Huitzilopochtli y Tláloc en el Templo Mayor
Veamos ahora por qué los adoratorios del Templo Mayor estaban dedicados a Huitzilopochtli y a Tláloc. Para empezar, vale la pena mencionar cómo describieron el templo azteca cronistas como Sahagún. Dice así el franciscano:
La principal torre de todas estaba en el medio y era más alta que todas, era dedicada al dios Huitzilopochtli… Esta torre estaba dividida en lo alto, de manera que parecía ser dos y así tenía dos capillas o altares en lo alto, cubierta cada una con un chapitel, y en la cumbre tenía cada una de ellas sus insignias o divisas distintas. En la una de ellas y más principal estaba la estatua de Huitzilopochtli… en la otra estaba la imagen del dios Tláloc. Delante de cada una de estas estaba una piedra redonda a manera de tajón que llamaban téchatl, donde mataban los que sacrificaban a honor de aquel dios… Estas torres tenían la cara hacia el occidente, y subían por gradas bien estrechas y derechas…
Como puede observarse, la descripción está muy apegada a lo que posteriormente encontramos los arqueólogos. Veamos ahora lo que relata Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España: “En cada altar estaban dos bultos como de gigante, de muy altos cuerpos y muy gordos, y el primero, que estaba a mano derecha, decían que era el de Huichilobos, su dios de la guerra”. Al referirse a Tláloc dice: “En lo más alto de todo el cu estaba otra concavidad muy ricamente labrada de madera de ella, y estaba otro bulto como de medio hombre y medio lagarto… el cuerpo estaba lleno de todas las semillas que había en toda la tierra, y decían que era el dios de las sementeras y frutas…”
Pero ¿quiénes eran estos dioses? ¿Qué significaban? Para empezar, diremos que Huitzilopochtli quiere decir “Colibrí zurdo, o del sur”. Este dios es descrito de la manera siguiente por Sahagún:
Este dios llamado Huitzilopochtli fue otro Hércules, el cual fue robustísimo, de grandes fuerzas y muy belicoso, gran destruidor de pueblos y matador de gentes. En las guerras era como fuego vivo muy temeroso a sus contrarios… A este hombre, por su fortaleza y destreza en la guerra, le tuvieron en mucho los mexicanos cuando vivía.
En cuanto a Tláloc, el mismo cronista nos dice:
Este dios llamado Tláloc Tlamacazqui era el dios de las lluvias.
Tenían que él daba las lluvias para que regasen la tierra, mediante la cual lluvia se creaban todas las yerbas, árboles y frutas mantenimientos. También tenían que él enviaba el granizo y los relámpagos y rayos, y las tempestades del agua, y los peligros de los ríos y de la mar. El llamarse Tláloc Tlamacazqui quiere decir que es dios que habita en el paraíso terrenal, y que da a los hombres los mantenimientos necesarios para la vida corporal.
Definido así el carácter de cada dios, podemos conjeturar que su presencia en el templo azteca se deriva de un aspecto fundamental: Huitzilopochtli, dios solar y de la guerra, era quien diariamente, con su carácter de Sol, vencía a las tinieblas de la noche. Es decir que era él quien dirigía a las huestes aztecas en contra de sus enemigos y lograba la victoria sobre otros grupos, quienes se veían obligados a pagar un tributo cada determinado tiempo a Tenochtitlan. Sobra decir que el tributo podía ser en productos o en mano de obra, todo lo cual era indispensable para la economía azteca. Tanto en el Códice Mendocino como en la Matrícula de Tributos vienen señalados los productos que cada población debía entregar a Tenochtitlan periódicamente. De esta manera, los aztecas obtenían cargas de maíz, de frijol y de frutos diversos, y materiales como algodón, mantas, atavíos militares, etcétera, además de productos como pieles de jaguar, caracoles, conchas, plumas de ave, piedras verdes, cal, madera…, en fin, un sinnúmero de artículos, ya fuera en productos acabados o en materia prima.
No es fácil encontrar imágenes de esta deidad. Como el mito de su nacimiento lo relata, nació con un pie “enjuto”. En algunas representaciones de códices se le ve con el colibrí sobre la cabeza. Su tránsito por el cielo, en su carácter de deidad solar, determina la orientación del Templo Mayor, y su relación con el sur se debe a que el Sol, en el solsticio de invierno, se inclina más hacia el sur, como veremos adelante.
Varios cantos guerreros se hicieron en honor del dios y de la actividad de la guerra, como se puede ver en las siguientes líneas:
Oh, Moctezuma; oh, Nezahualcóyotl; oh, Totoquihuatzin, vosotros tejisteis, vosotros enredasteis la Unión de los príncipes: ¡Un instante al menos gozad de vuestras ciudades sobre las que fuisteis reyes! La mansión del Águila, la mansión del Tigreperdura así, es lugar de combatesla ciudad de México. Hacen estruendo bellas variadas flores de guerra, se estremecen hasta que estáis aquí. Allí el águila se hace hombre,allí grita el tigre en México:¡es que allí imperas tú, Motecuzoma!
En el caso de Tláloc, su presencia se debía a otro de los pilares de la economía azteca: la producción agrícola. En efecto, a él correspondía enviar a tiempo las lluvias y no excederse en ellas, pues podía acarrear la muerte de las plantas, al igual que si enviaba el granizo o las heladas. Por eso era indispensable mantener el equilibrio del dios con rituales apropiados que se celebraban en determinados meses, ya fuera a él o a deidades con él relacionadas, como eran los tlaloques, sus ayudantes; Xilonen, diosa del maíz tierno; Chalchiuhtlicue, su esposa, etcétera.
A Tláloc se le representaba, desde los tiempos más remotos, con sus características anteojeras o aros que rodeaban sus ojos; dos grandes colmillos que salían de su boca y la lengua bífida de serpiente. Otros elementos que completaban su imagen eran las orejeras y el tocado.
Hasta nosotros ha llegado un canto al dios del agua, que dice así:
Dueño del agua y la lluvia,¿Hay acaso, hay acaso tan grande como tú? Tú eres el dios del mar.Cuantas son tus flores,cuantos son tus cantos.Con ellas deleito en tiempo de lluvia.No soy más que un cantor:flor es mi corazón: ofrezco mi canto.
De la actividad de ambas deidades iba a derivarse la sobrevivencia de Tenochtitlan. No era casual, pues, que ellos dos ocuparan el lugar de honor en el Templo Mayor. De esto se derivaba la dualidad fundamental del México prehispánico: la dualidad vida-muerte. La primera, presente en Tláloc, guardaba relación con los mantenimientos, con los frutos que alimentarían al hombre; la segunda, con la guerra y con la muerte, es decir, con todo aquello que llevaba al hombre a cumplir su destino. Sin embargo, mucho más se encerraba detrás de la imagen de estos dioses y del Templo Mayor, expresado a través de mitos y de simbolismos que hacían de este recinto el lugar sagrado por excelencia…
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