa (alimento del espíritu) que en algunas ocasiones se prolongaba hasta altas horas de la noche.
A través de sus pertenencias personales -que en su mayoría reflejan el gusto por el arte mexicano prehispánico y popular- uno puede recrear la vida cotidiana e intelectual de estos artistas quienes, con otros personajes de su tiempo, rescatarían, sin proponérselo objetos de diferentes materiales y épocas, afición y convicción que los convirtió no sólo en magníficos coleccionistas, sino también en pioneros de la revaloración del arte popular mexicano.
Un momento transcurrido es irrecuperable, pero mediante el rescate de espacios y objetos pueden reunirse atmósferas y crear sensaciones de “tiempo detenido”. Algunas personalidades se han dedicado a esta tarea, capturando en el mundo actual una época casi extinta, viviendo con una constante actualización. Es el caso de una maravillosa e inteligente mujer que llegó a México en 1939 y, cautivada por la gente, paisajes, plantas, animales y por las diferentes expresiones culturales, decidió quedarse en nuestro país. Ruth Lechuga nació en la ciudad de Viena. A la edad de 18 años vivó en carne propia el terror y la angustia de la ocupación alemana en Austria, y antes de estallar la guerra emigró con su familia, llegando a México por Laredo.
A través del gusto, el oído y la vista experimenta el nuevo mundo que se abría frente a ella: “cuando estaba parada frente el mural de Orozco en Bellas Artes, con esos amarillos y rojos danzando frente a mis ojos, entendí que México era otra cosa y que no se le podía medir con los estándares europeos”, afirmaría años después. Uno de sus más vehementes deseos era conocer las costas mexicanas, ya que el trópico sólo lo había visto en fotografías. Aquella joven quedó embelesada cuando tuvo ante sus ojos el espectáculo de las palmeras: las bellas plantas la hicieron enmudecer por algunos minutos, despertándose en su interior la firme decisión de no regresar a su tierra natal. Comenta Ruth que cuando revalidaba sus estudios (con el propósito de entrar a la UNAM) se palpaba en el aire la posrevolución: el contento de la gente por la libertad y por la infinidad de obras que se hacían para el pueblo. En este clima de optimismo generalizado se inscribe en la carrera de Medicina, la cual termina años más tarde como Médico, Cirujano y Partero.
EI padre de Ruth, un enamorado de las diferentes manifestaciones arqueológicas, salía cada fin de semana a diversos sitios en compañía de su hija; ella, después de varias visitas a importantes zonas, empezó a observar a la gente que habitaba en la región, interesándose por sus costumbres, lenguaje, pensamiento mágico-religioso y vestuario, entre otras cosas. Así, encuentra en la investigación etnográfica una vía que satisface su necesidad de vivir, experiencia propia que rescatará lo mejor de Ias etnias.
Conforme viajaba, iba adquiriendo diferentes tipos de objetos por el solo gusto de tener un detalle del lugar que visitaba. Ruth recuerda la primera pieza: un patito fabricado en cerámica bruñida adquirido en Ocotlán, con el cual inicia su colección. Así mismo, con gran alegría, menciona sus primeras dos blusas que compró en Cuetzalan «[…] cuando todavía no había caminos y se hacía, desde Zacapoaxtla, como cinco horas a caballo». Por iniciativa propia, comenzó a estudiar y a leer todo lo referente a las culturas indígenas: investigó acerca de las técnicas y usos de cada pieza (de cerámica, madera, latón, textiles, lacas o de cualquier material), así como las creencias de los artesanos, lo cual permitió a Ruth sistematizar su colección.
El prestigio de la doctora Lechuga como experta en todo lo relacionado con la cultura popular rebasaba en la década de los setenta el ámbito nacional, por lo que instituciones oficiales como el Banco Nacional de Fomento Cooperativo, el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías y el Instituto Nacional lndigenista solicitaban constantemente su asesoría. EI Museo Nacional de Artes e lndustrias Populares, por ejemplo, contó durante 17 años con su valiosa colaboración.
Como una necesidad derivada de la etnografía, Ruth desarrolló su sensibilidad como fotógrafa, logrando reunir hasta la fecha aproximadamente 20 000 negativos en su fototeca. Estas imágenes, la mayoría en blanco y negro, son en sí mismas un tesoro de información que la han llevado a ocupar un nivel relevante en Ia Sociedad de Autores de Obra Fotográfica (SAOF). No es exagerado afirmar que la gran mayoría de obras editadas sobre arte popular mexicano cuentan con fotografías de su autoría.
Su obra bibliográfica está compuesta por infinidad de artículos publicados tanto en México y Estados Unidos como en algunos países de Europa. Por cuanto a sus libros se refiere, igualmente con amplia difusión, El traje de los indígenas de México se ha convertido en obra obligada de consulta. Su casa-museo nos invita a compartir cada uno de sus espacios ordenadamente atiborrados con muebles, lacas, máscaras, muñecas, cuadros, objetos cerámicos y un sinfín de piezas de arte popular mexicano, entre los que vale la pena mencionar más de 2 000 textiles, aproximadamente 1,500 máscaras de danza e innumerables objetos de los más variados materiales.
Muestra de su amor por todo lo mexicano, es el espacio que tiene en su casa dedicado a las más diversas representaciones de la muerte: policromos conjuntos de calacas de barro de Metepec compiten con risueñas figuras de cartón que parecen burlarse de la fingida seriedad de los esqueletos rumberos o de las correspondientes máscaras. La clasificación de tan inmensa e importante colección ha representado un esfuerzo titánico que parece no tener fin, ya que cada vez que Ruth sale a visitar a sus amigos artesanos regresa con nuevas piezas a las que no sólo se les debe elaborar la ficha correspondiente, sino también encontrarles un espacio para exhibirlas.
Hace muchos años que la doctora Lechuga obtuvo la nacionalidad mexicana, y como tal piensa y vive. Gracias a su generosidad, gran parte de sus colecciones se han exhibido en los más diversos países del orbe, y, algo sumamente importante, son fuentes de información disponibles para todo investigador que desee consultarlas. Ruth Lechuga, un ser querido y amado por aquellos que la conocen, incluidas las comunidades indígenas con quienes mantiene una estrecha relación, es hoy punto de unidad entre un México moderno y aquel que lleva en su esencia el mundo mágico, mítico y religioso que forma la otra cara del mexicano.
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