La coronación de la Virgen de Guadalupe
El arzobispo de México, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, coronó la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza de Jacona y de ahí surgió la idea de la coronación pontificio de Nuestra Señora de Guadalupe en el año de 1895.
Una vez conseguida la aprobación de Roma, se fijó para este acto la fecha del 12 de octubre de 1895. El arzobispo le encomendó la preparación de esa ceremonia al presbítero Antonio Plancarte y Labastida, cura de Jacona que tanto se había distinguido en la festividad anterior. El nombramiento de abad de la basílica le fue otorgado después por el papa León XIII.
En la madrugada del 12 de octubre de 1895 miles de peregrinos se dirigían a la Villa de Guadalupe desde todos los rumbos de la ciudad de México, entre ellos no pocos norteamericanos y centroamericanos. Al amanecer la gente se entretenía subiendo y bajando las rampas que llevan a la capilla del Cerrito; las bandas de música tocaban sin cesar, grupos de personas entonaban cantos y otros lanzaban cohetes. En la capilla del Pocito, en la iglesia de Capuchinas y en la parroquia de los Indios muchos devotos oían misa y comulgaban.
Las puertas de la basílica se abrieron a las 8 de la mañana. Pronto se llenó todo el recinto, profusamente engalanado, la mayor parte de la multitud quedó fuera. Los diplomáticos y los invitados se colocaron en sitios especiales. Una comisión de damas llevó la corona hasta el altar. En éste, cerca el baldaquino, se puso una plataforma, y al lado del evangelio se hallaba el dosel para el arzobispo oficiante. Estaban presentes 38 prelados nacionales y extranjeros. Después del canto de nona, principió la misa pontificar presidida por el arzobispo Próspero María Alarcón.
Actuó el Orfeón de Querétaro dirigido por el padre José Guadalupe Velázquez. Se ejecutó la misa Ecce ego Joannes de Palestrina. En procesión fueron llevadas al altar las dos coronas: una de oro y otra de plata. El señor Alarcón, una vez arriba de la plataforma, besó la mejilla de la imagen y en seguida él y el Arzobispo de Michoacán, Ignacio Arciga, colocaron la corona de oro sobre la cabeza de la Virgen, suspendiéndola de las manos del ángel que se hallaba sobre el marco.
En ese instante los fieles lanzaron gritos de «¡Viva!», «¡Madre!», «¡Sálvanos!» y «¡Patria!», clamorosamente coreados dentro y fuera de la basílica, mientras repicaban las campanas y se hacían estallar cohetes. Al final se cantó el Te Deum en acción de gracias y los obispos fueron poniendo sus báculos y mitras a los pies del altar de la Virgen de Guadalupe, consagrándole así sus diócesis y poniéndolas bajo su protección.