Tlacotalpan, Veracruz, zona de monumentos históricos
A orillas del legendario y tranquilo río Papaloapan surgió una ciudad inigualable por su apacible y equilibrada belleza...
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¡Sólo Veracruz es bello!, reza una frase atribuida –según los jarochos– a un santo Papa, quien seguramente no conoció a la no menos hermosa población de Tlacotalpan, antiguo puerto ribereño cercano a la costa del Golfo de México.
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Su entorno natural y armoniosa arquitectura le dan un sello bastante particular. A pesar del intenso calor que caracteriza a la población, caminar por sus amplias calles –paralelas al curso del río– es toda una delicia, pues se puede admirar una serie de casas de techos inclinados recubiertos de tejas, y pórticos que invitan a recorrerlos brindando al forastero un espacio de frescura. Llama la atención la estupenda gama de vivos colores que presentan las fachadas: azul añil, rosa, amarillo, rojo, naranja.
Su plaza principal, curiosamente revestida de mármol en su piso, cuenta con pequeños árboles frondosos y esbeltas palmeras; al centro, un quiosco de estilo morisco forma parte de la identidad de esta pintoresca población. Rodeando la plaza está el Palacio Municipal, la parroquia de San Cristóbal y la famosa capilla de la Candelaria, que data del siglo xvi, aunque su fisonomía actual corresponde al siglo XIX. Otros lugares atractivos son la plaza de doña Marta, el Museo Agustín Lara (de quien se dice es oriundo de aquí), el Museo Salvador Ferrando, el teatro Nezahualcóyotl y el siempre impecable mercado Teodoro A. Dehesa.
La palabra Tlacotalpan proviene del náhuatl Tlaxcotaliapan o «tierra entre aguas», y hace clara alusión a que este lugar fue una isla en un principio. En 1518 Juan de Grijalva descubrió la boca o entrada del Papaloapan, y después Pedro de Alvarado estableció contacto con sus habitantes. Hacia 1550 formó parte de una enorme merced de tierra que el rey de España otorgó a Gaspar Rivadeneyra, quien se mantenía del ganado. Este español no pudo impedir que en el lugar se estableciera una villa de pescadores, pero sí los obligó a construir la capilla dedicada a la virgen de la Candelaria.
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La colonización de Tlacotalpan se realizó de una forma muy lenta, basta decir que en 1544 había 12 españoles; para 1777 eran 320, y en 1808 existían 1,156 indígenas y 1,616 pardos (descendientes de indígenas y negros). La población fue destruida por varios incendios (1698, 1788 y 1790) que obligaron a las autoridades a tomar severas medidas que cambiaron su aspecto, por ejemplo, la palma de los techos de las casas fue sustituida por teja de barro. Hacia 1821 Tlacotalpan se convirtió en un centro comercial de importancia. Su puerto recibía productos de Oaxaca y Puebla destinados para Veracruz y más allá, Nueva Orleans, la Habana y Bordeaux. En 1855 su flota contaba con 18 barcos de vapor y un gran barco de navegación que transportaban tabaco, algodón, azúcar, brandy, pieles, cocodrilos, jabón, vigas, granos, muebles y plumas de garza. A principios del siglo XX era una comunidad próspera.
Hoy en día Tlacotalpan es una hermosa ciudad con grandes atractivos. Uno de ellos es la festividad de la Candelaria (2 de febrero), cuando la virgen recorre parte del río Papaloapan; las Mojigangas (enormes muñecos de papel) desfilan por sus calles que también son testigos de las corridas de toros a la usanza de Pamplona. Lo mejor de la gastronomía está presente en esta fiesta, con exquisitos platillos que incluyen robalo, mojarra, jaiba y camarones, acompañados de los clásicos toritos de cacahuate y coco.
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Valores universales
Es un ejemplo extraordinariamente preservado de un tipo inusual de asentamiento colonial español: puerto ribereño. Su traza urbana y arquitectura representan la fusión de dos tradiciones, española y caribeña respectivamente, de excepcional calidad. La característica más sobresaliente se refleja en la amplitud de sus calles, y en su caserío que muestra sin duda la tradición constructiva vernácula del Caribe. Los expertos reconocieron también la exuberante variedad de sus colores, y la presencia de árboles en los espacios abiertos –ya sean públicos o privados– que le aportan un especial encanto a la población.
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Propiedades en México inscritas en la lista de patrimonio de la humanidad
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- Zona arqueológica de Paquimé, Casas Grandes (1998)
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