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Viaje a la memoria

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Nuestro proverbial gusto por conservar objetos memoriosos o admirar edificaciones antiguas se traduce en un recuerdo nostálgico cuando expresamos frases como “esto no estaba así”; o “de estas calle ha cambiado todo, menos ese edificio”.

Esta evocación, desde luego, ocurre en todas nuestras ciudades o por lo menos en el parea de lo que los urbanistas denominan como “centro histórico”, en donde además elrecuerdo viene aparejado con el rescate y conservación de los inmuebles.

Se trata, indudablemente, de rehabilitar las partes más antiguas de las ciudades con propósitos habitacionales, turísticos, educativos, económicos y sociales. Bajo esta perspectiva, en los últimos años el centro histórico de la ciudad de México ha sido objeto de atención tanto por parte de las autoridades gubernamentales como de empresas particulares.

Parece un milagro ver todavía en la capital del país edificaciones con 200 o 300 años de antigüedad, máxime cuando se trata de una ciudad azotada por terremotos, asonadas, inundaciones, guerras civiles y sobre todo por la depredación inmobiliaria de sus habitantes. En este sentido, el casco antiguo de la capital del país cumple con un doble propósito: es receptáculo de las edificaciones más significativas de la historia de México y al mismo tiempo un muestrario de las mutaciones urbanas a lo largo de los siglos, desde la impronta dejada por la gran Tenochtitlan hasta las edificaciones posmodernas del siglo XXI.

En su perímetro es posible admirar algunos edificios que han resistido el paso del tiempo y que han cumplido una función específica en la sociedad de su época. Pero los centros históricos, al igual que las ciudades en general, no son permanentes: son organismos en constante transformación. Como las construcciones están hechas de materiales efímeros, el perfil urbano cambia constantemente. Lo que vemos de las ciudades no es lo mismo que lo que vieron sus habitantes hace 100 o 200 años. ¿Qué testimonio nos queda de cómo eran las ciudades? Quizá la literatura, los relatos orales, y por supuesto, la fotografía.

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LA RESPUESTA DEL TIEMPO

Difícilmente se puede pensar en un «centro histórico» conservado en su concepción «origina!», porque el tiempo se encarga de moldearlo: se construyen edificios y se derrumban otros tantos; se cierran algunas calles y se abren otras más. Entonces, ¿qué es lo «original”? Más bien, nos encontramos con espacios reutilizados; edificios destruidos, otros en construcción, calles ensanchadas y una incesante modificación del entorno urbano. Una muestra de fotografías del siglo XIX de ciertos espacios de la ciudad de México puede darnos alguna idea de las mutaciones citadinas. Aunque estos sitios subsisten actualmente, su propósito ha cambiado o su disposición espacial se ha modificado.

En la primera fotografía observamos la antigua calle de 5 de mayo, tomada desde la torre poniente de la Catedral Metropolitana. En esta vista hacia el occidente destaca el antiguo Teatro Principal, en alguna ocasión llamado Teatro Santa Anna, demolido entre 1900 y 1905 para prolongar la calle hasta el actual Palacio de Bellas Artes. La fotografía congela un momento anterior a 1900, cuando este teatro militaba la vía. A la izquierda se observa la Casa Profesa, todavía con sus torres y al fondo la arboleda de la Alameda Central.

Lo interesante de esta vista es acaso la inquietud que suscita en el observador. Hoy en día, por una módica suma es posible subir a las torres de la catedral y admirar este mismo paisaje, aunque modificado en su composición. Es la misma vista, pero con distintas edificaciones, he aquí la paradoja de la realidad con su referente fotográfico.

Otro sitio del centro histórico es el antiguo convento de San Francisco, del cual sólo queda uno que otro resquicio. En primer término tenemos la portada de la capilla de la Balvanera, que mira hacia el norte, es decir, hacia la calle de Madero. Esta fotografía puede datarse en 1860 aproximadamente, o quizá antes, ya que muestra en detalle los altorrelieves barrocos que posteriormente fueron mutilados. Sucede lo mismo que con la fotografía anterior. El espacio sigue estando ahí, aunque modificado.

Debido a la desamortización de bienes religiosos hacia la década de 1860, el convento franciscano fue vendido en partes y el templo principal fue adquirido por la iglesia Episcopal de México. Hacia finales de esa centuria, el espacio lo recuperó la Iglesia Católica y se reacondicionó para volver a su propósito original. Cabe señalar que el claustro grande del mismo ex convento todavía se conserva en buenas condiciones y es sede de un templo metodista, al que actualmente se tiene acceso por la calle de Gante. El predio fue adquirido en 1873 por esta asociación religiosa también protestante.

Finalmente, tenemos el edificio del antiguo convento de San Agustín. Acorde con las leyes de Reforma, el templo agustino se dedicó a un fin público que en este caso sería el de repositorio de libros. Mediante un decreto de Benito Juárez en 1867, la edificación religiosa se destinó a su uso como Biblioteca Nacional, pero las obras de adaptación y organización del acervo llevaron su tiempo, de tal forma que hasta 1884 se inauguró dicha biblioteca. Para ello, se demolieron sus torres y la portada lateral; y la portada de la Tercera Orden fue cubierta con una fachada acorde con la arquitectura porfiriana. Esta portada barroca continúa tapiada hasta la fecha. La imagen que vemos todavía conserva esta portada lateral que hoy ya no puede admirarse. El convento de San Agustín destacaba en las vistas panorámicas de la ciudad, hacia el sur, tal y como puede observarse en la foto. Esta vista tomada desde la catedral muestra construcciones desaparecidas, como el llamado Portal de las Flores, al sur del zócalo.

AUSENCIAS Y MODIFICACIONES

¿Qué nos dicen lasfotografías de estos edificios y calles, de estas ausencias y de las modificaciones en su uso social? En un sentido, algunos espacios mostrados ya no existen en la realidad, pero en otro sentido, estos mismos espacios permanecen en la fotografía y por lo tanto en la memoria de la ciudad.

También existen espacios modificados, como la Plaza de Santo Domingo, la fuente del Salto del Agua o la Avenida Juárez a la altura de la iglesia de Corpus Christi.

La entonces singularidad de las imágenes remite a la apropiación de una memoria que aunque no forma parte de nuestra realidad, existe. Los lugares inexistentes se iluminan en la imagen, como cuando al término de un viaje hacemos el recuento de los sitios transitados. En este caso, la fotografía cumple con la función de ventana a la memoria.

autor Conoce México, sus tradiciones y costumbres, pueblos mágicos, zonas arqueológicas, playas y hasta la comida mexicana.
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