Los tesoros del Templo Mayor
La palabra “tesoro” siempre puede provocar equívocos. Lo que vamos a comprender bajo este término son todas aquellas piezas que por su gran calidad estética pueden considerarse verdaderos tesoros de las culturas presentes en el Templo Mayor.
Empezaremos por aquellas de manufactura azteca que fueron localizadas a lo largo de las excavaciones, y seguiremos luego con los diversos objetos provenientes de otras culturas.
Lugar prominente ocupa, desde luego, la monumental escultura de Coyolxauhqui. El escultor que realizó la obra imprimió un formidable movimiento al cuerpo de la diosa. El tronco, que en parte está de frente y en parte de perfil, es el centro a partir del cual brazos y piernas separados de él giran a manera de aspas. Bien midió el artista la profundidad del relieve, dejando en un plano intermedio elementos como la sangre que mana de las heridas de la diosa. El conjunto es impresionante. Paradójicamente la masa pétrea cobra vida a partir del cuerpo muerto. No cabe duda de que estamos ante una de las principales obras de la escultórica mayor azteca. Podríamos sumarla a la Piedra del Sol y a la Coatlicue. Cosas del destino, pero la trilogía maravillosa que forman estas piezas está unida por el mito: el Sol, presente en el calendario azteca, es parido cada mañana por Coatlicue, la tierra, para combatir a la Luna y a las estrellas, representadas por Coyolxauhqui…
Otras piezas de gran calidad son las cuatro serpientes de la etapa IVb. La similitud entre las parejas de cada lado del templo es impresionante. Y no hay que olvidar que el escultor las talló con otras piedras aún más duras. Otro buen ejemplo de la maestría del artista prehispánico quedó patente en el águila-cuauhxicalli encontrada frente al Templo Mayor. El escultor, indudablemente, tenía un águila verdadera como modelo. Los detalles de las plumas, la solución de las patas y hasta el iris del ojo del ave son un verdadero prodigio. Otro tanto podríamos decir acerca del Huehuetéotl, copiado de los dioses viejos teotihuacanos, pero dentro del estilo característico mexica.
No podemos pasar por alto las esculturas menores, como un venado de travertino (tecalli) de color blanco, ni una máscara del mismo material, o las cabezas de serpiente y crótalos de obsidiana, además de los peces en concha nácar que forman collares. Y qué decir de los Xiuhtecuhtli, o dioses viejos, representados por ancianos sedentes.
La cerámica también recreó las figuras de los dioses y de los hombres. Las monumentales imágenes de los guerreros águilas y del dios Mictlantecuhtli son muestras del dominio que alcanzaron los artesanos en el manejo de este material.
Otras culturas presentes en el Templo Mayor también dejaron su propia huella. Las máscaras y figuras de la región de Mezcala, por ejemplo, guardan el estilo que las hace inconfundibles dentro de la expresión plástica mesoamericana. La sencillez de algunos penates mixtecos que representan al dios del agua también alcanzan niveles de excelencia. Otro tanto podríamos decir de las urnas funerarias de obsidiana, de tecalli y de barro, hechas para guardar los restos cremados de los personajes importantes. Todas estas piezas nos hablan del control que los aztecas tuvieron sobre diversas regiones de Mesoamérica, pero también de la máxima calidad que debían tener los objetos que se ofrendaban a los dioses.
Sin embargo, los aztecas no se contentaron con estas muestras de su dominio. También capturaron el tiempo y lo ofrendaron como tributo. Como ejemplo de ello están las piezas de sociedades anteriores a los aztecas que éstos trasladaron a su templo principal: cerca de cuarenta objetos teotihuacanos se recuperaron en la ciudad de los dioses y fueron llevados a Tenochtitlan. Para obtener algunas de esas piezas los aztecas tuvieron que excavar en la vieja ciudad, a la que consideraban como una obra de los dioses.
La pieza más antigua encontrada entre las ofrendas fue una máscara olmeca de piedra verde. En ella vemos la calidad artística de los antiguos olmecas, quienes trabajaron la piedra de manera magistral. ¿Cómo llegó al Templo Mayor? No lo sabemos, pero bien pudo ser entregada como tributo por alguna población sureña; algún campesino, sembrando con su coa, pudo encontrarla y enviarla como parte de la sumisión debida al imperio tenochca.
Muchos han sido los materiales recuperados a lo largo de las excavaciones. Los mencionados son sólo una pequeña muestra de la riqueza depositada en las entrañas del Templo Mayor. Algo que merece destacarse es la gran variedad de materiales con que están fabricados: basalto, travertino, obsidiana, serpentina, barro y metal, a los que hay que agregar los componentes de la ofrenda 102, en donde la conservación de las telas y el trabajo en papel amate nos hablan del grado de conocimiento técnico y de sensibilidad artística que logró transformar la materia prima en obra de arte.
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