The Hidden Kitchen: el lugar secreto donde solo sirven 40 menús en la CDMX
Descubre una misteriosa propuesta que busca crear experiencias gastronómicas únicas e irrepetibles.
Es común escuchar que lo desconocido es más emocionante, nos pone en estado de alerta, agudiza los sentidos y, sobre todo, nos hace ser más observadores de lo habitual.
Viajar a un nuevo lugar, el ver por primera vez un paisaje, la emoción al escuchar una nueva canción, todo lo que desconocemos tiene un sabor distinto y, en este caso, la sorpresa, la locación y los ingredientes son parte del menú.
Lo anterior lo engloba The Hidden Kitchen, una inusual propuesta gastronómica, donde cada dos meses organizan cenas que ellos denominan clandestinas.
En estos encuentros que han ido recorriendo la Ciudad de México, únicamente se preparan 40 menús para 40 personas, quienes comparten las mesas itinerantes en inusuales locaciones como las siguientes:
- galerías de arte
- edificios en construcción
- bodegas
- estacionamientos
La locación
De la mano de exclusivos chefs, en cada locación se prepara un efímero y exclusivo menú, acompañado de su respectivo maridaje.
La cita era a las 20:00 horas en una solitaria y lúgubre calle del centro de la ciudad, de esas que remiten a las películas en blanco y negro de Luis Buñuel. Un anuncio luminoso de neón dejaba ver que era el lugar indicado.
En un espacio en crudo que se antojaba para montar un restaurante de comida china, se ubicaban dos largas mesas y una barra de bebidas que, por la iluminación y decoración, parecía escenografía de una cinta de Quentin Tarantino.
El estar sentado en una mesa corrida con desconocidos es parte de esta experiencia, la cual recibió a todos los comensales con un dulce y bien montado mezcal de Montelobos.
El chef
El menú fue un despliegue de cuatro tiempos y un postre, acompañado de vino blanco, rojo y cerveza.
La danza del servicio empezó puntual y de manera uniforme, comenzó con un plato de jitomate, ciruela, verdolaga y albahaca, una manera fresa y ligera de empezar esta propuesta del chef invitado Jair Téllez, considerado uno de los más irreverentes de la cocina mexicana.
El segundo tiempo fue una mezcla de radicchio (una variedad de lechuga), betabel, nueces y queso de oveja, que por los gestos de los cómplices de esta experiencia, fue uno de los platos favoritos de la noche. De haber sido menú a la carta, más de uno hubiera pedido repetir, estoy seguro.
Previo al plato principal, llegó a la mesa un kampachi con algas y caldo marino. Para los que prefieren la comida de mar, este fue un platillo que abrió el apetito para el tan esperado último tiempo.
Una de las ventajas de esta cocina itinerante es que da opciones para los que no comen carne, solo basta con mencionarlo al momento de hacer la reservación.
El plato principal
Por recomendación del chef, el esperado plato fuerte debía ser acompañado con una cerveza artesanal y qué mejor que por una Tempus, diseñada para armonizar con los alimentos.
La última entrega fue una pieza de res de pastoreo y berenjenas al horno, para el que no había que hacer gran esfuerzo para que el cuchillo hiciera el corte de la jugosa carne.
Con una decoración sencilla e iluminación a cargo de múltiples velas, en el lugar se podía apreciar que tras la bebida y la comida, los que se sentaron como desconocidos, en la sobremesa ya empezaban a hacer buenas migas, algunos comentando que no era la primera vez que vivían esta experiencia, otros contando que habían sido llevados con muy poca información.
El postre
Para terminar la noche, una panacotta de maíz, mamey y miel de Real de Catorce, de la mano de un refrescante carajito tonic. Un final acorde al menú presentado por el chef que ha roto los esquemas del fine dining en nuestro país.
La velada fue amena y la compañía la indicada. Una de las fortalezas de este concepto es el factor sorpresa, que hasta provoca que los asistentes no sepan cuándo es buen momento para pararse de la mesa y despedirse de los nuevos amigos.
