Rescate de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México
El 11 de abril de 1989, una gran precipitación pluvial reveló las severas fracturas de la Catedral y fue el incidente que catalizó las preocupaciones por la conservación de este monumento, dando lugar a los trabajos para rescatarla.
Conscientes de la importancia del monumento y su significado, hemos procurado apegarnos estrictamente a los principios y normas de restauración prevalecientes en nuestro país, que la comunidad académica ha adoptado y respecto a los cuales reclama su cumplimiento. El proyecto de restauración y conservación de la Catedral Metropolitana es, sin lugar a dudas, el que con mayor liberalidad ha sido sometido a consideración de la opinión pública.
Los ataques a este proyecto subyacen en la actitud de algunos colegas. También se han obtenido observaciones académicas y sugerencias técnicas de gran ayuda para nuestra labor provenientes de especialistas en disciplinas afines. En esto último vemos la posibilidad de que a estas tareas concurran como lo señala la Carta de Venecia-especialistas y técnicos diversos; será gracias a ello que este proyecto se signifique como un paso muy importante en nuestros procedimientos y técnicas de restauración.
EI grupo de trabajo que tiene a su cargo las obras de la Catedral Metropolitana, se ha esforzado en responder a las observaciones o cuestionamientos al proyecto y en analizar detenidamente su contenido y efecto en el proceso de los trabajos. Por ello hemos debido rectificar y encauzar rnuchos aspectos, al igual que brindar tiempo y esfuerzo a convencemos de la sinrazón de otras advertencias. En un marco académico, esto se ha reconocido como una verdadera ayuda, muy ajena a las diatribas de muchos otros que, ostentándose como inflamados protectores del patrimonio cultural, no han omitido la difamación y la zafiedad. En un marco de emergencia, se trabaja en procesos analíticos sucesivos.
EI proyecto que ha sido llamado Rectificación Geométrica de la Catedral Metropolitana, partió de la necesidad de encarar un problema dramático respecto al que existían pocos antecedentes y experiencias técnicas. Para orientar los trabajos, este problema se ha tenido que asumir con un carácter de terapia intensiva, que demandó un análisis minucioso -no frecuente- de toda la patología de la estructura y de consultas a un grupo muy destacado de profesionistas. Los estudios preliminares de lo que estaba sucediendo llevaron casi dos años y han sido ya publicados. Debemos hacer, aquí, un resumen.
La Catedral Metropolitana fue construida a partir del segundo tercio del siglo XVI, sobre ruinas de la ciudad prehispánica; para tener una idea de la naturaleza deI suelo sobre el que el nuevo monumento fue desplantado, debe imaginarse la configuración del terreno después de treinta años de movimiento de materiales en la zona. A su vez se sabe que, en sus primeros años, la construcción de la ciudad de Tenochtitlan demandó labores de acondicionamiento en la zona de los islotes y requirió muy importantes aportaciones de tierra para la construcción de terraplenes y sucesivas edificaciones, todo ello sobre arcillas lacustres, que se crearon a partir del cataclismo que en el área dio lugar a la gran barrera de basalto que forma la Sierra de Chichinahutzi y que cerró el paso de las aguas hacia las cuencas, al sur de lo que es actualmente el Distrito Federal.
Esta sola mención recuerda las características de los estratos comprensibles que subyacen en la zona; probablemente, abajo de ellos existan cañadas y barrancos a diversas profundidades que causan que los rellenos sean de diferente espesor en varios puntos del subsuelo. Los doctores Marcos Mazari y Raúl Marsal se habían ocupado de esto en diversos estudios.
Los trabajos que se realizan en la Catedral Metropolitana han permitido también conocer que los estratos de ocupación humana sobre la costra natural alcanzan ya más de 15 mt tienen estructuras prehispánicas a más de 11 m de profundidad (evidencia que demanda la revisión de la fecha de 1325 como fundación primera del sitio). La presencia de construcciones de cierta tecnología habla de un desarrollo muy anterior a los doscientos años que se le atribuyen a Ia ciudad prehispánica.
Este proceso histórico enfatiza las irregularidades del suelo. El efecto de estas alteraciones y construcciones tiene manifestaciones en el comportamiento de los estratos inferiores, no solamente porque su carga se suma a la del edificio sino porque han tenido un historial de deformaciones y consolidaciones previas a la construcción de la Catedral. El resultado es que los terrenos que han sido cargados comprimieron o preconsolidaron los estratos de arcilla, convirtiéndolos en puntos más resistentes o menos deformables que los que no soportaron construcciones anteriores a la Catedral. Aun si alguno de estos edificios fue después demolido -como sabemos sucedió—para reutilizar el material pétreo, el suelo que lo soportaba se quedó comprimido y dio lugar a puntos o zonas «duras”.
EI ingeniero Enrique Tamez ha expuesto con claridad (volumen conmemorativo al profesor Raúl I. Marsal, Sociedad Mexicana de Mecánica de Suelos, 1992) que este problema difiere de los conceptos tradicionales en los que se pensaba que, a cargas sucesivas, Ias deformaciones deberían resultar mayores. Cuando hay intervalos históricos entre las diferentes construcciones que fatigan el terreno, se tiene oportunidad de que éste se consolide y ofrezca mayor resistencia que los lugares que no fueron sometidos a este proceso de consolidación. Por lo tanto, en suelos blandos, las zonas que han sido históricamente menos cargadas se convierten hoy en las más deformables y son las que hoy se hunden más rápido.
Así, resulta que la superficie en que está construida Ia Catedral ofrece resistencias con un considerable rango de variación y, por lo tanto, presenta diferente deformación a cargas iguales. Por esta causa, la Catedral sufrió deformaciones durante su construcción y a través de Ios años. Este proceso continúa hasta Ia fecha.
Originalmente, el terreno fue preparado con un estacado, a la manera prehispánica, de hasta 3.50 m de largo por unos 20 cm de diámetro, con separaciones de 50 a 60 cm; sobre éste hubo una preparación consistente en una capa delgada de carbón, cuyo propósito es desconocido (pudo haber tenido razones rituales o quizá se pretendió con ello disminuir las humedades o las condiciones pantanosas de la zona); sobre esta capa y a manera de plantilla, se realizó una gran plataforma a la que nos referimos como el «pedraplen». La carga de esta plataforma dio lugar a deformaciones y, por esta razón, su espesor se incrementó, buscando nivelarIa de manera irregular. En un tiempo se habló de espesores de 1.80 o 1.90 m, pero se han encontrado partes de menos de 1 m y puede apreciarse que el incremento va aumentando, en términos generales, del norte o noreste al suroeste, pues la plataforma se iba hundiendo en ese sentido. Este fue el inicio de una larga cadena de dificultades que los hombres de la Nueva España debieron vencer para dar conclusión al monumento más importante de América, al que las generaciones sucesivas han practicado una larga historia de reparaciones que durante el presente siglo se han multiplicado por el incremento de población y la consecuente deshidratación de la cuenca de México.
Todos nos hemos preguntado si fue un simple desorden social la causa por la que la Catedral de México tardó todo el tiempo de la Colonia en construirse, cuando otras obras también importantes -como las catedrales de Puebla o de Morelia- demandaron solamente unas décadas para ser terminadas. Hoy podemos decir que las dificultades técnicas fueron colosales y se revelan en la propia constitución deI edificio: las torres tienen varias correcciones, pues el edificio se inclinaba durante el proceso de construcción y al cabo de años, para continuar torres y columnas, debía buscarse nuevarnente Ia vertical; cuando los muros y colmnnas alcanzaban la altura del proyecto, los constructores descubrían que se habían hundido y era necesario aumentar su dimensión; algunas columnas, al sur, miden hasta 90 cm más de largo que Ias más cortas, que se encuentran cercanas a Ia parte norte.
EI aumento de la dimensión fue necesario para construir las bóvedas, que debían desplantarse en un plano horizontal. Esto nos indica que Ias deformaciones a nível de piso de feligresía son mucho mayores que en las bóvedas y por eso se sostienen aún. Así, la deformación en el piso de feligresía es del orden de hasta 2.40 m en relación con Ios puntos del ábside, mientras que en las bóvedas, con relación a los planos de horizontalidad, esta deformación es deI orden de 1.50 a 1.60 m. EI edificio se ha estudiado, observando sus diferentes dimensiones y estableciendo una correlación respecto a las deformaciones que el suelo ha sufrido.
Se analizó también de qué manera y cómo incidieron algunos otros factores externos, entre los cuales se debe mencionar la construcción del Metro, su operación actual, las excavaciones del Templo Mayor y el efecto que causa un colector semiprofundo que se introdujo frente a la Catedral y corre las calles de Moneda y 5 de Mayo, precisamente para sustituir a aquél cuyos restos se observan a un lado del Templo Mayor y cuya construcción permitió tener las primeras informaciones sobre la ciudad prehispánica.
Para correlacionar estas observaciones e ideas se acudió a la infonnación de archivo, entre la que se encontraron diversas nivelaciones que sobre la Catedral había rescatado el ingeniero Manuel González Flores, las cuales permitieron conocer, desde principios de siglo, el grado de alteraciones que había sufrido la estructura.
La primera de estas nivelaciones corresponde al año de 1907 y fue realizada por el ingeniero Roberto Gayol que, habiendo construido el Gran Canal del Desagüe, a los pocos años fue acusado de haberlo hecho mal, pues el agua negra no escurría con la celeridad necesaria y ponía en peligro a la metrópoli. Confrontado con esta angustiosa impugnación, el ingeniero Gayol desarrolló estudios extraordinarios del sistema y la cuenca de México y es quien primero señala que la ciudad se está hundiendo.
Como actividades seguramente relacionadas con su problema principal, el ingeniero Gayol también se ocupó de la Catedral Metropolitana, dejando -para nuestra fortuna- un documento mediante el cual sabemos que, hacia 1907, las deformaciones del edificio alcanzaban, entre el ábside y la torre poniente, 1.60 m en el piso. Quiere decir que de entonces a la fecha, la deformación o hundimiento diferencial correspondiente a esos dos puntos se ha incrementado aproximadamente un metro.
Otros estudios también revelan que, sólo en este siglo, el hundimiento regional en la zona donde se encuentra la Catedral, es superior a Ios 7.60 m. Esto fue precisado teniendo como punto de referencia el Caiendario Azteca, que había sido colocado a la entrada de la torre poniente de la Catedral.
El punto que todos los especialistas manejan como el de mayor importancia en la ciudad, es el punto de TICA (Tangente Inferior deI Calendario Azteca) al que corresponde una línea marcada en una placa en la torre poniente de la catedral. La situación de este punto se ha referido periódicamente al banco de Atzacoalco, que se encuentra al norte de Ia ciudad, en una eminencia de rocas estrusivas que se rnantienen sin ser afectadas por la consolidación de los estratos lacustres. El proceso de deformación tenía ya manifestaciones anteriores a 1907, pero es sin duda en nuestro siglo cuando este efecto se acelera.
De lo anterior se desprende que el proceso de deformación ocurre desde los inicios de la construcción y corresponde a un fenómeno geológico, pero es recientemente cuando la ciudad requiere más agua y más servicios, crece la extracción de líquido del subsuelo y el proceso de deshidratación incrementa la velocidad de consolidación de arcillas.
Ante Ia carencia de fuentes alternas, más del setenta por ciento del agua que usa la ciudad se extrae del subsuelo; arriba de la cuenca de México no tenemos agua y es en extremo difícil y costoso subirla y transportarla de cuencas cercanas: sólo tenemos 4 ó 5 m3 / seg. del Lerma y un poco menos de 20 m3 / seg. de Cutzamala, la recarga es sólo del orden de 8 a 10 m3 / seg. y el déficit alcanza, netos, 40 m3 / seg., lo que, multiplicado por 84 600 seg. diarios, equivale a una «alberca» del tamaño del Zócalo y de 60 m de profundidad (Ia altura de Ias torres de Catedral). Este es el volumen de agua que diariamente se extrae al subsuelo y es alarmante.
El efecto en la Catedral consiste en que, al abatirse el manto freático, los estratos inferiores ven incrementada su carga en más de 1 t/m2 por cada metro de abatimiento. Actualmente, el hundimiento regional es del orden de 7.4 cm al año, medido en Ia Catedral con absoluta confiabilidad, gracias a los bancos de nivel que se han instalado y equivalente a una velocidad de 6.3 mm/mes de asentamiento, la cual había sido de 1.8mm/mes hacia 1970, cuando se creyó que el fenómeno de hundimiento se había superado al reducir el ritmo de bombeo y a la Catedral se le habían dispuesto pilotes para controlar sus problemas. Este incremento no alcanza aún la terrible velocidad de los anos cincuenta, en que llegó a ser de 33 mm / mes y motivó la alarma de maestros eminentes, como Nabor Carrillo y Raúl Marsal. Aun así, la velocidad del hundimiento diferencial es ya más de 2 cm al año, entre Ia torre poniente y el ábside, que presentan la diferencia entre el punto más duro y el más suave, lo que quiere decir que, en diez años el desequilibrio actual (de 2.50 m) aumentaría 20 cm, y 2 m en 100 años, lo que sumaría 4.50 m, deformación imposible de ser soportada por la estructura de la Catedral. De hecho, se advierte que para el año 2010 se tendrían ya inclinaciones de columnas y amenazas muy importantes de colapso, de gran riesgo bajo efectos sísmicos.
La historia de los propósitos de reforzar la Catedral cuenta múltiples y continuos trabajos de inyección de grietas.
En 1940, los arquitectos Manuel Ortiz Monasterio y Manuel Cortina vaciaron de relleno la cimentación de Catedral, con objeto de construir los nichos para depósito de restos humanos, y si bien descargaron de manera importante el terreno, se debilitó en mucho la cimentación, al romper contratrabes en todos sentidos; las trabes y refuerzos de concreto que aplicaron son muy débiles y en poco ayudan a dar rigidez al sistema.
Más adelante, don Manuel González Flores aplicó pilotes de control que lamentablemente no funcionaron de acuerdo con las hipótesis del proyecto, como ya se demostró en los estudios de Tamez y Santoyo, publicados por SEDESOL en 1992, (La Catedral Metropolítana y el Sagrario de Ia ciudad de Méxíco, Correccíón del comportamiento de sus cimentaciones, SEDESOL, 1992, pp. 23 y 24).
En esta tesitura, los estudios y propuestas definieron que no podía posponerse una intervención que revirtiera el proceso. Para ello se consideraron varias alternativas: colocar 1 500 pilotes más, que pudieran manejar las 130, 000 toneladas de peso de la Catedral; colocar pilas (apoyadas en los depósitos profundos a 60 m) y recargar el acuífero; habiéndose desechado estos estudios, los ingenieros Enrique Tamez y Enrique Santoyo propusieron la subexcavación para afrontar el problema.
Esquemáticamente, esta idea consiste en contrarrestar el hundimiento diferencial, excavando abajo de aquellos puntos que descienden menos, o sea, los puntos o partes que van quedando altos. En el caso de la Catedral, este método ofrecía expectativas alentadoras, pero de gran complejidad. Si se observan las redes de configuración de la superficie, que dejan ver una irregularidad de formas, se comprende que transformar esa superficie en algo parecido a un plano o supedicie horizontal era un desafío.
Aproximadamente dos años tomó el construir los elementos del sistema, que en forma fundamental consistieron en Ia construcción de 30 pozos de 2.6 m de diámetro, aIgunos abajo y otros en torno a la Catedral y eI Sagrario; Ia profundidad de esos pozos debería lIegar más abajo de todos Ios rellenos y restos de construcciones y alcanzar las arcilIas por abajo de la costra natural, esto en profundidades que oscilan entre los 18 y 22 m. Dichos pozos se revistieron de concreto y en su fondo se dispusieron boquillas de tubo, de 15 cm de diámetro, en número de 50, a 60 mm y a cada seis grados de la circunferencia. En el fondo, una máquina neumática y rotatoria, provista de un émbolo, es la atresadura para efectuar la subexcavación. La máquina hace penetrar un tramo de tubo de 1.20 m por 10 cm de diámetro por cada boquilla, se retrae el émbolo y se acopla otro tramo de tubo que es empujado por el émbolo, que en operaciones sucesivas permite hacer penetrar estos tubos hasta 6 o 7 m de profundidad; a continuación se hacen regresar y se van desconectando de maneta inversa, por tramos que obviamente vienen llenos de lodo. El resultado final es que se hace un hoyo o pequeño túnel de 6 a 7 m de largo por 10 cm de diámetro. A esa profundidad, la presión sobre el túnel es tal que se rompe la cohesión de la arcilla y el túnel se aplasta en poco tiempo, lo que indica una trausportación de material de arriba a abajo. Operaciones sucesivas en las 40 o 50 boquillas por pozo, permiten hacer una subexcavación en círculo alrededor de aquél, mismo que al irse aplastaudo ocasiona hundimientos en la superficie. El sistema simple se traduce, en su operación, en una gran complejidad para controlarlo: implica definir las zonas y boquillas, largos de tunelitos y periodos de excavación para hacer que vayan abatiéndose los desequilibrios de la superfície y el sistema estructuraI. Sólo es concebible hoy con el auxilio del sistema computarizado, que permite afinar los procedimientos y determinar los volúmenes de excavación deseada.
Paralelamente y para poder inducir estos movimientos a la estructura, fue preciso mejorar las condiciones de estabilidad y resistencia de la construcción, apuntalando Ias naves procesionales, los arcos que soportan la nave principal y la cúpula, además de zunchar siete columnas, que presentan fallas verticales muy peligrosas, mediante armaduras y refuerzos horizontales. Los apuntalamientos rematan en pequeñas viguetas que se apoyan en solo dos tubos, provistos de gatos que permiten subir o bajar las viguetas con objeto de que, al moverse, el arco cambie de forma y se ajuste a la del apuntalamiento, sin que se concentren las cargas. Cabe señalar que algunas grietas y fracturas, de la gran cantidad que tienen los muros y las bóvedas, deberán dejarse por el momento sin arreglar, pues su relleno impediría la tendencia que tienen a cerrarse durante el proceso de verticalización.
Trataré de explicar el movimiento que se persigue dar a la estructura mediante la subexcavación. En primer lugar, la verticalización, en parte, de las columnas y los muros; las torres y la fachada, cuyos desplomes son ya importantes, deberán también girar en ese sentido; la bóveda central deberá cerrarse al rectificar el desplome en sentido opuesto de los apoyos -recuérdese que éstos se han girado hacia afuera, donde el terreno es más suave-. Para este propósito, las metas generales que se han considerado son: restituir la geometría, en orden de un 40% de las deformaciones que hoy tiene la Catedral; esto es, aproximadamente la deformación que, según las nivelaciones, tenía hace 60 años. Recuérdese que en la nivelación de 1907 presentaba un poco más de 1.60 m entre el ábside y la torre, siendo menor en bóvedas, pues se construyeron en un plano horizontal cuando las cimentaciones ya se habían deformado en más de un metro. Lo anterior implicará subexcavar entre 3 000 y 4 000 m3 bajo la Catedral y provocar con ello dos giros en la estructura, uno hacia el oriente y otro hacia el norte, resultando un movimiento SO-NE, inverso al general de Ia deformación. El Sagrario metropolitano debe manejarse de manera coherente y aparte deberán lograrse algunos movimientos locales, que permitan rectificaciones de puntos específicos, diferentes a la tendencia general.
Todo esto, simplemente esbozado, no seria concebible sin un método extremo de control de todas las partes del edificio durante el proceso. Piénsese en las medidas precautorias en el movimiento de ia Torre de Pisa. Aqui, siendo el suelo más suave y la estructura más flexible, el control dei movimiento se convierte en el aspecto medular de los trabajos. Este monitoreo consiste en mediciones de precisión, niveles, etcétera, que con ayuda de los ordenadores se realizan y verifican continuamente.
AsÍ, mensualmente se mide la inclinación en muros y columnas, en tres puntos de su fuste, 351 puntos y 702 lecturas; el equipo empleado es una plomada electrónica que registra hasta 8 » de arco (Tilt meter). Mediante plomadas convencionales, equipadas con atresaduras para su mayor precisión, la variación de verticalidad se registra en 184 puntos mensualmente. La verticalidad de las torres se lee con distanciómetro de precisión, en 20 puntos trimestralmente.
Se tienen también en operación inclinómetros donados por el instituto du Globe y la Escuela Politécnica de Paris, que proporcionan lecturas continuas. Al nivel de plintos se realiza una nivelación de precisión cada catorce días y otra a nivel de bóvedas; en el primer caso de 210 puntos y en el segundo de seiscientos cuarenta. Se verifica mensualmente el espesor de las grietas en muros, fachadas y bóvedas, con 954 lecturas realizadas con vernier. Con extensómetro de precisión, se realizan medidas del intradós y extradós de las bóvedas, los arcos y la separación alta, media y baja de ias columnas, en 138 lecturas cada mes.
El correcto contacto del apuntalamiento y los arcos se realiza cada catorce días, ajustando los 320 gatos mediante torquímetro. La presión en cada punto no debe rebasar ni disminuir la fuerza establecida para que el apuntalarniento vaya tomando la forma de la deformación inducida al arco. Se analizó la estructura sometida a cargas estáticas y dinámicas por el método de elementos finitos, la modificación por los movimientos inducidos y, finalmente, se realizaron estudios de endoscopia al interior de las columnas.
Varias de estas tareas se efectúan extraordinariamente después de cualquier sismo superior a los 3.5 grados Richter. Se han protegido las partes centrales, nave y crucero, con mallas y redes contra desprendimientos y una estructura tridirnensional que permite colocar rápidamente un andamio y acceder a cualquier punto de la bóveda, para su reparación en caso de emergencia. Después de más de dos años de estudios y realización de las obras de preparación, pozos y apuntalamiento, los trabajos de subexcavación se iniciaron propiamente en el mes de septiembre de 1993.
Estos comenzaron por la parte central, al sur del ábside, y se han ido generalizando hacia el norte y hasta el crucero; en abril se activaron lurnbreras al sur del crucero y los resultados son particularmente alentadores, v.g., la torre poniente ha girado .072%, la torre oriente 0.1 %, entre 4 cm la primera y 6 cm la segunda (Pisa ha girado 1.5 cm); las colurnnas del crucero han cerrado su arco en más de 2 cm, la tendencia general del edificio muestra coherencia entre Ias subexcavaciones y sus movimientos. Algunas grietas en la parte sur se abren aún, pues a pesar del movimiento general, la inercia de las torres hace más lento su movimiento. Se tienen problemas en puntos como la unión del Sagrario y la importante cohesión de la zona del ábside, que no cierra Ios tunelitos con la misma velocidad que otras zonas, dificultando la extracción del material. Estamos, sin embargo, en los inícios del proceso, que calculamos durará entre 1 000 y 1 200 días de trabajo, 3 ó 4 m3 de excavación al día. Para entonces, la esquina noreste de la Catedral deberá haber bajado hasta 1.35 m en relación a la torre poniente, y la torre oriente, en relación con aquella, un metro.
La Catedral no quedará «derechita» -pues nunca lo estuvo-, pero su verticalidad será llevada a condiciones más favorables, para resistir eventos sísmicos como Ios más fuertes ocurridos en Ia cuenca de México; el desequilibrio se retrae a casi el 35% de su historia. El sistema podrá ser reactivado después de 20 o 30 años, si Ia observación así lo aconseja, y se tendrá –desde hoy y a futuro- que trabajar intensamente en la restauración de elementos decorativos, puertas, canceles, esculturas y, al interior, en retablos, pinturas, etcétera, del acervo más rico de esta ciudad.
Finalmente, quiero subrayar que estos trabajos corresponden a una tarea excepcional, de la que emanan notables y singulares aportaciones técnicas y científicas.
Alguien podría señalar que es impúdico, por mi parte, ensalzar tareas en las que estoy involucrado. Ciertamente, el autoelogio seria vanal y de mal gusto, pero no es el caso porque no soy yo quien personalmente desarrolla el proyecto; soy, sí, quien, en mi calidad de responsable deI monumento y obligado por el esfuerzo y dedicación de los que han hecho posibles estas obras, debe demandar que se les reconozca.
No es éste un proyecto que persiga, en primera instancia y como resultado, el puro afán -válido en sí mismo- de mejorar nuestro patrimonio, es un proyecto desarrollado frontalmente ante condiciones de falla mayor del edificio que, para evitar una catástrofe a corto plazo, reclama una intervención urgente.
Es un problema técnico sin parangón en la literatura de la ingeniería y la restauración. Es, en efecto, un problema propio y especial de la naturaleza dei suelo de la ciudad de México, que no fácilmente encuentra analogía en otros lugares. Es un problema, en fin, que corresponde al área de geotécnica y mecánica de suelos.
Son los ingenieros Enrique Tamez, Enrique Santoyo y coaboradores, quienes, con base en su particular conocimiento sobre la especialidad, han analizado este problema y concebido su solución,para lo cual debieron desarrollar científicamente todo un proceso metodológico que implica diseño de máquinas, instalaciones y verificación experimental de las acciones, como práctica paralela a la implementación de las medidas preventivas, porque el fenómeno está activado: la Catedral continúa fracturándose. Con ellos concurren el doctor Roberto Meli, Premio Nacional de Ingeniería, el doctor Fernando López Carmona y algunos amigos del Instituto de Ingeniería de Ia UNAM, quienes vigilan Ias condiciones de estabilidad del monumento, la naturaleza de sus fallas y las medidas preventivas para que, al inducir movimientos a la estructura, el proceso no se trastoque en situaciones que incrementen el peligro. Por su parte, el ingeniero Hilario Prieto se ocupa de desarrollar apuntalamientos y medidas de refuerzo estructural, dinámicas y ajustables, para dar seguridad al proceso. Todas estas acciones se llevan a cabo con el monumento abierto al culto y sin que en todos estos años se haya cerrado al público.
Con algunos especialistas más, este equipo de trabajo se reúne semanalmente, no para discutir detalles estéticos de carácter arquitectónico sino para analizar velocidades de deformación, comportamiento de bóvedas, verticalidad de elementos y verificación de los controles del movimiento inducido a la Catedral: más de 1.35 m de descenso hacia su parte noreste y giros de aproximadamente 40 cm en sus torres, 25 cm en los capiteles de algunas columnas. Esto es causa de largas sesiones, cuando se discrepa en algunos puntos de vista.
Como complemento y práctica regular, se ha consultado a connotados especialistas nacionales cuyas advertencias, consejos y sugerencias, han contribuido a nutrir nuestros esfuerzos; sus observaciones han sido analizadas y en muchas ocasiones han encauzado significativamente las soluciones propuestas. Entre ellos, debo mencionar a los doctores Raúl Marsal y Emilio Rosenblueth, cuya reciente pérdida hemos resentido.
En las etapas iniciales del proceso se consultó al Grupo IECA, de Japón, que envió a México un grupo de especialistas compuesto por Ios ingenieros Mikitake Ishisuka, Tatsuo Kawagoe, Akira Ishido y Satoshi Nakamura, quienes concluyeron la pertinencia de la salvación técnica propuesta, a la que estimaron no tener nada que aportar. Sin embargo, a la vista de la información que se Ies entregó, señaIaron el grave peIigro de la naturaleza del comportamiento y alteración que ocurre al suelo de la ciudad de México, e invitaron a que los trabajos de monitoreo e investigación fueran ampliados a otras zonas para asegurar la viabilidad del futuro de nuestra ciudad. Este es un problema que nos rebasa.
El proyecto se sometió también al conocimiento de otro grupo de distinguidos especialistas de varios países del mundo que, si bien no ejercen su práctica bajo condiciones tan singulares como las del suelo de la ciudad de México, su capacidad de análisis y su comprensión del problema hicieron posible que Ia solución se enriqueciera de manera importante; Entre ellos, mencionaremos a los siguientes: doctor Michele Jamilkowski, presidente del Comité Internacional para el Salvamento de la Torre de Pisa; doctor John E. Eurland, deI Colegio Imperial de Londres; ingeniero Giorgio Macchi, de Ia Universidad de Pavia; doctor Gholamreza Mesri, de la Universidad de Illinois y doctor Pietro de Porcellinis, subdirector de Cimentaciones Especiales, Rodio, de España.
Fuente: México en el Tiempo No. 1 junio-julio 1994
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