San Marcos Acteopan, corazón de barro (Puebla)
Son las seis y media de la mañana en San Marcos Acteopan. Hacia el norte se contempla el Popocatépetl, enrojecido por el sol naciente y coronado por una nube de vapor que expele desde su propio cráter.
Estoy a 30 km de la «Montaña humeante», junto al panteón situado a orillas del pueblo. Lentamente el amanecer comienza a colorear el paisaje de lomitas y llanuras donde pastan algunos animales, al tiempo que los sepulcrosse visten de reflejos con la luz que envuelve sus ofrendas. Deben ser miles las cazuelas, jarros, jícaras y otros objetos de barro que acompañan a los muertos de este pueblo alfarero. Mucho más perdurables que las flores, representan también el oficio cultivado durante toda una vida, un oficio cuyo origen se pierde en la memoria de las generaciones.
San Marcos Acteopan es un pueblo situado en el estado de Puebla, casi en su límite suroeste, sin embargo sólo es accesible desde Morelos por la carretera que comunica Cuautla con Izúcar de Matamoros. El aislamiento a que ha estado sometido explica en gran parte su férrea vocación a un solo oficio durante mucho tiempo: la alfarería. No obstante, en los últimos años se ha ido perdiendo la tradición artesanal y muchos de los jóvenes han emigrado a los Estados Unidos para engrosar las filas de indocumentados. Por lo menos cuatro centurias han visto pasar las generaciones de San Marcos Acteopan según se infiere por su templo más antiguo, construcción que data de finales del sigloXVIy principios delXVII.
A pocos pasos de este templo se encuentra otro, que por el estilo barroco de su torre campanario, seguramente fue construido durante el sigloXVIII. Las dimensiones de estos dos edificios indican que en otros tiempos el pueblo fue mucho más próspero, la alfarería mejor comercializada y los terrenos más fértiles de lo que son ahora. En la actualidad, los campesinos de San Marcos sólo realizan una agricultura de subsistencia, fundamentalmente de maíz. Es difícil saber si la tradición de alfarería se remonta a la época prehispánica o si fue introducida por artesanos que migraron de otras regiones de Puebla o Morelos. No se puede dudar, empero, que San Marcos Acteopan es un pueblo que aún conserva rasgos antiguos: un ejemplo son los cuexcomates que se aprecian en casi todos los patios.
Éstos son silos en forma cónica invertida desde su base hasta la mitad, y con un techo circular de palma. Su forma es un exitoso diseño de ingeniería, pues mientras la colocación de los adobes distribuye las cargas de peso, el cono al revés no permite que algunos animales invadan el interior para robar el maíz. Los lugareños me comentaron que hasta hace pocas décadas todas las casas del pueblo eran de adobe con techo de teja, pero que la influencia de la modernidad introdujo el ladrillo y el concreto como materiales de construcción, lo que ha modificado la fisonomía de la comunidad. Las casitas de adobe y teja ofrecen mucho mejor atractivo visual que las de concreto, además de brindar una sensación de mayor calidez y frescura; sin embargo, abundan las construcciones en ruinas, signo de crisis económica. Por otro lado, las casas de ladrillo y concreto, aunque muchas a medio terminar, hablan de una relativa prosperidad en las familias que han podido descollar un poco en sus ingresos.
Conforme transcurre la mañana aprovecho para fotografiar algunos detalles del pueblo, antes de dirigirme a la presidencia municipal para entrevistarme con los funcionarios locales. El saludo franco y amistoso muestran la tranquilidad de estos habitantes que se desplazan por las callejuelas sin ningún apremio, cubriendo alguna u otra actividad cotidiana antes de iniciar el trabajo de la loza, como llaman aquí a los objetos de barro. El presidente municipal, una persona bastante accesible, al momento me ofreció la compañía de uno de sus ayudantes para que visitara algunas casas donde estuvieran trabajando el barro. La loza de San Marcos Acteopan es, en su mayoría, de gran sencillez. En ninguna vivienda encontré tornos como los que se emplean en Amayuca para la elaboración de macetones de gran tamaño. Aunque algunos utilizan molde, los alfareros dan forma al barro con sus propias manos para hacer tiras, después las cortan en pedazos, con los que van formando cada objeto. Es un trabajo que requiere mucha paciencia y dominio del material.
El barro se trae de varios pueblos situados al norte de San Marcos, entre ellos San Andrés Ahuatelco, San Felipe Cuapaxco y San Francisco Tepango. Primero se coloca al sol y se machaca con un rodillo; después se humedece y se manipula hasta formar una masa de buena consistencia. De allí se van sacando los pedazos para elaborar las vasijas, las macetas y otros utensilios. Al terminar las cazuelitas, los floreros, las tazas, las macetas y los adornos para colgar, se ponen al sol para que se sequen; proceso que suele durar una semana.
En la casa del señor Aureliano Aldana me invitaron a moldear un poco de barro. La torpeza con que realicé el trabajo contrasta con el dominio de aquellos alfareros, quienes trabajan con tal naturalidad que cada pieza parece estar hecha con molde. Un equipo de tres personas, acostumbra producir docenas de piezas en un lapso de varias horas. Por suerte, los señores Alejandro Adorno y Flaviano Linares, vecinos de don Aureliano, se disponían a «quemar» la loza, actividad que por lo general sólo realizan una vez a la semana. A todas las piezas les quitan el polvo antes de colocarlas en el horno de adobe, cuya forma es similar a la de un pozo de agua, con poco más de un mero de altura desde el piso por 1.30 de diámetro aproximadamente. Mientras la loza se cocía -unas dos horas-, don Flaviano me comentó: «Cómo me voy a avergonzar de mi trabajo si es de lo que vivo y estoy orgulloso. También entiendo la actividad que usted realiza, pues mi hijo es fotógrafo y tiene que trabajar duro para ganarse la vida.
«Desgraciadamente la tradición de la loza se ha ido perdiendo. Como verá, ya son pocos los jóvenes que la trabajan. La mayoría se han ido para el otro lado de braceros. Allá ganan mejor, y yo los entiendo, porque con lo que aquí sacamos apenas y alcanza para sobrevivir. Antes se escuchaba en todas las casas dale y dale desde temprano y todos los días; ahora sólo una que otra familia trabaja como antes. Dentro de pocos años éste va a ser un pueblo fantasma.» Don Flaviano no es una persona pesimista; sólo expresa un realismo basado en la experiencia. Y tiene razón. San Marcos Acteopan es un pueblo que durante mucho tiempo ha subsistido gracias a la alfarería y en condiciones modestas, pero suficientes. Sin embargo, la crisis del país y los problemas en el campo han puesto a los artesanos contra la espada y la pared. El aislamiento del pueblo también influye en su contra, pues impide una mejor comercialización.
Casi todos los productos se venden al mayoreo a intermediarios que la distribuyen en México, Cuernavaca, Tlayacapan y otros lugares turísticos, pero los precios son muy bajos. En cambio, quienes deciden vender directamente en los mercados de las ciudades necesitan invertir en pasajes y comida, además de enfrentar los problemas con los inspectores y otros oportunistas que acostumbran hostigarlos. Don Flaviano aviada el fuego con todo tipo de follaje, cartón y hasta basura. San Marcos Acteopan es un pueblo humilde, pero en ninguna parte se ve suciedad, pues aquí hasta el estiércol de vaca se aprovecha como combustible.
Cuando el horno ya está bastante caliente se introducen pedazos de madera más grandes, los que tardan mayor tiempo en consumirse. Conforme aumenta la temperatura, la loza cruza comienza a ponerse negra por efecto de la carbonización; más tarde, ese carbón que la cubre se consume y el barro empieza a tomar su color ladrillo. Hay quien realiza una segunda cocción para que la loza adquiera un tono mucho más brillante, producto de la cristalización. Los jarritos y las tapas que «quema» los retira de uno en uno y los deja en el piso para que se enfríen. Al cabo de 30 o 40 minutos las piezas ya están listas para almacenarlas. Inmediatamente asocio el barro con los bolillos o las teleras después de que el panadero los acaba de sacar del horno, calientitos y olorosos.
También el barro tiene un olor muy especial, sobre todo recién cocido. Por un momento fui con don Alejandro, quien alimentaba el fuego de su horno con la loza adentro. El proceso es el mismo: carbonización y cocción, al tiempo que se va agregando combustible para que la temperatura se mantenga alta. Algo que me sorprendió mucho es el aislamiento térmico del adobe, pues mientras adentro del horno la temperatura puede rebasar los 200°C, por fuera es posible tocarlo incluso con la mano. Antes de partir de San Marcos Acteopan y agradecerle al ayudante del municipio que me acompañó durante mi recorrido, pasé a comprar un kilo de la otra masa que ahí se produce: la de maíz, elaborada cien por ciento con grano de elote. Finalmente visité San Bartolo, pueblo vecino de San Marcos donde se dedican a la producción de la loza; ausente, sin embargo, en los mapas estatales y turísticos.
Es probable que San Bartolo haya crecido a raíz de una época de prosperidad en la región. Sus dos iglesias, construidas en los siglosXVIIIyXIX, indican que no es tan reciente ni tan antiguo. El pueblo, no obstante, nos infunde una sensación de abandono y lejanía, mayor que en San Marcos Acteopan. Uno y otro son historia detenida. Uno y otro palpitan, como raíces ocultas, en el barro de México.
SI USTED VA A SAN MARCOS ACTEOPAN
La ruta más fácil para llegar a San Marcos Acteopan es por la carretera 160 que conduce de Cuautla a Izúcar de Matamoros. A 20 km de Cuautla se encuentra el crucero de Amayuca donde salen dos carreteras revestidas, una en dirección a Zacualpan de Amilpas, hacia el norte, y otra a Jantetelco, al oriente. Por esta última, unos 10 km adelante, se llega a San Marcos Acteopan. San Bartolo está situado a 2 km al norte de San Marcos por una brecha de terracería.
Fuente: México desconocido No. 245 / julio 1997