Villa de Bernal y su montaña mágica
Si algo distingue a Bernal es la longevidad de sus habitantes, quienes orgullosamente afirman que la peña es la principal razón, ya que los hace "siempre mirar para arriba": al amanecer en busca de la luz cercana, y en el ocaso cuando contemplan agradecidos su familiar perfil borrándose entre las sombras.
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La Villa de Bernal se recoge temprano y despierta temprano, casi con la luz del día, cuando en sus calles sólo se escucha el trajín de las escobas barriendo las hojas secas que dejó el viento y el indiscreto rastro de los trasnochadores.
Poco a poco el sol comienza a bañas los portales, la parroquia de San Sebastián, las Casas Reales, el templo de Las Ánimas y los patios de las casonas centenarias. El cielo ha transformado la oscuridad en un despliegue de grises y rosáceos que culminan en el azul intenso que sirve de telón de fondo a la imponente figura de la peña.
La Peña de Bernal, monolito de 350 metros de altura parece haber sido depositada por un gigante justo en ese sitio, como vigía y puerta de la Sierra Gorda queretana. Entorno a su enorme estructura nació, a mediados del siglo XVII, la Villa de Bernal, pero en el siglo XVII una pluma anónima rectificó su ortografía, por lo que hoy la conocemos como Villa de Bernal. Para muchos de sus apenas 6000 habitantes es un orgullo que su población no haya ingresado aún a la categoría de ciudad, pues, según dicen, eso les ha permitido mantener su «intimidad» con la peña.
De acuerdo con investigaciones recientes, la Peña de Bernal se formó hace 100 millones de años -milenios más, milenios menos-, durante el periodo Jurásico, y en su origen debió ser tres veces más alta que en la actualidad. Está compuesta por roca traquítica porfiroide y es la tercera en altura del mundo, sólo aventajada por el Peñón de Gibraltar en España, y el Pan de Azúcar, en Río de Janeiro.
Con la cercanía de tal portento emergió una pequeña población que ha cobrado importancia en los últimos años, ahora que los viajeros vamos en busca de la naturaleza en un afán por reencontrarnos a nosotros mismos.
Poco más de un siglo después de la conquista española aún quedaban, en la zona central del actual estado de Querétaro, numerosos asentamientos otomíes asediados por indomables chichimecas pames y jonaces. Una manera segura de proteger a sus familias y asegurar sus cosechas era propiciar la presencia de los destacamentos españoles en sus tierras.
Así, en 1647 llegaron hasta las faldas de la peña el teniente de origen vasco Alonso Cabrera, sus tres hijos y siete soldados quienes, a solicitud de los otomíes, se aposentaron en un lugar estratégico que les permitía percatarse del posible ataque de los chichimecas que merodeaban en los cercanos cerros San Martín y El Zamorano. Esos primeros españoles, procedentes de la vecina Cadereyta, construyeron tres habitaciones, una cocina, una troje y un corral, protegidos por altas bardas de tepetate y cuyos vestigios se localizan a la entrada de Bernal. Un siglo después se edificaría parte de un presidio que asemeja un castillo, hoy conocido como Casas Reales. Poco antes, al erigirse la Congregación de San Sebastián de Bernal, se inició la construcción del templo de tres naves dedicado a este santo, martirizado en Roma en el siglo primero de nuestra era.
Hacia 1850, Villa de Bernal fue declarada pueblo y cabecera municipal, categoría que perdió en 1918, cuando la sede municipal se cambió a la actual población de Ezequiel Montes. Los bernalenses han luchado durante varias generaciones por constituir un nuevo municipio del estado de Querétaro, lo que tal vez sea posible a corto plazo en vista del auge turístico de la última década.
Los numerosos portales del centro ocupan un lugar muy importante en la vida social de Bernal, pues en tomo a ellos se reúnen los lugareños a charlar a comentar los últimos sucesos en la comunidad o a negociar. La población cobra vida los fines de semana, entonces las calles empedradas de traza irregular, los mesones y restaurantes, las tiendas grandes y pequeñas de artesanías, los puestos de antojitos, el pequeño Museo de la Máscara y los coloridos patios de las casas, siempre abiertas se ven pletóricos de visitantes que encuentran en esta majestuoso escenario la oportunidad de disfrutar de un inusual sitio de descanso y recreo en el que se conjugan la historia, la calidez de sus habitantes y la mágica presencia de la peña.
En Bernal se fabrican artesanalmente cobijas y jorongos de lana para resguardarse de los helados vientos provenientes de la sierra, así como natillas y dulces de membrillo, guayaba y cacahuate para que el viajero atenúe la nostalgia de la partida.
Otra peculiaridad son las “gorditas” asadas al comal y rellenas de haba, frijoles, nopales, o chicharrón que una docena de vendedores ofrecen en el centro de la población.
Tradicionalmente, en la Villa de Bernal se festeja el 3 de mayo, día de la Santa Cruz, con una solemne ceremonia que culmina cuando la cruz de madera de 60 kilos es llevada de nuevo por los escaloneros hasta la cúspide de la peña en medio de los cantos y los rezos de una nutrida concurrencia.
Una festividad que año con año cobra mayor popularidad en Bernal es la celebración del equinoccio de primavera, el 21 de marzo.
El señor José Velásquez Quintanar, cronista de San Juan del Río y ferviente enamorado de Bernal, relata la historia de esta celebración: “En 1992 nos reunimos un grupo de vecinos en el centro de Bernal a festejar la llegada de la primavera, Colocamos macetas con flores en puertas y ventanas, preparamos platillos tradicionales y llevamos un conjunto musical de San Juan del Río». Resultó una fiesta tan animada que un año después llegaron para tal ocasión numerosos visitantes de Querétaro y Tequisquiapan. A partir de entonces, y siguiendo una sugerencia anónima, los asistentes vistieron de blanco y llevaron un paliacate rojo.
«A las 12 en punto del mediodía», señala Velázquez Quintanar, «todos los presentes oramos por la paz tomados de las manos. Al siguiente año un nutrido grupo de asistentes subió a la cumbre y con pequeños espejos enviaron la primera luz del día a la población. Para esas fechas ya contábamos con varios grupos de danzantes y se llevaba a cabo el ritual del fuego nuevo en el que una jovencita lo enciende y lo envía a los cuatro puntos cardinales».
Entre 1996 y 1997 se organizó una promoción de la fiesta a nivel estatal. «Llegó gente de todos los rumbos y de muy diferentes ideologías, pero se mostraron muy respetuosos de los demás y de las maravillas del entorno. Actualmente se considera que es un festival universal de convivencia y amistad”.
“La Peña de Bernal” –concluye el cronista- “es un poderoso imán, en el sentido amplio de la palabra. Provee de energía física, mental y espiritual a quienes se acercan a ella. Hay que amarla, conocerla y disfrutarla. Es la peña más bella del mundo con rinconadas, acantilados y peñascos en un continuo juego de luces y sombras que se pueden recorrer y admirar en una caminata de sólo dos kilómetros».
Además de su belleza, si algo distingue a Bernal es la longevidad de sus habitantes. Es bien sabido que el promedio de vida en este rincón del México provinciano es de 94.7 años, aunque parezca increíble. Por las calles y las veredas transitan numerosos ancianos como don José flores, quien a los 102 años todavía trabajaba y había contraído nupcias por tercera vez a los 90, o como don Concepción Rincón, quien a la edad de 89 años aún dirigía su negocio de cobijas de lana que había iniciado en 1927. Orgullosamente los bernalenses afirman que el clima, la alimentación y la tranquilidad pueblerina influyen en la longevidad de sus habitantes, pero que la peña es la principal razón, ya que los hace «siempre mirar para arriba», al amanecer en busca de la luz cercana, y en el ocaso cuando contemplan agradecidos su familiar perfil borrándose entre las sombras.
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