Una ruta de arte rupestre en Baja California
Es difícil imaginar a Baja California como depositaria de riquezas arqueológicas de gran importancia como los Grandes Murales rupestres, en el centro de la península, antiguos vestigios que simplemente te sorprenderán.
¿Pero fuera de ellos? En realidad lo que existe es mucho más sorprendente, hermoso y abundante de lo que se pudiera sospechar. Mi primer destino fue El Vallecito, a 5 km al noroeste del pueblo de La Rumorosa, en el extremo norte de la península. Aparte de ser el sitio más conocido del estado, por su ubicación y sus cualidades es la mejor opción para quien hace una sola visita. Ubicado en las cumbres de la sierra de Juárez abarca unas 200 hectáreas. Entre bosquecillos de pinos y agaves existen caprichosas formaciones pétreas que ostentan varios grupos de pictografías que abarcan una amplia gama de temáticas, desde lo abstracto-geométrico hasta lo más figurativo: formas humanoides, astros, y otros.
La pintura más famosa del lugar es El Diablito, dibujo antropomórfico de color rojo con dos rayas onduladas sobre la cabeza a modo de cuernitos. Su mérito radica no sólo en la composición, sino en su papel como marcador calendárico: en la mañana del solsticio de invierno un rayo del sol penetra en el resguardo donde se encuentra, e ilumina directa y exclusivamente los ojos de El Diablito.
No lejos de ahí, en el km 57 de la autopista La Rumorosa-Mexicali, encontramos otro sitio formidable junto a una gran roca cúbica. Contiene varias figuras humanoides pintadas, algunas de ellas hechas con trazos blancos sobre paredes oscurecidas por el humo de antiguas hogueras. También hay petroglifos y morteros.
¿En qué época fueron trabajadas éstas zonas del estado? Algunos investigadores creen que hubo presencia humana en la península desde hace varias decenas de miles de años, pero la evidencia disponible sólo la demuestra más o menos a partir del año 8000 a.C. Sin embargo, los elementos que mencionamos son más recientes. El procesamiento de bellota y el mortero se calcula que surgió hacia principios de la era cristiana.
En cuanto al arte rupestre, la arqueóloga Julia Bendímez, directora del INAH en el estado, señala que la mayoría de las pinturas fueron elaboradas en los últimos mil años, aunque los grabados, más resistentes a la erosión, pueden ser más antiguos.
LA MAGIA DE LAS PINTAS
De la frontera continué rumbo a Ensenada. Entre los viñedos de Valle de Guadalupe ví pinturas rojas y blancas en un peñasco junto al rancho El Milagro. Más al sur, en la carretera transpeninsular, me detuve en el pueblo de San Vicente Ferrer. Don Nicolás Fernández, lugareño a quien conocí por medio del museo comunitario local, tuvo la bondad de guiarme al Rancho de la Llave junto al arroyo San Vicente donde se eleva una pared rocosa de 10 m de alto cubierta de petroglifos. Los diseños son todos geométricos, con predominio de líneas rectas (salvo por algunos graffitis), y aunque resultan por completo ininteligibles, son quizá los mejor conservados de todo el noroeste de México.
Hacia el sur, la siguiente zona fue Las Pintas, un lugar extraordinario. Gracias a Eduardo Valenzuela, El Manotas, un sagaz vecino de El Rosario de Arriba que averiguó la ruta, fue posible llegar. En el camino se nos unió don Santana Ruelas, un gentil colono jaliciense. Equipados con un garrafón de agua, los tres hicimos a pie los últimos seis km del trayecto, luego de un dificultoso recorrido de 50 km en automóvil.
La zona consta de un amplio conjunto de enormes rocas entre dos cerros. En la superficie de las rocas destacan cientos de enigmáticos dibujos blancos. La cantidad de dibujos y su cuidadoso trazo indican que los autores expresaron ahí mil cosas importantes, y, no obstante, para el espectador actual son ininteligibles.
Creo que de los siete sitios, éste es definitivamente el más hermoso y sobrecogedor. Su singularidad la debe a la majestuosa soledad del desierto y a las formas únicas de los cirios, que aquí y allá, en medio de las rocas, se yerguen vigilantes. También reconozco que sin las interesantes observaciones de El Manotas y Don Santana, aquella visita no hubiera sido igual de divertida.
DE CRUCES Y COLORES
Otra zona, más curiosa que bella, la encontré unos 50 km al sureste. Se trata de un grupo pequeño, aunque disperso, de petroglifos a la orilla del arroyo San Fernando. Más diseños geométricos y trazos abstractos, esta vez sobre una piedra de tono anaranjado. Pero dos dibujos llaman la atención. Uno es una cruz latina solitaria.
El otro es una composición compleja que parece un barco de vela. ¿Son pinturas posteriores a la llegada de los españoles? No son del todo ajenos al arte rupestre mexicano los motivos occidentales. Podríamos plantear como hipótesis que la emoción ante un nuevo mundo tan extraño llevó a los artistas a grabar tales cosas.
La geografía redondearía la hipótesis: a unos cuantos pasos está la misión de San Fernando Velicatá, fundada por el venerable Fray Junípero Serra en 1769; y la costa, por donde navegaron los galeones desde el siglo XVI, está a menos de cien km de distancia por un terreno relativamente llano.
El último destino de esta aventura fue la cueva pintada de Cataviñá, otros 50 km más al sureste, en la parte rocosa del Desierto Central. El sitio, cercano a dicho caserío, está muy vandalizado, aunque los murales siguen siendo magníficos. Más que una cueva, es una especie de túnel de unos3 m de largo bajo una colosal roca colgante.
El techo semiesférico luce decenas de triángulos, cuadrados y rectángulos rayados, círculos concéntricos, soles como los de El Vallecito… Asombra la variedad de colores en apenas dos o tres metros cuadrados: el negro, proveniente del óxido de manganeso; el ocre, que se obtiene de la hematita (óxido de hierro); el blanco, derivado de piedras calizas; los más misteriosos amarillos y anaranjados…
Cataviñá fue en este recorrido la aduana del gran enigma. Unos 130 km al sur ya comienza la zona de Grandes Murales, aquellas otras pinturas monumentales con arte figurativo de tamaño natural y a veces mayor (véase México desconocido números 193 y 220). Curioso: los colores de Cataviñá son básicamente los mismos que los de los grandes murales; no hablemos del entorno y la base económica de caza y recolección, pero los resultados artísticos son completamente distintos. ¿Por qué la frontera entre lo abstracto y lo realista en el sur del estado?
De cualquier modo, queda algo claro: el estado de Baja California, tanto en su parte norte como en el sur, es una gigantesca galería pictórica. Y en ello también muestra su raíz mexicana: como el resto del país es coheredera de una plástica milenaria extraordinaria.
SI VAS A LAS ZONAS ARQUEOLÓGICAS DE BAJA CALIFORNIA
1. EL VALLECITO: toma la brecha que sale 3 km al oeste del pueblo de La Rumorosa rumbo al norte (restauranteEl Chipo). La zona, 3 km adelante, abre de miércoles a domingo de 8:00 a 17:00 horas, pero después de las 16:00 ya no se permite el paso.
2. KILÓMETRO 57: está al lado del km 57.5 de los carriles de la autopista que descienden de La Rumorosa hacia Mexicali.
3. RANCHO EL MILAGRO. Referencia: Valle de Guadalupe (Francisco Zarco).
4. RANCHO DE LA LLAVE. Referencia: San Vicente Ferrer.
5. LAS PINTAS: 22 km al este de El Rosario de Arriba, sobre la carretera transpeninsular; en el km 81, toma la terracería a la derecha (sur). Luego de 30 km se llega al poblado fantasma de El Malvar o ejido Abelardo L. Rodríguez. En las primeras casas dobla a la izquierda (oriente); sigue derecho y toma la primera desviación a la izquierda hasta encontrar el sitio a unos 6 km adelante. Referencia: pregunta por El Manotas en El Rosario (todos lo conocen).
6. SAN FERNANDO VELICATÁ: sigue los señalamientos de las ruinas de la misión homónima que están hacia el km 119 del tramo de la transpeninsular que va de San Quintín hacia el sur. De las ruinas siga adelante otros mil metros.
7. CATAVIÑÁ. Referencia: pueblo de Cataviñá o Santa Inés.
Para saber más sobre Rutas por México
– Ruta de los petroglifos de Coahuila. Crónica del desierto
– Ruta de San Cristóbal de las Casas a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas
– Ruta por los cenotes de Yucatán
– Ruta de las misiones en el río Sinaloa
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