Convento de la Santa Cruz. Primer colegio para misioneros
Este convento fue el primer colegio para misioneros en America
«Salid al mundo con las antorchas en las manos, y anunciad que llega pronto la Era del amor, de la alegría y de la paz.» Son palabras con las que el papa Inocencio III se dirigió a Francisco de Asís para permitirse continuar por el mundo su tarea de evangelización. Con el tiempo, la orden franciscana dejó huella en incontables lugares, como por ejemplo, el convento de la Santa Cruz, ubicado en la ciudad de Querétaro.
Antes que los evangelizadores llegaran a Querétaro, esa zona del país era habitada por los chichimecas. El arduo proceso de colonización produjo combates en defensa del territorio y las costumbres, y culminó la madrugada del 25 de julio de 1531, en el cerro de El Sangremal. Al término de la batalla, donde resultaron vencedores los españoles, se estableció una pequeña capilla dedicada a la Santa Cruz de la Conquista.
En ese mismo lugar, en 1609, comenzó la construcción del convento que actualmente conocemos. Las obras fueron terminadas en 1683, cuando fray Antonio Linaz de Jesús María, nacido en Mallorca, España, estableció el primer colegio para misioneros de América.
El padre Linaz consiguió la bula -sello de plomo de documentos pontificales-, otorgada por el papa Inocencio XI para crear el nuevo instituto o colegio; así comenzó una labor que dirigió durante treinta años, hasta su muerte, acaecida en Madrid el 29 de junio de 1693. Durante los dos siglos siguientes se formaron en sus aulas los más célebres misioneros, exploradores, traductores y civilizadores de vastas regiones, como Texas, Arizona y Centro América.
La majestuosa arquitectura del convento de la Santa Cruz refleja la importancia que ha tenido en la historia queretana, tanto en el campo religioso, como en el civil y el político.
Por una parte, a través del tiempo, este espacio ha servido como tierra fértil para el cultivo de la fe, la cultura y la educación; por la otra, el convento está ligado entrañablemente a importantes páginas de la historia nacional.
En 1810, don Miguel Domínguez, corregidor de la ciudad, estuvo preso en una celda del convento de la Santa Cruz.
En 1867, Maximiliano de Habsburgo tomó el convento como cuartel general, y ahí se estableció durante dos meses. El emperador no pudo resistir el empuje de los liberales encauzados por Mariano Escobedo, Ramón Corona y Porfirio Díaz, y se rindió el 15 de mayo, entonces, el convento le fue impuesto como prisión por dos días.
Entre 1867 y 1946, el edificio funcionó como cuartel. Estos setenta años deterioraron su arquitectura, favorecieron el saqueo sistemático de muebles, obras artísticas pictóricas y escultóricas e, incluso, desaparecieron su biblioteca.
EL ACUEDUCTO Y EL COLEGIO DE LA SANTA CRUZ
En diciembre de 1796, se inició la construcción del acueducto de Querétaro. Para lograrlo, don Juan Antonio de Urrutia Arana, caballero de la orden de Alcántara y marqués de la Villa del Villar del Águila, aportó el 66.5 por ciento del costo. El 33 por ciento restante fue reunido por la población en general, «tanto pobres como ricos, junto con un bienhechor del colegio de la Santa Cruz, una condonación aplicada a la obra» y los fondos de la ciudad. Manos chichimecas y otomíes se dedicaron a construir la famosa obra, concluida en 1738.
El acueducto tiene una longitud de 8 932 m, de los cuales 4 180 se encuentran bajo tierra. Su altura máxima es de 23 m y cuenta con 74 arcos, el último de los cuales desembocaba en el patio de aguas del convento. Hoy podemos observar, en ese mismo patio, relojes de sol orientados cada uno para funcionar en las distintas estaciones del año.
Los muros del convento están construidos con piedras adheridas con una mezcla de cal y jugo de maguey.
EL CRISTO BALEADO
La restauración del convento, realizada en las últimas décadas, permitió localizar, en 1968, una pintura mural que había permanecido oculta bajo una capa de humo.
Aparentemente, el fresco fue pintado durante el siglo XVIII por un artista anónimo, y representa una imagen de Cristo con la ciudad de Jerusalén. Se halla ubicado en una habitación llamada «celda del Cristo», y presenta pequeñas marcas que parecen ser impactos de bala, tal vez provocados por militares ebrios al probar su puntería con la obra como blanco.
EL ÁRBOL DE LAS CRUCES
En la huerta del convento se encuentra un árbol extraordinario, cuya fama ha trascendido al mundo científico: el árbol de las cruces.
No produce flor ni frutos, tiene hojas diminutas y una serie de espinas en forma de cruz. Cada cruz, a su vez, presenta tres espinas menores que simulan los clavos de la crucifixión.
Una leyenda cuenta que el misionero Antonio de Margil de Jesús clavó su báculo en el jardín y, con el paso del tiempo, retornó hasta convertirse en el árbol que hoy puede verse, como un producto único de la naturaleza.
Una característica más es que los jardines del convento parecen contar con muchos ejemplares del árbol de la cruz; sin embargo, es uno solo cuyas raíces retoñan independientemente. Los científicos que han observado al árbol lo clasifican dentro de la familia de las mimosas.
Este monumento arquitectónico, además de ser visita obligada para los turistas, ofrece una grata lección sobre la vida conventural y la historia queretana.
SI USTED VA AL CONVENTO DE LA SANTA CRUZ
Del Distrito Federal tome la carretera núm. 57 a Querétaro. Y en Querétaro diríjase al Centro Histórico de la ciudad. En las calles de Independencia y Felipe Luna se levanta el Convento de la Santa Cruz.
Fuente: México desconocido No. 235 / septiembre 1996