Tecali, un encuentro con el ayer (Puebla)
El convento de Tecali, población ubicada en Puebla, es una muestra de arquitectura conventual que muestra la versatilidad de este tipo de ónix para la construcción.
Tecali, tipo de ónix
Tecali proviene de la palabra náhuatl tecalli (de tetl, piedra, y calli, casa), así que podría traducirse como “casa de piedra”, aunque esta definición no corresponde al llamado tecali, ónix o alabastro poblano, roca metamórfica muy usada en construcciones mexicanas del siglo XVI, junto con el tezontle y la chiluca.
Como no hay palabra náhuatl para este tipo de ónix, el vocablo tecali quedó para significar el yacimiento de esta roca en la zona. El tecali se utilizó principalmente en la fabricación de planchas para altares y ventanas, pues cortado en láminas delgadas era un fastuoso sustituto del vidrio por su transparencia. Las tonalidades amarillas que proyectaba dentro de las iglesias creaban una atmósfera especial que, aunadas al brillo de los retablos, envolvían al feligrés en un espacio menos terrenal y más celestial, donde pudiera sentirse partícipe de la grandeza divina. Este efecto fue claramente comprendido por arquitectos y artistas, como Mathías Goeritz al diseñar los vitrales de las catedrales de México y Cuernavaca. Hoy el tecali se emplea más comúnmente para la decoración y accesorios, como el púlpito y las pilas de agua bendita en la parroquia actual o en fuentes, esculturas o adornos que producen los artesanos del lugar.
Como muchos de nuestros pueblos, Tecali presenta un perfil bajo en el que sobresale el edificio de la parroquia y el que fuera un imponente convento franciscano en tiempos coloniales. Hoy se encuentra en ruinas y, aun así, apreciamos su majestuosidad y no podemos dejar de sentir cierto embeleso que envuelve el lugar.
Arquitectura conventual
La arquitectura conventual fue un espacio para la evangelización y el dominio religioso del territorio. Los conventos construidos por franciscanos, dominicos y agustinos continuaban una tradición monástica europea, que debió de adaptarse a las exigencias impuestas por la conquista, las cuales afectaron su estructura original. El tipo de edificación del convento novohispano no siguió un modelo transplantado de España. Inicialmente fue un establecimiento provisional y poco a poco configuró un tipo de arquitectura adecuada a las condiciones locales, hasta formar un modelo que se repite en la mayoría de estas construcciones: un gran atrio con capillas posadas en sus esquinas, la capilla abierta a un costado de la iglesia y las dependencias del convento distribuidas alrededor de un claustro, generalmente en el costado sur de la iglesia.
Santiago de Tecali
Uno de estos conjuntos es el de Santiago de Tecali. Los franciscanos empezaron a trabajar allí en 1554 en un edificio anterior, ya que el actual está fechado en 1569, de acuerdo con relieve en piedra con caracteres europeos e indígenas que había en la esquina noreste de la iglesia. La actividad constructiva del conjunto se desarrolló entre 1570 y 1580. Según la Relación geográfica de Tecali, elaborada por el padre Ponce en 1585, el monumento fue concluido el 7 de septiembre de 1579 y contaba con claustro bajo, claustro alto, celdas e iglesia, todo “de muy buen oficio”. Este buen oficio se manifiesta en la construcción y la decoración de todo el conjunto y especialmente en la iglesia: se trata de un templo de tres naves (basilical), característica que lo hace diferente de la mayoría de los de su época., los cuales siguen el modelo de una sola nave. Tiene una imponente fachada que se ha conservado casi intacta; contrasta drásticamente con el convento en ruinas y la arcada de la capilla abierta colocada sobre el suelo, en el costado sur de la iglesia.
La portada transmite un profundo respeto. Presenta un diseño racional, planeado y cuidadoso en sus proporciones; esto indica que el constructor conocía los cánones del dibujo de edificios de los tratados clásicos de Vitrubio o Serlio. Incluso se ha atribuido el diseño a Claudio de Areiniega, arquitecto del virrey don Luis de Velasco, quien trazó el plano de la Catedral de México. El carácter manierista de la portada le confiere una sobria armonía, estructurada con base en elementos simétricos. La entrada de la nave central, formada por un arco de medio punto, tiene una sencilla moldura y una rítmica sucesión de puntas piramidales o de diamante, y veneras o conchas alusivas a la advocación del templo: Santiago apóstol. En el intradós se repite la sucesión de puntas de diamante. La clave central está resaltada por una ménsula y en las enjutas aún queda algo de la pintura con dos ángeles sosteniendo unos lazos que “sujetan” la ménsula. En el contexto de la evangelización, los ángeles en las puertas de acceso a las iglesias son guías e iniciadores de la vida cristiana; se colocaban en la puerta, como símbolo de la predicación o de la Sagrada Escritura, que con su palabra abre la entrada a los nuevos cristianos, para acceder al conocimiento de Dios.
Ésta tiene a ambos lados un par de columnas con dos nichos cerrados con una concha, que alojaron cuatro esculturas: san Pedro y san Pablo, fundadores de la Iglesia, san Juan y el patrono del lugar, Santiago. Las columnas sostienen una cornisa rematada con un frontón triangular y cuatro perillones. Estos elementos arquitectónicos imprimen a la portada su carácter manierista, también llamado Renacimiento purista. Acompañan a esta portada las entradas a las naves laterales, asimismo de medio punto y marcando los sillares y las dovelas con ranuras, muy en el estilo de los palacios florentinos renacentistas. Corona todo el conjunto un frontispicio o piñón liso flanqueado por pilares, en el cual se presume que estaba el escudo imperial de España. A un lado se levanta la torre del campanario rematada por un capitel; probablemente existió otra torre similar en el extremo opuesto de la fachada, como lo indica una base existente y que, en términos compositivos, complementaría la simetría de todo el conjunto.
Dentro de la iglesia, la nave central tiene mayor amplitud y altura, pues alberga el altar principal y se separa de los laterales por dos series de arcos de medio punto que corren a lo largo de toda la construcción y están sostenidos por columnas lisas con capitel toscano. El recinto estuvo decorado con pintura mural. Los indicios de color que mejor se aprecian están en una capilla hornacina en el sotocoro, que conserva parte de una cenefa o franja con ángeles y follaje, limitada por dos cordones franciscano en rojo. En la parte superior de la hornacina se pintó un cielo azul con estrellas, mismo que vemos en el arco de entrada de la puerta norte del templo. El convento tuvo más variedad de pintura mural, como se nota en la sacristía, donde el guardapolvo se pintó imitando los azulejos llamados de servilleta o con triángulos diagonales, y con motivos florales en los marcos de las ventanas. Del resto de las habitaciones sólo quedan ruinas que nos invitan a imaginar cómo pudieron ser, por eso el recinto tiene cierta poesía, como comentó un visitante del lugar.
En la citada Relación geográfica de Tecali también se señala que la iglesia tuvo un techo de madera bajo una cubierta a dos aguas con tejas, techumbre bastante común en esa primera etapa colonial. En México tenemos ya pocos ejemplos de estos maravillosos alfarjes de madera y Tecali podría ser uno de ellos, si no hubiera sido víctima de un general llamado Calixto Mendoza que hizo allí una plaza de toros en 1920. Sin embargo, este espacio a cielo abierto proporciona una grata sensación de tranquilidad y paz, e invita a que visitantes y pobladores acudan a él en su tiempo libre para disfrutar con la familia o con la persona amada del maravilloso césped que es ahora el piso del templo, bajo el brillante sol poblano.
Al fondo se aprecia el presbiterio con un gran arco apoyado en ménsulas cuadradas y resaltado por puntas de diamante o piramidales iguales a las de la portada, haciendo una graciosa correspondencia decorativa. En la bóveda que forma el arco quedan fragmentos de casetones poligonales pintados en azul y rojo, los cuales complementan la decoración del techo de madera. Éste fue modificado probablemente a fines del siglo XVII, al adosársele un gran altar dorado en estilo barroco estípite, que cubrió la pintura mural original, en la que sólo queda un fragmento del Calvario. En el muro se aprecian unos soportes de madera que sostuvieron un retablo dorado.
La base del altar conservada se nota burda y descuidada, pero encierra una misteriosa leyenda popular, según cuenta don Ramiro, vecino del lugar. Afirma que ahí se oculta la entrada de unos túneles que comunican con el vecino convento de Tepeaca, por los que transitaban en secreto los frailes y donde guardaban un arcón con valiosas piezas del ajuar de la iglesia, mismo que “desapareció” después de la restauración del lugar, en los años sesenta.
Sobre la entrada se encontraba el coro, sostenido por tres arcos rebajados que se cruzan con los esbeltos arcos de las naves, logrando un cautivante juego de intersecciones. Esta ubicación responde a la usanza española de fines del siglo xv, adoptada en las iglesias conventuales novohispanas.
Detalles de origen medieval
En Tecali encontramos también algunas soluciones de origen medieval: los mal llamados pasos de ronda, que son estrechos pasillos en el interior de ciertos muros y que en algunos casos permitían la circulación por el exterior del edificio. Esos corredores en realidad tuvieron un uso práctico para el mantenimiento de fachadas, tal como se empleaban en la Europa de la Edad Media para la limpieza de ventanas. En la Nueva España no había vidrieras, sino telas o papeles encerados que se enrollaban o extendían para controlar la ventilación y la iluminación, aunque aquí es probable que algunas de las ventanas estuvieran cerradas con láminas de tecali. Otro de estos pasadizos en el interior de los muros eran las ventanas que comunicaban la iglesia con el claustro y servían como confesionarios, donde el sacerdote aguardaba en el convento y el penitente se aproximaba desde la nave. Tal tipo de confesionario dejó de usarse tras el Concilio de Trento (1545-1563), el cual estableció que éstos debían estar situados dentro del templo, por eso tenemos pocos ejemplos en México.
No se sabe con cuántos retablos de talla dorada y policromada contó la iglesia del convento de Tecali, pero han sobrevivido dos: el principal y uno lateral que podemos apreciar en la actual parroquia, junto con otros tres retablos dorados, seguramente hechos para el nuevo templo. El del altar principal está dedicado a Santiago apóstol, patrón de Tecali, pintado al óleo en el lienzo central. Emplea pilastras estípite, conocidas en México como churriguerescas, introducidas en el siglo XVII, acompañadas por esculturas estofadas de santos, entre una profusa decoración que acentúa su carácter barroco. La elaboración de este retablo debió realizarse poco antes del abandono del convento en 1728, cuando se terminó la construcción de la actual parroquia y se trasladaron los existentes en la antigua iglesia.
Existen y se usan todavía dos grandes cisternas que recolectan y almacenan el agua de lluvia mediante un sistema de canales subterráneos para captar el vital líquido y contar con él en la época de estiaje. El antecedente prehispánico de estos aljibes fueron los jagüeyes, que los frailes mejoraron al revestirlos de piedra. En Tecali hay dos depósitos: uno cubierto para el agua potable —en la parte posterior de la iglesia— y otro para la crianza y cultivo de peces, más alejado y de mayor tamaño.
La visita a Tecali es un encuentro con el ayer, una pausa en la agitada vida cotidiana. Nos recuerda que en México hay muchos lugares interesantes; son nuestros y merece la pena conocerlos.
SI USTED VA A TECALI
Tecali de Herrera es una población localizada a 42 km de la ciudad de Puebla, por la carretera federal núm. 150 que va de Tehuacán hasta Tepeaca, donde se toma la desviación hacia allí. Se nombra así en honor al coronel liberal Ambrosio de Herrera.
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