La Casa de los Abanicos
EI patrimonio arquitectónico de Ia región occidente deI país ha disminuido en forma alarmante en Ia segunda mitad de este siglo.
La ciudad de Guadalajara no ha sido Ia excepción, y desde Ia década de Ios cuarenta se ha visto inmersa en un proceso de transformación, en aras de Ia «modernización» y refuncionalización de su centro urbano. Este proyecto se inició con Ia apertura de grandes ejes viales que literalmente fueron rasurando el rostro histórico de Ia ciudad; además, se eliminaron algunas de Ias manzanas más antiguas de Ia traza urbana para formar Ia cruz de plazas alrededor de Ia Catedral Metropolitana, que recientemente incorporó Ia Ilamada «Plaza Tapatía».
Después de estas acciones, desarrolladas e impulsadas por Ias autoridades estatales y municipales, comienza Ia sustitución y destrucción de edificios patrimoniales que a principios de este siglo conformaban un conjunto urbano único, poseedor de una unidad tipológica bastante rica. Las construcciones en este entorno histórico fueron resueltas en su mayoría imitando Ia estética deI «movimiento moderno » en arquitectura. Este desapego a los valores deI patrimonio cultural por parte de Ia sociedad de ese periodo fue desarrollándose a pasos agigantados. Exagerando un poco, puede afirmarse que los tapatíos tardaron 50 años en destruir lo que a sus ancestros les Ilevó cuatro siglos construir, dando como resultado final Ia Guadalajara un tanto caótica que todos conocemos. La conservación y restauración deI patrimonio cultural en esta región es una actividad relativamente reciente, pues inicia a finales de los aiios setenta. Realmente son pocos los edificios patrimoniales que se han recuperado en esta ciudad para Ia colectividad, y el rescate de Ia mayoría de ellos ha estado a cargo de instancias gubernamentales. Algunos ejemplos son: el Museo Regional de Guadalajara ubicado en el antiguo seminario de San José, el Palacio de Gobierno, el Instituto Cultural Cabañas, los ex-conventos deI Carmen y de San AgustÍn, el templo de Santo Tomás, hoy Biblioteca Iberoamericana «Octavio Paz», asÍ como algunas otras construcciones relevantes deI centro histórico. La iniciativa privada, sin embargo, pocas veces se ha interesado en esta actividad. Con excepción de intervenciones menores, es casi nula su participación en un asunto que cada día adquiere mayor importancia dentro de los intereses de Ia colectividad.
EI reconocimiento por parte de Ia sociedad de lo que puede ser considerado patrimonio arquitectónico no se mantiene estático, sino que va evolucionando. En Ias décadas pasadas, en Guadalajara, sólo se valoraban como dignos de ser preservados para Ias futuras generaciones los inmuebles de mayor mérito arquitectónico, desdeñándose el conjunto urbano en donde estaban inscritos. Esta siriIación ha ido variando, y actualmente, aunque tarde, se comienza a aceptar en Ia arquitectura civil una serie de valores vinculados con nuestras raíces. No obstante, siguen vigentes Ias presiones de tipo especulativo y urbano que poco a poco ocasionan Ia pérdida, en «operación hormiga «, de esta clase de edificios, parte importante del legado de nuestros ancestros.
A principios de Ia década de Ios noventa un grupo de empresarios tapatíos se embarcó en una experiencia poco usual en esta región: Ia recuperación y puesta en uso de una casona deI desdeñado periodo porfirista en Guadalajara, Ia cual de no haber sido intervenida probablemente se hubiera perdido, como ha sido el destino de muchas de Ias construcciones históricas de Ia ciudad. El «experimento» hasta Ia fecha ha demostrado algo digno de ser tomado en cuenta en estos tiempos en que los tratados de libre comercio y Ios valores de Ia eficiencia financiera son considerados paradigmas: Ia conservación y restauración deI patrimonio cultural puede ser una actividad rentable.
La restauración de esa finca por parte de un sector de Ia sociedad tradicionalmente ajeno a cuestiones relativas al patrimonio -como ha sido Ia iniciativa privada- nos muestra uno de Ios muchos caminos que deberán explorarse si creemos que todavía es factible trasmitir a Ias futuras generaciones el entorno legado por nuestros antepasados.
Las ciudades están constituidas por Ia suma de pequeñas historias que al entretejerse nos dan una visión de lo que somos, de nuestras raíces y -tal vez- de nuestro porvenir. Una de esas pequeñas historias es Ia que puede reconstruirse en tomo del predio conocido como «Casa de los Abanicos», en cuya edificación -para bien o para mal- están reflejados los eventos y vicisitudes por los que ha transitado esta ciudad en el transcurso de los últimos 100 años. La Guadalajara de finales del siglo pasado vivió un periodo de gran desarrollo material. EI sistema político y económico auspiciado por el régimen de Porfirio Díaz favoreció el progreso de un sector de Ia sociedad local. La ciudad tuvo en ese lapso un crecimiento importante hacia el poniente, ya que numerosas familias comenzaron a abandonar sus viejas casonas en Ia zona centro para irse a radicar a Ias «colonias». En ellas se inicia un desarrollo inmobiliario acorde con los modelos arquitectónicos y urbanísticos en boga en aquel entonces. Se fundan en esos altos Ias colonias «Francesa» «Reforma», «Porfirio Díaz» y Ia «Americana». En esta última se edificó alrededor de 1903 el inmueble objeto de este artículo.
Actualmente Ia finca ocupa Ia manzana delimitada por Ias avenidas Libertad, Atenas, La Paz y Ia calle Moscú, en el sector Juárez. EI ingeniero Guillermo de Alba estuvo a cargo de lo que seria Ia primera etapa de Ia construcción actual: Ia residencia se ubica en el centro deI predio; de un solo nivel y planta asimétrica e irregular estaba rodeada por pasillos soportados por coIumnas toscanas, con balaustradas y pintura mural en algunos de sus muros, siguiendo Ias tendencias urbanísticas deI momento que rompen drásticamente con los patrones arquitectónicos heredados de los españoles, en donde Ia construcción se desarrolla alrededor de un patio central con corredores y crujías a los lados.
En marzo de 1907 Manuel Cuesta Gallardo Ia adquiere por 30 mil pesos de aquellos tiempos. Este indivíduo fue un emprendedor hacendado a quien Ias circunstancias colocaron como último gobernador deI porfirismo en Jalisco, puesto que desempeñó durante 45 escasos días, pues debido a una serie de manifestaciones pro-maderistas tuvo que renunciar. La casa Ia compró no para él, que era soltero, sino para una amiga de nombre María Victoria. Esta casona fue su «casa chica».
Es en esos años cuando el ingeniero de origen alemán Ernesto Fuchs realiza varias reformas que otorgan a Ia finca su fisonomía actual: hace una ampliación bastante armónica, edificando dos niveles y algunos agregados de servicio, distribuidos en toda Ia extensión de Ia manzana, y coloca Ia reja exterior en forma de abanicos, de donde toma su nombre el inmueble. La composición arquitectónica y decorativa utilizada fue de tipo ecléctico con influencias estilísticas propias de Ias vilIas francesas. Su elemento más atractivo lo constituye una especie de torre circundada por corredores. Las fachadas manifiestan un carácter diferente en sus dos plantas: Ia planta baja de estilo toscano presenta estrias horizontales en sus paramentos, construidos en adobe; Ia planta superior, más ornamentada, posee columnas de estilo corintio, y sus muros contienen en sus vértices almohadillados y en los paramentos, molduraciones y yeserias eclécticas; están rematados por un entablamento muy elaborado, cuyo pretil está constituido por balaustradas y macetones de barro.
AI caer en desgracia política, Cuesta Gallardo vende Ia casa por debajo de su valor, y pasa a manos de Ia familia Corcuera.
De 1920 a 1923 es rentada a los jesuítas, quienes establecen un colegio. Posteriormente y hasta 1930, Ia ocupa Ia familia Biester. En este periodo, debido a Ia persecución cristera, Ia planta alta funciona como monasterio clandestino. Por sus espacios desfllaron infinidad de instituciones educativas, entre Ias que sobresalen el Colegio Franco-Mexicano, Ia Universidad Autónoma de Guadalajara y el ITESO. EI uso y las necesidades diversas fueron ocasionando el deterioro paulatino deI edificio -al igual que su transformación al hacerse agregados al diseño original-, hasta quedar totalmente abandonada en épocas reciéntes.
Es importante señalar que Ia Casa de los Abanicos, de ser una «casa chica» pasó a desempeñar un papel fundamental en Ia formación y educación de innumerables generaciones de tapatíos, incorporándose a Ia memoria colectiva de la ciudad.
EI proceso gradual de deterioro a que se vio sujeta Ia casa por poco ocasiona su pérdida. AI estar abandonada por varios años fue objeto de actos vandálicos y estuvo expuesta a Ios efectos degradantes deI tiempo. Afortunadamente, este proceso pudo ser revertido gracias al grupo de empresarios tapatíos que compraron el inmueble a Ia familia Mancera, para restaurarIa y poner en funcionamiento Ia sede deI University Club de Guadalajara.
AI adquirir Ia residencia, los inversionistas se propusieron realizar una obra digna de Ias actividades deI Club, retomando Ias experiencias de establecimientos similares en México y el extranjero. Lo cual no fue nada fácil, pues por una parte, debían resolver Ia necesidad de un espacio mayor a Ia capacidad real de Ia finca y, por otra, realizar una obra que respondiera y se adecuara rigurosamente a Ias normas y criterios nacionales e internacionales en materia de conservación y restauración deI patrimonio cultural. Estas dos premisas fundamentales requirieron Ia contratación de personal especializado en esta área para que a través de un proyecto pudieran conciliarse.
Los trabajos de conservación, restauración y puesta en uso de Ia casa para su nueva función se iniciaron con una serie de actividades preliminares (investigación histórica deI monumento y su contexto urbano y social, así como diversos levantamientos fotográficos, arquitectónicos, de alteraciones y de deterioros) que permitieron definir Ias parti-cularidades deI edificio a intervenir, el estado en que se encontraba y Ias posibilidades de uso que poseía. Con los datos recabados en esta etapa, pudo realizarse un análisis detallado en donde se estableció con claridad el estado deI inmueble, sus características constructivas y espaciales, su potencialidad, los problemas específicos que tenía y Ias causas que originaron su deterioro. A partir deI diagnóstico se procedió a elaborar el proyecto de restauración en dos frentes que se retroalimentarían mutuamente: el primero de ellos incluyó conservación y restauración deI inmueble, y el segundo los trabajos de adecuación para que el edificio fuera compatible con su nuevo uso. Entre Ias actividades desarroIladas sobresalieron Ias siguientes: realización de calas arqueológicas y sondeos; liberación de elementos agregados a Ia estructura original; consolidación estructural; consolidación, restauración y reposición de canteras, cerámica, pintura mural, herrería artística y yesería ornamental original; corrección de Ias fuentes de deterioro, así como todo lo relativo a Ia adaptación de los espacios al nuevo uso, instalaciones especiales e integración de otras áreas.
Debido a Ia amplitud deI programa arquitectónico necesario para el funcionamiento deI University Club -que incluía, entre otros, recepción, biblioteca, restaurantes, cocina, bares, baños de vapor, estética y estacionamiento- tuvieron que integrarse nuevos espacios pero de manera tal que no compitieran y afectaran Ia finca patrimonial. Esto se resolvió en parte construyendo sótanos en los espacios abiertos: el estacionamiento debajo deI jardín principal y a través de una torre con varios niveles, Buscando en todos los casos su integración al contexto, diferenciado todo lo nuevo, en sus acabados y elementos formales, de Ia construcción original. Las labores iniciaron en 1990 y concluyeron en mayo de 1992. EI proyecto de restauración fue desarrollado por el autor de estas Iíneas en coIaboración Con Enrique Martínez Ortega; Ia restauración especializada en pintura mural y herrería artística, por Guadalupe Zepeda Martínez; Ia decoración, por Laura Calderón, y Ia ejecución de Ia obra estuvo a cargo de Ia Constructora OMIC, con el ingeniero José deI Muro Pepi al frente. La comprensión y confianza por parte de los inversionistas, en todo lo concerniente a tareas de restauración, permitió arribar sin contratiempos -después de dos años de labores-, al rescate deI esplendor perdido de este relevante ejemplo de arquitectura porfirista en Guadalajara.
EI hecho de que a esta construcción patrimonial se le haya adjudicado un uso compatible con su estructura original (que por sus características de servicio requiere un mantenimiento y conservación constantes) y de que este uso social permite Ia recuperación de Ia inversión inicial y que su manejo sea autofinanciable, garantiza su permanencia e integridad hacia el futuro. Después de estar funcionando durante casi dos años, Ia evaluación en términos generales es positiva: el resultado final fue aceptado por Ia sociedad, Ias instalaciones, debido a Ia respuesta, se han mantenido en excelente estado, su entorno urbano se ha revitalizado y, como anécdota, Ias tradicionales «calandrias» Ia han incluido en sus recorridos turísticos. EI buen término deI «experimento» ha influido de manera benéfica para que otros empresarios se hayan interesado en adquirir casonas dentro de Ia zona histórica para recuperarIas. La restauración y puesta en funcionamiento de Ia Casa de los Abanicos demuestra que no necesariamente Ia conservación deI patrimonio cultural está divorciada de los valores de Ia actividad empresarial.
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