Por los Altos de Jalisco. Montañas azules y campanas al alba
Saliendo del antiguo poblado de Tonalá, en Jalisco, tomamos muy temprano la carretera número 80, con rumbo a Zapotlanejo, la puerta de entrada a Los Altos de Jalisco.
A PUERTA DE LOS ALTOS
Saliendo del antiguo poblado de Tonalá, en Jalisco, tomamos muy temprano la carretera número 80, con rumbo a Zapotlanejo, la puerta de entrada a Los Altos de Jalisco. Desde antes de entrar es evidente el predominio de la industria textil en la ciudad.
En sus más de dos mil establecimientos con venta al mayoreo y al menudeo, el 50% de la ropa se fabrica aquí sumando 170 mil prendas semanales, y el resto llega de los alrededores para comercializarse. Con tanta variedad de prendas de moda de excelente calidad y con tan buenos precios, hasta se nos antojó comprar algunos modelos para vender, pero desafortunadamente no íbamos preparados, así que ya será para la próxima. Nuestra siguiente parada fue en Tepatitlán, sin lugar a dudas, uno de los sitios más armónicos de Los Altos. Es inevitable detenerse a admirar la Parroquia de San Francisco de Asís, que atrapa nuestra atención con sus elevadas torres de estilo neoclásico. En la tranquilidad de su plaza bien vale la pena hacer un alto y contemplar el paisaje de sus calles limpias y ordenadas, embellecidas por antiguas casonas de los siglos XIX y XX.
A unos minutos de su apacible centro se encuentra la presa del Jihuite. Entre las frescas sombras de enormes eucaliptos y pinos nos detuvimos a descansar mientras la imagen del gran espejo de agua frente a nosotros nos llenaba de paz. Nos sorprende el color rojo encendido de la tierra de esta zona, tan particular, y tan evidente en este sitio donde se puede pescar o pasear en lancha y realizar días de campo.
POR LOS AZULES CAMINOS DEL AGAVE
En la carretera hacia Arandas, poco a poco se van aclarando esas grandes manchas azules que de lejos componían un rompecabezas en las montañas, y que se revelan de cerca como los grandes sembradíos de agave, propios de esta próspera zona tequilera.
Antes de llegar se adelantan a recibirnos las altísimas torres estilo neoclásico de la parroquia de San José Obrero, que sobresalen destacándose en el azul del cielo. Aquí nos esperaba Silverio Sotelo, quien con orgullo nos platicó de la importancia de Arandas como productor de tequila, con 16 destiladoras que elaboran en conjunto alrededor de 60 marcas.
Para mostramos de cerca la producción de este importante licor nos llevó a conocer la fábrica El Charro, donde fuimos testigos del proceso de producción, paso a paso.
De vuelta en el camino hacia el norte nos detuvimos en San Julián, donde conocimos a Guillermo Pérez, un entusiasta promotor de la importancia del lugar como cuna del movimiento cristero, ya que, nos contó, aquí se levantó en armas un regimiento comandado por el general Miguel Hernández, el 1o.de enero de 1927.
Mucho hay que aprender aquí de este importante pasaje de la historia de México, y también de la producción de esferas que se realiza desde hace más de 30 años, otro distintivo de San Julián. En la fábrica Chrisglass, las esferas aún son formadas con la técnica de soplado, para después platearse y finalmente pintarse y decorarse, todo a mano.
Ya al despedirnos nuestro anfitrión nos invitó a probar un delicioso queso tipo Oaxaca y la cajeta que aquí mismo se elabora, lo que nos arrancó la promesa de pronto volver por más de estos deliciosos productos.
EN EL NORTE ALTEÑO
Camino a San Miguel El Alto va cayendo la tarde que tiñe de un cálido naranja el paisaje, habitado por grandes rebaños de vacas y toros que nos recuerdan la importancia de la ganadería en toda la zona de Los Altos, y la consecuente producción de lácteos y sus derivados.
Ya era de noche cuando llegamos a este poblado por lo que nos hospedamos en el Hotel Real Campestre, un hermoso lugar donde descansamos plenamente. A la mañana siguiente arribamos al centro de San Miguel, donde Miguel Márquez nos esperaba para mostrarnos «La joya arquitectónica de Los Altos’; toda de cantera.
De entrada fue una agradable sorpresa encontrar su plaza de cantera rosa, y mientras recorríamos sus calles y Miguel nos insistía en que era poco el tiempo con el que contábamos para conocer los atractivos del pueblo, descubrimos la Plaza de Toros, repleta de cantera hasta el interior de los toriles.
Antes de marchamos visitamos uno de los talleres de cantera, ubicado precisamente sobre un gran banco de esta piedra tan apreciada, donde Heliodoro Jiménez nos dio una muestra de su habilidad como escultor.
PROFUNDA DEVOCIÓN RELIGIOSA
En el camino hacia San Juan de Los Lagos, antes de Jalostotitlán. nos encontramos en Santa Ana de Guadalupe con la parroquia dedicada a Santo Toribio, un sacerdote mártir que fue recientemente canonizado y que ostenta el título de patrono oficial de los inmigrantes.
El fervor que le profesan es producto de historias que relatan sus apariciones ante algunas personas que sufrieron algún percance en su intento por cruzar la frontera. y a quienes este santo ha socorrido. haciéndose pasar por un hombre cualquiera.
Después de detenernos en un puesto de pencas de agave cocido, cuyo olor nos recuerda las destilerías del tequila, y de disfrutar de su dulcísimo sabor, continuamos nuestro camino hacia San Juan de Los Lagos, otro importante centro religioso, de hecho el segundo más importante de México, después de La Villa.
Desde la entrada es evidente la vocación turística del lugar y de sus habitantes, jóvenes y niños salen de todas direcciones, en una aguerrida actitud de guías, y nos insisten en llevamos por las calles hasta un estacionamiento para que podamos continuar a pie hasta la Catedral Basílica, lo que retribuimos con la consabida propina.
Este bellísimo santuario de finales del siglo XVII, en el que destacan sus torres barrocas que pretenden alcanzar el cielo, es visitado por más de cinco millones de fieles a lo largo del año, quienes acuden de todas partes del país y hasta del extranjero, para venerar a la milagrosa imagen de la Virgen de San Juan.
Alrededor del santuario encontramos abigarrados puestos de dulces de leche, y después de recorrer la vendimia de artículos religiosos y de textiles bordados, accedimos a la insistencia de la gente que fuera del mercado nos invitaba a entrar para saciar nuestro apetito con un muy bien servido plato de birria, y un pan con nata fresca y azúcar para rematar.
ENTRE CULTOS FUNERARIOS Y GRANDES ARTESANOS
Continuamos nuestro camino hasta Encarnación de Díaz, un rincón del norte de Jalisco donde nos esperaba el arquitecto Rodolfo Hernández, quien nos condujo por el antiguo y bello Cementerio del Señor de la Misericordia, de estilo columbario.
Aquí se descubrió que los cuerpos no se descomponían, sino que se momificaban debido al agua con alto contenido en sales minerales de la región y al clima seco que predomina en el año. A raíz de este hallazgo fue creado el Museo de las Animas, que exhibe objetos relacionados con las tradiciones funerarias de la zona, y algunas de las momias encontradas como un culto a los antepasados de sus habitantes.
Al final de este impresionante recorrido, y para endulzarnos un poco el ánimo, por si acaso nos hubiéramos asustado, nos invitó a la Panadería Tejeda, para que probáramos los tradicionales picones, un pan de gran tamaño relleno de pasas y ate, y cubierto de azúcar, que sinceramente nos encantó.
Nos despedimos para continuar nuestro camino hacia el último destino de nuestra ruta, llevándonos el deseo de conocer sus haciendas, su alfarería y vitrales emplomados, y el Museo Cristero donde se exhiben interesantes documentos y objetos de este movimiento religioso.
Antes de las cuatro de la tarde llegamos a Teocaltiche, donde nos llamó la atención la quietud tan solitaria de su plaza principal. Aquí nos esperaba Abel Hernández, quien con su cálida hospitalidad nos hizo sentir de inmediato como en casa. Enseguida nos invitó a conocer a don Momo un incansable artesano que a sus 89 años dedica la mayor parte de su tiempo a tejer bellísimos sarapes en su antiguo telar.
También saludamos a su hijo, Gabriel Carrillo, otro sobresaliente artesano que trabaja con una habilidad privilegiada el tallado en hueso, dando vida a figuras que van desde milimétricas piezas de ajedrez hasta otras de varios centímetros estéticamente combinadas con madera.
Tras esta grata impresión, fuimos a comer unos deliciosos camarones empanizados y una ensalada de mariscos al restaurante El Paya, de reciente apertura, pero con un sazón que pareciera tener la antigüedad del mismo Teocaltiche, que de acuerdo a lo que nos contaron, data de épocas prehispánicas. Plenamente satisfechos y ya de noche recorrimos las calles ahora llenas de gente, y pasamos por la Capilla del Ex Hospital de Indios, del siglo XVI, uno de los edificios religiosos más importantes y que actualmente funge como biblioteca.
Aún queda mucho por caminar y mucho por conocer, pero después de una excitante semana de viaje tenemos que volver, llevándonos las imágenes de los campos azules de agave, adueñándonos del exquisito sazón de su gastronomía y grabando en nuestros mejores recuerdos la calidez y franca hospitalidad de la gente alteña.
Fuente: México desconocido No. 339 / mayo 2005
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