Los tamaleros en triciclo: los héroes de la calle y el Día de la Candelaria

"¡Tamales oaxaqueños, tamales calientitos! Puebe sus ricos y deliciosos tamales oaxaqueños", gritan los tamaleros en triciclo mientras recorren la CDMX.
Cotidianamente la Ciudad de México y otras urbes de la República, viven la magia de los tamales. Dicho alimento es otro de los grandes productos del maíz, junto a las tortillas. Su preparación e ingesta se remonta a tiempos prehispánicos. Por eso es uno de los platillos inherentes de nuestra gastronomía. Para satisfacer la necesidad de comer un buen tamal, en nuestra época surgió el oficio de los tamaleros en triciclo. Estas personas no solo preparan una rica variedad de tamales y atoles, sino también los ofrecen durante la mañana y la noche en sus vehículos de tracción humana. Gracias a los triciclos de carga y la grabación que los anuncia, esta vital ocupación garantiza la presencia casi universal de los tamales en las calles de nuestro país. Y durante el Día de la Candelaria, se vuelven los indiscutibles protagonistas de la jornada.

El origen de los tamaleros
Para poder saber el origen de los tamaleros en triciclo, tenemos que retroceder siglos atrás, a los tiempos de la antigua Mesoamérica. Y es que precisamente, en dicha época es que surgieron los tamales. Con diferentes nombres, este platillo estuvo presente en la dieta de todos los pueblos prehispánicos de nuestro país. Su nombre actual es una castellanización de la voz en náhuatl tamalli, que significa «envuelto» o «envoltorio». Los cronistas hispanos dieron cuenta de ellos durante su estancia en Mexico-Tenochtitlan, de como y cuando se comían, sobre todo en fiestas religiosas. Los tamales también eran ofrecidos en calles y grandes tianguis (mercados), como el de Tlatelolco.

Tras la conquista de lo que actualmente es México y la conformación de la Nueva España, los tamales se enriquecieron con ingredientes provenientes de Europa, África y Asia. La preparación de este alimento continúo siendo una actividad fundamentalmente familiar. Se vendían en las vialidades y mercados novohispanos. Los tamales también siguieron siendo una comida de festividades, pero ahora las del calendario litúrgico de la iglesia católica, como el Día de la Candelaria. Toda esta enorme tradición perduró y estuvo presente en la vida independiente del país durante el siglo XIX.

El Porfiriato y la llegada de la bicicleta
El inicio del régimen dictatorial de Porfirio Díaz en México, trajo consigo profundos cambios y varias novedades del mundo. Acompañando a la fascinante tecnología de punta y modernas industrias, al país arribaron las bicicletas. Esto cambió para siempre no solo la movilidad de los mexicanos, sino también diversos oficios. Los primeros grandes beneficiados fueron los carteros, voceadores de periódico y panaderos.

Los años setenta y los tamaleros en triciclo
Si bien la llegada de la bicicleta no cambió de forma inmediata la preparación y venta de tamales, una variante de este vehículo si lo hizo. En los años setenta, ante las iniciativas gubernamentales para disminuir la producción de armas de fuego (sobre todo pistolas), varias fábricas de este rubro cambiaron su giro. En Zacatlán de las Manzanas, en el estado de Puebla, una de ellas empezó a fabricar triciclos de carga. Pronto otras factorías siguieron su ejemplo.

Fue así que los tamaleros adoptaron los triciclos de carga como medio de transporte y venta de sus productos. Allí ya podían llevar las vaporeras de tamales, los casos del atole así como bancos de plástico para sus clientes. Con ello, se agilizó y extendió aún más la presencia de los tamales en las calles de diferentes localidades de la República, sobre todo las de la Ciudad de México.
Entradas de escuelas, hospitales, empresas, paraderos y estaciones del metro, rebosan de tamaleros en triciclo que cubren la primordial necesidad de la gente de tener un buen desayuno o cena, haciendo que perdure un alimento fundamental de nuestro país. Su imagen y la grabación que pregona «¡Pida sus ricos tamales oaxaqueños! ¡Hay tamales calientitos! ¡Tamales oaxaqueños!» están tan ligados a nuestra vida cotidiana, que ya forman parte del imaginario colectivo de lo mexicano.

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