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Comercio prehispánico: expedición hacia los pueblos costeños

Ciudad de México
Comercio prehispánico: expedición hacia los pueblos costeños fifu

Las principales familias de comerciantes de Tlatelolco recibieron con beneplácito la noticia de una futura expedición que, una vez más, buscaría intercambiar cientos de productos con los lejanos pueblos que vivían en el este, a las orillas del mar.

Inmediatamente después de cumplir su objetivo, los emisarios enviados a todos los pueblos cercanos a Tlatelolco y Tenochtitlan a divulgar la nueva, regresaron a la capital con respuestas favorables, de tal manera que se esperaba la conformación de un voluminoso contingente de comerciantes, el cual debería reunirse justo antes de las grandes fiestas propiciatorias.

Durante la decimoquinta veintena del calendario anual se llevaban a cabo las festividades dedicadas al dios Yacatecuhtli, el “señor de la nariz”, quien encabezaba las expediciones y guiaba por los caminos a los pochtecas, que eran gente entregada al ancestral arte de intercambiar y comerciar con los más diversos productos. La deidad era conocida también como Yacapiztoac o Cocochi­metl, y durante las fiestas celebradas en su honor se sacrificaban cuatro esclavos.

Para que la expedición tuviera éxito se escogían cuidadosamente todos y cada uno de los productos que los cargadores llevarían sobre sus es­paldas, en voluminosos bultos que ataban a su cuerpo. Se sabía que algunas de las familias de la región costeña, sobre todo los jóvenes matrimonios que habían sido enviados a formar parte del séquito de los gobernadores impuestos por la corona mexica, estaban ansiosas por utilizar los hermosos recipientes de color rojo con delicados motivos en negro que se producían en la región de Texcoco, y especialmente por poseer copas y platos con la colorida policromía que había hecho famosa a la ciudad de Cholula.

Infinidad de productos formaban el sustento material de la expedición: desde pieles de liebre y sencillos panes hechos con el nutritivo planc­ton que se obtenía de la laguna, ­hasta las imágenes de los dioses talladas en piedras finas o vistosos textiles con diseños que recreaban la geometría, el mundo de los animales y el universo de los dioses.

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Finalmente llegó el día en que los grupos de comerciantes iniciaron la expedición. Previamente a la partida, Moctezuma convocó en su pa­la­cio al jefe de los poch­tecas para decirle que tenía noticias de sus gober­nadores en la región totonaca, referentes a que ciertos señoríos huax­tecos estaban preparando un levantamiento en contra del dominio me­xi­ca en el área.

El jefe pochteca regresó a Tlatelolco y de inmediato comisionó a dos de sus más hábiles e intrépidos hombres: Flecha Celeste y Jaguar Rojo, quienes ya tenían experiencia en las actividades de espionaje, conocían perfectamente la lengua huaxteca y podían vestirse y orna­mentarse igual que los nativos de la costa del Golfo; inclusive se habían horadado el séptum —el hueso cartílago de la nariz— para poder llevar las na­ri­gueras circulares de concha que identificaban plenamente a los habitantes de los pueblos costeños. Ambos personajes deberían infiltrarse en aquella región y recabar ­todas las noticias posibles, vigilar los movimientos sospechosos y observar si se acumulaban armas en los depósitos de las capitales sometidas.

La gran caravana, integrada por los grupos autónomos de comerciantes pertenecientes a los distintos barrios de Tla­telolco y regiones vecinas, comenzó la marcha. A la cabeza iba el jefe de cada barrio, sujetando con una mano el cetro, a ma­nera de bastón que simbolizaba la imagen de Yaca­te­cuhtli, mientras que en la otra lucía el elegante abanico tallado en madera, con un vistoso resplandor de plumas, que era el gran símbolo de su actividad y jerarquía. Atrás iban los demás miembros de su clan de comerciantes, algunos de ellos, jóvenes que no ocultaban su excitación, pues aquél era su primer gran viaje.

A la expedición se sumaron varios embajadores, en­viados de Moc­te­zuma, que debían poner­se en contacto con los gobernadores mexicas en la región to­tonaca y colectar toda la infor­mación posible para después continuar su largo viaje hasta la región de Acalan, adonde llegarían los grupos de comerciantes de la misteriosa región sur habitada por los mayas.

El recorrido duró varias semanas y atravesó primero los antiguos terrenos del Acol­huacan, todavía bajo el dominio de Texcoco, reino aliado de los mexicas. Durante la travesía los pueblos ubicados en la ruta debían preparar habitación y comida para los integrantes de la gran expedición; éstos eran alojados por las familias pochtecas locales, que hacían gala de su hospitalidad, y de paso afianzaban sus ligas económicas y familiares.

Entre los pochtecas jóvenes había también guerreros cuya misión consistía en defender al grupo de los ataques enemigos, o bien de los nativos subyugados por los mexicas que buscaran vengar antiguas afrentas. Como era bien sabido, cualquier ata­que dirigido a las expediciones co­merciales era una tácita declaración de guerra contra el poderoso imperio tenochca.

Finalmente, la caravana llegó al primero de sus destinos. A lo lejos, ­justo a la bajada de la sierra montañosa, a un lado del río, se advertía el caserío de Nautla, una guarnición militar mexica encargada de mantener en paz a esa parte del mundo to­to­naco; ahí aguardaban ya, con gran expectación, los comerciantes provenientes de la costa que buscaban intercambiar conchas, pieles y otros productos de su región.

Fuente: Pasajes de la Historia No. 1 El reino de Moctezuma 

Tlatelolco

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autor Conoce México, sus tradiciones y costumbres, pueblos mágicos, zonas arqueológicas, playas y hasta la comida mexicana.
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