Motivos para visitar los pueblos mágicos de Veracruz - México Desconocido
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Motivos para visitar los pueblos mágicos de Veracruz

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En la lista de lugares por conocer de todo viajero mexicano están los pueblos mágicos de Veracruz. Como sabemos que es difícil saber por cuál empezar, seleccionamos tres pretextos para que despejes esas dudas y los visites cuanto antes.

Si me pidieran elegir un estado de la República por su diversidad, escogería Veracruz. Por este pasan todos los climas, se ubica el punto más alto del país –el Pico de Orizaba– y también colinda con las aguas más profundas. Para comprobar esa riqueza, esa amplitud de matices, me di a la tarea de recorrer tres poblaciones bajo la batuta de la gula, mi afición por el café y mi búsqueda constante de postales. Así, esto fue lo que disfruté en Xico, Coatepec y Orizaba.

Xico
De chile, mole y placeres

Regresaría una y mil veces a Xico por su comida. Si bien en todo México la cocina tiene un papel muy relevante, aquí se siente un especial fervor al momento de preparar los más simples o complejos platillos. Por ejemplo, en el mercado 20 de noviembre, la familia Vázquez, compuesta por Margarita, Socorro y Olivia, cocinan desde temprano para complacer a los clientes de Anel, su cocina económica.

Arturo Torres Landa

Tanto del fogón como del comal logran extraer los sabores más auténticos con base en ingredientes comunes como frijol, maíz y hoja de aguacate. Aquí puedes pedir todos los antojitos típicos veracruzanos, como picaditas o empanadas; sin embargo, lo que me sorprendió fueron sus tamales.

Comiéndolos, noté cómo las cocineras concentran todo el sabor familiar en paquetitos de masa bien envueltos, abrazados por hojas. El día que las visité probamos varios tipos: empezamos por el tamal de frijol, con la sorpresa de que en su interior había frijolitos enteros, sin moler; lleva polvo de hoja de aguacate y pipián. Por otro lado, el tamal canario, hecho con harina de arroz, huevo, mantequilla, leche condensada y relleno de manjar (un tipo es un dulce de leche) es suave y dulce.

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Arturo Torres Landa

Otra delicia es el tamal choco, hecho con masa azul, ligeramente dulce y envuelto en hoja de aguacate. Tanta tersura va redondeada por un baño de mole, algo que me hizo recordar que el mole de Xico es muy especial y ha ganado fama por su sabor, entre picante, especiado y dulzón.

Esta preparación típica del pueblo lleva chile ancho, mulato y pasilla; chocolate de metate, ciruelas pasas, plátano macho, nueces, cacahuates, avellanas, almendras, piñones y pepitas, entre muchos otros ingredientes.

Es por eso que es muy consistente, hasta el punto de ser casi untuoso, pero nunca muy pesado. Antiguamente se le conocía como mole de novia y no es de extrañar que se comiera solamente en fechas importantes, como bodas, o en las fiestas patronales de Santa María Magdalena.

Otra buena opción para comer es el restaurante El Campanario de Xico, donde te reciben con unas entraditas de cortesía para abrir el apetito; allí probé unos taquitos de chicharrón y unas gorditas de frijol dignas de ser recordadas. Después vinieron unas enmoladas –una vez que se prueba el mole de Xico es difícil dejar de comerlo–.

Por cierto, ya que estés en este Pueblo Mágico, no dejes de comer xonequi, una hoja silvestre que crece en esta región de Veracruz y que es muy empleada para perfumar los frijoles a la hora de guisarlos. En el Mesón Xiqueño puedes pedir este platillo, que llegará humeante y acompañado de bolitas de masa: un confortante y único potaje que le da identidad a Xico.

Coatepec
Magia y aroma

Un gran motivo para visitarlo es impregnarse de su aroma a café tostado, pues la zona donde se ubica se distingue por ser una de las principales regiones productoras de café de altura en México. Atraída por lo anterior, decidí unirme al tour Senderos del Café, una experiencia de un día completo, pero que se puede extender hasta por tres días y dos noches.

La primera escala la hicimos en la finca del Café Bola de Oro, donde –dependiendo la época del año– se puede participar en la recolección de granos y conocer el cafeto en su entorno natural. Acompañados por un cafetalero auténtico, caminamos entre los campos donde la planta del café echa raíz, donde regala sus pequeños frutos rojos y blancas flores para atraer insectos y continuar el ciclo de la polinización, de la vida.

Arturo Torres Landa

Después de tanto campo y selva pasamos al Beneficio antiguo, que exhibe maquinaria del siglo xix. Aquí, a través de una cata de granos verdes y tostados, conocimos la técnica para extraer los sabores y aromas del grano.

Con la maquinaria de la finca como compañía y el aroma del café tostándose flotando en el aire, degustamos diferentes variedades de café y aprendimos a distinguir sus características con el sentido del gusto a pleno. Desde la nariz hasta las papilas gustativas, tomé un sorbo que nunca olvidaré.

La experiencia continuó con la consigna de pasar una tarde bebiendo buen café y escuchando sones jarochos en la finca Café Cielo Abierto, donde la cafeína y el fandango estimulan esa alegría que a Veracruz distingue.

Arturo Torres Landa

En Café Cielo Abierto también se hace un paseo por el proceso de siembra, tostado y molido del café, con la peculiaridad de que aquí pude emplear mis piernas para pulverizar los granos pues tienen bicicletas fijas adaptadas para ello; el aliciente: percibir el aroma de una taza de café en la que se colaboró uno mismo.

Ya con los sentidos alerta tras el esfuerzo, acudimos a una cata guiada, donde nos adiestraron a preparar café en casa de la mejor manera. Todavía conservo en las papilas gustativas el sabor y textura de la mejor taza de capuccino que he probado en muchos años.

Por increíble que parezca, no todo lo que sabe rico en Coatepec es café, algo que averigüé en el Parque Hidalgo, en pleno centro de este Pueblo Mágico. En esta plazuela verde, colmada de globos, bullicio y pájaros, hay muchos antojitos que probar, y uno de ellos son las papas Coatepec.

Desde que las sacan escurriendo del cazo se antojan porque lucen delgadas y crujientes. Es costumbre aderezarlas con una generosa cantidad de crema, queso amarillo y queso rallado, mientras que el toque final lo pone el comensal, que a su disposición tiene más de 15 tipos de salsa para ponerle a su gusto.

Los plátanos fritos, elotes y esquites también se llevan la tarde, pero lo que no pude dejar de probar –como postrera que soy– es el helado amantecado, hecho con una sutil mezcla de canela, vainilla, rompope y pasas. En algunos lugares, como en la nevería el Kiosco de Coatepec, lo sirven acompañado de café, el cual derrite el helado para formar una rica mezcla.

Orizaba
Panorámicas del cielo

Los alrededores de Orizaba son verdes y frondosos, de una belleza topada siempre por la neblina. Para disfrutarla, no solo basta andar por sus calles, hay que subir hasta el Cerro del Borrego y así obtener una vista de la ciudad desde el mirador de la cima.

Arturo Torres Landa

La mejor manera de lograrlo es por medio del teleférico, a donde llegué caminando a través del Ecoparque, un paseo entre túneles y puentes que transcurre a lo largo del caudal del río Orizaba. Al final de esta ruta –además del teleférico– se tiene un encuentro con el Palacio Municipal, un edificio estilo francés construido a principios del siglo xx.

Su enorme patio central está rodeado de arcos, con ambos pisos conectados por una escalera convertida en lienzo por José Clemente Orozco. De vuelta al exterior, las nubes comenzaron a anunciar el arribo de la lluvia, que aquí es frecuente, por esto tuve que subir apresurada a uno de los carros del teleférico.

Arturo Torres Landa

Una vez por los cielos, el trayecto es recto y tranquilo, con uno que otro bamboleo que se olvida pronto porque la panorámica de Orizaba –con sus tejados rojos y calles mojadas– calman el vértigo. Al fin, se llega al Cerro del Borrego, húmedo y verde, a donde viajeros y locales acuden para ejercitarse, disfrutar la vista –como yo– y explorar sus museos.

Y es que esta elevación fue escenario de batallas, como la que aquí libró el ejército mexicano contra los franceses; de aquella gesta quedan como testigo las ruinas de un fuerte y algunos cañones.

Arturo Torres Landa

De vuelta en el valle quise seguir en cercanía con la vegetación, por ello elegí conocer la alameda Francisco Gabilondo Soler. Mientras caminaba por los senderos venían mi mente las estrofas que el compositor nacido en Orizaba hizo, con las que aprendí a cantar. Con los ojos en las nubes, la música y los recuerdos me acompañaban en cada paso.

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