Sobre la ciudad de Campeche
En su mayoría, las ciudades mexicanas del pasado se extendían sobre los valles y las planicies del interior, aunque algunas, por necesidad, ocupaban cerros y barranca.
Sólo unas cuantas poblaciones se atrevían a establecerse en las costas de nuestros mares, pues los rigores del trópico se manifestaban allí de manera más notoria, y a falta de mejores medios para hacerles frente se prefería evitarlos ascendiendo a los altiplanos.
Las tormentas del Golfo, del Caribe y del Pacífico han propiciado la existencia de grandes selvas y bosques en México, pero también complican periódicamente la vida de los puertos. En el pasado, esta situación se sumaba a otra igualmente preocupante: la piratería.
Apenas instaladas en el continente americano, las potencias europeas se dedicaron a combatirse por la vía de la guerra marítima, pero no sólo las naves podían ser atacadas, sino también los puertos, siendo los ingleses los que adquirieron el mayor poderío en estas lides.
A España sólo le quedó desarrollar estrategias defensivas, y podemos entender las vicisitudes que obligaron a los habitantes de Campeche a construir fuertes y baluartes desde el siglo XVI, así como una muralla completa alrededor de su ciudad en el siglo XVIII.
En este lugar se encontraba la ciudad maya de Ah Kin Pech, convertida por los españoles en el puerto más importante de la península de Yucatán. Después de varios intentos la parte central de la ciudad, reservada sólo a los europeos, adquirió la forma de una cuadrícula no muy regular, con fortificaciones en ciertos puntos de su perímetro. Algunos de estos baluartes aún se conservan en buen estado, como el de La Soledad (que actualmente aloja al Museo de las Estelas), excepcional ejemplo de la arquitectura militar novohispana.
Es muy notable también la Puerta de Tierra con sus defensas anexas: se trata de una de las construcciones más representativas de Campeche y que conserva uno de los pocos lienzos originales de la muralla colonial, terminada en el siglo XVIII por el ingeniero francés Louis Bouchard de Becour para unir los baluartes de la zona central de la ciudad.
Hacia finales del siglo XIX las defensas de Campeche habían perdido ya su razón de ser, y la necesidad de comunicar a la población por ferrocarril y tranvía ocasionó el derribo de grandes tramos de la muralla y aun de baluartes completos. Sin embargo, a partir de la década de 1950 se han reconstruido algunas fortificaciones desaparecidas, como la Puerta de Mar y el Baluarte de Santiago, que sin ser originales permiten evocar el antiguo aspecto de la ciudad.
Los trabajos aún continúan y habrán de aumentar sin duda el atrativo turístico de Campeche. Igualmente, se han hecho mejoras a otras edificaciones defensivas, por ejemplo al Baluarte de San Carlos, hoy Museo de la Ciudad, y al Fuerte de San Miguel, sede del Museo Regional de Campeche, que cuenta con importantes piezas de la cultura maya, como la Máscara de Jade de Calakmul.
La Casa del Teniente del Rey y la Mansión Carvajal son interesantes muestras de la arquitectura residencial de la península; y aunque más modestas, son muy numerosas todavía las casas tradicionales que pueden verse en la ciudad.
La prosperidad del siglo XIX dio a Campeche una fisonomía distinta a la colonial, con fachadas de estilo afrancesado que ahora han sido pintadas en tonos pastel, dando a las calles un colorido muy pintoresco. Notable obra de aquel siglo es el Teatro Francisco de Paula Toro.
Entre los templos de Campeche puede mencionarse el de San Francisco, ubicado extramuros, cuya construcción inicial se remonta al siglo XVI, lo que se observa en sus formas austeras. La antigua parroquia de la Concepción, convertida en catedral a finales del siglo XIX, tiene una notable influencia de la arquitectura centroeuropea en el remate de sus campanarios.
Campeche posee, en el conjunto de las ciudades coloniales mexicanas, una atmósfera singular, que ya advirtió el gran viajero francés Desiré Charnay, para quien la mayoría de nuestras poblaciones tenía un aspecto «oriental» (es decir exótico, a sus ojos). Campeche, en cambio, le recordaba más, tal vez, algunas ciudades europeas.
Terminaremos citando esta descripción suya de la ciudad hacia 1860: «La fisonomía de Campeche difiere en todos los aspectos de la Mérida: la entrada tortuosa por los barrios, los fosos con puentes levadizos y las murallas le dan un aire de la ciudad guerrera, calidad en la que ha tenido un papel glorioso… Las calles no están tiradas a cordel, como todas las de la República; sus casas desiguales y más altas que las ciudades mexicanas le dan un aire menos oriental. Los comerciantes ricos tienen fuera de los muros de la ciudad casas de descanso en las que la flora de los trópicos despliega toda su magnificencia, que en conjunto rodean a la ciudad como un cinturón verde.
Vista desde el mar, asentada sobre la costa en una suave pendiente, apoyada sobre los promontorios de dos colinas, con un manchón de palmeras a su izquierda, como si fuera una pluma meciéndose en la cabeza de una mujer bonita, Campeche ofrece una imagen de encantadora coquetería».
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