Sembrando joyas y sueños en Guaymas
La única granja de perlas marinas del continente americano vuelve a producir las hermosas perlas plateadas, que alguna vez le dieron fama al mar de Cortés y a México. Una verdadera rareza en el ámbito de las gemas.
Estas gemas estaban asociadas a nuestro país como hoy lo están las playas paradisiacas, los sarapes o los tacos. A partir de su descubrimiento en el siglo XVI, el Mar Bermejo compitió en fama con el Golfo Pérsico por sus perlas multicolores y muy pronto estas joyas se convirtieron en uno de los principales productos de exportación de la Nueva España.
A mediados del siglo XX el sueño terminó. Poco antes de la Segunda Guerra Mundial los grandes placeres de ostras perleras en el mar de Cortés se agotaron, muy probablemente debido a la sobreexplotación, y con ellos también se desvaneció la fama.
Sin embargo, en la década pasada, un grupo de estudiantes del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, plantel Guaymas, se preguntó: «Si antes se obtenían perlas aquí, ¿por qué no ahora?». En 1996, lo que inició como un trabajo universitario de fin de semana, se convirtió en un proyecto piloto auspiciado por el propio TEC, y más tarde en una empresa «hecha y derecha». Ésta tiene la granja en la bella bahía de Bacochibampo, contigua a Guaymas. Para el visitante recién llegado, parece invisible, hasta que descubre las incontables hileras de boyas negras que dan seña de la actividad subacuática, donde realmente tiene lugar este «cultivo» poco común. La materia prima no es otra que la concha nácar (Pteria sterna), ampliamente conocida por la iridiscencia de su concha, pero no por sus dotes como ostra perlera. En los sesenta, un grupo de japoneses llegó al mar de Cortés con la intención de crear con ella granjas de perlas, pero no lo consiguió y sentenció que era imposible cultivar perlas con esta especie. Pero donde fallaron los japoneses, triunfaron los mexicanos.
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Cinco mil al año
Tras años de pruebas y cosechas incipientes, Perlas del Mar de Cortés está produciendo cerca de cinco mil perlas al año; pocas, si se comparan con las varias toneladas de perlas akoyas del Asia o negras de la Polinesia Francesa, pero un verdadero logro considerando que este esfuerzo comercial es pionero.
Parece una tarea imposible definir bien a bien su color, entre otras razones, porque la concha nácar suele dar perlas de distintos tonos. Quizá el más común de esta nueva cepa mexicana sea el plateado, a veces llamado también gris opalescente o gris plateado, pero no faltan las que tienden más al dorado, al gris acero o al violeta, con sobretonos que van del rosado al verde. En todo caso, es un color único en el mundo (y en el ámbito de las gemas) que aumenta su peculiaridad y su valor.
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Abrirse paso en el mercado de la joyería no ha sido fácil. Estas perlas han encontrado mayor aceptación en el extranjero, en especial Estados Unidos. No faltan joyeros de nuestro país que al ver las perlas les preguntaban en tono de decepción: «Pero, ¿por qué están prietitas?»
Una crianza singular
La granja de Perlas del Mar de Cortés en Guaymas está abierta al público, donde se puede conocer el proceso de producción, que inicia a finales del invierno, cuando la concha nácar desova. La «semilla» se fija en sacos cebolleros y ya un poco más grande, cuando tiene concha, pasa a las redes de crianza. Posteriormente, la ostra es operada, es decir, se le implanta una pequeña esfera de concha nácar (más células adicionales productoras de nácar) para que el molusco la cubra con el llamado «saco perlero». Unos 18 meses más tarde, la eventual perla está lista y puede ser cosechada.
Así contado, suena a un procedimiento harto simple. En realidad, todo es mucho más complicado. Hay mil imponderables: la granja ha enfrentado huracanes y hasta una fuga de drenaje en la bahía. Por su parte, las ostras por momentos resultan tan delicadas como un perro de aguas y es preciso darles «mantenimiento», o sea, cuidar su salud y liberarlas periódicamente de parásitos. De las ostras operadas sólo el 15% llega a producir una perla vendible de algún modo (aunque sea como souvenir). Y por si fuera poco, todo el proceso, desde que la ostra nace hasta que es sacrificada para obtener su perla, demora tres años y medio.
A pesar de las dificultades, la granja marcha viento en popa. Quince personas viven de ella y nadie que visite Guaymas puede perdérsela. Ver las ostras en sus redes de crianza o en las jaulas más grandes es bastante interesante, como también lo es el ver de cerca estas increíbles y peculiares perlas mexicanas…
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