Descubriendo México en bicicleta: nuestro viaje a Bacalar
Annika y a Roberto pedalean por la península de Yucatán, descubre junto a ellos una casa con boca de serpiente, un friso Maya muy singular y una laguna de siete colores. En uno de los tramos más épicos de su viaje en México en dos llantas.
Escápate un fin de semana:
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Desde que estaba en China hace más de 3 años jugaba con el mapa de la península de Yucatán. Era como un niño que jugaba al explorador trazando líneas imaginarias de rutas que quería hacer. Me llamaba la atención un tramo en particular, Escárcega a Bacalar.
Del tramo sabía poco, y de Bacalar escuchaba cada vez más. Me fascinaba ver las fotos en internet y se las mostraba a mis amigos de China, Tailandia, Laos, Nueva Zelanda, Canadá y EUA. A pesar de que sus países tienen lugares espectaculares, nunca habían visto una laguna así y mucho menos en un lugar donde yacen varias ruinas Maya. Sin lugar a dudas se puede decir que lugares como este no hay en ningún otro lugar en el mundo más que en México.
Salimos temprano de Escárcega después de dos días de descanso. No podíamos ocultar nuestra emoción, finalmente habíamos llegado a uno de los destinos que más habíamos esperado. Lo considerábamos uno de los platos más fuertes de nuestro viaje alrededor del mundo en bicicleta.
Con los ánimos por los cielos pedaleamos a un excelente ritmo. En menos de una hora habíamos logrado pedalear 20 kilómetros. El pavimento estaba en excelentes condiciones y a nuestros lados una jungla densa nos cubría del viento. Todo iba perfecto. Sin embargo al kilómetro 23 escuché un sonido raro en mi bici, frené lentamente y me di cuenta que el rin de mi llanta trasera se había reventado.
Casi lloré de tristeza, no lo podía creer nuestro viaje se veía amenazado. No pasaron ni cinco minutos y una camioneta ya se había parado. Lalo, el conductor, iba con su esposa dirección Escárcega. Rápidamente se ofreció en llevarnos y en un dos por tres subimos nuestras cosas. “No se preocupe amigo, yo sé quién le va a arreglar su bicicleta”.
Dos horas después mi bicicleta tenía nueva llanta y estaba lista para seguir con su destino. Lalo me había llevado con Víctor, el mejor mecánico de bici en Escárgeca y el héroe de nuestra aventura. Nunca me voy a olvidar de él.
Nuestro viaje en bicicleta resucitó de manera espectacular a pesar del revés inicial seguimos nuestro camino. Aunque el mapa del tramo que pedaleábamos se veía bastante desolado. Cada 20 kilómetros habían pueblos, todos ellos con lugares de donde abastecernos de agua y de comida. Cada vez que podía me tomaba un agua de melón, un verdadero manjar que sólo he podido tomar en México.
Zona Maya
La primera noche de viaje llegamos a un poblado llamado Constitución. Ahí nos dejaron acampar tranquilamente justo atrás de la biblioteca pública. Al siguiente día empezamos nuestra aventura Maya. Nuestra primera parada fue en la Zona Arqueológica Balamkú.
De la carretera nos desviamos un par de kilómetros adentro de la jungla. Pedalear en la jungla siempre es especial. A unos pocos metros de haber entrado vimos lo que pareció ser un zorro rojo salvaje. Un detalle más que incremento nuestra emoción.
Llegamos a la entrada a comprar nuestro boleto. Para nuestra sorpresa no habían turistas. Tan sólo éramos el encargado del sitio y nosotros. El encargado nos recomendó visitar la atracción principal el Friso de Balamkú. Desafortunadamente no nos dejó entrar con las bicis pero al mismo tiempo entendimos perfectamente la razón de cuidar las ruinas.
La jungla y las ruinas se combinaban perfectamente. En momentos uno parecía transportarse en el tiempo y sentir como hubiera sido el caminar entre templos y jaguares en la época de los Mayas. Después de visitar varias ruinas llegamos a la estructura donde estaba el Friso. El encargado nos abrió la puerta y nos dejó entrar.
El Friso era espectacular. Mostraba a detalle el inframundo Maya. Podía identificar jaguares, ranas y monstruos representados en la escultura. De la boca de la tierra salía un rey de las fauces del monstruos terrestre, de manera que el sol sale de la tierra. Era claro que el Friso tenía como objetivo equiparar el ciclo dinástico del inframundo con el ciclo solar.
Salimos de ahí un tanto espaciados de nuestra realidad. La pedaleada hasta ahí, la jungla, las ruinas y las esculturas que habíamos visto nos sumergieron a otra realidad. Me sentí orgulloso de lo que podía encontrar en mi propio país, tan sólo viajando en bicicleta.
Nuestro camino seguía y con ello otras ruinas, las ruinas de Chicaná. Con una entrada similar a la de las ruinas pasadas, ingresamos a la zona arqueológica. Sólo que esta vez pudimos pedalear un poco más hacia dentro de la jungla.
En Chicaná pudimos ver en vivo y en directo la famosa Casa de la Boca de la Serpiente. La estructura tiene una de las representaciones más completas y mejor conservadas de Itzamná, un sacerdote elevado a deidad. Según la leyenda todo aquel que entra por la puerta de la fachada principal, la que parece una boca de serpiente, es tragado por el dios. Afortunadamente no nos pasó nada aunque entramos y salimos varias veces.
Con tan sólo dos sitios visitados el día se esfumo. Pedaleamos un total de 50 kilómetros en todo el día y aunque era muy por debajo de nuestro promedio no nos importó. Queríamos disfrutar tanto como podíamos.
De Chicaná pedaleamos a Xpujil tan sólo para dormir en el pueblo. Encontramos un motel a 250 pesos , con aire acondicionado, a tan sólo unas cuadras del sitio arqueológico. No se puede pedir mejor precio.
La mañana siguiente desayunamos nuestros chilaquiles y caminamos hacia las ruinas de Xpujil. La zona arqueológica era mucho más grande que las otras dos y la gran mayoría de sus ruinas eran torres. Estructuras que presumían la habilidad que tenían los Mayas para edificar. Dentro de las ruinas se escuchaban varios cantos de pájaros y se podían ver varios insectos. Mientras iba caminando un alacrán se subió a mi pierna. Afortunadamente no me picó, tan sólo estaba defendiendo a sus crías que acababan de nacer. Uno no puede caminar entre la jungla y esperar a que no tenga este tipo de encuentros con la madre naturaleza.
Un Bacalar más verde
Al quinto día de haber salido de Escárcega por fin habíamos llegado al Pueblo Mágico Bacalar, hogar de la laguna de los siete colores. Tengo que decir que después de tanto esperar y con tantas expectativas de por medio no nos decepcionó en lo más mínimo. Pocos lugares en el mundo rebasan las expectativas de los que la visitan. La Laguna de Bacalar es una de ellas. Con emoción estacionamos nuestras bicis en las letras de la ciudad, nos tomamos una foto y celebramos como nunca.
Durante tres días completos nos dedicamos a nadar en sus aguas y caminar por sus calles, remar de pie y en kayak. Tuvimos la oportunidad de conocer a sus habitantes, entre ellas Alejandra Belin y sus compañeros de Bacalar Consciente.
El grupo de Bacalar Consciente realiza diversas actividades para mantener la belleza del lugar, sobre todo para los locales. Entre sus logros más importantes están el de haber restaurado un espacio que ellos llaman el Embarcadero. Anteriormente este espacio era un basurero público y hoy en día es un parque público que da a la laguna.
En Bacalar hay mucho más que la laguna. Justo en el centro de la ciudad se puede visitar el viejo fuerte que se utilizaba para repeler el ataque de piratas. También al sur de la laguna se encuentra el Cenote Azul, un cenote impresionante donde te puedes pasar todo un día en familia.
Pocas veces en el viaje quise dejar atrás nuestros planes de seguir pedaleando y simple y sencillamente quedarme a vivir ahí. Lamentablemente teníamos que seguir. El viaje desafortunadamente estaba llegando a su final, pero sus sorpresas aún no.
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