Vinos, dinos y más… en Coahuila - México Desconocido
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Crónicas de viaje

Vinos, dinos y más… en Coahuila

Coahuila
General-Cepeda
© Manuel Cerón

Una crónica de viaje por una ruta de vinos y dinos por tres pueblos mágicos de Coahuila: Arteaga, Cuatro Ciénegas y Parras.

Entre la sierra y el desierto, Coahuila resguarda una serie de parajes que nos hacen experimentar el tiempo más suavemente y que nos muestra vinos y dinos. El paisaje colorido de los viñedos, los fósiles y huellas de monstruos prehistóricos y, por supuesto, las exquisitas degustaciones de vinos nos transportan a otra dimensión sensorial en los pueblos mágicos de Coahuila.

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Manuel Cerón

Nos enfrentamos a un paisaje hermoso en nuestro comienzo de la ruta de vinos y dinos, pero que nada tiene que ver con el habitual perfil mediterráneo de las tierras del vino: ni lomas áridas, ni olivos, ni sol ardiente; más bien montañas espectaculares pobladas de bosques de coníferas, un lago casi alpino y una temperatura bastante agradable, al menos para lo que suele encontrarse en el noreste mexicano.

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Y en la mano sostenemos una copa de Pinot Noir, cultivado precisamente en este rumbo, que no es otro que la Sierra de Arteaga. Sí, nos encontramos en el último tramo de la Sierra Madre Oriental que como el fuelle de un acordeón dobla al poniente por detrás de Monterrey y se incrusta en la esquina sureste de Coahuila formando una serie de panorámicas que quitan el aliento en esta ruta de vinos y dinos.

Mientras descubrimos contra el cielo el profundo color rojo cristalino del vino, el aire limpio y tenue de la sierra desintoxica nuestros pulmones urbanos. A 29 kilómetros al sur del Pueblo Mágico de Arteaga, estamos a más de 2,100 metros sobre el nivel del mar.

Las condiciones parecen no ser las mejores para las uvas. Además de la altitud, el frescor y la oscilación térmica (a veces más de 20 grados dentro de un mismo día), las montañas obligan al sol a meterse temprano, de vez en cuando caen granizadas devastadoras y no faltan los venaditos glotones que se aficionan a las vides tiernas.

Manuel Cerón

Pero aquí el talento se impuso a la geografía. Los hermanos Villarreal Berlanga consiguieron sacar adelante un gran viñedo. Sembraron varias cepas, entre ellas la ya mencionada, que se da muy bien en los extremos más fríos de la franja del vino y crearon Bodega Los Cedros (cuyo nombre le viene muy bien por los árboles circundantes). Los resultados están a la vista… y al olfato y al gusto.

Probamos el vino y resultó delicioso, con un retrogusto afrutado. También saboreamos un Malbec y un Chardonnay que nos supieron espléndidos.

De la mano de la prehistoria

Al poniente, dejamos atrás la sierra para seguir nuestra ruta de vinos y dinos. Uno se espera el desierto, pero lo que encuentra primero es el bonito poblado de General Cepeda, lleno de construcciones antiguas y curiosidades. Aquí la experiencia es el descubrimiento de antiguos mundos.

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Primero fuimos a Narigua, un pueblito a 15 minutos donde a fuerza de preguntar dimos con una galería sorprendente. Recorrimos una ladera cubierta de grandes rocas que nos fueron mostrando sus rostros rayados: extraños círculos concéntricos, líneas en zigzag, secuencias de puntos, líneas rectas convergentes… el otro arte prehispánico, el de los cazadores nómadas.

Una, dos rocas, tres, docenas y docenas. Sin duda estos trazos están cargados de sentido, y aunque no podemos descifrarlos, nos llenan de un sentimiento de reverencia y nos ponen en contacto con otro mundo fuera de nuestro presente.

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Desandamos parte del camino y luego enfilamos a Rincón Colorado, a otra suerte de galería, solo que esta vez los trazos no son humanos, sino obra natural de hace 72 millones de años, dicen. Es otra visión sobrecogedora.

Acá está la primera (y hasta la fecha, única) zona paleontológica abierta a visitantes en nuestro país. Toda la región de General Cepeda está asentada en lo que en el periodo Cretácico fueron playas de un mar interior y ahora son extensísimos yacimientos de fósiles.

Por todas partes han hallado vestigios petrificados y huellas animales y plantas de aquel entonces. Por eso al rumbo le llaman “Tierra de Dinosaurios”. Pero el mejor sitio para acercarse a la riqueza local es esta zona. Nos adentramos en sus senderos y vimos las réplicas de los hallazgos (los originales se han enviado a centros de investigación para su estudio y preservación).

Pudimos tocar, por ejemplo, el cráneo de un hadrosaurio endémico de la región, el Velafrons coahuilensis, un apacible y enorme herbívoro con una dura cresta y una especie de pico de pato. Admiramos detenidamente huesos largos, vértebras, huevos; también troncos, caparazones de tortugas y conchas de moluscos. Al final de los senderos llegamos a la parte alta donde vimos el impresionante desierto en el que aquel mar legendario se convirtió. Y otra vez, el presente se confundió con el pasado.

Un valle muy especial en la ruta de vinos y dinos

Conforme nos desplazamos al oeste, hacia el Pueblo Mágico de Parras de la Fuente, el desierto se enseñorea más y más. Las montañas nunca desaparecen; solo pierden vegetación. Tomamos una desviación hacia el sur y aparece nuestro destino: Viñedos Don Leo.

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De pronto, los cerros abren paso a la preciosa hondonada del Valle del Tunal, un vallecito como de libro de texto, aunque diminuto: no rebasa los 3 kilómetros en su eje mayor. Carece de río o lago, porque las lluvias nunca son suficientes.

Las suaves laderas onduladas tienen algunos pinos y yucas, pero más bien ofrecen la textura homogénea del matorral que abajo cede el paso a los grandes círculos de riego de sorgo y otros cereales. Y al fondo, en la esquina noroeste del vallecito, aparecen las paralelas verdes de las vides.

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La belleza de este poderoso juego de líneas y superficies sería motivo suficiente para acercarse al lugar. Caminamos por entre las vides, admiramos los racimos de uvas y vemos las sutiles diferencias de las hojas entre cepa y cepa. Luego pasamos a la bodega, que es la razón “oficial” de esta experiencia. Se trata de conocer el proceso de elaboración del vino y también, claro, de probarlo.

Originalmente este era un rancho dedicado a la agricultura y ganadería. En el año 2000, animados por Casa Madero, sembraron una hectárea de vid como para ver si prendía bien. De nueva cuenta las circunstancias eran difíciles: mucha altitud (2,100 metros sobre el nivel del mar), puestas de sol tempraneras por los cerros y una voraz fauna silvestre.

Pero con la ayuda de Francisco Rodríguez, el enólogo de Madero, sacaron adelante el viñedo que hoy ya abarca alrededor de medio centenar de hectáreas. Don Leo es hoy la segunda mayor casa vitivinícola de Coahuila y sus vinos se compran y se comentan en toda la República.

Como lo que pedimos fue la visita Premium, nos dan a probar un Sauvignon Blanc y luego un Pinot Noir. Lo acompañan con jamón serrano, salami, uvas verdes y quesos. El broche de oro es el Don Leo Gran Reserva, un elegante Cabernet Sauvignon que pasa 26 meses en barrica de roble francés. Al final, antes de irnos, echamos una última mirada al Valle del Tunal desde la terraza de la bodega: toda la belleza de Coahuila resumida en una panorámica.

Concluyendo la ruta de vinos y dinos: cabalgando por los viñedos más antiguos del Nuevo Mundo

Algunos van a pie; otros en una confortable calandria. Nosotros preferimos visitar este sitio histórico a caballo, imitando a los primeros colonos españoles de estos rumbos a fines del siglo XVI. ¿Un sitio histórico a caballo? Sí, a campo abierto y, para mayor referencia, cubierto de relucientes vides.

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Claro, cuando los primeros jesuitas y capitanes españoles llegaron a estos rumbos el paisaje era harto distinto. Después de recorrer los áridos territorios circundantes seguramente se alegraron mucho de ver aquí ojos de agua, vides silvestres, árboles altos y abundante verdor por todas partes. Aquello era una clara promesa de prosperidad.

Nosotros nos alegramos, pero por ver un magnífico paisaje único en México. En otros estados también hay viñedos, pero el asedio del desierto no es tan claro como el de aquí, y nunca hay tanta presencia de árboles frondosos —sobre todo nogales— como la hay aquí.

Los caballos resoplan como asustados por la ligera niebla matutina que cubre los campos y oculta parcialmente las largas líneas de vides extendidas hasta el horizonte. Solo los cerritos más inmediatos sobresalen de la superficie.

Manuel Cerón

Lo que este rincón rural tiene de histórico es ser nada menos que la cuna de lo que los amantes del vino llaman “Vinos del Nuevo Mundo”, es decir, los vinos producidos fuera de Europa y Medio Oriente. Uno de aquellos primeros colonos, Lorenzo García, se asentó aquí y en 1597 obtuvo el permiso del rey para sembrar vides domésticas y producir vino… siglos antes de que siquiera soñaran en sembrar vino en Australia, Sudáfrica o el valle de Napa.

Esta briosa excursión que lo hace a uno sentirse libre y respirar aire fresco se complementa con la visita —esa sí a pie— a la bodega vinícola. La antigua Hacienda de San Lorenzo, fundada por aquel García, fue adquirida en 1893 por Evaristo Madero, un prócer liberal, ex gobernador de Coahuila y abuelo del revolucionario Francisco Ignacio.

La hacienda, ubicada a 9 kilómetros al norte del Pueblo Mágico de Parras de la Fuente, se convirtió en lo que hoy conocemos como Casa Madero, la mayor vitivinícola de Coahuila y una de las mayores del país. Recorremos las bodegas en esta ruta de vinos y dinos, vemos barricas viejas y nuevas, los alambiques para hacer brandy y también los bucólicos jardines.

Por supuesto, cerramos con una degustación. Para prolongar el deleite en el hotel, en Parras, compramos en la tienda nuestras botellas. Yo llevo un Gran Reserva Selección de Barricas, una exquisita combinación de Cabernet Sauvignon, Merlot y Petit Verdot, para mi gusto, la estrella de los cerca de 20 vinos de la casa.

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autor Periodista e historiador. Es catedrático de Geografía e historia y Periodismo histórico en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México donde intenta contagiar su delirio por los raros rincones que conforman este país.
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