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Gastronomía

Valle de Guadalupe en Baja: vinos, hoteles, museos y restaurantes

Una guía completa del Valle de Guadalupe en Baja: dónde dormir, dónde comer, qué vinos beber. Una experiencia alucinante para viajeros gourmet.

Aquí te presentamos algunas de tales vinícolas, además del Museo del Vino y un puñado de sitios para comer. La visita a estos lugares y la degustación de sus vinos permitirán al lector entender por qué muchos bajacalifornianos ya llaman a este lugar simplemente “El Valle”: es el valle encantador, productivo y sabroso por antonomasia. Y también convencerán al viajero de que en nuestro México Desconocido hay muchos, muchísimos valles hermosos, pero ninguno que se compare con Valle de Guadalupe en Baja.

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Adobe Guadalupe

Es una vinícola preciosa y, definitivamente, todo un clásico de Valle de Guadalupe en Baja. Su edificio, que con sus muros blancos, sus techos de teja y su patio central con arcadas semeja una vieja hacienda mexicana (aunque fue diseñado por el célebre arquitecto iraní Neil Haghighat), y sus esculturas metálicas de los caballos y del arcángel junto a los viñedos de la casa, han sido tan repetidamente fotografiados que ya se han convertido en los mejores símbolos del valle.

Pero también es un clásico, porque fue una de las bodegas pioneras en el enoturismo: sí, el vino local es excelente, pero se disfruta mejor en un hotel elegante y cómodo, flanqueado por verdes jardines, con una tina de jacuzzi mirando al viñedo y teniendo al lado un restaurante muy bien atendido.

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Adobe Guadalupe fue el proyecto de Donald y Tru Miller (él, estadounidense, y ella, holandesa), iniciado desde la última década del siglo XX. Fue en el 2000 que levantaron su primera cosecha. Y muy pronto sus vinos se volvieron referencia obligada en el panorama de la enología mexicana.

Su línea más antigua y famosa es la de los arcángeles, todos ellos ensambles muy aplaudidos: Miguel, Kerubiel, Serafiel, Gabriel y Rafael, que son tintos, y Uriel, que es rosado. Algo más nuevos son Jardín Secreto (tinto con base en Tempranillo) y Jardín Romántico (Chardonnay), excelentes creaciones del actual enólogo de la casa, el chileno Daniel Lonnberg.

Tal vez la mejor manera de conocer los vinos es en las cenas maridaje que se ofrecen en la casa. Son comidas de cinco tiempos preparadas por la chef Martha Manríquez, maridados con distintas añadas (muchas veces reservas especiales). Y se llevan a cabo en el elegante comedor de la casa con su vajilla y cubiertos de lujo. Estas comidas cuestan 70 dólares y es preciso reservarlas con antelación.

Adobe Guadalupe ofrece también masajes y catas verticales con presentación de los caballos aztecas que se crían en los establos de la bodega en el Valle de Guadalupe en Baja. A un lado se encuentra la tienda. En ella, el visitante hace las degustaciones básicas, pero también encuentra muchos otros productos que comprar: los vinos, pero también el tequila Tía Tula y el mezcal Lucifer, elaborados especialmente para Adobe Guadalupe; aceitunas y aceite de oliva de la casa; miel, conservas, artesanías, arte y regalos.

Entre la bodega y la tienda está el Adobe Food Truck, que por su servicio rápido puede ser una cómoda opción para el viajero que visita varias vinícolas durante el día. Aparte, sus platillos (tipo tapas) son muy sabrosos: desde las patatas bravas, los champiñones al ajillo y las ensaladas, hasta la chistorra al brandy o el picosito de salchicha polaca con camarones del Pacífico.

Alximia

Presidida por el productor Álvaro Álvarez, esta empresa familiar basa su filosofía en el respeto al medio ambiente. Por ello, sus vinos principales llevan nombres como Helios, Magma, Pira o Aqua, haciendo alusión a los cuatro elementos.

Su historia empezó en 2004 con la plantación del viñedo, y aunque el año siguiente inició la vinificación de la uva, produciendo apenas 20 cajas de AlXimia Cabernet y AlXimia Cabernet Merlot, en realidad consideran al año 2008 como su año formal de inicio.

Su relajado edificio de estructura circular viene muy a tono con su filosofía y hace posible observar todo el proceso desde la sala de degustación: el viñedo —que hoy produce uvas Cabernet Sauvignon, Syrah, Tempranillo y Barbera—, el área de selección de la uva y despalillado, las salas de fermentación y de añejamiento en barricas de roble.

Alximia también tiene un restaurante llamado La X donde organizan maridajes y en ocasiones eventos con paella, música en vivo, y hasta lecturas de poesía. Abre para desayunar, comer y cenar. Tiene una terraza con vista al valle, con unas agradables sillas colgantes.

Barón Balch’é

En 1997 Juan Ríos adquirió 32 hectáreas de un viejo viñedo familiar en el Valle de Guadalupe en Baja y se dispuso a regenerarlo con la idea de elaborar vino casero. Al paso de los años lo pensó mejor y se decidió a vender su producción. A principios de siglo construyó su cava, amplió los viñedos y comenzó a comercializar sus caldos.

Para el 2008 comenzó a vender los vinos Premium, como el Balch’é Cero (Nebbiolo) o Balch’é Tres (Merlot), que desde entonces se han ubicado entre los vinos más caros de México. Actualmente ya produce más de 20,000 cajas anuales de 18 etiquetas diferentes: 14 tintos, tres blancos y un clarete. El enólogo a cargo desde el año 2014 es Óscar Delgado Rodríguez.

El nombre de esta casa hace referencia a la cultura maya, pues el balch’é no es otra cosa que un árbol cuyos frutos eran fermentados para deleite de ciertos dignatarios. Además de visitar ahora la bodega misma, el visitante puede también comer en el restaurante Tahal. Se espera que en un futuro próximo esta vinícola cuente también con servicio de hospedaje.

Bibayoff

En 1907 llegaron a Valle de Guadalupe en Baja cien familias rusas procedentes del Cáucaso. De religión molokana (disidentes ortodoxos de orientación pacifista) se establecieron aquí y se dedicaron a la cría de animales y al cultivo de la tierra. Con el paso de los años, algunos volvieron a emigrar, pero otros, como la familia Bibayoff, se quedaron y cultivaron la vid.

De hecho, fueron los pioneros aquí en este cultivo y en la elaboración de vino hacia los años treinta del siglo xx. Hoy hacen algunos varietales (Zinfandel, Nebbiolo) y ensambles (de nombres Tintoyoff, Rosayoff, Blancoyoff y Zinc, que combina uva Zinfandel, Nebbiolo y Cabernet Sauvignon) para paladares jóvenes. El viñedo cuenta con un pequeño museo familiar y una tienda con artesanías y productos de origen ruso.

Bruma

Es uno de los conjuntos más innovadores del Valle en cuanto a estilo arquitectónico y, desde luego, un lugar para disfrutar con los cinco sentidos. Visualmente es un lugar que atrapa. La vinícola aparece precedida por una rampa, que es como la ladera del cerro. Arriba está el tronco seco de un encino de 300 años que se levanta sobre un espejo de agua.

Luego uno baja y entra a la inesperada cava octagonal. A un lado están las elegantes villas con muros y techos de color arena, frente a un pequeño lago. Más allá, se encuentra Casa 8, un lindo bed & breakfast, con sus habitaciones como camufladas entre las rocas. Al otro lado, está el restaurante Fauna con una terraza medio protegida por piedras y olivos. Hacia abajo se extiende el mar de viñedos y hacia atrás se yerguen los cerros de la orilla del valle.

El arquitecto, Alejandro D’Acosta, quiso integrar la construcción al aspecto del valle y lo logró. Pero lo más sorprendente es que gran parte de todo este despliegue de lujo se construyó con basura cercana. Las vigas están hechas de coches de desecho de Mexicali. La madera que cubre muros y pasillos son pedazos, todos iguales, que provienen de puentes desmontados de Estados Unidos.

Y los pequeños cristales redondos que cuelan la luz ambiente no son otra cosa que los desechos de la fábrica de lentes de la empresa Augen de Ensenada. El propósito ambientalista no acaba ahí. El lago de las villas es parte del sistema de tratamiento de aguas, y el espejo de agua que está bajo el encino refrigera naturalmente la cava sobre la cual se encuentra. Cada detalle resulta revelador.

Este proyecto lo lanzó un grupo de ocho amigos encabezado por el empresario Juan Pablo Arroyuelo. Comenzó a tomar forma hacia 2012 y poco a poco ha ido añadiendo nuevas áreas. Fauna, por ejemplo, apenas abrió en 2017 y en el segundo semestre de 2018 se espera que entre en operación un nuevo bar.

El conjunto y la vinícola llevan por nombre Bruma. Los vinos están a cargo de Lourdes Martínez Ojeda, una destacada enóloga bajacaliforniana con más de 13 años de experiencia en bodegas Grand Cru de Francia. Por ahora los elaboran cuatro etiquetas: tres de ellas bajo el nombre de Bruma Ocho (un tinto, un rosado y un Chardonnay) y otra más llamada Bruma Plan B.

El encanto del lugar también es notable en Fauna, uno de los restaurantes de antología del valle. Una entrada de ostiones Kumamoto envueltos en salsa de manzana y pata de mula con aceite de chile chilhuacle, o un plato fuerte de frijol encurtido con chicharrón y pulpo son creaciones de su chef, el ensenadense David Castro Hussong. ¿Suena a que está experimentando? Tal vez, pero él explica, “para mí es cocina mexicana; es reflejo de lo que comí y de lo que me gusta comer”. Y son platillos deliciosos.

Aparte, el conjunto tiene las opciones de hospedaje ya mencionadas y, para sus huéspedes hay bicicletas de alquiler y también se pueden organizar cabalgatas.

Bodegas Frubio

Inició en 2003 como un proyecto recreativo de Francisco Rubio. Al principio tuvo cuatro hectáreas. Los frutos se los pasaba a otras vinícolas que pagaban con botellas. Luego empezó la elaboración de caldos propios. Poco a poco, esposa, hijos y nietos se involucraron en el proyecto y hoy la F. del nombre hace referencia a la familia entera.

Los vinos pronto encontraron una colocación comercial. Eso sí, sin perder la idea original de hacerlos con un máximo de calidad. Siendo una vinícola con viñedo propio, los Rubio se propusieron no cosechar más de cuatro toneladas de uva por hectárea, de modo que las plantas sean expresión plena de la tierra. Y esa regla la han mantenido hasta la fecha. El enólogo de la casa es Alberto Rubio.

Hoy ofrecen siete etiquetas (todas con el símbolo de los elefantes), algunas son mezclas y otras monovarietales (Tempranillo y Malbec). La bodega está abierta a visitas y cuenta también con un bistro a cargo del chef Alex Rubio, llamado Parcela 70.

Casa de Piedra

Es una vinícola modesta en términos de producción y que elabora pocas etiquetas. Su edificio, sencillo y robusto, hace honor al nombre de la vinícola y ya tiene unos 20 años. Sin embargo, es muy recomendable visitar Casa de Piedra por ser una de las vinícolas clave en la historia del valle.

El famoso enólogo Hugo D’Acosta dirigió la producción de Bodegas de Santo Tomás a partir de los años ochenta del siglo XX. Luego dejó aquella casa con la idea de crear esta otra, como un proyecto enteramente propio. Y aquí, a finales de los noventa comenzó a elaborar el Vino de Piedra, quizá el caldo más célebre del Valle de Guadalupe en Baja y, en definitiva, un parteaguas en la historia de la vitivinicultura regional. Su idea, que hoy siguen muchos, era obtener vinos que revelaran el terruño de su origen. Las reseñas y comentarios que este vino ha suscitado son incontables.

Ahora, aparte de ese vino tinto, esta bodega produce un blanco llamado Piedra del Sol y una línea de espumosos bajo el nombre de Espuma de Piedra. Lo mejor es que estos tres vinos son los que pueden saborearse en la degustación básica.

Casta de Vinos

Interesante por su utilización de la uva Mourvèdre, esta pequeña vitivinícola fundada en 2010 por la familia Castañeda —de ahí el nombre de la casa— produjo en su primera añada apenas 14 barricas, para crecer a más de 400 en el 2018.

Apasionados de la topografía y la flora local, su construcción aprovecha materiales como el granito, la piedra laja, la piedra de canto rodado y el adobe, mientras que varios de sus vinos llevan nombres de especies vegetales de la zona, como Cardón, Cirio, Flor de Roca y Pitaya.

Entre sus más de 10 etiquetas, los vinos de la línea Casta Tinta están entre los más galardonados. También muy aplaudidos han sido el tinto Cardón (Cabernet Sauvignon y Mourvèdre), el blanco Casta Blanca (Chardonnay) y un fresco rosado llamado Pitaya, elaborado con uva Grenache en honor de las mujeres que luchan contra el cáncer de mama.

Si estás por Valle de Guadalupe en Baja, haz una parada en su sala de degustación para disfrutar sus vinos en compañía de algún miembro de la familia Castañeda. Tiene un restaurante que funciona sábado y domingo. La cata … se realiza en el interior de la cava.

Casa Magoni

Patriarca de los enólogos de Valle de Guadalupe, Don Camillo Magoni nació a mediados del siglo pasado en Morbegno, en el norte de Italia, y en los años sesenta vino a Baja California invitado por su paisano Ángel Cetto. Por décadas fue el enólogo de L. A. Cetto. Poca gente hay que conozca tan profundamente las posibilidades de Valle de Guadalupe como él.

A principios del milenio estableció su propia bodega por el gusto de elaborar buenos vinos y hacer pruebas con nuevas cepas (hoy, su campo experimental tiene sembradas 70 cepas de todo el mundo). En 2013 Casa Magoni comenzó a vender al público y ahora se ha convertido en una bodega familiar que se ufana de vinificar con uva propia. Aunque sus tintos suelen estar hechos con uvas italianas, también tienen un inolvidable Malbec-Merlot, entre otros caldos recomendables.

Casa Urbina

Inició elaborando vino en 2011 en instalaciones ajenas y con uva comprada, pero poco a poco ha ido creciendo y ahora es una muy bonita y prometedora vitivinícola con hotel boutique (Wine Resort). La arquitectura es notable: las líneas del viñedo convergen todas en un círculo conformado por 21 elegantes habitaciones, más la terraza de degustaciones, un penthouse y un restaurante.

Sin embargo, no es indispensable ser huésped para disfrutar del restaurante o probar las seis etiquetas de la casa: dos ensambles, tres monovarietales (Nebbiolo, Syrah y Malbec) y un blanco. Como hotel el lugar abrió en el verano de 2016. En el futuro próximo contará con su propia bodega de vinificación y un spa.

Castillo Ferrer

Esta bodega, que inició en 2012, suele trabajar con uvas de la Antigua Ruta del Vino. Allá mismo vinifica, pero es en el Valle de Guadalupe donde tiene su sala de degustación y un restaurante. Sus instalaciones son rústicas y sencillas, pero agradables y de buen gusto.

Ubicadas junto a los viñedos, se utilizan con frecuencia para bodas y eventos sociales. Esta vinícola elabora cinco vinos: Aurum, que es una mezcla de Cabernet Sauvignon y Tempranillo; Tempranillo, que es un varietal de esta cepa; Rosam, un Cabernet Sauvignon con un muy apreciado toque dulce; los vinos de la línea premium llevan por nombre Platinum y son monovarietales de Cabernet Sauvignon y Syrah. El restaurante es una muy popular opción para comer en las excursiones a Valle de Guadalupe.

Château Camou

Esta vitivinícola inició operaciones en 1995. Cuenta con un viñedo de 37.5 hectáreas que cultiva siguiendo el modelo francés. Produce anualmente 15,000 cajas de más de una docena de etiquetas. La bodega habla de cuatro líneas de caldos. Los llamados “grandes vinos” pertenecen a la línea que lleva el nombre de la vinícola e incluyen un vino blanco, una mezcla bordelesa, un Cabernet Franc-Merlot, un Merlot, un Zinfandel y El Gran Divino, que es un vino blanco. La línea Viñas de Camou es de vinos blancos.

La línea Flor de Guadalupe tiene un Cabernet Sauvignon-Merlot, un Zinfandel, un Blanc de Blancs y un Clarete. Finalmente está el vino Umbral, un ensamble que ellos mismos definen como “un vino entretenido, fácil de disfrutar pero sin perder el carácter de un vino de guarda”.

Domecq

Nacida en Jerez de la Frontera, Andalucía, esta casa fue fundada por Pedro Domecq en 1822 y pronto se hizo famosa por su producción de jerez y otros vinos. Empezó a comercializar su brandy en México en los años cuarenta del siglo XX.

En 1972 inauguraron la Bodega Pedro Domecq, dedicada a la producción de vinos en el Valle de Guadalupe, y en 2018 llevaron a cabo una importante renovación para dar vida a una experiencia sensorial que incluye un museo y mapping digital. Su viñedo conserva hoy unas 10 hectáreas donde siembra varios tipos de uva, como Cabernet Sauvignon y Merlot.

Es posible recorrer una sección de los viñedos, entrar a la gran cava y degustar algunas de sus etiquetas en el bar de vinos. Se recomienda ponerse en contacto con ellos antes de la visita, pues están haciendo numerosos cambios al proyecto.

Entre las líneas más conocidas podemos mencionar la XA, que incluye el ensamble Blanc de Blancs (Chenin Blanc, Chardonnay y Sauvignon Blanc) y un monovarietal de Cabernet Sauvignon. La línea Château Domecq incluye un tinto intenso de uvas Cabernet Sauvignon, Merlot y Nebbiolo, y un blanco de uvas Chardonnay y Viognier con añejamiento en barrica.

Emevé

Esta vitivinícola de Mario Villarreal (por eso el nombre) fue originalmente una casa de campo. Las vides llegaron aquí en 2004 por la curiosidad de hacer vinos, pero fue tal el éxito que cuatro años más tarde ya estaban comercializándolos. Hoy producen cerca de 5,000 cajas anuales. Cuentan con 18 hectáreas de viñedos y una boutique con elegantes salas de degustación (hay también sala VIP).

Los caldos están a cargo del célebre enólogo chileno Daniel Lonnberg (quien también supervisa los de Adobe Guadalupe). Y aparte de haber recibido críticas muy favorables, son de los más premiados en México y Europa. Su vino más famoso es Los Nietos, una aplaudida mezcla bordelesa; pero en cuanto a excelencia no se quedan atrás Isabella (blanco), Armonía de Tintos (un vino joven) y los varietales.

Decantos Vinícola

Esta bodega se roba todas las miradas con su fachada de planta semicircular y una muy agradable recepción que se conecta con un bar, una terraza, un prado y los viñedos inmediatos. Es un sitio que parece invitar a la celebración. Pero detrás de la recepción se esconde el secreto de esta vinícola: una suerte de espiral que se sumerge hacia abajo, como buscando el centro de la tierra.

Todo esto tiene relación con el nombre y el estilo de esta vinícola. Alonso Granados, socio y fundador de la vinícola, explica que este proyecto nació “con una idea muy firme: eliminar las bombas mecánicas en el proceso de elaboración del vino”. De este modo el caldo obtiene una mejor estructura en color, aroma y sabor. Para lograrlo, la bodega fue diseñada y construida siguiendo esta idea.

Los distintos procesos, desde que se recibe la uva recién cosechada hasta que se embotella el vino, aquí se llevan a cabo por decantación, que como dice el diccionario, consiste en la acción y efecto de decantar, es decir, “separar un líquido del poso que contiene vertiéndolo suavemente en otro recipiente”.

Y aquí, la suavidad del trasvase se da por mera gravedad, en toda la vinícola. Por eso fue necesario construir una bodega tan profunda. Doce metros debajo de la superficie del valle se encuentran las barricas que nunca son sacudidas, sino que en su parte inferior tienen llaves para probar el vino o, en su caso, embotellarlo.

Después de ver esta curiosa e impresionante bodega no sorprende que su lema sea “la gravedad del vino” y que su vino premium, un sabroso ensamble de Nebbiolo, Syrah y Tempranillo, lleve por nombre 981 (en referencia a 9.81 metros sobre el segundo al cuadrado, que es la aceleración provocada por la gravedad de la tierra).

Desde 2013 que obtuvieron su primera añada, la producción de esta bodega ha crecido hasta las 25,000 cajas que esperan para 2018. Son ya una docena de etiquetas las que manejan. Aparte del vino premium mencionado hay ocho varietales que forman la línea de reservas y tres jóvenes (entre ellos uno elaborado según el antiguo método de maceración carbónica). Es Alonso Granados, formado en España, el enólogo a cargo.

La visita a la bodega se completa, por supuesto, con la degustación en la terraza, donde además pueden pedirse sabrosas tapas.

El Cielo

Este rincón espectacular puede visitarse como se visitan otras vinícolas, pero habrá siempre algo más que ver o hacer. Fue creado por un grupo de empresarios turísticos de Quintana Roo encabezados por Gustavo Ortega y entusiasmados por el tema de los vinos. Definen al lugar como un proyecto enoturístico y ciertamente han logrado crear uno de los destinos más llamativos dentro del Valle.

Para empezar ahí están sus 22 hectáreas de bellos viñedos que pueden conocerse a pie, o recorrerse en bicicleta de alquiler o en carreta (la degustación con el paseo en carreta cuesta $320 por persona). En el edificio principal está la cava. Ahí se degustan los vinos cuya elaboración dirige el enólogo Jesús Rivera. Esta bodega elabora 13 etiquetas (todas con nombres de eventos celestes, astrónomos o constelaciones) en diferentes líneas.

Los espléndidos vinos de su rango medio suelen tener una crianza de por lo menos doce meses en barrica nueva de roble francés. Te recomendamos probar el Orión (un ensamble que tiene 75% de Tempranillo, 20% Grenache y 5% Merlot) o el Kepler (Cabernet Sauvignon), y ofrecen una excelente relación calidad- precio. Y todavía hay una línea más alta de cuidadosos ensambles que pasan más de 22 meses en el mismo tipo de barricas.

Arriba de la cava está la boutique, donde el visitante puede comprar los vinos de la casa, pero también implementos para transportar y servir el vino, artesanías y cosméticos de la región, abarrotes finos (aceite de oliva, quesos, chocolates, sales, etc.), prendas de Pineda Covalín y joyería.

Una excelente manera de conocer los vinos de la casa es con una comida o cena-maridaje en el Restaurante Latitud 32, que por sí solo sería motivo para visitar El Cielo, o incluso Valle de Guadalupe. Su chef Marco Marín (quien antes de estar aquí trabajó en el restaurante Noma de Copenhague), elabora platillos donde combina las tradiciones culinarias de Baja California y Yucatán.

Los resultados son increíbles. Nosotros probamos cosas como los tacos de cerdo frito en su propia grasa y con salsa de chilmole negro, la tostada de maíz azul y alga marina con pulpo y longaniza de Valladolid pulverizada, el borrego tatemado con salsa “madre”, y el postre de texturas de horchata, que nos parecieron sublimes.

Por si fuera poco, El Cielo cuenta también con hospedaje en elegantes y comodísimas villas desplegadas en torno a un par de laguitos artificiales, un café Punta del Cielo (que resulta magnífico después de desfilar uno por tanta vinícola), y espacios para eventos propios y ajenos. Los conciertos que esta casa ha organizado no son poca cosa. Aquí han cantado Juan Gabriel, Alejandro Fernández y Marco Antonio Solís, entre otros grandes artistas de fama.

Encuentro Guadalupe

Si te preguntas por qué es tan especial Valle de Guadalupe, tienes que venir a Encuentro Guadalupe y dormir en uno de sus ecolofts. Su combinación de naturaleza, arquitectura y paisajes lo hacen uno de los hoteles más especiales no sólo del valle, sino del país entero. Es el tipo de lugar que ya por ubicación y diseño es perfectamente grato.

Nació en 2011 (en ese entonces se llamó “Hotel Endémico”), según el diseño del arquitecto tijuanense Jorge Gracia (que, en el asunto de los vinos, es autor también de la famosa escuela de sumilleres Culinary Arts School de Tijuana).

Sus 22 ecolofts son habitaciones tipo caja, dispersas sobre la ladera de la montaña. El entorno natural es clave, de modo que para no intervenir de más el terreno, vigas de madera sostienen las habitaciones sobre el suelo como si fueran palafitos (mientras duermes, una liebre puede pasar corriendo bajo tu cama y no lo sientes).

Afuera de los cuartos están las grandes rocas de granito típicas de la región; acaso alguna banca y un horno de leña para calentarse en las noches de invierno. Mientras tanto, adentro, están todas las comodidades de un hotel de lujo. Como centro neurálgico de los ecolofts hay un pequeño restaurante-bar con una alberca espectacular, que mira a la profundidad del valle.

Abajo, cerca de la carretera, está la recepción, donde también se encuentra una terraza con amplia panorámica del extremo norte del valle y el restaurante Origen, atendido por el chef Omar Valenzuela. Por cierto, este restaurante utiliza en gran medida verduras de un huerto del hotel.

Desde luego, Encuentro Guadalupe es también una casa vitivinícola. Cuenta con siete hectáreas de viñedos (distribuidas entre las 94 hectáreas del terreno total del hotel), donde se cultiva Merlot, Nebbiolo, Cabernet Franc y Cabernet Sauvignon, entre otras cepas. La bodega está debajo de la recepción. Por supuesto, ahí se ofrecen degustaciones de las dos líneas de vinos de la casa, habitualmente ensambles: los tintos, que llevan por nombre Fauna, y los blancos, que se llaman Flora.

Finca la Carrodilla

Es, sin duda, una bodega original por donde se le vea: orgánica, biodinámica, amistosa con niños y animales (kid & pet friendly), con huerta y encima de todo, muy bonita. La presentación que ofrece en su sitio web la describe muy bien: “somos un huerto, cuatro vacas, seis borregos, dos docenas de gallinas, cientos de abejas y 40,000 plantas de vid. Somos gente buena, tierra generosa y viento que corre todos los días”.

La familia Pérez Castro planteó este proyecto como un nuevo brote de su bodega anterior, La Lomita. Luego, a principios de la segunda década del actual siglo se volvió independiente y fue dedicada a la Virgen de la Carrodilla, la patrona de los viñedos de Mendoza, Argentina (su imagen se esconde entre las plantas del roof garden).

Esta bodega ha sido la primera en producir vinos orgánicos en Valle de Guadalupe. Certificados desde 2011 son, de hecho, los primeros vinos orgánicos mexicanos con certificación tanto del viñedo, como de la bodega. “La sala de degustación la tenemos incrustada en la bodega”, explica Fernando Pérez Castro, el director. “Aquí no se esconde nada”, agrega muy sonriente.

Aparte, esta finca practica la agricultura biodinámica, un tipo de agricultura ecológica (en todo el término de la palabra) que hace hincapié en la interrelación entre suelos, plantas y animales. Por eso la finca tiene distinto tipo de ganado (además de gatos y perros) junto a los viñedos, los olivos y la huerta (que también es orgánica). Y por eso el nombre de finca es más que correcto: aquí se hace queso, miel, conservas y aceite de oliva, además de vinos.

El enólogo que dirige la vinificación es el mexicano-estadounidense Gustavo González, egresado de las universidades californianas de Berkeley y Davis. En la actualidad producen seis etiquetas. Los vinos de línea media llevan por nombre Carrodilla y son cuatro varietales: Chenin Blanc, Syrah, Cabernet Sauvignon y Tempranillo.

Hay uno joven llamado Canto de Luna, elaborado como ensamble de las tres uvas tintas anteriores, y hay una mezcla bordelesa que es el vino premium de la casa ( 50% Merlot, 40% Cabernet Sauvignon y 10% Cabernet Franc).

Cuando uno degusta estos vinos, tiene la tranquilidad de que está consumiendo un producto enteramente sustentable… y además saborea una bebida exquisita. Algo más: puedes pedir chocolates en la degustación. También los hacen ahí.

La Casa de Doña Lupe

Con un estilo muy personal, esta singular dama sonorense ha hecho historia en el Valle de Guadalupe. Visitar el rancho al que Doña Lupe llegó en 1968 es ya una tradición para muchos viajeros que regresan a menudopor sus mermeladas de sabores originales, salsas, aceites y vinagretas. Doña Lupe también siembra uva y produce vinos orgánicos, sin fertilizantes químicos, pesticidas tóxicos ni adición de sulfitos.

Es pionera en la vitivinicultura orgánica en la zona. Además, allí mismo cultiva aceitunas, elabora aceite de oliva y hace degustaciones de cervezas fabricadas por productores locales, todo con un enfoque artesanal y de respeto al medio ambiente. También tiene a la venta una línea para el cuidado de la piel, como el aceite para masajes, los aceites para manos y uñas, el aceite hidratante para rostro y hasta uno para combatir imperfecciones.

Antes de comprar puedes probar los productos. En la agradable terraza hay mesas que reciben a los visitantes los 365 días del año para deleitarlos con las sabrosas pizzas artesanales salidas del horno de Doña Lupe.

Hacienda Guadalupe
(Vinos Melchum)

Ubicada sobre una lomita frente al Museo del Vino, la vista desde esta vinícola-restaurante-hotel boutique resulta espléndida. Hacienda Guadalupe abrió sus puertas en 2008 como hotel y hoy cuenta con 16 deliciosas habitaciones. Hoy se sigue ubicando como una de las opciones de hospedaje más apreciadas en Valle de Guadalupe.

Al mismo tiempo elabora los excelentes vinos Melchum, bajo la supervisión del enólogo Daniel Lonnberg (que también lleva la producción de los vinos de Adobe Guadalupe y Emevé): cuatro varietales y un ensamble (El Caporal) de Merlot, Nebbiolo y Tempranillo, además de un blanco y un rosado. El lugar ofrece espacios para bodas, y cuenta también con un restaurante de cocina regional y la cerveza artesanal Liebre.

Lomita

Esta bodega es bien reconocida en la zona por la calidad de sus vinos y por sus procesos amigables con el medio ambiente. De lejos se adivina por su apariencia de torreón y sus arcadas; ya en el lugar, su encantador jardín con un laguito te robará el corazón. Sus vinos los supervisa el legendario enólogo Gustavo González, quien ya antes dejó honda huella en los viñedos de Napa (Robert Mondavi) y de Toscana.

Esta vinícola que trabaja con uva propia rigurosamente seleccionada elabora varios vinos jóvenes como Espacio en Blanco (Chardonnay), Cursi (Rosado) y los ensambles Discreto Encanto y Tinto de la Hacienda. En su línea Premium ofrece desde hace varios años Pagano (Grenache), Sacro (Cabernet Sauvignon- Merlot) y Singular (que año con año varía y se sirve solo por botella).

Lechuza

Su historia comenzó en 2002 cuando Patty y Ray Magnussen, una pareja de estadounidenses, participaron en la carrera ciclista de Rosarito a Ensenada y a la vuelta conocieron Valle de Guadalupe. Les gustó la zona, la comida, los vinos y, sobre todo, el buen ambiente de los vecinos mexicanos que se prestaban a ayudarles en todo.

Entonces decidieron venir y dedicarse a la producción de vinos. Su bodega se construyó en la presente década. En 2017 falleció Ray, pero ahora Patty es acompañada por su hija Kris y su yerno Adam. El servicio es cálido y los vinos, espléndidos. Tienen un Chardonnay en distintas variantes, dependiendo de si pasó o no por barrica de roble. También elaboran monovarietales de Nebbiolo, Cabernet Sauvignon y Tempranillo, además de un alabado ensamble llamado Amantes.

La Cocina de Doña Estela

Este restaurante rústico es el lugar para desayunar o comer en el Valle. No es sino lo que anuncia en su nombre: la cocina de doña Estela Martínez Bueno. Pero sus legendarios burritos (de excelente tortilla de harina), gorditas, birria tatemada, birria de res en su jugo, enchiladas, hotcakes y demás delicias la han colocado como el punto de partida ideal para que el viajero se lance a probar vinos (con el estómago bien lleno). En fines de semana son colas y colas de gente que esperan un lugar para desayunar (cuando vengas llega muy temprano).

La de doña Estela es otra historia de éxito en Valle de Guadalupe. Oriunda de la parte centro-sur de Sinaloa, vino a Baja California como otros paisanos suyos en busca de un mejor porvenir. Aquí en el valle empezó llevando burritos a las escuelas y a los trabajadores que edificaban elegantes bodegas.

“Cuando yo sacaba mis 100 pesos, mis 150 pesos, yo lloraba…”, cuenta llena de emoción. Se volvió la cocinera de planta de la Hacienda La Lomita, una vitivinícola vecina que entonces estaba en construcción. Puso un puesto fijo que después se volvió el restaurante. A su vez, éste hubo que ampliarlo, para ofrecer 160 lugares. Hoy, doña Estela le da sabor al valle y trabajo a toda su familia.

Por supuesto, la suya no es comida Baja-Med. Muchos la definen como comida ranchera. Tal vez, pero será comida ranchera del noroeste de México y es riquísima. Todos los días se levanta a las dos de la mañana a poner el borrego en el horno de tierra. Ciertos ingredientes, como los chiles pasilla y manzanilla se los traen de Sinaloa. Y cada día hace un platillo especial: caldo de res, pollo a la plancha, pan casero, etc.

Un día, en 2015, le hablaron de Londres para decirle que el colectivo británico Foodhub había designado a su machaca con huevo como el mejor desayuno servido ese año. Sin duda, este lugar es ya otro clásico de Valle de Guadalupe. regalos, aceite de oliva y aceitunas, chocolates, artesanías y artículos relacionados con la vinicultura. Además se pueden comprar botellas de las cerca de 40 etiquetas que maneja esta bodega.

L. A. Cetto

En el extremo norte del valle se localizan las principales instalaciones de producción de esta vitivinícola, la mayor de México. Ahí tiene una tienda y sala de degustación para atender a los muchos visitantes que vienen a conocerla. La empresa ofrece dos tipos de visita-degustación: la más barata es para probar los vinos jóvenes; la de mayor costo es para reservas.

En ambos casos se hace un recorrido para conocer tanques, barricas y parte de los alrededores, que son muy atractivos porque incluyen olivares y plaza de toros, además de viñedos. La tienda ofrece también regalos, aceite de oliva y aceitunas, chocolates, artesanías y artículos relacionados con la vinicultura. Además se pueden comprar botellas de las cerca de 40 etiquetas que maneja esta bodega.

Museo de la Vid y el Vino

Al fin, un edificio en Valle de Guadalupe que no es vinícola o restaurante… aunque también aquí se puede beber y comer muy bien. Este museo nació en 2012, con el propósito de difundir la cultura vitivinícola de Baja California y México y como complemento de los recorridos enológicos en la región resulta magnífico.

El museo fue construido según el diseño del arquitecto ensenadense Eduardo Arjona, en terrenos donados por la empresa L. A. Cetto. (que antes usaba como viñedos). Dotado de una excelente museografía, cuenta con cuatro salas dedicadas al nacimiento del vino en la antigüedad del Cáucaso y sus primeros siglos, la llegada del vino a Baja California con los misioneros, la difusión de la vitivinicultura en la región y el surgimiento de la industria actual. Una parte está dedicada a la relación entre el arte y el vino.

Este museo también cuenta con jardines, teatro al aire libre, tienda de regalos y café. Su enoteca, que tiene una buena variedad de botellas de la región, puede ser un buen punto para abastecerse en un solo lugar de vinos de diferentes bodegas. Aparte, de jueves a domingo se ofrecen degustaciones de dos diferentes vinos locales por $100.

Las Nubes

Con una fantástica terraza que mira al Valle de la Grulla desde lo alto, esta vitivinícola ha crecido con gran rapidez en los últimos años y hoy sus vinos pueden conseguirse en tiendas especializadas de todo el país.

En sus instalaciones –que, por cierto, son pet friendlypodrás degustar sus vinos de reserva, entre los que están varios monovarietales (un Syrah, un Petit Syrah y un Nebbiolo), y dos mezclas que llevan nombres alusivos a la marca: Cumulus (uvas Garnacha, Cariñena y Tempranillo) y Nimbus (Merlot, Cabernet y Tempranillo). También tienen un par de etiquetas de mezclas de tintos jóvenes, llamados Colección de Parcelas y Selección de Barricas.

Su vino más elegante es, desde luego, el mejor evaluado por los consumidores y la crítica: el Nebbiolo Gran Reserva, que se añeja en barrica de roble francés durante 24 meses. Allí mismo, en la terraza de Las Nubes, puedes pedir tapas, carnes frías y quesos para acompañar la degustación. Sobre todo en temporada alta, se recomienda reservar.

Monte Xanic

De todas las historias entretejidas en Valle de Guadalupe en Baja, la historia de éxito más llamativa y ejemplar es, sin duda, la de esta vitivinícola. Inició en el ya lejano 1987, cuando un grupo de cinco amigos mexicanos amantes del vino —Hans Backhoff, Ricardo Hojel, Eric Hagsater, Manuel Castro y Tomás Fernández— decidieron crear una empresa de vinos de gran calidad. Fue una aventura llena de peligros.

El año anterior México había entrado el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (Gatt, por sus siglas en inglés, antecedente de la actual Organización Mundial de Comercio) y los buenos vinos europeos, altacalifornianos y sudamericanos estaban noqueando a las vinícolas mexicanas que por décadas habían estado protegidas y, por tanto, no se preocupaban de la calidad de sus caldos.

En 1989 Monte Xanic salió al mercado con 6,200 cajas de Chenin Colombard y en los años siguientes aparecieron sus tintos. Se vendieron a precios elevados y muchos compradores dudaron. Sin embargo, Monte Xanic perseveró en su calidad y demostró que sus vinos eran costosos porque lo valían. A la larga, la aventura llevó a la victoria y hoy esta casa, con cerca de 70,000 cajas anuales, se ubica entre las cinco mayores bodegas del país por su volumen de producción. Y, ojo, aunque sus precios ya no son tan altos como hace 30 años, su excelencia sigue ahí.

Como empresa vitivinícola, Monte Xanic es muy impresionante. Ahora cuenta con 220 hectáreas en tres ranchos en Baja California, de las cuales 120 las tiene en producción. Para el 2022 espera alcanzar la cota de las 120,000 cajas anuales. Sus procesos son tan pulcros y eficientes que fue certificada con el ISO 9001 en 2015.

En la actualidad esta bodega maneja 21 etiquetas en cuatro líneas. Su línea joven lleva por nombre Calixa y son caldos frutales, fáciles de tomar, con nueve meses en barrica, cuando se añejan. La línea clásica es la de los vinos Monte Xanic, que normalmente 12 meses en barrica y en su mayoría son monovarietales: Cabernet Sauvignon, Syrah, Merlot, etc. En un tercer nivel están las ediciones limitadas, que llevan tal denominación en etiqueta y que son espléndidas innovaciones sólo disponibles en Valle de Guadalupe.

Por encima de todos está el Gran Ricardo, una mezcla bordelesa ( 63% Cabernet Sauvignon, 27% Merlot y 10% Petit Verdot) que ha recibido el aplauso de los conocedores. “Es el mejor vino de México”, nos dice Israel Zenteno Ruiz, gerente de operación de la bodega. Todo se trabaja en forma especial y es un vino fuera de serie aun para los estándares de Monte Xanic, agrega. No es casualidad que haya obtenido más de 30 medallas desde su primera edición.

La visita a esta bodega también vale la pena por su edificio, remodelado en 2014 por el arquitecto Juan Garduño para integrarlo más al entorno natural, por su cava metida en la montaña y por los viñedos y jardines que lo rodean.

Quinta Monasterio

Esta pequeña vinícola tiene un ambiente íntimo y acogedor, por lo que resulta un gran lugar para visitar si quieres evitar grandes grupos y tener a los enólogos sólo para ti. El lugar tiene unas cabañas rústicas, cómodas y bonitas.

Además de los vinos, que son de excelente calidad —es inolvidable su rosado Renata Rosé, elaborado con uvas Zinfandel y Chardonnay—, Quinta Monasterio tiene un fantástico spa, donde utilizan productos de la deliciosa línea local Viníphera, especializada en vinoterapia, que aprovecha el aceite de semilla de uva, los extractos de granada y el vino para crear productos de cuidado para la piel.

Los tratamientos relajantes del spa pueden hacerse en el interior o en la terraza, para disfrutar mejor el sonido de la fuente, los pájaros y la brisa. Para finalizar el tratamiento relajante, la casa ofrece una comida ligera acompañada de algún vino de la casa. Su línea de vinos de autor lleva el nombre de Cosecheros, y son vinos elaborados con uva vendimiada por cosecheros de todo el valle.

Vena Cava

La propuesta de esta vinícola es de lo más audaz. Su arquitectura, obra de Alejandro D’Acosta, ya lo anuncia. Uno se acerca a la bodega, y después de pasar un laguito artificial en medio de los viñedos uno se encuentra con una serie de muros de madera multicolor, unos rectos y otros de planta ojival que sostienen como techos los cascos de varios barcos boca abajo. Esto, en definitiva, no se parece a ningún otro lugar. Al entrar, uno se percata de que se encuentra entre muros de tierra del propio cerro. Ahí, en esa cava fresca y a media luz se hacen las degustaciones.

Y si uno cree que ahí terminaron las sorpresas, se equivoca. Los vinos de la casa están hechos con uvas de tipo orgánico (sin pesticidas ni fertilizantes artificiales). Muchos son naturales, es decir, fermentados con la levadura natural de las uvas (sin levaduras añadidas), sin filtrarlos ni pasarlos por barrica y sin agregarles conservadores.

Tienen un vino ámbar, por ejemplo, que en inglés se conoce como orange wine, o un blanco (hecho en su mayor parte de Sauvignon Blanc), raros para quien está acostumbrado a los vinos convencionales, pero sabrosos. Y el dueño del lugar, el británico Phil Gregory, no se cansa de experimentar. Si acudes a una degustación premium, puede platicarte por horas de sus últimas creaciones.

Este lugar increíble fue lo que construyeron Phil y su esposa estadunidense Eileen, hacia 2005. Phil estudió originalmente zoología marina, pero por años trabajó como velerista profesional (los barcos del techo de la cava lo conectan con su vida previa).

Luego él y Eileen pensaron en asentarse en un país hispánico. Cuando estuvieron en México y pasaron por Valle de Guadalupe la decisión quedó clara. Pusieron casa y Phil asistió a la Escuela de Oficios El Porvenir, donde Hugo D’Acosta enseñaba vinificación. Ahí hizo sus primeros caldos, vinieron los viñedos y la bodega. Hoy su producción anual de botellas se cuenta por decenas de miles.

Si Phil está a cargo de los vinos, Eileen se encarga de lo demás. Y es que esta bonita vinícola fue desde 2005 parte de un proyecto llamado Villa del Valle, donde además de Vena Cava hay un food truck llamado Troika. Además está la casa de los Gregory que también funciona como un acogedor bed & breakfast, y atrás se encuentra el célebre restaurante Corazón de Tierra del chef Diego Hernández. Para los buscadores de sabores nuevos, este lugar es destino obligado.

Vinícola Torres Alegre y Familia

El visitante encuentra aquí una bodega de estilo minimalista, que tiene una suerte de techo volado. Y es que por encima de la planta baja, el techo cobija una terraza donde se hacen las degustaciones, con vista a los viñedos.

Como lo indica su nombre, se trata de una bodega familiar que creció en torno a la figura de Víctor Torres Alegre, uno de los enólogos más respetados del Valle. Luego de obtener su doctorado en Burdeos, Francia, Torres Alegre asesoró a Château Camou y Barón Balch’é, para comenzar con este proyecto en 2001. Hoy, esta casa cuenta con unas siete hectáreas y media de viñedos.

Desde hace años elabora tres líneas de vinos. La de menor precio lleva por nombre Del Viko y son mezclas de un vino blanco, otro rosado y otro tinto. La siguiente línea son también ensambles y se llaman Llave (Blanca y Tinta). Sus vinos más elaborados son los Cru Garage. Todas las líneas han sido premiadas en diversos concursos internacionales.

En el verano de 2018, esta bodega comenzó a ofrecer un asador campestre los fines de semana, de modo que en tu próxima visita quizá puedas saborear no sólo los vinos de la casa, sino también una buena carne.

Viña de Frannes

En un rancho llamado Cañada del Trigo y con el aroma sobresaliente de la uva Cabernet Sauvignon, el vitivinicultor Ernesto Álvarez Morphy Camou produce una decena de vinos diferentes bajo las líneas Pater y Legat, utilizando los varietales Cabernet Franc, Merlot, Chardonnay y Sauvignon Blanc. Otra pequeña —pero muy memorable— estrella de la casa es Duz, la etiqueta que da nombre a su vino tinto dulce, designado como “Dulce Natural”, producto de la cosecha tardía, y que debe disfrutarse a rigurosos 6°C.

Con una moderna arquitectura que contrasta con la personalidad señorial de su escudo, Viña de Frannes tiene una elegante pero acogedora sala de catas rodeada de ventanales de cristal, y un restaurante llamado Campestre con parrilla y horno de leña donde la especialidad son los mariscos. En la bonita sección del salón que sirve de tienda podrás comprar sus vinos, así como el aceite de olivo, las aceitunas y los chocolates producidos en casa.

Pijoan

Su fundador, el mexicano-catalán Pau Pijoan, se dedicaba a la investigación veterinaria, pero buscó un nuevo desafío y lo encontró en el vino. Formó parte de la segunda generación de “La Escuelita” de Hugo D’Acosta en 1999 y en seguida estableció esta exitosa bodega. Elabora tres series de vinos. La primera es la de los Convertibles.

Pijoan quería un convertible rojo, entonces lo creó y ahora se bebe: es un 100% Ruby Cabernet. Hay también un convertible rosa de uva Zinfandel. La segunda serie está dedicada a su familia: un vino para cada una de sus hijas, su esposa, su hermana y sus padres. Hay que probar el Leonora, un apreciado Cabernet Sauvignon-Merlot, o un Manel, que es tipo oporto. Y la tercera serie, llamada Coordenadas, es de vinos más personales, dos de los cuales incorporan uvas francesas.

Relieve Vinícola

Hace unos 20 años, por el gusto de saborear un vino propio, el arquitecto ensenadense Wenceslao Martínez Santos aceptó la oferta de un amigo de hacer una barrica de vino. Y lo que comenzó como un pasatiempo se convirtió en pasión y se tradujo en este proyecto familiar que ahora elabora 3,000 cajas al año y pronto espera producir 30,000.

La empresa ahora está a cargo de Wenceslao Martínez Payán, quien es también el enólogo. Para el viajero, esta vinícola puede ser una opción ideal para conocer las cepas, puesto que sus tintos son todos monovarietales, tanto  los de la línea Relieve, de vinos jóvenes y amables, como los de la línea premium (no hay que perderse los Nebbiolo). Además, este lugar cuenta con un agradable restaurante, Mixtura, que ofrece sabrosos platillos de cocina regional.

Villa Montefiori

En 1985 llegó a México el agrónomo y enólogo italiano Paolo Paoloni para dirigir la producción de la vinícola Valle Redondo de Aguascalientes. En 1997, Paoloni, con la experiencia de Toscana y Aguascalientes a cuestas, compró 38 hectáreas en Valle de Guadalupe e inició este proyecto que tiene como lema: “Vinos mexicanos con corazón italiano”.

En su bodega llama la atención la terraza, con una gran panorámica, y la cava excavada en granito a siete metros de profundidad. Esta vinícola tiene en su haber unas diez etiquetas, varias de las cuales corresponden a vinos jóvenes y a tintos elaborados a partir de dos cepas (desde luego se usan mucho las italianas). La línea premium lleva por nombre Paoloni y son monovarietales de cepas italianas —Nebbiolo, Sangiovese Grosso y Aglianico— añejados entre 8 y 18 meses en barricas nuevas de roble francés.

Viñas de Garza

En el Valle de Guadalupe en Baja es inconfundible desde la lejanía, porque se encuentra encima de un promontorio de unos 10 metros de altura en el costado sur de la carretera Ensenada-Tecate y está rodeada de una tupida fronda. Y ese encanto que emite a la distancia no disminuye cuando uno se acerca a esta vinícola.

Lo único que ocurre es que el panorama se vuelve más organizado: con caminos bien marcados, letreros claros y viñedos muy acicalados. Ya arriba, el visitante confirma que se trata de una bodega muy bonita flanqueada por árboles y con infinidad de galerías cubiertas de hiedra y bugambilias.

Esta aventura empezó a fines del siglo pasado, cuando Ana Lilia y Amado Garza (ella, ensenadense; él, regiomontano) adquirieron el predio, cuyo nombre formal es Rancho El Mogorcito. Sembraron vides y para 2006 obtuvieron su primera añada.

Hoy cuentan con unas nueve hectáreas de vid en producción y otras cinco en desarrollo (sólo el 30% de las uvas que utilizan las compran a viticultores externos). En 2010 obtuvieron su primer vino comercial y desde entonces han elaborado ya unas 15 etiquetas.

Entre los vinos de su nivel básico están el tinto y el blanco Rancho El Mogorcito, de aromas afrutados. También el 2 km/h, un vino de batalla, 70% Tempranillo y 30% Grenache. Entre los vinos de su escalón más alto destacan los ensambles Amado IV y Sombrero, este último añejado 30 meses en barrica de roble francés.

Las degustaciones en este lugar son muy agradables y accesibles. Sin embargo, pueden ser más recomendables las degustaciones premium (por reservación), atendidas directamente por los miembros de la familia y en las que se visita cava y viñedos. La vista desde arriba es formidable. Próximamente inaugurarán una nueva terraza para este tipo de visitas.

Vinisterra

Esta bodega, dicen, nació del dominó. El empresario ensenadense Guillermo Rodríguez Macouzet comenzó por comprar vino de las vinícolas locales para embotellarlo y luego beberlo durante las rondas de dominó con sus amigos. Así nació la inquietud por tener un vino propio. Más tarde, también en un juego de dominó, Rodríguez conoció al enólogo suizo Christoph Gärtner, que en ese entonces supervisaba los vinos Santo Tomás.

Entonces se asociaron para crear esta vinícola en 2002. La bodega, que a la distancia resulta inconfundible por su color rojo ladrillo, produce hoy media docena de etiquetas. Desde luego, una línea de sus vinos que se definen como “joviales y de convivencia” lleva por nombre Dominó. Los vinos de guarda son combinaciones de dos cepas, y llevan por nombre Pies de Tierra, Cascabel y Pedregal.

Viña de Liceaga

Decana entre las nuevas bodegas que poblaron Valle de Guadalupe con viñedos a fines del siglo xx, esta casa debe sus orígenes a un ingeniero de la Ciudad de México —Eduardo Liceaga Campos ( 1942-2007 )— lleno de empuje y fe en el brillante futuro de la vid en Baja California. Liceaga compró 20 hectáreas a pie de carretera en 1982 y en ellas sembró uva de mesa.

Más tarde comenzó a trabajar con uva Merlot y Cabernet Franc y en 1993 celebró su primera vendimia. A su muerte, la bodega quedó en manos de su viuda Myrna. Esta bodega ha logrado crear varios vinos inolvidables como su Merlot Gran Reserva (que tiene un toque de Cabernet Sauvignon) o su Etiqueta L (Syrah-Merlot con 20 meses de añejamiento en barrica), además de sus famosos destilados. Es ya una vitivinícola clásica en el estado.

Viñedos de la Reina

Este ambicioso proyecto de la familia Curiel inició con la siembra de vides en 2006. En 2014 iniciaron ya con la venta de su vino a nivel nacional. Cuentan con 50 hectáreas en Valle de Guadalupe y en el Valle de San Vicente. Su enólogo, Héctor Villaseñor, hace acompañar la maduración de los vinos con música selecta, para darles mejor carácter. Esta casa elabora doce etiquetas en tres líneas.

Una básica llamada Duquesa. Otra dedicada a varietales (Malbec, Nebbiolo, Cabernet Sauvignon, Pinot Noir, Sangiovese y Chardonnay) con el nombre VR. Y otra línea más de vinos de reserva llamada Edición Especial. Más allá de la buena calidad de sus vinos, esta vinícola cuenta con instalaciones espectaculares que incluyen foro para eventos, gran sala de degustación con terraza, boutique, bar, sala de conferencias y otros espacios. Una gran opción en el Valle de Guadalupe en Baja.

Periodista e historiador. Es catedrático de Geografía e historia y Periodismo histórico en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México donde intenta contagiar su delirio por los raros rincones que conforman este país.
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