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Arte y Artesanías

«La muerte niña»: la tradición de pinturas y fotografías post-mortem de niños en México

La niña muerte
© MUNAL. INBAL

Desde la época virreinal, en México había un ritual destinado a retratar a los infantes muertos. Se llamaba "la muerte niña", y perduró en nuestro país hasta bien entrado el siglo XX.

La muerte inquieta, trastoca y perturba, a pesar de ser el punto culminante de toda existencia sintiente, incluida la humana. A lo largo de la historia, las civilizaciones y las sociedades de todo el mundo, han creado cosmovisiones y rituales alrededor de ella a fin de darle una racionalidad. Si la muerte siempre irrumpe de forma dolorosa, los es aún más cuando se trata de la muerte de un niño. En México, a los pequeños que han fallecido se les llama con cariño angelitos. Para ellos había un ritual que concluía con un retrato de su restos mortales: «la muerte niña».

Retrato anónimo del siglo XIX de una niña muerta. © MUNAL. INBAL.

Retratos post-mortem en la Nueva España

El ritual de «la muerte niña» se originó en la época virreinal en México. Si bien, se acostumbraba retratar a los niños muertos en otras latitudes del continente, en nuestro país adquirió un significado especial. Hay que recordar que la mortandad infantil en el pasado era especialmente alta. Era muy habitual que niñas y niños murieran de distintas enfermedades en aquellos días.

Pintura post-mortem
hp Retrato anónimo «la muerte niña» del pequeño José Manuel Cervantes y Velasco en 1805. Colección Carlota Creel Algara.

La profunda religiosidad de la sociedad novohispana adquiría una visibilidad importante en la muerte. Para preservar y honrar la memoria de los difuntos, en ocasiones se les retrataba en su lecho mortal. En dichos trabajos pictóricos, siempre estaban presentes elementos iconográficos del cristianismo católico. Un ejemplo de ello son los óleos de las monjas coronadas. A las religiosas se les pintaba al celebrar su profesión, la ceremonia de ingreso a sus respectivas órdenes que simbolizaba las bodas místicas con Cristo. Sin embargo, era habitual que también se les retratara una vez que habían muerto, llevando todos los ornamentos que usaron cuando hicieron sus votos.

Retrato mortuorio de Sor Magdalena de Cristo. © Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica. INAH.

El ritual de «la muerte niña»

Es así que cuando los infantes fallecían, en el ritual de «la niña muerte», las familias pudientes de la Nueva España, además de celebrar el funeral, hacían que a los chiquitos se les retratara inmediatamente a fin de preservar su pureza para la posteridad. En ocasiones se les vestía como santos o arcángeles, llevando una flor o una rama de palma (símbolo del triunfo sobre la muerte y la vida eterna cristiana) en sus manos.

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hp Retrato post-mortem del niño Tomás María Joaquín Villas y Gómez, quién murió y fue pintado en 1760.

Esto se originó a partir de la antigua creencia, tanto española como latinoamericana, de la conversión del alma pura del menor fallecido en un ángel. Por ello también las iglesias repicaban sus campanas no con luto, sino jovialmente, ya que celebraban que la Gloria de Dios había recibido a un nuevo angelito en el cielo. En el velorio del niño no se rezaba, sino que se cantaba con júbilo. Los servicios religiosos de un sacerdote no eran requeridos, ya que no se necesitaba rescatar un alma tan libre de pecado como la de un niñito. Finalmente, se les enterraba en un pequeño ataúd blanco.

El siglo XIX y la llegada de la fotografía

Aunque durante todo el siglo XIX se siguieron haciendo retratos pictóricos de niñas y niños muertos como parte de «la muerte niña», hubo un cambio muy importante. Con la invención de la fotografía, en Europa se difundió masivamente la costumbre de retratar con este aparato a los difuntos, posándolos como si estuvieran vivos. Esto abarcó tanto a adultos como a niños.

Fotografía post-mortem de un par de hermanos, obra de Romualdo García. Finales del siglo XIX e inicios del XX. © INAH.

Dicha costumbre llegó a México, y se unió a la de los retratos fúnebres de los angelitos. La fotografía, al tener un costo mucho más accesible que una pintura, inmediatamente democratizo a «la muerte niña», generando una enorme cantidad de estas postales entre las clases populares. Ya no eran solo los hijos de gente acomodada los que aparecían en sus camastros mortuorios, sino también los hijos de los más humildes. Con ello, los elementos iconográficos del catolicismo en estas imágenes nuevamente adquirieron fuerza, ya que habían disminuido a mediados de la centuria decimonona.

Retrato de un «angelito» por Romualdo García. Finales del siglo XIX e inicios del XX. © INAH.

Los fotógrafos de «la muerte niña»

El ritual fúnebre de «la muerte niña» pervivió ya iniciado el siglo XX. Con la fotografía incorporada como vehículo principal de los retratos post-mortem, destacaron varios autores en este lúgubre género. Entre ellos estuvieron José Antonio Bustamante Martínez, en Zacatecas y la Ciudad de México. Rutilo Patiño y Romualdo García en Guanajuato; Juan de Dios Machain en Jalisco, además de A. Martínez y los hermanos Casasola. En las imágenes fotográficas es común ver al infante muerto acompañado de sus hermanos, sus padres, abuelos y tíos. A veces eran tomadas en las casas de los dolientes; otras en el estudio del fotógrafo e inclusive en el mismo panteón.

Fotografía de una pequeña con su hermanito muerto, obra de Juan de Dios Machain. Finales del siglo XIX e inicios del XX. © Colección particular.

Ocaso

Las fotografías post-mortem de niños registran sus últimos ejemplos para los años cincuenta y sesenta en México. Su detrimento se debió a la entrada de nuevos paradigmas sociales respecto al fenómeno de la muerte, pero también en buena medida fue por la llegada de las fotografías de nota roja. Con estas postales mostrando a la muerte de una forma cruda, sin ritual o mesura alguna, las imágenes de los angelitos desaparecieron por un celo moral de la época. Sin embargo, buena parte del ritual fúnebre de «la muerte niña» sigue vivo en nuestros días. A pesar de que pueda parecernos algo macabro, lo cierto es que estas fotografías daban un consuelo real a las familias que sufrían el deceso de un pequeño.

CONACULTA.INAH.SINAFO.FN.MEXICO Fotografía Angelito acompañado de sus hermanos, de José Antonio Bustamante Martínez. Raíces.

David Alfaro Siqueiros, en su libro autobiográfico Me llamaban el Coronelazo (Grijalbo, 1977), relata como en una ocasión en Taxco, Guerrero, lo confundieron con un fotógrafo. Por ello, una niña pidió su auxilio en nombre de su padre, ya que solicitaba sus servicios para fotografiar a su hermanita recién muerta. De dicha experiencia, el muralista nos legó el que probablemente sea uno de los últimos y más conmovedores trabajos pictóricos de «la niña muerte» en México, el cuadro Retrato de niña viva y niña muerta, de 1931.

David Alfaro Siqueiros, Retrato de niña viva y niña muerta, 1931. © Museo Soumaya. Fundación Carlos Slim.
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autor Poeta y ensayista. Historiador de formación. México es sus misterios.
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