Viajando sola por Tulum, Quintana Roo
Tenía que elegir uno de los lugares más bellos para enfrentar esa nostalgia que da cuando se viaja sola. Mis miedos se esfumaron con las olas y aprendí que en realidad nunca se está solo.
Olvídate de la rutina y escápate:
VNV Marina, renta de yates en Cancún
Dos son las cosas que me aterra hacer sola: ver fútbol y viajar. Y no porque me dé miedo, al contrario. Sino porque son dos actividades que por cargas emocionales me gusta compartir. Gritar con alguien un gol, al igual que comentar si el mole está delicioso o si la luna se ve esplendorosa sobre el mar es como un requisito para el disfrute total. Pero no siempre se puede estar acompañada, por la razón que sea, así que decidí enfrentarme a la realidad y elegí uno de los mejores lugares del mundo: las playas de Tulum.
El buen ánimo se apoderó de mí al sentir el calorcito, justo bajando del avión. En el aeropuerto de Cancún renté un auto para irme directo a Tulum, ya que haciendo cuentas, me saldría más barato que tomar taxis y me daría la libertad de ir a otros lugares de la Riviera Maya, si así lo deseaba. En poco más de una hora ya estaba en la pequeña ciudad de Tulum, donde hay uno que otro súper, estación de gasolina y lo más importante, en el primer semáforo a la izquierda, está el camino al paraíso.
Fortaleza que viene del mar
No fue difícil encontrar el hotel que había reservado por internet, Azulik, una palapa fresca y solitaria. Me condujeron a mi cabaña frente al mar. ¡Era espectacular! La atravesé rápidamente como si me apuraran para abrir la puerta de la terraza. Ahí estaba… sola frente a ese mar incomparable. El conserje me dijo que no había luz ni teléfono, que si necesitaba algo, pusiera afuera una banderita roja, que me señaló. Ellos la verían (en Azulik no hay restaurante, pero el room service es sobresaliente). Le pregunté dónde podría entonces recargar la computadora portátil y el celular y me dijo que podía hacerlo en la recepción. Respiré aliviada…
Había estado muchas veces en la Riviera Maya, pero nunca hospedada en Tulum. Fue una sorpresa saber que podía disfrutar de estas playas con tanta historia, ya que muy cerca está la zona arqueológica, conocida en todo el mundo por su bien conservada muralla. Quizás el edificio más famoso es el Castillo, justo frente al mar; se cree que los mayas lo usaban como faro para embarcaciones que venían desde Cozumel. Otro digno de admirar es el Templo del Dios Descendente con figuras talladas en la fachada y murales en el interior. Al norte del Castillo se pueden visitar varias pequeñas estructuras llamadas Grupo Kukulcán.
Goce absoluto de la naturaleza
Durante el día, el luminoso sol invade toda la cabaña que tiene ventanales de piso a techo con vista al mar; de noche, la calidez e intimidad de las velas te invita a la meditación, a escuchar, a ver. Estaba ahí, en el escenario romántico perfecto y no me afectó estar sin compañía. Bañarme en la tina de la terraza que parece estar suspendida entre los riscos, con la luna llena iluminando ese mar, fue una experiencia casi sublime. ¿Qué más podría necesitar con ese goce total y absoluto de la naturaleza?
Inicié el siguiente día con una clase de yoga en la playa, después caminé un poco para conocer los demás hoteles que están en este lugar privilegiado. Me encontré con un letrero que me llamó la atención. Estaba en inglés y en español se podría leer: “estrictamente permitido desnudarse”, lo que me causó gracia, ya que existen otras playas –pocas– así en México, pero nunca con un aviso tan explícito. Me percaté que la mayoría de los turistas eran extranjeros y mi deseo fue que también muchos mexicanos disfrutaran de este lugar.
Después de nadar, tomar el sol un rato y almorzar, decidí darme una vuelta por Playa del Carmen, que está a más o menos 40 minutos. Deambulé por sus calles peatonales cercadas por tiendas de artesanías, donde se esconde una pequeña muestra de la creatividad internacional y mexicana. En la famosa Quinta Avenida hay un sinnúmero de restaurantes, al igual que a la orilla de la playa. Desde aquí se puede programar un viaje por ferry a Cozumel, la isla más grande de México y reconocida sede de buceo.
De regreso al hotel, un poco cansada, recordé que había hecho una cita para un masaje en el Maya Spa, lo cual me cayó como anillo al dedo. Así, entre velas, recibí el masaje más rico de toda mi vida (incluso mejor que los que tomé en la mismísima Tailandia). Estaba tan relajada que no sé cómo llegué a mi cabaña… dormí como nunca.
Reciclando energía
El siguiente día me la pasé en la playa, donde hice algunos amigos. Comí con ellos y luego nos apuntamos para el temazcal, donde intentamos ponernos en “equilibrio con el universo”. No sé exactamente si me acerqué siquiera a lo que nos proponía el chamán, pero sí puedo decir que al salir de ahí, estuve en mi terraza observando el mar al menos una hora sin mover ni un dedo, en un estado de completa relajación, sin necesitar nada más.
Después saqué la banderita roja, pedí de cenar, y mientras llegaba, como un ritual, me bañé en la tina interior con vista al mar y dispuse con especial cuidado la mesa, una forma de auto consentimiento que me hizo muy feliz. Ya era hora de que me fuera despidiendo de ese mar y de esa luna y sonreí satisfecha de saber que todo fluyó, para sorpresa mía, fácilmente y logré disfrutar mi soledad envuelta del mágico embrujo de Tulum.
¿Qué más puedes ver en Tulum?
Puede visitar el parque ecológico Aktun Chen, una reserva de creación reciente que tiene una extensión de 400 hectáreas en el que abunda el chicozapote. Ocasionalmente se pueden observar algunos mamíferos silvestres como el venado cola blanca, el mono araña, el tejón, el jabalí y algunos pájaros propios de la selva tropical. Está a 107 km de Cancún y a 16 de Tulum, sobre la misma carretera 307.
Xel-Há se localiza en el corazón de la Riviera Maya, en el kilómetro 240 de la carretera a Chetumal, a 122 km al sur de Cancún. Desde Tulum, el parque está a tan sólo 13 km.
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