Santo Niño Cautivo, el patrono de los confinados
Te contamos aquí un poco sobre el Santo Niño Cautivo y de cómo ha crecido la devoción por él, al extremo de tratarse del santo patrono de los secuestrados.
En la Capilla de Nuestra Señora de la Antigua de la Catedral Metropolitana se encuentra el Santo Niño Cautivo, con unas esposas de plata en la mano, y los fieles que lo visitan suelen ser personas que tienen familiares o amigos secuestrados.
El santo llegó a la catedral hace más de 3 siglos y medio, pero nunca como hasta ahora tuvo tantos fieles y visitantes, cuestión que por supuesto, y tristemente, tiene que ver con el terrible incremento de la inseguridad en nuestro país.
Los orígenes del Santo Niño Cautivo
El Santo Niño Cautivo fue una creación del artista sevillano Juan Martínez Montañés, quien terminó la escultura en madera en 1620, en España.
Dos años después, el Santo Niño fue adquirido en Sevilla por Francisco Sandoval de Zapata, recién nombrado entonces racionero (quien tiene como oficio repartir las raciones entre la comunidad religiosa) de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México.
Para cumplir con su nuevo encargo, Sandoval de Zapata se embarcó en 1622 para trasladarse rumbo al nuevo continente, sin embargo, días después, el galeón español en el que viajaba fue atacado y varios de sus ocupantes secuestrados por los piratas que en esa época asolaban el Mar Mediterráneo.
El recién nombrado racionero fue llevado para su cautiverio hasta Argel (capital de Argelia), en el norte de África, junto con el Santo Niño recién adquirido.
Los piratas pidieron un rescate a la Corona Española, y este tardó nada más 7 años en llegar. Para entonces Sandoval Zapata había fallecido, y lo que obtuvieron a cambio las autoridades españolas fueron solo los huesos del racionero y su Santo Niño.
No fue pues, sino hasta 1629 cuando los restos de Sandoval Zapata y el Santo Niño llegaron finalmente a México.
Los restos del infortunado racionero fueron sepultados en el templo de San Agustín que se encuentra en el Centro Histórico, puntualmente, en la calle de República de Uruguay esquina con Isabel la Católica.
Del niño santo no se supo más por un buen tiempo, aunque se dice, sin embargo, que deambuló por varios templos de la ciudad.
No es sino entre 1653 y 1660 cuando el Santo Niño vuelve a entrar en escena, y es que, cuentan las crónicas, que en esos años los músicos de la Catedral Metropolitana solicitaron la construcción de una capilla para ellos.
La petición les fue concedida, y en ella colocaron en el altar principal la imagen de Nuestra Señora de la Antigua, una hermosa imagen dorada de estilo bizantino, y justo debajo de esta, los músicos colocaron al Santo Niño, que a partir de entonces se le conoció como el Santo Niño Cautivo.
El nombre de debió a que para entonces se conocía a detalle el cautiverio que habían pasado en Argel el Santo Niño y el infausto racionero, de ahí que le hayan puesto las esposas de plata en la mano, un detalle que hasta ese entonces no existía.
El Santo Niño Cautivo y sus mediaciones
En la época virreinal, el Santo Niño Cautivo era requerido, sobre todo, para interceder por los niños que habían sido “secuestrados” por la enfermedad.
Se dice que también las madres acudían a él cuando sus pequeños tardaban en empezar a hablar, con el tiempo se le empezó a solicitar que intercediera por los que sufrían el cautiverio del alcohol y de las drogas.
En las últimas décadas, es decir, sobre todo ya en este siglo XXI, con el terrible aumento de los casos de secuestro, el Santo Niño Cautivo se volvió de la noche a la mañana en el patrón de los secuestrados.
Hoy, en la capilla de Nuestra Señora de la Antigua suele haber todos los días, desgraciadamente, decenas de fieles que oran de rodillas y le piden al Santo Niño que interceda por ellos, que les ayude a que sus seres queridos regresen a casa sanos y salvos.
Aunque la iglesia como tal no ha reconocido este hecho, ocurre que de facto los fieles han encontrado en la figura del Santo Niño Cautivo a su protector.
Y ante los hechos no hay nada qué decir porque el dolor y la desesperanza no saben de autorizaciones ni oficialidades; el rezo y devoción, parecen hoy, para muchos, lo único que queda.
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