Sesteo, otro rincón de Nayarit
¿Qué tiene este lugar que no tengan muchos otros a todo lo largo de las Costas del Pacífico?
Por ser mar abierto no cuenta con bahías, sus olas no se prestan para el deporte, raras veces se hallan conchas sobre la arena; normalmente el viento sopla con fuerza y, cuando no, los mosquitos pululan, ávidos de picar; sus servicios turísticos son mínimos… entonces ¿qué hace de Sesteo un sitio atractivo? Pues nada más y nada menos que su comida, su tranquilidad y su gente. ¿No es eso bastante?
Retirado de las principales rutas turísticas del estado de Nayarit, a Sesteo se llega por una carretera pavimentada de 40 km que parte de Santiago Ixcuintla, un simpático pueblo comercial con interesante arquitectura de la época porfiriana, y concluye en el ejido Los Corchos, para de ahí continuar por una brecha de tierra de un kilómetro, hasta donde se encuentra una serie de enramadas que, durante las épocas de turismo –que ahí son escasas- sirven como punto de arribo para los visitantes.
Sí, los días de turismo son pocos: toda la Semana Santa y algunos de Navidad y Año Nuevo, nada más. El verano presenta una temporada de lluvias que ahuyenta a cualquier curioso, y el resto del año sólo los lugareños recorren sus parajes y su playa, en un ritmo de vida muy particular y rutinaria para ellos.
A primera vista Sesteo no es más que una aldea de pescadores, con algunas casas de material (cemento y bloc) que son habitadas sólo en época de vacaciones porque la mayor parte de la gente vive en Los Corchos. Conocerlo más a fondo, sin embargo, nos lleva a descubrir que ni siquiera la pesca es el primordialmodus vivendide sus pobladores, y cuando vemos las casas de campo abandonadas entendemos que una vez, muchas décadas atrás, el asentamiento prometía para más, pero su destino fue otro.
Hace unos cuarenta años, según cuentan los lugareños que vinieron esos tiempos, se construyó la carretera que vino a beneficiar a pueblos como Otates, Villa Juárez, Los Corchos y Boca de Camichín (donde termina en brecha). Debido a ella se inició el crecimiento de la zona costera, que ya para entonces era famosa pro su producción de pescado y ostión, así como de camarones tanto de mar como de los generosos esteros que de hecho abundan en toda esa región nayarita. Así, con un camino asfaltado, los aldeanos pudieron desplazar sus productos con mayor rapidez y los compradores mayoristas conseguirlos frescos y a muy buen precio. Del mismo modo, gracias a esa carretera, alguien tuvo la ocurrencia de proyectar una zona turística, fraccionando lotes que se vendieron rápidamente y donde los nuevos dueños de inmediato empezaron a construir sus casas de fin de semana, en esa región de futuro promisorio. Los pobladores vieron cómo su olvidado terruño fue creciendo y recibiendo gente que nunca antes había pisado esas tierras.
Sin embargo, las fuerzas de la naturaleza marcaron otro derrotero. La barra comenzó a ensancharse, ganándole terreno al fraccionamiento. Varias casas se vieron afectadas u algunas se perdieron por completo bajo el agua. Desde entonces la mayoría de las fincas quedaron abandonadas, excepto unas pocas cuyo propietario ocasionalmente visitan, otras tantas que a diario son supervisada por alguien, y el hotel, que a duras penas sobrevive, más por el orgullo de su dueño que por ser un negocio en sí. Aquí vale mencionar que en ese modesto pero limpio hotel, el costo por noche en una habitación doble equivale al precio de dos revistas deMéxico desconocido. ¡Así de inusitadamente barata es la vida en ese lugar!
La fugaz aventura de un turismo rentable no disminuyó el ánimo de los habitantes. Ellos de todas maneras se ganaban la vida en la pesca o en la agricultura. Sí, suena raro, pero muchos de los ejidatarios de Los Corchos son pescadores o agricultores, o las dos cosas, porque esas tierras también son fértiles y pródigas. No por nada algunos de los mejores y más extensos plantíos de tabaco se encuentran en la región de Villa Juárez; asimismo, se cultiva frijol, jitomate, sandía y otras hortalizas.
Al igual que la mayoría de los costeños, la gente de Sesteo es muy amable y sencilla. Gustan de atender a los turistas y de platicar con ellos, preguntarles sobre sus lugares de origen y contarles historias del mar. Pasar una velada en su compañía es introducirse en un mundo inexistente en las grandes ciudades. Así aprendemos sobre los huracanes; sobre las fases de la luna y cómo afectan las mareas, el viento y la pesca; sobre el mar como una entidad o un espíritu que siente, sufre, se divierte, que da cuando está feliz y quita cuando se enoja. También ahí escuchamos sobre las vicisitudes del pescador, sus hazañas –como la de un hombre que atrapó con sus manos un pargo de 18 kilos- e incluso sus anécdotas, como aquella que dice que hace muchos años unos prisioneros de las Islas Marías (que distan pocos kilómetros en línea recta de la playa) lograron fugarse en balsas mal hechas y llegaron a salvo a la costa de Sesteo, de donde huyeron para no volver a saberse más de ellos.
Cosas como estas aprendemos mientras doña Lucía Pérez, del “restaurante” El Parguito, prepara un robalo zarandeado con salsa huevona (hecha con tomate, cebolla, pepino, chile verde y salsa huichol) y una ensalada de camarón negro de estero que, según nos dice su marido, don Bacho, es más sabroso que el de mar: luego de probarlo no nos queda la menor duda de ello.
Es ya de noche, con un viento que ahuyenta a los molestos jejenes; bajo la tenue luz de un foco doña Lucía y su nuera Balbina trabajan en la humilde cocina, de horno de barro y leña, para atender a sus únicos clientes, quienes entre sorbos de cerveza disfrutan de la plática con don Bacho, ex juez ejidal, y su hijo Joaquín, pescador de oficio. Los pequeños hijos de éste escuchan atentamente sin entrometerse en la conversación. El ambiente y el escenario es de lo más agradable.
“Aquí es muy tranquilo, todos somos familiares o amigos. Ustedes pueden acampar en la playa sin que nadie los moleste. Nosotros tenemos que ver por su seguridad porque así mantenemos la fama de lugar seguro. Casi nadie se queda a pasar la noche, todos vienen a pasar el día y se van. El hotelito casi nunca tiene gente, pero cuando se llena nosotros vemos el modo de alojar a nuestros amigos”.
Así es, el cliente que llega y comparte tiempo y vivencias con ellos se convierte en algo más que un conocido. Ese es el tipo de amabilidad que distingue a estos aldeanos: después de dos o tres noches de convivio nace la amistad.
En los días de vacaciones el movimiento en Sesteo es mínimo. Por aquí y por allá se ven familias y parejas disfrutar del mar, el sol, las olas, y de caminar a lo largo de la playa de más o menos un kilómetro y medio de barra a barra. La tranquilidad es absoluta. Sólo durante la Semana Santa se puede hablar de gentío, “aglomeraciones” y ajetreo. Es en esos días cuando hay vigilancia de la Marina, cuyos miembros realizan constantes recorridos por la zona para evitar problemas, y aparte se instala un salvavidas que, por fortuna, jamás ha tenido que esforzarse en su labor.
Para recibir a los turistas de temporada navideña, vemos a los lugareños trabajar en sus enramadas (o palapas, como se les llama en otras regiones). Así conocimos a Servando García Piña, quien se disponía a acondicionar su puesto para los días de afluencia turística. El se ocupa de poner hojas nuevas de palma para cubrirse del viento, mientras su mujer arregla lo que será la cocina. Sus dos niños pequeños juguetean por ahí y ayudan a su manera. Servando se detiene un rato para descansar y preparar cocos que vende cuando se los solicitan. Es también un gran platicador y se entretiene narrado un sin fin de anécdotas, conforme disfrutamos de las deliciosas empanadas de camarón que su esposa acaba de cocinar.
Sesteo además se puede tomar como punto de partida para visitar otros parajes, como la playa de Los Corchos, la Boca de Camichín, donde se venden excelentes ostiones, o ir hasta Mexcaltitlán en lancha, en un largo recorrido por río y esteros de exuberante vegetación y fauna, para conocer el mítico pueblo de donde partieron los aztecas. Si se hace amistad con algún pescador, puede acompañarlo a la pesca en el mar o a la captura de camarón en los esteros, es una experiencia muy interesante e ilustrativa.
En fin, Sesteo es un sitio idóneo para aquellos que gustan de comer bien y barato, de lugares tranquilos, de explorar puntos poco visitados por las muchedumbres, y de convivir con gente que se encuentra lejos de toda contaminación.
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