La orden Carmelita Descalza en México
La orden carmelita surgió de manera temprana cuando en el año de 1156 el cruzado Bertoldo, aprovechando que en el Monte Carmelo vivían, desde tiempos del profeta Elías, grupos de hombres retirados del mundo fundó con ellos una asociación de ermitaños que llevaron una vida monástica.
Aquella asociación recibió del Papa san Alberto en 1209 una regla austerísma y años más tarde se convirtió en orden religiosa. Luego emigrarom a Europa ya con el nombre de orden de la Santísima Virgen del Monte Carmelo y bajo la dirección de Simón Stock se extendieron por todo el viejo continente. En el siglo XVI Santa Teresa de Jesús inició la reforma de esta comunidad que se hallaba para entonces en estado de total relajación, comenzando con la smonjas y siguiendo con los frailes. Fue la rama carmelitana que aceptó la reforma de la santa de Avila la que poco tiempo después de la muerte de ésta pasó a la Nueva España.
LA ORDEN CARMELITA DESCALZA EN MEXICO
Por agencias del marqués de Villa Manrique, acompañados de él y enviados directamente por el padre Jerónimo Gracián los carmelitas llegaron a Ulúa, a bordo de la nave «Nuestra Señora de la Esperanza», el 7 de septiembre de 1585, entrando a la ciudad de México once religiosos, el 18 de octubre. Esta expedición a las Indias tenía un carácter estrictamente misional y debían realizar una fundación en estas tierras recién descubiertas.
Se les concedió primero la ermita de San Sebastián, un barrio de indígenas, administrado hasta entonces por franciscanos y, después fueron a su propio convento en la Plaza del Carmen.
Su expansión por la Nueva España fue de la siguiente forma: Puebla en 1586; Atlixco en 1589; Valladolid (hoy Morelia) en 1593; Celaya en en 1597; en donde establecieron su casa de estudios para los religiosos. Siguieron Chimalistac, San Angel; San Luis Potosí, San Joaquín, Oaxaca, Guadalajara, Orizaba, Salvatierra, el Desierto de los Leones y el de Nixcongo, en las cercanías de Tenancingo, ambas casas de retiro o «de desierto» cuyo último fin era cumplir con los preceptos de silencio inalterado, oración continua, vigilia, constante mortificación, lejanía de los placeres y las comunidades mundanas y vida de ermitaño. El primer provincial de esta orden en México fue el padre Eliseo de los Mártires.
LA ORDEN CARMELITA DESCALZA DE MUJERES EN MEXICO
El primer monasterio femenino se estableció en la ciudad de Puebla el 26 de diciembre de 1604 y las fundadoras fueron cuatro mujeres españolas: Ana Núñez, Beatriz Núñez, Elvira Suárez y Juana Fajardo Galindo, en religión llamadas Ana de Jesús, Beatriz de los Reyes y Elvira de San José respectivamente.
El primer convento carmelita de la Ciudad de México fue el de San José que fundó Inés de Castillet, en religión Inés de la Cruz, que tras incontables vicisitudes hubo de convencer a algunas monjas concepcionistas para seguir la reforma teresiana. A la muerte de Inés hubieron de pasar varios años para que se acabara de construir el convento. El pueblo ayudó a su edificación con lismonas, el oidor Longoria proporcionó madera para la obra, la mrquesa Guadalcazar donó los muebles y los hábitos y en 1616 ya pudieron las religiosas residir en su convento.
El monasterio, dedicado a San José fue conocido con el nombre de Santa Teresa la Antigua y la primera novicia fue Beatriz de Santiago, conocida como Beatriz de Jesús. Poco después se fundaron los conventos de Santa Teresa la Nueva, el Monasterio de Nuestra Señora del Carmen en Querétaro, el de Santa Teresa en Durango, el de la sagrada familia de Morelia y el de Zacatecas.
LA AUSTERA REGLA CARMELITA
La regla de esta orden, una de las más austeras que se conocen tiene como casi todas las congregaciones, como su primer voto el de obediencia y después los de pobreza personal, castidad y clausura. Los ayunos y las abstinencias son diarias, la oración es contemplativa, casi continua pues ocupa la mayor parte del día. Por las noches, no tienen que interrumpir su sueño para miatines, ya que lo hacen a las nueve de la noche.
Las faltas a cualquiera de los cuatro votos eran castigadas con gran severidad, desde una reprimenda ante la comunidad hasta una azotaína sobre la espalda desnuda o encarcelamiento temporal o perpetuo.
Para que posibles conversaciones no interrumpieran el silencio monástico, las reglas prohiben la sala de labor. Los labios de las monjas deben estar sellados y abrirse solamente para hablar en voz baja y de cosas santas o para rezar. El resto del tiempo el silencio debe ser total.
El convento estaba gobernado por la priora y el consejo, la elección era libre y provincial y deberían ser elegidas por monjas de velo negro, o sea las que habían profesado hacía dos años y el cargo duraba tres años sin reelección. El número de religiosas era de veinte, 17 de velo negro y tres de velo blanco. No había servidumbre pues las reglas autorizaban sólo una mandadera y un sacristán.