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Por tercera vez tocaban las costas de Veracruz aquellos navíos con sus velas henchidas por el viento; sus tripulantes, de blanca piel y abundante vello en el rostro, recordaban a todos los nativos las viejas leyendas del dios Quetzalcóatl, patrono de la región de la blancura, cuyo nombre calendárico, Ce Ácatl, fatídicamente coincidía con la llegada de estos extranjeros; para los españoles era el año de 1519.
Los primeros en acudir a recibir esta expedición comandada por el capitán Hernán Cortés fueron los embajadores de México-Tenochtitlan, representantes directos de Moctezuma; que tenían la misión de averiguar cuáles eran las intenciones de esta gente e impedir que avanzaran hacia el Altiplano Central; donde se hallaba el reino de los mexicas.
La costa donde se asentaron Cortés y sus hombres eran los arenales de Chalchiucueyehcan, tierras totonacas que pertenecían a Zempoala; la principal capital indígena de la región.
El señor de este lugar, Chicomecóatl, un hombre de aspecto voluminoso (por lo cual los españoles lo llamaron “Cacique Gordo”); invitó a los extranjeros a reponer sus fuerzas en sus palacios; en un intento por aliarse con los hombres blancos para una futura rebelión contra el dominio de los mexicas.
Eran tiempos de intrigas y de traiciones. Hernán Cortés sopesaba la fuerza y los propósitos de los grupos indígenas con los que entró en contacto; a los totonacos prometía su apoyo para liberarse de los tenochcas, pero al mismo tiempo hacía tratos con los embajadores de Moctezuma. Con gran astucia el capitán español preparaba la conquista de estos territorios.
Siguiendo la línea de la costa encontraron una excelente rada; aunque de pequeñas dimensiones, cobijada por impresionantes farallones que salían del cerro de los Metates y que los españoles llamaron “el Bernal”. A sus pies se extendía otro poblado totonaca, Quiahuiztlan; localidad donde aún se conservan los peculiares mausoleos funerarios que recrean basamentos y templos de pequeñas dimensiones; y que dan a la zona arqueológica el aspecto de la Liliputh de los cuentos de Gulliver.
En las márgenes de esta bahía se construyó un fortín de estilo medieval, de planta rectangular, con cuatro torreones en sus esquinas. Para su construcción (además de la piedra) se utilizaron los maderos que se salvaron de aquellos bergantines que trajeron a Cortés; y que fueron barrenados para evitar los brotes de rebeldía contra los designios del ambicioso capitán.
A la sombra de la fortaleza de la Villa Rica se reunieron Hernán Cortés y sus fieles capitanes con los jefes indígenas totonacos de Zempoala y Quiahuiztlan, consolidándose de esta manera la alianza militar que emprendería la conquista de México-Tenochtitlan.
Fuente: Pasajes de la Historia No. 5 Los señoríos de la Costa del Golfo / diciembre 2000
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