Voceadores, trabajo que ennoblece (Distrito Federal)
Su importancia dentro de este gigantesco mercado es trascendental, pues sin ellos no se podría enlazar la enorme cadena humana que le da vida, ni llegar al objetivo final y común de todos los que brindan su esfuerzo: el lector.
Quizá son el último eslabón, el más pequeño en este proceso, pero el más importante; los voceadores permanecen activos durante diecinueve horas al día, desde la noche de la madrugada hasta la noche que los despide. El vientecillo frío de la madrugada golpea los rostros y se cuela como una serpiente que envuelve todo el cuerpo y la piel descubierta duele por la onda gélida que aprieta como un torniquete; aun así, las manos son ágiles y los dedos exactos en cada movimiento; entre la espesa niebla de alba que cae en esos momentos, las siluetas de hombres y mujeres se mueven con agilidad, cargan y descargan paquetes, amarran bultos, cuentan, empalman, venden, gritan, su energía es tal que inyectan luz a las sombras.
Para los voceadores el trabajo antes que un sacrificio es una bendición: “se obtiene la gran satisfacción de estar llevando el sustento a la familia”, coinciden todos. Es el voceador portavoz de buenas y malas noticias, notificador de la historia inmediata del país; su compromiso es hacer llegar la información esencial y de primera necesidad para la vida cotidiana de sus lectores.
Desde 1722, cuando se distribuyen las primeras gacetas de la Colonia, hicieron suyo el deber de divulgar el pensamiento y la reflexión de los hombres, pero no es sino hasta el siglo XX, en enero de 1922, cuando nacen como un gremio organizado de hombres y mujeres que llevan por las calles la última noticia del día. Su ánimo por salir adelante es mayor que las inclemencias del tiempo, amenazante en todo momento, y que una serie de circunstancias inadvertidas para la gran mayoría, pero que en ellos son factores determinantes que lesionan gravemente su economía, por ejemplo la lluvia que termina por arruinar su mercancía: “uno regresa casi todos los periódicos, sin ganancias, ese es un día perdido para nosotros”; el semáforo que llega a descomponerse, “porque entonces nadie se para, en esta ciudad todos llevan prisa”; si una calle se cierra o quedan atrapados por la manifestación del día, es la ruina para los amigos voceadores, que a pesar de sus puestos fijos, nada los protege del clima nacional: “si hay buenas noticias comemos bien, sí son malas, pues ese día nos apretamos el cinturón”.
Pertenecen a esa escena de riesgo constante de las grandes ciudades; aprendieron a someter a la calle antes de que ésta los devorara, con habilidad de toreros y circenses que caminan sobre la línea divisoria del carril y no más, esquivan las amenazas de la calle; en los cruceros más transitados, y por ende los más peligrosos, se ganan el pan de la familia, entre conductores intolerantes, apresurados y siempre retrasados, a la caza de aquellos que paran por un instante para comprar el mundo entero en un periódico. Son cerca de 15 mil familias las que se mantienen de esta actividad. Los voceadores están agremiados en la Unión de Expendedores y Voceadores de Periódicos de México, que comprende el área del D.F. y zona conurbada; abastecen un mercado popular de lectores de revistas, periódicos, novelas y cuentos, compradores de videos, dulces, lotería instantánea, refrescos y tarjetas telefónicas, entre otros. Son el “hermano mayor” de los voceadores en toda la República, que ha sabido abrirse paso ante las situaciones difíciles del país, sobreviviendo por más de 75 años como un gremio respetable que ha logrado incuestionables beneficios en servicios de salud, educación y vivienda para sus hijos.
“GUADALUPANOS…” Convencidos de que el trabajo es el camino seguro para salir adelante, suelen vivir la fiesta y celebrar hasta las últimas consecuencias; asiduos patriotas que abarrotan el Zócalo el 15 de septiembre, obedientes hijos el 10 de mayo y padres endeudados para cumplir en época de reyes; son los primeros en llegar al Ángel para celebrar los triunfos de la selección mexicana, en grupo se fortalecen, muestran sus emociones sin el más mínimo recato ni rastro de timidez. El 12 de diciembre llegan antes que nadie a la Villa; fieles y devotos guadalupanos, ofrecen gustosos sus cantos a la patrona; es la ocasión para pedir perdón por los excesos, dar gracias por los beneficios recibidos y solicitar la protección divina: “porque el trabajo en la calle es difícil y duro”.
SÁBADO 4:00 A.M.
Todos, además de cumplir el horario de voceador, lo hacen con el de padre, ama de casa, amante, hijo, estudiante, deportista; se parten en dos para cumplir con los roles que les corresponden. Desde hace diecinueve años, don Roberto Correa se mantiene en esta labor, estudió para ser maestro de primaria pero prefirió ser voceador. “A la una de la tarde es cuando llega el sueño porque ya no hay mucha actividad, pero a las cuatro reinicia nuevamente y hasta las siete u ocho de la noche. Cuando se llega a la casa ya se quitó el sueño y hay que atender a la familia, termina uno por dormirse a las diez u once de la noche”.
Tenía don Roberto dieciséis años cuando entró al negocio, es él un voceador habitual: “Me gusta mi trabajo porque es un negocio propio y uno solo se manda, no tiene que estar a expensas de lo que diga otra gente”. A las cuatro de la mañana se pone en pie, incluso los cinco días que no se editan los periódicos, sus únicos días de descanso en el año, media hora después está en el expendio que le surte en la calle de Bucareli, carga con sus trescientos periódicos hasta un taxi que lo lleva al metro Aeropuerto, ahí los cambia a una combi que lo traslada hasta el kilómetro 27 de la carretera México-Texcoco, donde vende sus periódicos: “Mi papá no era, es voceador a pesar de que ya está grande, y no es que se herede la ocupación, sino que al que le gusta, lo sigue”. Saide tiene catorce años de edad y es estudiante de secundaria, pero a las cuatro y media de la mañana ya está en el expendio: “Sí es pesado, pero lo hace uno con cariño porque es la manera en que puede uno ayudar a sus papás”.
Y junto a un puesto de café, aparece doña Consuelo García, voceadora desde que tenía seis años de edad, “papelerita” en aquel entonces, toda una vida para sacar adelante a sus hijos, quienes –orgullosamente presume– son ya profesionistas que aunque no les gustó el oficio, aprendieron a respetarlo. Hija y esposa de voceador, es voceadora de corazón: “Es la actividad más sucia, la más mugrosa, pero la más maravillosa, la que te deja para comer, ¿te imaginas?; uno llega sin dinero y al momento que te persignas, a los diez minutos ya comienza a llegarte el dinero”. Para que estén listos los diarios y las revistas que se editan y distribuyen en la capital del país, los siete días de la semana, en restaurantes, hoteles, oficinas, redacciones, peluquerías, salas de belleza, tiendas, oficinas del gobierno, empresas, con hombres de negocios y hasta con el presidente de la República, inician la jornada cinco o seis horas antes del desayuno.
Los primeros en aparecer en escena son los voceadores del expendio, una vez que el poderío de las rotativas cede el paso a la labor manual; en la calle esperan ya los primeros diarios, pesados bultos de papel periódico que hay que cargar hasta alguna de las unidades que los llevan a alguno de los 49 expendios de distribución que hay en la ciudad de México, a donde llega a surtirse el batallón de voceadores que más tarde parten hasta el más recóndito lugar de la urbe más grande del mundo. Es en la calle donde expendedores y voceadores integran las secciones y los suplementos que conforman un periódico: deportivos, políticos, amarillistas, culturales, etcétera, todos tienen su propio público y cada uno representa el pago a su esfuerzo.
“Todo sacrificio tiene una remuneración, por eso tiene uno que echarle ganas, si no, no hay ganancia”. Anteriormente la venta de periódicos era un buen negocio, recuerda don Roberto Correa, se ganaba bien hasta que la crisis llegó a afectar a todos los negocios, porque “la gente prefiere comprar un pan que un periódico”, y a pesar de que la ganancia es limitada, el 29% de cada diario, “ya tiene uno bastante tiempo en este negocio, ni modo que abandone el barco, ¡no!, ahora hay que echarle más ganas y esperar a que se componga esto”. Con el tiempo los voceadores se volcaron a los cruceros; otros, los menos, todavía lo hacen entre la gente (“así se animan más a comprar”), al viejo estilo, gritando las noticias, “hay voceadores que todavía voceamos, pero es una tradición que se está perdiendo”. En este grito se oye el vigor de un hombre que ennoblece el trabajo y que se ennoblece asimismo, es la exclamación de un trabajador que por los suyos da todo lo que tenga de extra, ¡Extra… Extra…!
Fuente : México desconocido No. 289 / marzo 2001
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